FICHA ANALÍTICA

Educación, medios masivos de comunicación y formación política
Torres, Ailynn

Título: Educación, medios masivos de comunicación y formación política

Autor(es): Ailynn Torres

Fuente: Revista Digital fnCl

Lugar de publicación: La Habana

Año: 4

Número: 5

Mes: mayo

Año de publicación: 2013

La educación es un acto profundamente político, nos recordaba desde hace décadas Paulo Freire. Mucho antes, Marx expresaba una idea concomitante en El manifiesto comunista: «Todas las clases que en el pasado lograron hacerse dominantes trataron de consolidar la situación adquirida sometiendo a toda la sociedad a las condiciones de su modo de apropiación».1 Desde el marxismo, el concepto de apropiación apunta al proceso complejo en el que los seres humanos, al producir su mundo, se producen a sí mismos y producen su subjetividad; nos remite entonces al proceso de producción de la subjetividad humana, de su auto-producción. En ello, sin duda, la educación2 tiene un papel esencial. Los modos en que ella tiene lugar habitualmente, reproduce las relaciones objetualizantes que, desde la Ilustración, han caracterizado los procesos educativos3 y reproducido los modos de apropiación de la realidad funcionales a los mecanismos de dominación de las clases detentadoras del poder.

Volvamos entonces al comienzo: la educación es un acto profundamente político, y lo es como forma de intervención en el mundo, que implica tanto el esfuerzo de reproducción de la ideología dominante como su desenmascaramiento.4 Hacer de la educación parte de la construcción de alternativas sociales progresistas, y con ello parte del proceso de desenmascaramiento de las teologías hoy dominantes, solo es posible si intervenimos en los procesos educativos des-objetualizando las relaciones interpersonales en las que se ha sustentado, e intencionamos que la educación devenga proceso en el que los hombres y mujeres, interactuando con sus condicionamientos materiales y transformándolos, se transformen a sí mismos,5 es decir, haciendo más democráticas las prácticas y los mecanismos de decisión en el ámbito educativo.

Como la educación, la cultura6 es también política. Desde los estudios críticos en Ciencias Sociales, encontramos en la producción de Gramsci la inclusión de la cultura como eje articulador de los procesos sociales de dominación y resistencia, y en el desbloqueo, desde el marxismo, de la cuestión cultural.7 Ello se sintetiza en el concepto gramsciano de hegemonía, el cual permite el traslado en el análisis de las instituciones al tejido de las relaciones sociales donde se produce el consenso, y donde los individuos adquieren valores, ideas y normas que «conformarán su actitud ante la vida, que otorgarán el sentido que tendrán los distintos fenómenos sociales con los que interactúan y que los llevarán a aceptarlos, entenderlos como legítimos y naturales, o a rechazarlos». La visión de los procesos culturales resultado de la obra de Marx y Gramsci, permite contextualizarlos históricamente y entenderlos en el marco de las contradicciones de clase de cada formación sociocultural.

En el contexto mundial actual, entender la cultura desde esta dimensión resulta, cuando menos, vital. Los procesos neoliberales a los que asistimos no forman parte únicamente de un modo de concebir las relaciones y funciones del Estado y las relaciones económicas, sino que también dan cuenta, sobre todo, de un modo de concebir las relaciones sociales y su reproducción. En el neoliberalismo, es construida una visión del mundo y de los sujetos sociales que lo han hecho ver como la alternativa a la precariedad de nuestras naciones latinoamericanas y a las urgencias reformadoras del continente entre las décadas de 1980 y 1990.9

 ...como configuración cultural que excede un tipo de gobierno o de política económica, el neoliberalismo incidió (e incide) en los modos en que el mundo es narrado, en los sentidos adjudicados al pasado y al futuro, en las características de los proyectos intelectuales, las prácticas de la vida cotidiana, la percepción y el uso del espacio, los modos de identificación y acción política.10
¿Cómo incide?: A través de los procesos de socialización de los individuos y grupos sociales; procesos que comienzan en la más temprana infancia y se mantienen durante toda la vida.

