FICHA ANALÍTICA

Conga con tumbadoras y quenas: ¡la escuela del Gabo festeja!
Castillo Rodríguez, Luciano (1955 - )

Título: Conga con tumbadoras y quenas: ¡la escuela del Gabo festeja!

Autor(es): Luciano Castillo Rodríguez

Fuente: Revista Digital fnCl

Lugar de publicación: La Habana

Año: 6

Número: 7

Mes: Diciembre

Año de publicación: 2021

Transcurrieron treinta y cinco años desde aquel atardecer en que, con el olor a pintura fresca y vegetación recién sembrada, en la finca San Tranquilino, a escasos kilómetros de San Antonio de los Baños, al sureste de la provincia de La Habana, los asistentes a la octava edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, participaran en el acto de inauguración de la Escuela Internacional de Cine y Televisión, presidido por el Comandante en Jefe Fidel Castro. En sus palabras de apertura —«Trabajadores de la luz»—, el santafecino Fernando Birri daba lectura al Acta de Nacimiento de la Escuela, firmada por el Comité de Cineastas de América Latina, la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano (creada un año antes en los fragores del Festival) y todos los integrantes de un centro docente, en el que el certamen de La Habana adquiere la función de Festival-aula. 

Este espacio anual de convergencia de los cineastas de toda Latinoamérica, sirvió en años anteriores para reuniones que precedieron a la gestación de ese «Centro de producción de la imagen global audiovisual», destinado a la formación de «cineteleastas». Desde siempre, el ICAIC permaneció con las puertas abiertas a cuanto creador latinoamericano llegara con sus rollos a cuestas para terminar en sus moviolas obras de imposible conclusión en sus países de origen; otros, hallaron en las bóvedas de la Cinemateca la posibilidad de preservar imágenes antológicas que cualquier dictadura se habría jactado de hacer desaparecer.

Glauber Rocha venía con innumerables latas de celuloide para terminar su Historia de Brasil; el andino Jorge Sanjinés editaba en medio del tórrido calor habanero su Yawar Mallku; una locación habanera rememoraba un centro de torturas de Santiago de Chile en Prisioneros desaparecidos, de Patricio Castilla, mientras su coterráneo, Patricio Guzmán, veía cómo cobraban cuerpo las imágenes de la trilogía documental La batalla de Chile en el céntrico edificio de la calle 23, por apenas citar algunos. La mano solidaria tendida por el cine cubano, tornó posible en no escasa medida la utopía del cine de esta América nuestra, tierra de rebeldes y de creadores, al decir de nuestro Martí. Ese viejo sueño de contar con una escuela para la formación de los profesionales del Nuevo Cine Latinoamericano y que no tuvieran que matricular forzosamente en academias de Europa o Estados Unidos, se tornaba, finalmente, en una tangente realidad.

Chispazo definitivo representó aquella llamada telefónica con la que Julio García Espinosa, presidente del ICAIC y del Festival en estos años, despertara a Birri en una madrugada de aquella Roma que años atrás recorrieran junto a Titón cuando, enfebrecidos por el influjo neorrealista, estudiaban en el Centro Sperimentale de Cinematografía. En el séptimo Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, Fidel Castro había sido receptivo a una serie de ideas sobre la creación de la Escuela, y el decisivo impulso inicial, fue inmediato: el gobierno cubano donó el terreno, las instalaciones y el equipamiento primario para cimentar aquellos sueños compartidos por tantos cineastas del continente.

Aparecía, en palabras de Birri, su primer director, en el horizonte internacionalista de esta comuna audiovisual «sobrenombrada Escuela de Tres Mundos»: «Esta Escuela se construye con bloques de cemento prefabricados, pero no con ideas prefabricadas. Esta escuela es una escuela de formación artística: y en Arte, la libertad ante todo», se precisaba en aquella ceremonia inaugural de la entidad educacional surgida con la no escolástica como piedra angular de su trabajo.

