publicación No. 7

  ISSN 2218-0915
Daniel, el gesto y el cine cubano.
Gustavo Arcos Fernández-Britto


Palabras de despedida
Manuel Pérez Paredes
Jíbaro, de Daniel Díaz Torres: la última cacería y el próximo combate
Ronald Antonio Ramírez

Daniel Díaz Torres

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Daniel, el gesto y el cine cubano.
Gustavo Arcos Fernández-Britto
El cine cubano ha perdido a otra de sus relevantes figuras. Daniel Díaz Torres falleció en la capital cubana, la pasada madrugada. Crítico en sus inicios, documentalista después, realizador de inolvidables noticieros y ficciones, profesor desde los 90 en la Escuela de San Antonio de los Baños, cineasta, siempre. Su obra artística cubre diferentes formas de expresión, géneros y momentos del cine nacional. No toda fue exitosa, ni excepcional. No era un Dios. Todo esto es un hecho, que unido a su muerte, hoy recordamos y también lamentamos. Tales palabras pudieran acompañar de manera general cualquier texto, comentario o acercamiento a su obra. Pero Daniel era además un hombre del ICAIC y eso…., eso es ya otra cosa. 

Como Alfredo, Santiago, Alea, Solás, Yelín, Sarita, Cortazar, Massip, Pastor y muchos otros ausentes, pertenecer al ICAIC era algo más que una filiación. Suponía un tipo de compromiso que iba más allá de lo puramente nominal, artístico o circunstancial. Era algo visceral, entrañable, inexplicable. Desde allí se generaban las imágenes de Cuba. Relatos visuales donde podíamos reconocernos o evocarnos. Sus archivos atesoraban las imágenes de lo que fuimos, y quién sabe, si también lo que seremos. Cruzar sus puertas, atravesar sus pasillos fue durante algunas décadas, hacer un viaje a la posteridad y aunque otras instituciones (la Televisión, los Estudios de las FAR) también generaban imágenes, el ICAIC otorgaba a sus miembros y obras, un simbólico sello de distinción. 

Recuerdo a Daniel, porque junto a Enrique Colina y Fernando Pérez, fue el primer artista que me habló del cine. Eran los años 80 y ellos impartían los talleres de realización y apreciación cinematográfica a los que asistía. Ya entonces, Daniel había filmado sus primeros documentales, pero era conocido no por ellos, sino por dirigir varios noticieros ICAIC que en esa década comenzaban a hurgar en ciertas zonas oscuras de nuestra realidad. Junto a José Padrón, Rolando Díaz y Francisco Puñal, conformaba un temible cuarteto crítico que desde el humor y la sátira ridiculizaban a funcionarios, dirigentes o administradores, sacando a la luz pública sus incapacidades y vanos poderes. Cuando el discurso oficial pintaba un país que parecía ir sobre ruedas hacia ese futuro que debía “pertenecer por entero al socialismo”, Daniel y los otros, se encargaban de desmontar o matizar ese fiel optimismo, visibilizando hacinamientos, albergues y ciudadelas, ríos, calles y barrios contaminados, todo ese absurdo real y cotidiano que se escondía tras el triunfalismo. Uno de ellos, Historia de una ventana, seguía paso a paso el vía crucis de una ventana que era diseñada y fabricada por una empresa “vanguardia socialista” que luego, no sabía qué hacer con ella. 

Su primer largometraje, Jíbaro (1984), tiene marcada influencia del western norteamericano y un inusual guión del escritor Norberto Fuentes. A su personaje, un vaquero que caza perros jíbaros, le cuesta trabajo adaptarse a la nueva realidad impuesta por la Revolución. Fue una película de discreto éxito pero le abrió las puertas al camino de la dirección y hasta el día de hoy, constituye uno de los pocos acercamientos del cine nacional al tema rural. 