En el caso de la infancia, esta tarea siempre ha estado a cargo de múltiples instituciones sociales, una de las cuales alcanza un carácter hegemónico: lo fueron las iglesias en épocas anteriores —hoy siguen teniendo importancia, pero, salvo casos excepcionales, perdieron tal prioridad—, luego ha sido el «aparato escolar», y, junto con él, un creciente sector de estudiosos no vacila en considerar que son los llamados medios masivos de comunicación los que van ocupando este lugar en la actualidad.11

Más allá de establecer jerarquías entre este o aquel agente socializador, lo innegable es la importancia cada vez más notable de los medios de comunicación en los procesos educativos, quienes devienen legítimos agentes socializadores.

El análisis del vínculo entre educación-cultura-política y la remisión a los procesos comunicativos mediáticos, resulta uno de los imperativos en la búsqueda de caminos posibles para la transformación social y la gestación de una conciencia crítica.

La comunicación en la cultura y en lo político
Con el advenimiento de los medios de comunicación, los cambios en nuestras sociedades han sido innegables, en principio vistos como democratizadores de la cultura,12 los medios han venido a formar parte importante para el entendimiento de lo social y lo político, y su estudio, constituye un eje transversal de análisis recurrente en la producción de las Ciencias Sociales en el continente, interrelacionándose con los más diversos campos de estudio y práctica social.

Su visión, como democratizadores de la cultura, se ha modificado, y hoy forman parte del profundo proceso de reorganización cultural que ha acompañado los notables cambios efectuados en América Latina en las últimas décadas y la mayor precarización de las condiciones de vida de un sinnúmero de grupos sociales.

En nuestro tiempo, el amplio consenso popular del que goza el neoliberalismo y que le permite afirmarse como ideología hegemónica a pesar de su profunda esencia antipopular, tiene un doble nivel de explicación: la que se sustenta en el propio sistema económico y político —que es también, objetivamente, un sistema educativo— y la que se sustenta en la presencia del enorme aparato informativo e ideológico de que disponen las potencias del Norte.13 Sin embargo, el análisis de los medios masivos de comunicación sigue siendo muchas veces instrumental y responde a una lógica difusionista y, por ende, reduccionista, que deja a un lado la idea de que en los escenarios comunicativos (cualquiera que sean) se constituyen espacios de producción simbólica, de constitución de subjetividades, de reconocimiento social, que, sin dudas, han de analizarse en el marco de los estudios de la cultura y lo político, a la vez que forman parte de sus dinámicas.

Por ello, pensar hoy en la transformación política en nuestras sociedades y en la construcción de una hegemonía revolucionaria —solo posible, desde la teoría gramsciana, forjando una ideología pluralista y potenciando a los nuevos sujetos de la democratización social y a las nuevas formas de la política que ellos tendrán que construir—14 necesariamente implica la mirada a los procesos comunicativos, debido a que estas formas de política pasan en nuestros días por la participación real en los espacios de lucha por el poder de la representación, dentro del cual los medios de comunicación ocupan un lugar innegable.

Ello encuentra eco también, por supuesto, en la formación y ejercicio de la ciudadanía, que pasa hoy, indudablemente, por los escenarios de representación mediática, especialmente la televisión:

Lo propio de la ciudadanía hoy es el hallarse asociada al «reconocimiento recíproco», esto es al derecho a informar y ser informado, de hablar y ser escuchado, imprescindible para poder participar en las decisiones que conciernen a la colectividad. Una de las formas hoy más flagrantes de exclusión ciudadana se sitúa justamente ahí, en la desposesión del derecho a ser visto y oído, que equivale al de existir/contar socialmente, tanto en el terreno individual como el colectivo, en el de las mayorías como de las minorías.15
En este sentido, hablar de ciudadanía nos remite en la actualidad, más que nunca, al derecho al reconocimiento social y cultural, y al derecho a la expresión de todas las sensibilidades y narrativas en que se plasma a la vez la creatividad política y cultural de un país.16

