FICHA ANALÍTICA

Cahiers
Giroud, Ivan (1957 - )

Título: Cahiers

Autor(es): Ivan Giroud

Fuente: Revista Cine Cubano

Lugar de publicación: La Habana

Número: 206-207

Página(s): 66 - 75

Mes: mayo-diciembre

Año de publicación: 2019

Abro los ojos sobre un punto específico del océano Atlántico y miro el reloj. Son las dos y media de la madrugada del día 14, y es mi cumpleaños. Aquí estoy, sentado en un avión de KLM, con mis piernas estiradas, rodeado de seres desconocidos, en su mayoría holandeses, que conversan sin parar. Están casi encima de mi cuerpo, pero apenas los escucho. Igual incomodan, son seres extraños que invaden mi espacio vital y a la vez me ignoran. En pocas horas llegaré a Cannes. Ahora voy a intentar dormir. Me espera una larga jornada.

Buen vuelo, amables aeromozas a las que no puedo evitar comparar con las hoscas azafatas de Iberia. El avión llega media hora adelantado al aeropuerto de Ámsterdam. Una vez allí, todo el proceso marcha rápido y fluido. Camino un largo tramo y estoy a tiempo en la puerta de embarque del vuelo para Niza. Parece que el día se va a desenvolver de la manera más optimista. El avión arriba a Niza a la hora planificada. El equipaje desembarca pronto y con su llegada recibo el primer susto. El zíper de la maleta viene abierto. Cierro los ojos y decido no enterarme del desastre hasta llegar al hotel. De nada vale adelantar el disgusto. Siempre he sentido pudor en abrir mi equipaje ante los ojos de personas desconocidas.

Al arribar a Niza debía esperarme un chofer para llevarme a Cannes. Al no encontrarlo, llamo a una de las coordinadoras del jurado (1). Me pide cinco minutos para localizar al chofer y darme una respuesta. El chofer está en la carretera y no le dejan entrar al aeropuerto, me responde. Confieso que no le creo. ¡He escuchado tantas veces este cuento! Me dice que el chofer me llamará de inmediato. Y pienso: "¿Cómo le explico a este cristiano dónde estoy?". En la espera entra la llamada del taxista. Me dice lo mismo, que no le dejan entrar al aeropuerto; por suerte se expresa en inglés con acento de inmigrante, lo cual agradezco, porque habla despacio y lo comprendo mejor. Intenta explicar dónde está. Pero le pido que se marche, que tomaré un taxi.

Voy por el taxi. No hay taxis, me dice el expedidor. Hay huelga de trabajadores del aeropuerto. Ahí compruebo que es cierto lo que me ha dicho Marcos, el chofer. Ahora tengo que salir del aeropuerto a la carretera. Camino casi un kilómetro loma arriba arrastrando dos maletas y mi traje nuevo. Al llegar descubro que la carretera está repleta de coches esperando a familiares y amigos.

Decido caminar dos cuadras en una dirección que bien podría ser la contraria. Me detengo antes de que la carretera se bifurque. Ahí estoy por más de quince minutos intentando parar taxis que pasan muy veloces e indiferentes. Donde decido quedarme están otros cuatro jóvenes igualmente desesperados. A tres de ellos les vienen a buscar. No entiendo lo que está sucediendo. Pienso que quizás fue necesario para romper el encantamiento con el que llegaba. Poco tiempo después logro detener un coche. Invito al otro joven que queda a mi lado para que me acompañe. Así compartimos los gastos del trayecto. Subimos al carro. Hay atasco en la carretera, un calor insoportable, y un hambre atroz me acompaña. En el camino descubro que mi compañero es suizo, que ha dirigido un largometraje y que esta es su primera visita a Cannes. Somos dos incautos en una carretera.

Media hora más tarde llego al hotel. Esperando por mí está una de las responsables del jurado, Isabelle. Me indica que a las 5:30 pm hay que estar listo en el lobby junto al resto del jurado para pasar por la alfombra roja, y que seremos los primeros en llegar a la gala inaugural, que comenzará a las 7:30 pm.

