FICHA ANALÍTICA
Viva Cuba el segundo largo de Juan Carlos Cremata
Santos Moray, Mercedes (1944 - )
Título: Viva Cuba el segundo largo de Juan Carlos Cremata
Autor(es): Mercedes Santos Moray, Juan Carlos Cremata Malberti
Fuente: Revista Cine Cubano On Line
Número: 1
Mes: Segundo Semestre
Año de publicación: 2005
Hay realizadores que necesitan probarse y probar a los demás su talento y que pueden también languidecer en la fatiga, tras un largo y azaroso recorrido. Otros, desde el primer momento irrumpen con fuerza y demuestran su sello con originalidad. El cubano Juan Carlos Cremata es de esta última camada, como lo ha enseñado al público y a la crítica, dentro y fuera de la Isla, con sus dos largometrajes de ficción: Nada (2001), desde su alta cota de experimentación, y ahora con Viva Cuba. También muchas veces los premios y menciones, los lauros que avalan una película no siempre logran medirse con las exhibiciones y entonces se produce la fisura entre los reconocimientos y la inconformidad de los espectadores. En este sentido, Cremata vuelve a demostrar que, en cuanto lo que ha realizado hasta el momento, cada uno de los galardones obtenidos llega como expresión de un éxito legítimo. Confieso que me aterran los elogios y también me fatigan los ditirambos, igualmente pienso que las obras de arte se sostienen por sí mismas y no necesitan para existir de otros estímulos. Por eso, también, puedo sumarme al disfrute de un público, el cubano, de todas las edades que acudió durante semanas a las salas para apreciar, en medio de nuestro excesivamente cálido verano, esta pieza, la primera película cubana que tiene como protagonistas a los niños y a las niñas. Aunque se dirige a ese sector de la población en primer término, Viva Cuba no es una película «infantil», sino una manifestación estética que puede ser gozada —sí, por qué no el sentido hedonista ante el arte— por todas las edades, lo que la ha convertido en una producción que, en verdad, se dirige a toda la familia pues apela a los sentimientos, emociones e invita a reflexionar, desde el presente, a todos los núcleos humanos que integran nuestra sociedad, envuelta y sumida en medio también de sus contradicciones, las cuales no elude este realizador, uno de los más irreverentes y honestos creadores de nuestro cine. Producida gracias al «ingenio», el mismo que les llevó a Juan Carlos Cremata y a Inti Herrera, los productores de Viva Cuba, graduados de la Escuela Internacional de Cine y TV, no solo a crear el grupo de creación homónimo, sino a buscar recursos financieros, apoyo material de muchas instituciones, entre ellas, a la Casa Productora de Telenovelas del Instituto Cubano de Radio y Televisión, a los franceses de Quad Productions, amén de integrar al proyecto a su hermano, Carlos Alberto y de contar con el entusiasmo del grupo teatral La Colmenita. Cremata no vaciló en sumar el concurso de sus propios familiares, desde su madre, la experimentada Iraida Malberti a la co-dirección, a Guillermo Ramírez en la dirección de arte, a Manuel Pérez en la fotografía y a Manuel Rodríguez para la escritura del guión a cuatro manos con el propio director, Juan Carlos Cremata. Creo que este road movie cubanísimo que tuvo sus locaciones en distintos puntos de la geografía insular para concluir en el extremo más oriental, en Maisí, es la obra de un hombre que no ha perdido su niñez, y que desde su profundo amor a Cuba, puede introducirse en temas polémicos e inquietantes que a todos involucra, como el de la niña que se niega a irse del país, porque no quiere abandonar su escuela, sus amigos, particularmente a su fraterno y casi novio Jorgito, a sus recuerdos y a su propia espiritualidad. Como todo artista, la mirada de Cremata no es superficial, aunque sí repara en los detalles, y es singularmente crítico, mas no exenta de cierta dosis de ternura y de comprensión que humaniza su propuesta. Desde los modelos conductuales de ambas familias y de las dos madres, más allá de sus diferencias políticas e ideológicas, los guionistas sitúan hábitos, costumbres, tradiciones y se mueven dentro de ese sutil campo de la historia de las mentalidades para describir sin panfleto, ni tendenciosidades, los discursos plurales que existen