La infancia en el escenario social
¿Cómo estos vínculos entre educación, cultura, política y medios masivos de comunicación tienen lugar en la infancia?, ¿cómo ha sido el tratamiento a este grupo social en el análisis de estas temáticas?, ¿qué papel se le concede a los niños en la vida política de nuestras naciones? Muchas más preguntas que respuestas evoca el estudio de estos asuntos cuando se refiere a la infancia. Ellas invitan, sobre todo, a la reflexión y a la praxis social. Las páginas que siguen intentan hilar ideas en torno a ello, e invitar a su profundización especialmente en el contexto cubano.

Cuando se habla de la infancia, muchas veces se cae, bien en su negación en tanto grupo social —es decir, en la pérdida de la especificidad de dicho grupo y su no pertinencia para el análisis social—, o bien se tiende a considerar al niño como objeto de protección, por el hecho de ser «alguien futuro», hombre o mujer, y se trata entonces como un pequeño adulto. En consecuencia, la visibilidad de la infancia como grupo social permanente, con sus propias determinaciones, conflictos, luchas, dinámicas, fortalezas, etcétera, ha sido muy poco tratado en las Ciencias Sociales. Debido a ello, la consideración de la necesidad de reales espacios de participación y ejercicio de la ciudadanía para los niños ha sido, cuando más, escasa.

La idea de combatir el tratamiento de la infancia como «proyecto» implica tanto modificaciones en el ámbito legislativo como en las relaciones estructurales, no solo protegiendo el desarrollo de los niños, sino promocionándolo.

Un modo de promoción es reconocer y legitimizar espacios de participación que democraticen los procesos educativos responsables de la integración de las herramientas, que permiten atribuir significado a los signos de nuestro tiempo.

Se trata (la educación) de un proceso durante el cual aprendemos a dotar de significación a la realidad. A las realidades que giran a nuestro alrededor. Detectar los signos que una sociedad emite de sí misma constituye una de las fascinaciones actuales, pero es el resultado de un proceso educativo, en definitiva, un reto.17
En sentido general, las aproximaciones al mundo político infantil, fuera de la política institucional, es un campo que se encuentra en construcción y ha sido muy poco abordado, hasta tal punto que pareciera advertirse en esta ausencia un desconocimiento con respecto a este grupo en la vida social.

En el caso de los medios, la situación no es otra (a pesar de que los estudios sobre infancia, medios de comunicación y tecnologías de la información y la comunicación abundan), pues explicar sus relaciones con la agencia política infantil es un objeto de análisis marginal en el campo general de estudios sobre medios masivos de comunicación y política. Sin embargo, existen investigaciones que dan cuenta de cómo los medios son generadores de procesos de recepción y formación política en los niños.18

¿Cuáles son los códigos estéticos e ideológicos que están contribuyendo a la formación del sentido común de los niños, a su formación política, humana, etcétera?, ¿a qué códigos hegemónicos responden?, ¿qué implica ello para la concepción y el desarrollo de proyectos sociales alternativos?, ¿cómo se articula ello con los procesos educativos institucionales y con la educación para la ciudadanía?

Los medios masivos de comunicación contribuyen o facilitan el aprendizaje sobre lo político y la política, de tal forma que es posible configurar creencias y comportamientos políticos como consecuencia de un proceso mediado y sistemático de recepción mediática.

El proceso educativo-político del niño le permite adquirir información y desarrollar significados y actitudes que le ayudan a formarse juicios de los objetos, temas, instituciones y líderes políticos, así como del liderazgo o función que ellos ejercen en sus comunidades de significación.19

Hoy día, entender el universo cultural de la infancia y pensar en la formación política, en la formación ciudadana, en el desarrollo de la conciencia crítica, en la construcción de sociedades alternativas y de una hegemonía revolucionaria, implica necesariamente salvar estas lagunas de debate tanto en los campos académicos como en la acción social y política: analizar el mundo político-infantil y los procesos de socialización política en las que se construye, que hoy más que nunca pasa por los espacios de consumo cultural en general y de consumo mediático en particular.