A los pocos minutos de marcharse Isabelle llega Astrid, la persona con quien me escribo desde un principio. Me entrega los viáticos previstos, a la vez que me invita a un almuerzo en un restaurante cercano. Al rato llegamos al lugar, que tiene un nombre que me da gracia, Bobo Bistro, y que está repleto de comensales. Los camareros se mueven a velocidades vertiginosas entre las mesas, a la vez que no falta en cada uno el toque de amabilidad y la sonrisa. Poco después se suma al almuerzo Éric Caravaca, actor y director francés, uno de mis compañeros del jurado. Éric habla muy bien español. Hacemos rápida empatía y al final del almuerzo no permite que pague la parte de la cuenta que me corresponde. Los cubanos siempre con las manos atadas a los bolsillos.

Descanso un rato y a la hora señalada estoy listo. Espero por mis compañeros del jurado, que van llegando poco a poco. Antes de partir nos hacemos la foto del grupo y nos vamos felices hacia la alfombra roja del Grand Théâtre Lumière. Romane Bohringer, la actriz del jurado, acapara el interés de los fotógrafos. Mientras desfilamos, la voz de un narrador se escucha por los altavoces, pronuncia nuestros nombres a la vez que marca con énfasis el ritmo del desfile de estrellas.

Esta es mi cuarta vez en Cannes, y la primera que asisto a una inauguración. Lo cierto es que no me impacta. La encuentro políticamente correcta, pero poco atractiva. El actor francés Édouard Baer conduce la gala, planeada como homenaje a Agnès Varda. La silla de la directora está en el escenario. En su monólogo de presentación, acompañado por un acordeonista, Baer dispara con ironía algunos parlamentos: "El cine es el cine, es estar juntos, salir (...) en lugar de solo comer pizzas mientras se mira Netflix". La escenografía es sobria, a la izquierda del escenario hay un piano de cola listo para que la joven cantante belga Angèle se acompañe a ella misma interpretando con desigual afinación Sans Toi, la canción que Michel Legrand hizo para Cleo de 5 a 7, el filme de Varda. Extraño que el director del Festival no pronuncie el discurso inaugural. Lo hace en su lugar el presidente del jurado, Alejandro González Iñárritu, que tiene el buen gusto de hacerlo en su lengua materna, y aprovechando la tribuna, hace declaraciones contundentes sobre el gobierno de Trump y el muro que pretende construir en la frontera con México, y lo califica de "equivocado, cruel y peligroso", y añade más: "Gobiernan con toda su ira y rabia, escribiendo ficciones y haciéndole creer a la población que son ciertas. Algo similar está ocurriendo en casi todas las fronteras del mundo".

Como cierre de la ceremonia entran a escena los actores Charlotte Gainsbourg y Javier Bardem, ambos saludan al presidente del jurado, sentado junto a sus compañeros a la derecha del escenario, y unen sus voces para declarar abierto el 72 Festival de Cine de Cannes, el tercer festival de cine más antiguo del mundo (1946), detrás de Venecia (1932) y Moscú (1935).

Corresponde a continuación la presentación del filme de apertura. Debemos aún esperar media hora. Hay que desmontar el escenario que ha sido preparado para la gala.  

The Dead Don’t Die, de Jim Jarmusch, es el filme escogido. Trato de descifrar la razón. Escucho varias opiniones y ninguna logra convencerme. La película de Jarmusch pienso que será más admirada por los cinéfilos eruditos que deliran ante el hecho de que algún director renombrado recicle películas clase B; y menos admirable para los desinteresados en películas de zombis, como yo. Los monstruos de Jarmusch se mueven casi exactamente igual a los de Night of the Living Dead, la mítica película de zombis de George A. Romero, que inicia esta saga. Con tímidos y respetuosos aplausos concluye la proyección. Al terminar pienso: "esta vez Jarmusch no vuelve para la clausura".

