Por el carácter independiente del que todavía goza el cine regional, parte de los cineastas centroamericanos se han dedicado a revelar justamente esa parte de la historia escondida, invisibilizada u omitida, tanto por la historia oficial como por todos los mecanismos que la construyen, entre estos, el imaginario social vehiculado por los medios de comunicación; esto rompe con estereotipos y con imaginarios edulcorados. Así, el cine centroamericano transpone en la pantalla grande la complejidad de las realidades y las problemáticas que transcienden las fronteras nacionales, subrayando los aspectos transnacionales de orden político, económico, social y cultural.
El conjunto de películas mencionadas anteriormente representa una ventana al pasado de una realidad que todavía está presente en la sociedad centroamericana y que testifica cómo el peso de la historia es tenaz. Las heridas psicológicas de sus naciones aún no han sido sanadas y de eso certifican los testimonios de los documentales, así como las reconstrucciones de la historia a través de la ficción. La necesidad de dar voz a quienes durante años estuvieron silenciados permite la liberación de la palabra y con ella la reconstrucción de una memoria colectiva. Efectivamente el cine centroamericano parece haber lanzado una batalla contra la desmemoria. No obstante, esta preocupación por preservar la memoria histórica se hace latente igualmente en la historia en construcción, y es que la edificación de la memoria no se forja solamente a partir del pasado, sino también del presente. Del mismo modo, el cine de los años 2000 también inmortaliza fenómenos actuales que son o serán historia y que afectan particularmente a sus sociedades. En este acercamiento a la historia, el cine centroamericano de las dos últimas décadas también ha enfatizado en las principales problemáticas de sus sociedades, destaca particularmente las temáticas de la violencia y la inseguridad, las desigualdades tanto socioeconómicas como étnico-raciales, la migración y las cuestiones de género.
El cine y el audiovisual centroamericanos han permitido en los últimos cuarenta años captar la “realidad material” de los principales hechos históricos acontecidos en la región en una verdadera polifonía de la memoria. Del mismo modo, han hecho visible su “realidad psíquica”, es decir, el sentir de sus sociedades grabando, como lo hicieron particularmente los cineastas de los años 70 y 80, o bien, revelando, como lo han hecho principalmente los cineastas de los años 2000: la Historia memoria […], la Historia general […] la Historia experimental […] y la Historia ficción […] que emergen de la memoria colectiva de la región. Por ende, se puede afirmar que es posible hablar de un cine centroamericano en la medida en que el cine y la producción audiovisual centroamericanos se han desarrollado paralelamente y consecuentemente a los acontecimientos histórico-sociales nacionales. Sus temáticas, así como las formas técnicas y estéticas, testifican de las ideologías predominantes de la época.
En los 70 y los 80 se destaca una visión que prima lo colectivo por encima de lo individual, visión que acompaña las ideas revolucionarias de unificación. En los años 90 se constata una ruptura dentro de las formas narrativas el discurso fílmico, la cual corta con el discurso narrativo del “nosotros” y se impone un silencio frente a lo referente a los conflictos bélicos, silencio que puede ser interpretado como el volver a una “estabilidad política”, dejando de lado los traumas de la guerra. Sin embargo, en las dos primeras décadas del siglo XXI se vuelven a abordar temas del pasado, testificando así de la lucha contra la desmemoria que han emprendido los grupos sociales más afectados por los conflictos, pero esta vez desde una ruptura contundente en la narración y el discurso fílmico. De este modo, se introduce el “yo” de una visión más subjetiva de la historia y las realidades sociales, este particularmente introducido por mujeres. Se recurre a las metáforas, a lo simbólico y lo onírico como expresión de lo subjetivo.
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