El proyecto docente de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, presidida por Gabriel García Márquez, cobraba vida como una organización no gubernamental. Como precisara en alguna ocasión Julio García Espinosa, su fundador y sexto director: «No es solo un Proyecto Docente, es también un Proyecto de Vida. En ella estudiamos mientras nos descubrimos. No es una Escuela que minimice la técnica pero no es una Escuela tecnocrática, es una Escuela que propicia el desarrollo del talento, que se pretende como fábrica de energía creadora.» Apenas siete años bastaron para cimentar su prestigio y en mayo de 1993, el 46. Festival de Cannes le otorgó el Premio Rossellini, como una de las mejores Escuelas de Cine del mundo. En sus aulas y otros espacios han impartido clases, talleres y conferencias creadores tan notorios como Ettore Scola, Costa-Gavras, Mrinal Sen, Jean-Claude Carrière, Francis Ford Coppola, István Szabó, Peter Greenaway, Steven Spielberg… en una interminable sucesión de nombres prominentes del cine contemporáneo.

Desde entonces, de este «buque insignia del realismo mágico» —como la definió un periodista español al situarla en 1999 junto a la de la Universidad del Sur de California, la de la Universidad de Nueva York y la mítica FEMIS parisina, entre las cuatro escuelas de cine más importantes del mundo—, se formaron en sus aulas varias generaciones de «cineteleastas» del continente. Desfilan por ellas o por cualquier pasillo donde se concretan proyectos de toda índole, disímiles cineastas en activo tan prestigiosos que mencionar algunos nombres, sería injusto con el resto de quienes cada año conceden siempre un privilegiado lugar en su agenda a convivir con los estudiantes en San Antonio de los Baños, uno de los pueblos más filmados del mundo.

No pocos egresados atesoran una trayectoria significativa, como realizadores de laureados largometrajes o cortos de ficción y documentales; editores, fotógrafos, sonidistas, productores o guionistas, por mencionar algunas de las especialidades cursadas en una Escuela, que retomó en el curso 2005-2006 su tercer año, en aras de una formación más integral aún. Algunos se alzaron con premios Coral en el Festival que, diciembre tras diciembre, los acogía en su aula; no faltan los que el certamen convoca para integrar los jurados, los nuevos estudiantes concursan con sus trabajos, en un proceso indetenible.

Con esa innata vocación de fundador, al cabo de dos décadas de existencia de «la Escuela del Gabo», gestada como resultado de un parto colectivo que demoró muchos años en la etapa que presidiera el ICAIC y el Festival de La Habana, García Espinosa escribió: «Cuando se inauguró la EICTV el Gabo nos dijo: “Ustedes pueden ser los desempleados más caros del mundo”. Desde entonces tratamos de que sus palabras no sean verdad».

Aquella tarde de 1986, vestido con el overol azul que uniformaba a los de «la Escuela», Birri expresó que todos estaban en presencia del «resultado de necesidades, experiencias y reflexiones críticas y autocríticas durante treinta años del Nuevo Cine Latinoamericano». Esta Escuela-Atípica, «central productiva de energía creativa para imágenes audiovisuales. (Una fábrica del ojo y la oreja, un laboratorio del ojo y la oreja, un parque de atracciones del ojo y la oreja)», prosigue su incansable formación de cineastas latinoamericanos, aún cuando el aporte sea extensivo a Asia, África y Europa. Ante el incierto panorama de las cinematografías de sus respectivos países, algunos tienden a integrarse a las de otros desarrollados como España, donde son tan cotizados los profesionales forjados en la, para muchos mítica, escuela de San Antonio de los Baños, que no es raro encontrar sus nombres tanto en los créditos de importantes filmes, como en las listas de los premiados con el Goya de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas.

El director del clásico Tire dié —quien otorgaba poesía a todo cuanto tocaba—, describía en estos términos el entorno del surgimiento treinta y cinco años atrás: «Rodeados por el azul turquesa del Caribe, azul turquesa, bajo la luna creciente, náufragos de la Utopía, salvados de un mundo de injusticia imperial y de demencia atómica».