Los medios en la educación
Las relaciones de los medios con la educación ya alcanzan algunas décadas, pero aún no han sido eficientemente exploradas, a pesar de que es un elemento estratégico que apunta a una mirada más integral del funcionamiento de las sociedades y sus procesos formativos.

Hablar de estas relaciones supone abordar varias aristas posibles: las relaciones de la escuela como institucionalidad formal-educativa con los medios, los medios en su función educativa (tanto en la llamada educación formal como la informal) y la educación destinada a optimizar los procesos de consumo mediático.

En primer lugar —si consideramos tanto los medios como la escuela como agentes socializadores— es necesario referir la existencia de la escuela como un mediador importante en el consumo mediático, y también viceversa. Esta mediación se produce no solo en cuanto a los contenidos de «lo escolar» o «lo mediático», sino también a las formas en las que transcurre la apropiación de esos contenidos y las relaciones sociales en las que ella se inscribe.

En este sentido, en la práctica real de la educación institucionalizada, la relación muchas veces es excluyente, y se produce un mutuo desconocimiento de los códigos con que funciona cada uno. Los medios son vistos como un obstáculo para los procesos educativos formales, y predominan, no pocas veces, visiones apocalípticas de los mismos, de modo que la integración escuela-medios constituye aún un reto para nuestras sociedades.

En otros casos, son vistos como «instrumentos» para «complementar» los procesos educativos desde las propias lógicas tradicionales —bancarias, diríamos en palabras de Freire— que nuevamente sitúan al estudiante en una postura expectante frente al conocimiento, y esto es, frente a la vida y los vínculos sociales, frente a la política, frente a la cultura, frente a sí mismo. La figura omnipotente del profesor ahora es reforzada, y por ratos sustituida por la figura omnipotente del medio, al que no se cuestiona, al que se le «cree», y se producen así ciclos de naturalización de las desigualdades, de la exclusión, de la pobreza, y, con ello, la reproducción de las ideologías funcionales a la hegemonía construida por las élites de poder.

Los medios constituyen así una de las conexiones más importantes entre el «aparato educativo» (y los procesos educativos, en general) y la condición macrosocial de los sistemas políticos de nuestras sociedades, y participan en el aprendizaje de creencias, valores, expectativas, prácticas, construcción de proyectos de vida, interiorización de sus papeles en la sociedad, etcétera, y configuran de este modo la proyección social en el marco de lo político. Estos aprendizajes sobre la política y lo político pueden transcurrir tanto de modo directo —en forma de acciones o informaciones explícitamente dirigidas a crear en el individuo una actitud política determinada para que luego sea expresada— como indirecto —dirigidos a encaminar marcos de interpretación valorativos en los sujetos que explícitamente no están relacionados con la política.

Así, en su tránsito por el sistema escolar, los niños se relacionan con el sistema político global muchas veces a través de las conexiones que se establecen, más o menos directamente, entre la institución escolar y los medios de comunicación en el proceso que se ha llamado de socialización política, el cual tiene lugar en la acción cotidiana de los sujetos y es parte estructurante de las culturas políticas.

En otro sentido, la educación destinada a la formación de competencias para optimizar los procesos de consumo deviene central al poner a relieve también el tema de la participación, aspecto muchas veces obviado en relación con la infancia, aunque manido y referido incluso por la Convención de los Derechos del Niño en su artículo 13.20 Esta vertiente de abordaje de la relación escuela-medios, tiene como una de sus ideas centrales la necesidad de situarse en la cultura de los escolares y en la necesidad de los niños de comprender y participar en la cultura de los medios que los rodean.21

Incentivar y promover la recepción crítica de los productos audiovisuales favorece el desarrollo psicológico de los niños, optimiza su interacción con el entorno e interviene directamente en su formación ciudadana, política y humana, debido a que son los medios uno de los principales vehículos de la cultura y la educación.

