Uno de los directores clave en el cine argentino de los años setenta y ochenta, Héctor Olivera (1931) comenzó como ayudante en cortos musicales y asistente en producciones importantes de la AAA (Artistas Argentinos Asociados). En 1956, creó la productora Aries Cinematográfica junto con Fernando Ayala, que produjera los filmes de ambos en las décadas subsiguientes. Debutó en 1967 como director en Psexoanálisis (1967), seguida por Los neuróticos (1969), Argentinísima (1971) y La venganza de Beto Sánchez, en 1972.
También guionista, Olivera buscó el éxito en la producción de filmes hipercomerciales, de género y con los actores más conocidos, que le permitieron acceder a un cine de matices ligeramente reflexivos y sociológicos. La Patagonia rebelde (1974) a pesar de la polémica que despertó y del mucho éxito que conquistó en taquilla, es respetada como una de las mejores películas argentinas de los años setenta, ejemplo de cine político y de entretenimiento, de tesis autoral en combinación con los presupuestos industriales y comerciales.
Las películas posteriores de Olivera se caracterizan por su inspiración literaria y por la corrección formal: El muerto (1975), La nona (1978) y en 1981, Los viernes de la eternidad. Un gran salto de pretensiones temáticas y artísticas emprendió con sus dos próximos títulos: No habrá más penas ni olvidos (1983) y La noche de los lápices (1985), dos de los primeros filmes que se propusieron, justo en el momento de la reapertura democrática, el análisis de la guerra sucia. Protagonizada por Federico Luppi, Víctor Laplace, Miguel Angel Solá y Julio de Grazia, No habrá más penas ni olvidos ganó el Oso de Plata en el Festival de Berlín, (lo había obtenido también por La Patagonia rebelde) con su profundo y alusivo análisis a los oscuros tiempos atravesados por Argentina. Similar propósito persiguió La noche de los lápices, que relata el secuestro y las torturas de siete jóvenes dirigentes estudiantiles, personajes reales que continuaron desaparecidos luego de realizado el filme.
El aplauso internacional a los filmes anteriores de Olivera se extinguió por la medianía y la falta de aspiraciones artísticas de sus siguientes empresas, hasta Una sombra ya pronto serás (1994) que es la historia de un hombre escapado de su propia realidad, en una road movie que propone tal vez la perpetua errancia. Presentada a los Festivales de Venecia, Toronto, San Sebatián, Trieste, Huelva y La Habana, la película se inspira en una novela, como casi todos los filmes de Olivera, quien también suele tratar temas políticos y sucesos extraídos de la historia real.
El drama intimista titulado Antigua vida mía (2002), que protagonizan Ana Belén y Cecilia Roth, inspirada en un texto de la chilena Marcela Serrano, sobre dos mujeres que han llevado vidas dispares, pero que se mantienen unidas por una amistad que se remonta a la infancia. “Quería algo intimista, y me atraía el mundo femenino de la novela, mucho más compleja, con más personajes y situaciones”, ha dicho Olivera de este filme protagonizado por mujeres —Olivera suele dirigir hombres— cuya trama lo convenció para volver a dirigir luego de ocho años apartado del set. Su último filme Ay Juancito (2004) trata la particular vida de Juan Duarte, hermano de la mítica Evita e infranqueable secretario privado de Juan Domingo Perón durante los primeros años de su presidencia.