Vamos a la fiesta inaugural. Es una cena montada en una carpa ubicada a unos pocos metros de la salida del cine. Espectacular comida, hermoso lugar iluminado con elegancia, y como contraste el terrible cansancio que me acompaña y que amenaza con derrumbarme. Tomo el café al concluir la suculenta cena y me marcho solo al hotel. Así termina mi primera noche en Cannes 2019, un poco más cerca del cielo y de sus estrellas.

Miércoles, 15 de mayo

Amanece Cannes con 17 grados. Por suerte traje la chaqueta que siempre me acompaña para soportar el frío de los aviones y los aeropuertos.

Decido levantarme temprano para ir a las oficinas del Mercado, que están en el sótano del Palais des Festivals. Es el primer día y se nota poco animado. La atmósfera que siento es bien diferente de la que encontré en mi primer viaje en 1996. Es lógico, el Mercado y yo no somos los mismos.

Como nuestro jurado tiene que evaluar los documentales que están participando en todas las secciones competitivas de Cannes: Sección Oficial, Quincena de los Realizadores y Semana de Internacional la Crítica, nos han entregado credenciales para todas ellas. Solo las proyecciones que se realizan en el Grand Théâtre Lumière, donde programan los filmes de la Sección Oficial, necesitan entradas. Mañana a primera hora pienso ir a ver el filme brasileño que está en concurso.

Estoy muy pendiente de la hora. No puedo demorar, porque el jurado está invitado a un almuerzo en la sede de la Semana de la Crítica. Me queda poco tiempo.

Voy a buscar la entrada para el filme brasileño y al instante la recibo. No se puede negar que este festival funciona como la maquinaria de un reloj suizo. Todo está previsto. Y lo que no está, es imposible que acontezca. No existe. En alguna publicación leo que el staff permanente del festival, que tiene sus oficinas en París, está conformado por 109 personas, al que se suman durante la celebración del evento otras 865. Cifra en la que debe estar incluido el impresionante cuerpo de seguridad que hace inexpugnable el acceso a sus instalaciones sin las credenciales indicadas.

Nos vamos a la playa. Fuerte contraste cuando nos vemos frente al mar con los abrigos puestos. Después decido ir a ver la película colombiana Litigante, de Franco Lolli, que inaugura la Semana de la Crítica. Le comento mi plan a Éric y se suma, y de paso él convence al resto del jurado para que venga a la proyección. Antes de comenzar la película, Charles Tesson, director artístico de la Semana de la Crítica, informa al público de la presencia del jurado L’Œil d’or en la sala. Cuando me nombra, agrega que soy el director del Festival de Cine de La Habana, que es un festival magnífico, y entonces el público aplaude y yo me emociono.

Me gusta mucho el filme del director colombiano. Es bien diferente de su ópera prima, e igual de bueno. Al finalizar la proyección, el gran documentalista norteamericano Ross McElwee, compañero del jurado, me agradece el haber recomendado el filme porque él jamás hubiera ido a verlo sin mi sugerencia.

En la tarde nuestro jurado se vuelve a encontrar, esta vez para ver el primer filme de nuestro concurso. La película que veremos es la siria For Sama, de Waad Al-Kateab y Edward Watts. Una obra temeraria, descarnada, y brutal en la forma de tratar la guerra y sus destrozos. Quedamos impactados.

A la salida cada uno va por su lado. Éric y Yolande Zauberman, la presidenta del jurado, van a ver el filme brasileño del concurso. Yo lo veré mañana. Entonces me uno con Ross y su esposa para ir a cenar en un agradable restaurante bien próximo a la sala Du Soixantième, donde recién acabamos de ver nuestro primer filme, y así acostarme temprano, porque mañana mi jornada será larga.