La construcción de la hegemonía revolucionaria es un acto pedagógico (...). Pero esa relación pedagógica no puede ser reducida a relaciones específicamente escolares (...). No se trata de difundir un conocimiento instrumental entre las masas, sino de universalizar la capacidad de pensamiento crítico.22
A la educación orientada específicamente a la interacción de los niños con los medios de comunicación se le ha llamado educación para la comunicación, alfabetización audiovisual, etcétera. Más allá de las especificidades de cada término, lo común es que se orientan a la optimización, desde los propios medios o desde otros espacios de relaciones sociales, de la interacción de los niños con los medios a partir del aprendizaje de las particularidades del lenguaje audiovisual. La idea fundamental en ello es que la alfabetización en el mundo contemporáneo necesariamente ha de trascender la capacitación básica para la lectura, la escritura y los cálculos aritméticos sencillos, e incluir a un conjunto de capacidades intelectuales que permitan la obtención y procesamiento de la información significativa, dentro de la que se encuentra la de los medios.

A pesar de la evidente necesidad de sincronización y pensamiento estratégico e integral en la educación de los niños, la fragmentación entre las políticas culturales, las políticas comunicativas y las políticas de educación es innegable y muy pocas acciones se implementan en este sentido.

Cualquier política cultural, de comunicación o educativa, debe tener en cuenta las otras dimensiones. Por ejemplo, para hacer una política educativa hay que tener en cuenta la transformación tecnológica y los cambios en la idea de cultura. Lo que pasa actualmente es que cada ministerio va por su cuenta, convirtiéndose así en un feudo de poder político, no hay un acompañamiento. Por otra parte, nuestros gobiernos, y me refiero en América Latina, todavía no han podido asumir las posibilidades de unas políticas que no sean solo hacer leyes y que supongan negociaciones con diversos actores del mundo cultural, político, económico, etcétera. Hacer política es negociar con el actor mercado, pero también con el actor social.23

La participación de los niños en los medios como espacio de educación para la ciudadanía
Una de las perspectivas que con mayor claridad muestra la dimensión de la participación de los niños en los medios, como ya hemos visto, es la de la educación para la comunicación, que potencia procesos de recepción crítica y permite, digamos, «desmontar» sus contenidos y sus modos.

Cuanto más sepan los públicos y los televidentes de la televisión (...) esto es, cuanto más se decante y cualifique su competencia televisiva, serán más activos y participativos en los ámbitos en que la presencia ciudadana se convierte en un factor determinante para robustecer el tejido social de la democracia.24
A su vez, este ha sido uno de los caminos que con mayor fuerza se ha desarrollado en nuestro continente como alternativa a la estandarización de la producción audiovisual.

En Latinoamérica se están desarrollando cada vez más experiencias de educación para los medios para la infancia y la juventud, y quizás con menor presencia, pero también en ascenso, experiencias de creación audiovisual por niños y jóvenes, con el objetivo central de crear espacios de participación social y de educación ciudadana a través de los medios. Sin embargo, aún estas acciones quedan la mayoría de las veces fuera del marco de las instituciones escolares, y se encuentran dispersas y con una evidente desconexión entre ellas.

Además, esta preocupación no ha sido recogida en igual medida por educadores y políticos, y mucho menos por los propios medios como institucionalidad. El tema de la participación constituye también un reto para las televisoras públicas que hoy tienen un auge en muchos países, y que, más que por su estatalidad, se han de caracterizar por responder a los públicos, y, por ello, crear una real participación de los mismos en la conformación, creación y distribución de la oferta mediática.

La inserción de la educación para los medios como parte del currículo escolar, por ejemplo, es un tema muy reclamado en nuestros países y que aún constituye tema pendiente. Hacerlo implicaría una democratización real de los medios al socializar el poder de la representación como una de las vías más útiles para la acción social, y estimularía en los niños el verdadero ejercicio de la participación y el compromiso político.

