Uno de los directores y guionistas más reconocidos de los últimos veinte años en Iberoamérica (realizó su cine en Argentina y España, principalmente) es Adolfo Aristarain, quien ha logrado combinar el cine de acción y entretenimiento, inspirado en los clásicos norteamericanos como Huston, Ford y Hawks, con la observación crítica de la realidad típica del Nuevo Cine Latinoamericano.
Desde niño se interesó por el cine, y de joven dio por concluidos sus estudios para ganarse la vida dando clases de inglés, de modo de tener tiempo libre para concurrir a los rodajes. Fue extra en Dar la cara (1961), de José Martínez Suárez. A mediados de los 60 ya trabajaba con cierta continuidad en el cine argentino, primero como meritorio y luego como ayudante de dirección.
Unos años en Europa le permitieron ponerse a las órdenes, en carácter de asistente de dirección, de directores reconocidos (Mario Camus, Lewis Gilbert), pero en 1974 regresó a la Argentina con la intención de dirigir su primer largometraje, que le tomó cuatro años. En 1978 estrenó el policíaco La parte del león, que sorprendió por su calidad y por abordar un género bastante inusual para la época en la Argentina. Fue un fracaso comercial, pero su solidez narrativa le brindó al director el reconocimiento del ambiente cinematográfico y de la productora Aries —la más grande del país por entonces— que lo fichó para dirigir sendas comedias musicales, muy ligeras y comerciales: La playa del amor (1979) y La discoteca del amor (1980).
En 1981 realizó Tiempo de revancha, un suspenso muy articulado con la realidad política argentina de esos años, que le ganó prestigio internacional. La trilogía de policíacos la cerró en 1982 con Últimos días de la víctima, adaptación de la novela de José Pablo Feinmann en la que brilla Federico Luppi, un legendario histrión muy vinculado a la mayoría de los más famosos filmes de Aristarain.
De regreso a España, dirigió en 1983 una miniserie de ocho capítulos para Televisión Española, Pepe Carvalho, un producto atípico en la televisión. Tras el naufragio de varios proyectos, Aristarain volvió al éxito en Argentina con Un lugar en el mundo (1991), que alcanzó el premio máximo del Festival de San Sebastián y que trata sobre un matrimonio de ideas socialistas que se instala en un pequeño pueblo argentino para crear un proyecto corporativo, utópico.
En España realiza los dos principales proyectos que siguen: La ley de la frontera (1995), en la clave del cine de aventuras, y Martín (Hache), el filme más personal de Aristarain con un cuadro interpretativo excepcional que integraron Luppi, Eusebio Poncela y Cecilia Roth.
Sus últimos trabajos hasta la fecha son Lugares comunes, otra vez con un papel excepcional para Federico Luppi, y nuevamente concentrado en las relaciones familiares (sobre todo, padre-hijo) y Roma (2004) en la cual regresa a sus propias vivencias para realizar una película intimista y muy apoyada en el verbo, como casi todas las suyas.