Sábado, 18 de mayo

No escribo notas ni jueves ni viernes. Voy de un lado a otro y trato de aprovechar la oportunidad de estar aquí y no perder nada que me interese. Es sábado y continúan las temperaturas bajas en Cannes. Despierto, y salgo corriendo para ver en un pase de prensa el filme Dolor y gloria, de Pedro Almodóvar, al que muchos de antemano le conceden la Palma de Oro. Ayer fue la premier y el público la ovacionó por más de diez largos minutos. El cine donde estoy se repleta, queda gente fuera, entre ellos Romane.

Comienza el filme y no han pasado quince minutos cuando se detiene el proyector. ¡Uf, hasta en Cannes suceden estas cosas! Cuatro minutos después, continúa. Acá todos los aspectos técnicos y logísticos están previstos. Y las sorpresas están contempladas. Es probable que la sala cuente con otro proyector acoplado al mismo servidor.

Dolor y gloria es la mejor obra de Almodóvar desde Volver. Antonio Banderas es fuerte candidato al premio del mejor actor; igual están bien en sus más breves roles Penélope Cruz y Leonardo Sbaraglia.

Leo en El País una buena entrevista a Pedro Almodóvar que de inmediato posteo en mi página de Facebook y logra rápido impacto entre mis amigos. En una de sus respuestas Almodóvar dice algo que a mi juicio explica el poco éxito de sus últimas obras: "He reducido tanto mi vida que, aunque estoy al tanto de la realidad española, no controlo los pequeños detalles de la vida de los españoles, sobre todo de las generaciones que no son la mía. Debería documentarme porque ya no sé cómo son". Después de leer entiendo mejor su último filme. Acierta, porque habla de sí mismo.

En la tarde vemos dos filmes de nuestro concurso. El primero, Que sea ley, de Juan Solanas, es un alegato sobre la lucha a favor del aborto en Argentina. Al llegar a la sala donde se proyecta, descubrimos que está repleta de gente, sobre todo argentinos, hombres y mujeres. Han venido en su mayoría desde Buenos Aires a Cannes para apoyar el documental. Abanican pañuelos verdes, y dan gritos de alegría, repiten y repiten el título del filme: ¡Que sea ley!, ¡Que sea ley! Thierry Frémaux, director del Festival, presenta el documental ante la audiencia. Lo hace en perfecto español y con un sincero sentimiento amistoso hacia el pueblo argentino y de solidaridad con la causa que el filme defiende.

Casi a continuación vemos en la sala Buñuel, ubicada en el quinto piso del Palais des Festivals, el documental Forman vs. Forman, de Helena Treštiková y Jakub Hejna. Es un documento de singular valor y está hábilmente estructurado. Es el propio Milos Forman quien, por medio de un inestimable material de archivo familiar, nos relata gran parte de su historia cinematográfica y personal.

Al finalizar la proyección, el jurado se reúne con otros amigos para cenar en un restaurante bien cerca del hotel. Después me marcho con Éric a la fiesta de la película francesa Alice et le Maire, de la cual es productora su compañera. Divertida fiesta que me viene muy bien para relajar tensiones.

Domingo, 19 de mayo

Amanece Cannes con frío y lluvia. Tomo un paraguas prestado en la puerta del hotel y salgo disparado para ver a primera hora de la mañana el filme rumano La gomera, de Corneliu Porumboiu. Me recuerda un buen filme noir francés de los años sesenta. Es el cuarto de la sección oficial que he visto y noto en tres de ellos elementos sustanciales de cine de género, pero este revierte los códigos con maestría para convertirse en un filme tan potente y brillante como contemporáneo.

A las cinco de la tarde el jurado se reúne para hacer un primer corte. Como necesito traductora, decido ser el primero en intervenir. Todos escuchan con atención. Discutimos título a título, y me convierto sin haberlo previsto en el punto de referencia de mis compañeros, ya fuera para sostener o para negar mis argumentos. Ahí cenamos, discutimos los filmes, nos conocemos mejor y acordamos que cuatro de los documentales pasan a la discusión final.