Sin embargo, es necesario también emprender acciones en otros sentidos y crear espacios y mecanismos de participación de estos públicos en la creación, y lograr que la participación sea, sobre todo, efectiva, es decir, de derecho pero sobre todo de hecho.25 Ello implicaría seguramente conocer sus preocupaciones e intereses, escuchar sus demandas, construir con ellos propuestas que se implementen, hacerlos parte de la evaluación de los resultados de sus propuestas y las nuestras, etcétera.

La aspiración es entonces que los medios de comunicación puedan constituirse como un espacio legítimo de participación social también para los niños, lo cual implicaría concebir a la infancia como parte importante de la sociedad; ello exige su presencia ineludible como partícipes de la creación, e insta a desprendernos definitivamente de la «ingenuidad» que pretende el saber omnipotente del adulto.

En Cuba, el estado de este tema da cuenta de continuidades y discontinuidades en relación con el contexto latinoamericano:26 contamos con una preocupación manifiesta del Estado a favor de la infancia, un sistema de educación institucionalizado dirigido a todos los niños del país y gratuito, una televisión pública que cuenta dentro de su política de programación con objetivos de protección a la infancia y a nuestro proyecto social, y con especialistas de mucha experiencia en el trabajo para estos grupos; con una producción de cine de animación para niños y adolecentes que va en ascenso y cuenta con equipos de creación que combinan la experiencia y la renovación, etcétera. Sin embargo, se hace evidente una notable fragmentación de las políticas y acciones dirigidas a los niños (educativas, culturales, en general, y mediáticas, en particular), un insuficiente conocimiento de las características y particularidades de estos grupos sociales que sustenten la producción audiovisual en general, la no priorización de estos públicos en el destino de recursos materiales y humanos para la producción dirigida a ellos, una programación con predominio de producciones foráneas también dispersas y que, en ocasiones, no responden a los objetivos declarados coherentes con la continuidad y renovación de nuestro proyecto social, desintegración de las investigaciones que se realizan, fragmentación estructural organizativa en la concepción de la producción y la programación, ausencia de espacios y mecanismos reales de participación para niños y adolescentes, y poca intencionalidad en promoverlos, etcétera.

Necesitamos, entonces, repensar también en nuestro contexto lo que sucede con la infancia y con el proceso de socialización de niños y jóvenes y, con ello, implementar acciones encaminadas a la creación de una real cultura de la participación, demanda urgente en nuestra sociedad.

