Nace en Santo Domingo, República Dominicana. Su nombre llena, con todo derecho, uno de los capítulos más sobresalientes de los inicios del cine dominicano. Dueño de una conocidísima colchonería y papelería de Santo Domingo, el fotógrafo Palau editó, a partir de 1908, la revista de variedades Blanco y Negro, que en total completaría siete años de existencia. Al frente de esa revista de sociedad captó numerosos sucesos de la vida republicana que hicieron historia en su país, como las elecciones municipales de 1909 y la juramentación de Eladio Victoria en 1911, entre otros acontecimientos, a la vez que se formó como reportero gráfico, especialidad que contribuyó a enaltecer ante el gremio de periodistas y fotógrafos con sus trabajos para las páginas de La Cuna de América y Listín Diario, entre otros.
Su contribución no fue menos importante en el orden técnico: a él se debe la introducción en el país del procedimiento de grabado conocido como tricromía, que hasta aquella fecha se hacía en La Habana. Pronto, sin embargo, el entusiasmo de este pionero se trasladó al cine. La oportunidad apareció en 1922, en ocasión de celebrarse la coronación de la Virgen de la Altagracia. Aprovechando el momento, Palau y el fotógrafo Tuto Báez, junto a Juan B. Alfonseca, quien hizo las veces de empresario, se lanzaron a filmar la primera película netamente dominicana: La aparición de Nuestra Señora de la Altagracia, con guión del historiador Bernardo Pichardo y decorados del catalán Enrique Tarazona. Concebida en cuatro actos a la manera de los filmes «artísticos» del período silente, la película se estrenó con gran despliegue publicitario (incluido un tráiler) el 16 de febrero de 1923 en los teatros Colón e Independencia de la capital, luego que el Vicario General concediera su aprobación, encontrándola «conforme a la tradición y recomendable a la fe y devoción de los fieles». En esta primera producción nacional participaron actores aficionados, entre los que se encontraban la joven italo-venezola Alma Zolessi, José B. Peynado Soler, Fernando Ravelo, Panchito Palau y Pedro Troncoso Sánchez.
La fiebre del cine parece haber contagiado de tal manera a la troupe de Palau que no se esperó a terminar La aparición…para iniciar el rodaje de otro proyecto, aún más ambicioso. Se trató de la comedia ligera Las emboscadas de Cupido, sobre un guión del propio Alfonseca. En la misma también intervendrían aficionados, en este caso «distinguidas señoritas y jóvenes de sociedad», como las calificara la prensa, entre los que se encontraban Delia Weber, Rafael Paíno Pichardo, Evangelina Landestoy, Pedro Troncoso Sánchez y Panchito Palau. Uno de los detalles más interesantes de aquel nuevo proyecto fue que para dicha ocasión el dúo Palau-Alfonseca prescindió de los decorados teatrales y filmó en locaciones, algunas de las cuales eran propiedad de la pareja en cuestión. Las emboscadas… es deudora del cine más primitivo, al estilo de un Griffith, con sus historias de amores contrariados, padres intolerantes y finales conciliadores que a la sazón hacían las delicias del público. El éxito fue rotundo desde su estreno, el 19 de marzo de 1924, al punto que las exhibiciones batieron un récord de dieciséis funciones en la capital, sin contar la triunfal gira de provincias que llevó a Palau con parte del elenco por las más importantes ciudades del interior. Meses antes, no obstante, el director había concluido su reportaje documental La República Dominicana (1923), cuyo inusual realismo incluía imágenes de la vida cotidiana en los sectores más humildes de la sociedad, lo cual causó no poca desazón y rechazo en la prensa burguesa, incapaz de asimilar una propuesta en clave naturalista singularmente adelantada para su época. A partir de 1924, Palau se dedicó únicamente a la fotografía de prensa, con lo cual se cerró este primer momento en la historia del cine dominicano. Años después el cineasta René Fortunato homenajearía a la figura de este pionero en su primer documental: Tras las huellas de Palau (1985).