Leo en The New York Times en español una entrevista a Alejandro González Iñárritu que comparto de inmediato en Facebook. Es lo más lúcido que he encontrado sobre la industria del cine y las nuevas plataformas de exhibición: "El camino fácil ha sido culpar a Netflix. Mi punto es que Netflix no tiene nada de malo. Netflix está aprovechando la falta de diversidad en los cines y lo está poniendo en la televisión… Todos están preguntándose cómo ganar más dinero y hacerlo de manera más veloz".

Creo que Iñárritu tiene sus ideas bien claras, y es importante que aproveche que está de presidente del jurado de Cannes para expresarlas. Y aquí viene una inquietud que me asedia desde hace un tiempo. La desconexión entre los festivales de cine, y la realidad de la distribución y la exhibición. Es terrible conocer que solo el uno por ciento del cine que se produce se exhibe posteriormente en las salas cinematográficas, y que el resto de los filmes apenas logran exhibirse en las plataformas online, con la excepción de países como Francia, que gracias a sus leyes proteccionistas logra que el ochenta porciento de las películas que se presentan en Cannes, por ejemplo, sean exhibidas en las salas.

La jornada de trabajo de este domingo aún no termina. A las diez de la noche partimos vestidos de gala para ver en el Grand Théâtre Lumière el documental Diego Maradona, del director británico Asif Kapadia, cuyo principal mérito radica en ofrecer un perfil justo y equilibrado del polémico astro del fútbol, de su ascenso y caída. Lo logra sosteniendo un pulso narrativo intenso que no decae en el desarrollo del metraje. Maradona no asiste a la presentación, pero su ausencia no menoscaba el torrente de aplausos que se escucha al finalizar la proyección.

Martes, 21 de mayo

Mi jornada de proyecciones es exitosa. Comienzo por el filme español O que arde, el tercer largometraje del director gallego Oliver Laxe, a quien conocí en Madrid en 2011 cuando estrenó en la sala Berlanga su ópera prima, Todos vós sodes capitáns. El nuevo filme de Laxe es muy superior a su primera obra, y tiene una potencia visual que lo magnifica.

En las primeras horas de la tarde veo junto con mis compañeros del jurado La passione di Anna Magnani, de Enrico Cerasuolo. La increíble fuerza de su protagonista perdura en mi retina. Terminada la proyección salgo aprisa para ver A Vida Invisível de Eurídice Gusmão, de Karim Aïnouz, uno de los filmes que más me interesa en este festival. Para mi sorpresa es un melodrama con todas las de la ley, y se asume así con todo riesgo. En la última media hora del metraje aparece ese genio de la actuación que es Fernanda Montenegro. A partir de ese instante me dejo arrastrar por la emoción y lloro sin intentar evitarlo. Espero que el filme de Karim esté entre los premiados. Será sin duda uno de los platos fuertes del Festival de La Habana 2019.

En la noche ceno con un nuevo amigo alemán, Ralf Wenzel, que comienza a dar pasos interesantes y sólidos en la industria del cine. No seguí de rumbantela hasta más tarde, porque a la mañana siguiente pienso levantarme temprano para la proyección de Parasite, de Bong Joon-ho, el filme sudcoreano del concurso. Pero al final no me levanto. Mi cuerpo exige más descanso y no logro despertar hasta las 9:30 am.

Miércoles, 22 de mayo

Me asomo al balcón del cuarto. El día está nublado. Casi seguro que el calor llegará a Cannes un día después de que nos marchemos.

Hoy tendremos una sola proyección de nuestro concurso. Es un documental producido por Leonardo DiCaprio para HBO, Ice on fire. DiCaprio llegó a Cannes el domingo pasado para la presentación de Once Upon a Time in Hollywood de Quentin Tarantino, la película más esperada del festival. Más de quinientos acreditados quedaron en la lista de espera optando por una entrada que no obtuvieron, entre ellos nuestro jurado y otros dos centenares con entradas se quedan sin asiento en el Grand Théâtre Lumière, que dispone de 2 309 butacas.