en la sociedad cubana de hoy. Uno de los mayores méritos de esta película son sus intérpretes, el haber logrado el director conducir a ambos niños en particular, y a todos los que aparecen en pantalla, sin perder la espontaneidad y la frescura, libres de lugares comunes y de poses, de efectismo que suelen desdecir los mejores propósitos. El aval de esta empresa lo ha ganado también Cremata, con su propia experiencia personal en el entorno afectivo de su madre, hermano, primos y tíos, como por su labor anterior, en la década del 80, al dirigir series televisivas como Y dice una mariposa y Cuando yo sea grande, dos de los momentos más hermosos y poéticos ofrecidos por la televisión cubana en su programación para la infancia. Escena del filme Viva CubaLa experiencia de actrices como Luisa María Jiménez y Laritza Vega, fundidas como una sola ante la misma angustia, cuando desaparecen sus hijos, como el trabajo de los invitados, entre los que sobresalen Eslinda Núñez y Manuel Porto, siempre orgánicos, y un Alberto Pujols quizás algo caricaturizado, secundan la labor de Malú Tarrau y Jorge Miló. Ellos personifican a esos dos aventureros que atraviesan todo un país, desde el occidente hasta el oriente, para reafirmar su amistad, apelar al amor que siempre es manifestación de libertad y justicia, incluso cuando al final se topen con el imposible, y solo quede para ellos la violencia no aterradora, sino expresiva del mar Caribe, a la altura del Paso de los Vientos, mientras la banda sonora nos conduce al cántico de las raíces y el imaginario colectivo, en las butacas de los cines, y en el celuloide, une sus voces a la manera de un coro griego, pero en compañía de los tambores batá para suplicar protección a nuestra madre universal, a Yemayá, como desde la propia dedicatoria, travieso como siempre, lo había hecho Cremata al dedicar su película al orisha que abre los caminos, juguetón y poderoso: Eleggua. No tengo la menor duda ante este filme, que logra —lo he visto en las salas de cine— conmover a un público bien heterogéneo, no solo por sus niveles educacionales y culturales, sus procedencias étnicas y raciales, sino que incluso ante las profundas diferencias ideológicas, el grito de amor y fe de Malú y Jorge logran que se pueda decir: «¡Viva Cuba!», desde el medio del pecho, donde el volcán nunca se apaga. Aunque allí lata más de una contradicción, porque se adormece el odio, se aplacan los rencores y los resentimientos, la niñez vuelve a ser denotativa de pureza, un reclamo que nadie puede ignorar y que nos permite dialogar, como hermanos, más allá de nuestras pasiones, a los cubanos y a las cubanas. El premio otorgado en Cannes por un jurado integrado por niños y niñas de una escuela francesa, la mención en Italia, otros lauros y reconocimientos que vendrán, hablan de la posibilidad de universalidad de este discurso cinematográfico que, sin desdecir lo nacional, lo trasciende. Viva Cuba logra inscribir los conflictos de Cuba, desde su existencia cotidiana, dentro del macromundo de una época signada, a escala internacional, por el terrorismo y la violencia. Escena del filme Viva CubaY es que la amistad y el amor, el profundo sentido de libertad que se respira en las imágenes, de este road movie a lo cubano, sin automóviles destruidos ni dinosaurios sobre las ciudades ni supercarreteras, modesto desde su propia concepción y sencillez cinematográfica, es de esas piezas que demuestran que en arte no hay fórmulas y que cuando el talento, la imaginación, la sensibilidad se apoderan de las cámaras, los recursos no logran establecer sus limitaciones, muy por el contrario, sirven de acicate y de estímulo para la ingeniosidad de los creadores, capaces desde sí, desde la célula viva del arte, como un de profundis, superar los esquemas, los dogmas para abrirse a una estética que vota por la fe en la especie humana, en las potencialidades que tenemos todavía, entre nosotros mismos, de salvarnos por obra del amor… quizás, como dicen los filósofos del oriente, desde esa buena dosis del budismo, no es la meta inalcanzable la felicidad, sino el camino que a diario transitamos lo que nos hace felices…
Descriptor(es)
1. CREMATA, JUAN CARLOS (CREMATA MALBERTI, JUAN CARLOS), 1961- - CINEASTAS CUBANOS
