Lilliam comenzó su carrera en Teatro Universitario en la década de los años cincuenta del pasado siglo. Quedan testimonios de sus actuaciones en La zorra y las uvas en febrero de 1956 y Prometeo encadenado en septiembre del mismo año, en los que compartía la escena con figuras que han pasado a ser referentes ineludibles del teatro cubano, como Roberto Blanco, Sergio Corrieri, Luis Baralt --a cargo de la dirección artística de ambas piezas-- y Rubén Vigón como escenógrafo, entre otros, Nena Acevedo, Orlando Nodal, Miguel Ponce...

Hacia esos años reza también su participación en la comedia de André Roussin La alegría de vivir, dirigida por Modesto Centeno en Patronato del Teatro, y en Electra Garrigó hacia 1958 con Francisco Morín en la sala Prometeo.

Se dice que desde esta primera etapa sobresalía su imagen más que por su belleza, por la fuerte presencia escénica. Era una mujer con muchos atributos físicos a su favor, acompañados de gran sensibilidad e inteligencia que, según sus contemporáneos, la hacían más hermosa. Suman a sus rasgos distintivos la pasión e intensidad que acompañaban su vida y profesión.

Lilliam Llerena está considerada una gran actriz, diferente a muchas otras. Estudiosa y sagaz para construir sus personajes, integrados con gran solidez a su personalidad y apariencia.

Historias de la Revolución, la primera película cubana de esta temporada, tuvo a Lilliam como protagonista de una de las tres historias. Sus inquietudes la conducen a la docencia. Fue profesora de la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños e impartió clases de Actuación en la Escuela Nacional de Arte. Adria Santana la conoció cuando cursaba el segundo año en la ENA, y ella sustituye a Adela Escartín por un semestre.

Todos coinciden en considerarla una de esas mujeres que nació bajo el signo de la grandeza. Que desde su entrada al mundo de la escena empezó a crecer, y que con su inteligencia y pasión conquistó un lugar en el movimiento teatral cubano.