Ante una salva de aplausos entra al escenario DiCaprio y la directora del documental. Son recibidos allí por Frémaux, quien hace la presentación del filme. Ice on fire es un documental serio por la profundidad de la investigación que lo sustenta, pero didáctico y reiterativo en su discurso. Está programado en Cannes, a mi juicio, por dos razones fundamentales. Por el tema que trata, las preocupaciones más que alarmantes que se están generando en el planeta por el cambio climático, y por ser el proyecto personal de un astro del cine, como es DiCaprio, involucrado en un tema como este.

Horas antes he visto Matthias et Maxime, de Xavier Dolan, el octavo que dirige a sus recién cumplidos treinta años. Talento de Quebec, pero mimado en Cannes desde su primer filme, que hizo a los diecinueve años, tiene por ello seguidores y detractores en proporciones iguales. No soy un espectador particularmente afectivo con el cine de Dolan, pero esta película me gusta por su sinceridad. Al final, una larga ovación confirma que mi estado de ánimo no está muy alejado del sentimiento del resto del público. Más tarde leo varias críticas en los diarios españoles y argentinos que la despalillan, a la vez que los medios franceses y norteamericanos son más elogiosos y benévolos con el filme. Posiciones encontradas. No creo que esté en el palmarés.

Jueves, 23 de mayo

En la mañana veo el filme ruso Once in Trubchevsk, de Larisa Sadilova. Es la historia de dos parejas en la Rusia rural contemporánea. Una comedia dramática con tono levemente humorístico. Bien dirigida y actuada, pero intrascendente. No alcanzo a comprender qué hace en este concurso.

Al terminar la proyección vuelvo a dar un paseo por las oficinas del Mercado. En dos días concluye el Festival de Cannes y desde el martes pasado gran parte de los compradores partieron.

Tengo particular interés en lo que acá está sucediendo. Indago, leo en publicaciones especializadas que salen a diario. Los organizadores del Mercado han informado que este año alcanzaron la significativa cifra de 12 527 acreditados, y que las operaciones de venta superaron las del año anterior. No obstante este marco de optimismo, un grupo de los comentarios llaman mi atención. Las plataformas han tenido notable presencia en el mercado de Cannes, pero la batalla por las ofertas de compras se han centrado solo en un grupo de títulos, por lo general los que tienen mayor potencial para iniciar la carrera hacia el Óscar. Las plataformas son el nuevo paradigma, pero no contemplan la diversidad, no son una alternativa real para la mayoría de las películas de autor que no van a las salas. Valen estas sentencias para continuar reflexionando sobre el tema.

En la tarde vemos el último filme de nuestro concurso, Cinecittà, i mestieri del cinema Bernardo Bertolucci: No end Travelling de Mario Sesti. Nada que nos haga modificar nuestra lista de posibles candidatos.
Una hora después estamos reunidos para deliberar en la suite de Yolande Zauberman. Ahí comemos mientras decidimos. El clima de la reunión no puede ser más cálido, profesional y amistoso. Nunca antes estuve en un jurado con personas tan brillantes y tan normales. Llegamos al acuerdo de otorgar dos premios y dos menciones compartidas.

Entonces decidimos irnos a celebrar a una fiesta que se organizaba en la playa, en la sede de la Quincena de los Realizadores. Llegamos y hay mucha gente. La música es muy buena, está pensada para bailar y se baila con gusto y desenfado. Hay barra libre y una multitud de personas abraza el mostrador en varios anillos impenetrables, lo que hace muy difícil tomar una simple cerveza. Lo intento por varios lugares, imposible. En el interín bailo un poco con aquella música contagiosa y al rato, ya frustrado por la sed, decido marcharme.
Ahí me siguen Yolande y Éric. Nos vamos al Petit Majestic, lugar que conocía desde mi primer viaje a Cannes.