2. VIVA CUBA, 2005 - CINE CUBANO
Título: Viva Cuba el segundo largo de Juan Carlos Cremata
Autor(es): Mercedes Santos Moray, Juan Carlos Cremata Malberti
Fuente: Revista Cine Cubano On Line
Número: 1
Mes: Segundo Semestre
Año de publicación: 2005
Hay realizadores que necesitan probarse y probar a los demás su talento y que pueden también languidecer en la fatiga, tras un largo y azaroso recorrido. Otros, desde el primer momento irrumpen con fuerza y demuestran su sello con originalidad. El cubano Juan Carlos Cremata es de esta última camada, como lo ha enseñado al público y a la crítica, dentro y fuera de la Isla, con sus dos largometrajes de ficción: Nada (2001), desde su alta cota de experimentación, y ahora con Viva Cuba. También muchas veces los premios y menciones, los lauros que avalan una película no siempre logran medirse con las exhibiciones y entonces se produce la fisura entre los reconocimientos y la inconformidad de los espectadores. En este sentido, Cremata vuelve a demostrar que, en cuanto lo que ha realizado hasta el momento, cada uno de los galardones obtenidos llega como expresión de un éxito legítimo. Confieso que me aterran los elogios y también me fatigan los ditirambos, igualmente pienso que las obras de arte se sostienen por sí mismas y no necesitan para existir de otros estímulos. Por eso, también, puedo sumarme al disfrute de un público, el cubano, de todas las edades que acudió durante semanas a las salas para apreciar, en medio de nuestro excesivamente cálido verano, esta pieza, la primera película cubana que tiene como protagonistas a los niños y a las niñas. Aunque se dirige a ese sector de la población en primer término, Viva Cuba no es una película «infantil», sino una manifestación estética que puede ser gozada —sí, por qué no el sentido hedonista ante el arte— por todas las edades, lo que la ha convertido en una producción que, en verdad, se dirige a toda la familia pues apela a los sentimientos, emociones e invita a reflexionar, desde el presente, a todos los núcleos humanos que integran nuestra sociedad, envuelta y sumida en medio también de sus contradicciones, las cuales no elude este realizador, uno de los más irreverentes y honestos creadores de nuestro cine. Producida gracias al «ingenio», el mismo que les llevó a Juan Carlos Cremata y a Inti Herrera, los productores de Viva Cuba, graduados de la Escuela Internacional de Cine y TV, no solo a crear el grupo de creación homónimo, sino a buscar recursos financieros, apoyo material de muchas instituciones, entre ellas, a la Casa Productora de Telenovelas del Instituto Cubano de Radio y Televisión, a los franceses de Quad Productions, amén de integrar al proyecto a su hermano, Carlos Alberto y de contar con el entusiasmo del grupo teatral La Colmenita. Cremata no vaciló en sumar el concurso de sus propios familiares, desde su madre, la experimentada Iraida Malberti a la co-dirección, a Guillermo Ramírez en la dirección de arte, a Manuel Pérez en la fotografía y a Manuel Rodríguez para la escritura del guión a cuatro manos con el propio director, Juan Carlos Cremata. Creo que este road movie cubanísimo que tuvo sus locaciones en distintos puntos de la geografía insular para concluir en el extremo más oriental, en Maisí, es la obra de un hombre que no ha perdido su niñez, y que desde su profundo amor a Cuba, puede introducirse en temas polémicos e inquietantes que a todos involucra, como el de la niña que se niega a irse del país, porque no quiere abandonar su escuela, sus amigos, particularmente a su fraterno y casi novio Jorgito, a sus recuerdos y a su propia espiritualidad. Como todo artista, la mirada de Cremata no es superficial, aunque sí repara en los detalles, y es singularmente crítico, mas no exenta de cierta dosis de ternura y de comprensión que humaniza su propuesta. Desde los modelos conductuales de ambas familias y de las dos madres, más allá de sus diferencias políticas e ideológicas, los guionistas sitúan hábitos, costumbres, tradiciones y se mueven dentro de ese sutil campo de la historia de las mentalidades para describir sin panfleto, ni tendenciosidades, los discursos plurales que existen en la sociedad cubana de hoy. Uno de los mayores