 …esta cultura ha de ser parte del proceso educativo de la población, principalmente de niños y jóvenes, orientada a la formación teórica y práctica de una conciencia cívica basada en la participación. Esta formación, inseparable de una verdadera «formación de ciudadanía», ha de tener como ámbitos privilegiados la familia, las escuelas, los centros de trabajo y los medios de comunicación. De igual lanera, el discurso político privilegiará la participación en todas las prácticas políticas.27
Notas
1 C. Marx, & F. Engels. Manifiesto del Partido Comunista. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales; 1975, p. 41.
2 Entendiendo a la educación no circunscrita solamente a los procesos de escolarización institucionalizados, sino al conjunto de procesos, en el contexto de los cuales —y bajo su condicionamiento— tienen lugar la socialización y la individualización de las personas.
3 J.L. Acanda. «Mediaciones entre educación, ciencias sociales y cambio social». En: Educación Popular y alternativas políticas en América Latina. La Habana: Editorial Caminos; 1999, p. 71, v. II.
4 P. Freire. Pedagogía de la autonomía. Saberes necesarios para la práctica educativa. Buenos Aires: Siglo XXI editores; 2004, p.95.
5 J.L. Acanda. Op. Cit., p. 71.
6 Esta idea lleva implícito un modo de entender la cultura y lo cultural que no lo circunscribe a lo artístico.
7 J. Martín-Barbero. De los medios a las mediaciones. Comunicación, cultura, hegemonía. México: Gustavo Gilí; 1987, p. 97.
8 J. L. Acanda. Sociedad Civil y Hegemonía. La Habana: Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana «Juan Marinello»; 2002, p. 252.
9 A. Hernández. «Neoliberalismo y localismo, ¿una asociación posible de desmentir? Respuesta desde la experiencia cubana». En: C. Linares et al. La participación. Diálogo y debate en el contexto cubano. La Habana: CIDCC Juan Marinello; 2004, p. 79.
10 A. Grimson. «Introducción». En: A. Grimson. Cultura y Neoliberalimo. Buenos Aires: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales CLACSO; 2007, p. 11.
11 J. Martín-Barbero. Op. Cit., p.45.
12 H. F. Martínez. «Medios, Cultura, Dominación y Resistencia». Revista Cine Cubano. (160 y 161): 91; abril-septiembre, 2006.
13 J. Girardi. «Educación popular liberadora, filosofía popular de la liberación y refundación de la esperanza». En: Educación Popular y alternativas políticas en América Latina. La Habana: Editorial Caminos; 1999, p. 19, v. II.
14 J. L. Acanda. Op. Cit., p. 261.
15 J. Martín-Barbero. Claves de debate/Televisión Pública, Televisión Cultural: entre la renovación y la invención. Bogotá: FES-Prometes; 2001, p.5. Recuperado el 14 de mayo de 2008. En: http://www.c3fes.net/ docs/tvpublica.pdf
16 Ibidem.
17 J. C. March C. & M. García. «De forma introductoria». En: J. C. March C. La generación TV. Granada: Escuela Andaluza de Salud Pública; 1994, p. 19-21.
18 A. Ibarra. «La formación televisiva en la agencia apolítica infantil de escolares de Guadalajara», México. Ponencia presentada en el Vigésimo Encuentro El universo audiovisual del niño Latinoamericano, 28 Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, La Habana: 2006.
19 G. Orozco. Televisión y audiencias, un enfoque cualitativo. México y España: Ediciones de la Torre y Universidad Iberoamericana; 1996.
20 Convención sobre los Derechos del Niño. Artículo 13: El niño tendrá derecho a la libertad de expresión; ese derecho incluirá la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de todo tipo, sin consideración de fronteras, ya sea oralmente, por escrito o impresas, en forma artística o por cualquier otro medio elegido por el niño.
21 B. Bustamante, F. Aranguren & R. Argüello. Modelo pedagógico de competencia televisiva. Bogotá: Universidad Distrital Francisco José de Caldas; 2005, p.137.
22 J. L. Acanda. Op. cit., p.302.
23 J. Martín-Barbero. (C. Gayá, & M. Rizo, entrevistadores). La política tiene que cambiar mucho para hacerse cargo de las nuevas dinámicas de la cultura. 3 de diciembre de 2001.
24 B. Bustamante, F. Aranguren &R. Argüello. Op. cit., p.132.
25 J. Valdés. «Notas sobre la participación política en Cuba». En: A. Pérez. Participación social en Cuba. Ciudad de La Habana: Centro de investigaciones Psicológicas y Sociológicas; 2004, p. 51.
26 Las ideas que siguen son el resultado del Taller «Los niños y el audiovisual en Cuba» organizado por el ICIC Juan Marinello con la colaboración de los Estudios de Animación del ICAIC y la Red UNIAL en mayo de 2007.
27 J. Valdés. Op. cit., p. 62.

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Ailynn Torres Santana es Master en Ciencias de la Comunicación por la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana. Investigadora del Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, donde trabaja la línea de investigación de Infancia y Cultura. Ha participado en múltiples eventos nacionales e internacionales, estudios de posgrado y con publicaciones sobre las temáticas de infancia, televisión y participación de niños y niñas en Cuba. Es miembro de la Red UNIAL y colaboradora en la organización de los Encuentros de El Universo Audiovisual del Niño Latinoamericano. Ella organiza talleres y otros espacios académicos sobre el tema desde el Instituto Juan Marinello.


Descriptor(es)
1. EDUCACION AUDIOVISUAL
2. EDUCACIÓN MEDIÁTICA
3. FORMACION DE NUEVOS PUBLICOS
4. MEDIOS DE COMUNICACION MASIVA