Nos sentamos en una mesa dentro del bar y al rato llega Romane. Volvemos a conversar sobre los premios que acabábamos de acordar y arribamos a la conclusión de que otorgar dos premios y dos menciones es desproporcionado. Entonces nos radicalizamos y decidimos entregar un solo premio y ninguna mención. Son las tres de la mañana y el bar está a punto de cerrar. Llegan otros amigos de Yolande y Romane. Aprovecho y me marcho al hotel sin despedirme temiendo que mis compañeros alarguen la noche de fiesta, como efectivamente sucede.

Viernes, 24 de mayo

Es un día triste, mi madre hoy cumpliría años. Es también mi último día activo en el Festival de Cannes de 2019. Mañana me iré temprano y no estaré para la ceremonia donde se anuncian nuestros premios. Todos me preguntan por qué me marcho. Necesito volver a casa, me esperan. Llevo tres meses viajando de un lado para otro y estoy agotado. La oficina también está un poco abandonada por mi parte.

Son las diez de la mañana y tengo un WhatsApp de la coordinadora del jurado. Me pide que suba pronto a la habitación de Yolande a una reunión. Volvemos a conversar sobre los premios. Una lúcida intervención de Ross nos lleva a recapacitar y decidimos compartir el premio (2).

Salgo corriendo para ver Il Traditore de Marco Bellocchio, que no quiero perderme. Y por suerte supera mis expectativas. Tengo una entrada para ver a continuación It must be Heaven, el filme de Elia Suleiman, director que admiro, pero necesito descansar. Durante estos días he dormido muy pocas horas. Intento recuperar fuerzas para llegar despierto a la última película de la noche y de ahí pasar a la cena a la que nos han invitado el presidente y el director del festival.

La cena es fantástica, un menú tan exquisito como el del día inaugural, y resulta una reunión más cálida porque la gran mayoría de los invitados son artistas. Están presentes algunos mitos vivientes del cine, como Catherine Deneuve y Quentin Tarantino; y jóvenes y renombrados directores como Nadine Labaki y Xavier Dolan. No asiste ninguno de los miembros del jurado principal. Quizás están aún deliberando, o el Festival prefiere tenerlos alejados del resto de los mortales hasta hacer público el palmarés. En esta cena encuentro a Gael García Bernal, que presentó Chicuarotes, su segundo largometraje como director, y está también Michael Moore. A la derecha del director del Festival está sentada Chiara Mastroianni, recién ganadora del premio por la mejor interpretación por Chambre 212, de Christophe Honoré, programada en Un Certain Regard; al otro lado de Frémaux, Tarantino.  

Y así culmina mi estancia en Cannes, en esa extraordinaria cena donde encontré también a los directores Lisandro Alonso y Ciro Guerra, jurados al igual que yo, de Un Certain Regard y de la Semana de la Crítica, respectivamente. Estábamos los tres felices porque los filmes latinoamericanos en nuestros concursos habían vencido. Otra felicidad fue reencontrar a Karim Aïnouz, y abrazarlo por su premio. En la cena también estaba otro premiado, Óliver Laxe, a quien felicité e invité a La Habana.

Termina la cena y esta vez no espero por el café. Me marcho sigiloso. A la salida coincido con Yolande y juntos nos vamos al hotel alegres por habernos conocido y porque cumpliremos el pacto. El jurado en pleno estará en diciembre en La Habana.

Cannes, mayo, 2019

(1) Iván Giroud fue miembro del jurado del premio documental L’Œil d’or (Ojo de Oro), en 2019. El L’Œil d’or premia desde 2015 al mejor documental presentado en alguna de las secciones del Festival Internacional de Cine de Cannes. (Nota de edición).
(2) El jurado L’Œil d’or entregó su galardón a Para Sama (Waad Al-Katead, Siria-Estados Unidos) y La cordillera de los sueños (Patricio Guzmán, Francia-Chile). (Nota de edición).



Descriptor(es)
1. FESTIVAL DE CINE

Web: www.revistacinecubano.icaic.cu/wp-content/uploads/2020/12/RCC-206-207.pdf