méritos de esta película son sus intérpretes, el haber logrado el director conducir a ambos niños en particular, y a todos los que aparecen en pantalla, sin perder la espontaneidad y la frescura, libres de lugares comunes y de poses, de efectismo que suelen desdecir los mejores propósitos. El aval de esta empresa lo ha ganado también Cremata, con su propia experiencia personal en el entorno afectivo de su madre, hermano, primos y tíos, como por su labor anterior, en la década del 80, al dirigir series televisivas como Y dice una mariposa y Cuando yo sea grande, dos de los momentos más hermosos y poéticos ofrecidos por la televisión cubana en su programación para la infancia. Escena del filme Viva CubaLa experiencia de actrices como Luisa María Jiménez y Laritza Vega, fundidas como una sola ante la misma angustia, cuando desaparecen sus hijos, como el trabajo de los invitados, entre los que sobresalen Eslinda Núñez y Manuel Porto, siempre orgánicos, y un Alberto Pujols quizás algo caricaturizado, secundan la labor de Malú Tarrau y Jorge Miló. Ellos personifican a esos dos aventureros que atraviesan todo un país, desde el occidente hasta el oriente, para reafirmar su amistad, apelar al amor que siempre es manifestación de libertad y justicia, incluso cuando al final se topen con el imposible, y solo quede para ellos la violencia no aterradora, sino expresiva del mar Caribe, a la altura del Paso de los Vientos, mientras la banda sonora nos conduce al cántico de las raíces y el imaginario colectivo, en las butacas de los cines, y en el celuloide, une sus voces a la manera de un coro griego, pero en compañía de los tambores batá para suplicar protección a nuestra madre universal, a Yemayá, como desde la propia dedicatoria, travieso como siempre, lo había hecho Cremata al dedicar su película al orisha que abre los caminos, juguetón y poderoso: Eleggua. No tengo la menor duda ante este filme, que logra —lo he visto en las salas de cine— conmover a un público bien heterogéneo, no solo por sus niveles educacionales y culturales, sus procedencias étnicas y raciales, sino que incluso ante las profundas diferencias ideológicas, el grito de amor y fe de Malú y Jorge logran que se pueda decir: «¡Viva Cuba!», desde el medio del pecho, donde el volcán nunca se apaga. Aunque allí lata más de una contradicción, porque se adormece el odio, se aplacan los rencores y los resentimientos, la niñez vuelve a ser denotativa de pureza, un reclamo que nadie puede ignorar y que nos permite dialogar, como hermanos, más allá de nuestras pasiones, a los cubanos y a las cubanas. El premio otorgado en Cannes por un jurado integrado por niños y niñas de una escuela francesa, la mención en Italia, otros lauros y reconocimientos que vendrán, hablan de la posibilidad de universalidad de este discurso cinematográfico que, sin desdecir lo nacional, lo trasciende. Viva Cuba logra inscribir los conflictos de Cuba, desde su existencia cotidiana, dentro del macromundo de una época signada, a escala internacional, por el terrorismo y la violencia. Escena del filme Viva CubaY es que la amistad y el amor, el profundo sentido de libertad que se respira en las imágenes, de este road movie a lo cubano, sin automóviles destruidos ni dinosaurios sobre las ciudades ni supercarreteras, modesto desde su propia concepción y sencillez cinematográfica, es de esas piezas que demuestran que en arte no hay fórmulas y que cuando el talento, la imaginación, la sensibilidad se apoderan de las cámaras, los recursos no logran establecer sus limitaciones, muy por el contrario, sirven de acicate y de estímulo para la ingeniosidad de los creadores, capaces desde sí, desde la célula viva del arte, como un de profundis, superar los esquemas, los dogmas para abrirse a una estética que vota por la fe en la especie humana, en las potencialidades que tenemos todavía, entre nosotros mismos, de salvarnos por obra del amor… quizás, como dicen los filósofos del oriente, desde esa buena dosis del budismo, no es la meta inalcanzable la felicidad, sino el camino que a diario transitamos lo que nos hace felices…
Descriptor(es)
1. CREMATA, JUAN CARLOS (CREMATA MALBERTI, JUAN CARLOS), 1961- - CINEASTAS CUBANOS
2. VIVA CUBA, 2005 - CINE CUBANO