Fidelio Ponce de León, el marginal y auténtico pintor que integró la generación que revolucionó la plástica cubana en la segunda década del siglo XX, es recordado por ancianos que lo conocieron; algunos lo recuerdan con cariño, otros con malestar, develando las contradicciones de uno de los más irreverentes pintores cubanos de todos los tiempos quién, para curar su tuberculosis irremediable, cambiaba sus cuadros por una ámpula de estreptomicina. Mientras esto pasa, hipócritamente es objeto de manipulación turística y falsificación por mercaderes que lo aborrecen, pero viven a costa de él.
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