Luego vendrían filmes como Otra mujer (1986), Kleines Tropicana (1997), Hacerse el sueco (2000), Camino al Edén (2007), Lisanka (2009) y la más reciente, La película de Ana (2012). También rodaría varios documentales que alterna con su trabajo docente en la Escuela Internacional de San Antonio de los Baños. Sin embargo, Daniel, será seguramente recordado por su película Alicia en el pueblo de Maravillas (1990), obra que en su momento generó inusitada e histérica respuesta oficial. 

La historia de una muchacha, instructora de teatro, que llegaba al extraño pueblo de Maravillas, cuyos habitantes purgaban sus “desviaciones ideológicas o morales”, fue retirada del circuito de estreno tras cuatro días de agitada exhibición. Militantes de la juventud y el Partido fueron movilizados y obligados a asistir a las salas, convertidas en campo de batalla ideológica. Los diálogos del filme se veían interrumpidos por los gritos de Vivas a la Revolución y Fidel, proferidos por algunos fanáticos. La prensa se llenó de editoriales tendenciosos, duras críticas, tergiversaciones y manipulaciones de todo tipo. Un manjar que le sirvió como pretexto al sector más duro del poder para decretar la disolución del ICAIC y su unión con la Tv nacional. Fue una cruzada contra la autonomía que siempre ostentó el instituto de cine y que ahora debía “ser corregida”. Daniel estoicamente soportó toda aquella andanada de críticas, una incómoda y lacerante situación que fue puntualmente solucionada, por una parte, gracias a la resistencia de los propios cineastas que casi parapetados, defendieron el organismo. Por otra, el acuerdo con la dirección del país, de recolocar a Alfredo Guevara, quien andaba de embajador cubano en la UNESCO, al frente del mismo. 

Daniel Díaz Torres tuvo también una profusa obra crítica. Como otros cineastas de su tiempo (Fernando Pérez, Jesús Díaz, Enrique Colina, Víctor Casaus) utilizó las páginas de la revista Cine Cubano y otras, para hablar de cine. Es algo que no suele apreciarse hoy en día donde los nuevos realizadores parecen más obsesionados con la creación y el éxito, que con el pensamiento.

En su último, premiado y también discutido filme, La película de Ana (2012), Daniel siguió siendo fiel a toda su obra, signada por la ironía, la preocupación por el individuo sometido a las fuerzas del contexto y la representación de mundos contemporáneos donde el espectador pueda identificarse con personajes y situaciones cotidianas. La realidad cubana siempre latió en sus filmes, en sus conversaciones y preocupaciones. Fue un hombre inquieto, que hablaba con todo su cuerpo, gesticulando y acentuando las palabras como para que no hubiesen dudas de sus criterios y observaciones. Tuvo muchos amigos fieles y cercanos que con pasión amaron y entregaron toda su vida al cine cubano. En algún lugar deben estar esperándolo. Con Manuel Pérez formó un bullicioso dúo que hacía estremecer los pasillos del ICAIC, que a partir de hoy estarán aun más en silencio.

Su última secuencia filmada, parece resumir todos sus deseos como artista y cubano. En ella, Ana, sale a la calle y es observada, silbada y mirada lascivamente por unos turistas. Ella instintivamente, les responde desafiante, para inmediatamente, con un gesto de sus manos conformar un cuadro cinematográfico que los encierra y anula. Ella tiene ahora una voz. Como mujer, que quiere ser cineasta, tiene que ser capaz de vivir en el mundo, sin olvidar que su mirada, su destino, su legado, solo puede llevar los ojos del arte.

- www.cinecic.com.ar/
- www.cinematecadistrital.gov.co/servicios.htm
- www.cinecubano.com/persona/escuela.htm
- www.cubacine.cu/directorio/icaic.htm
- www.filmotecadeandalucia.com/
- cuib.unam.mx/mapabiblio/datosbiblio.pl?biblio=416
- www.documentalcolombia.org/index.html
- www.enerc.gov.ar/inst_biblioteca.html
Dirección : Ronald Antonio Ramírez Castellanos
Edición : Tania Silverio
Coordinador : Ángel Ernesto Pérez
Diseño: Joany Savigñon

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