FICHA ANALÍTICA
La Felicidad es el camino: A Rapi Diego
Cairo, Lourdes (1960 - )
Título: La Felicidad es el camino: A Rapi Diego
Autor(es): Lourdes Cairo
Fuente: Revista Cine Cubano On Line
Número: 2
Año de publicación: 2005
Fue una mañana dorada, otoñal. Balderas, el mercado de la artesanía, era un laberinto espléndido. Se desmoronaban los colores, las texturas, los olores: también las voces de hombres y mujeres que pregonaban sus artículos.
Ya me habían advertido que allí encontraría solo una pequeña muestra de la finura y diversidad de la artesanía mexicana si se compara con lo que puede hallarse en los pueblos de México donde la exuberancia artesanal rebasaría lo que me pareció un abigarrado e interesantísimo conjunto.
Rapi Diego se encargó de demostrármelo. Me había llevado en compañía de Isabelle, su esposa, y Natalia, su cuñada. Mientras caminábamos a través del mercado, jugábamos, sonreíamos. Rapi, acosado por las secuelas de la quimioterapia, se burlaba de sí mismo y por momentos remedaba el andar de un muñequito de cuerda. Su estado de ánimo era excelente.
Pronto Isabelle y Natalia se nos adelantaron. Rapi me fue mostrando el mercado de la artesanía con el respeto que se profesa a los grandes museos, a los indiscutibles espacios culturales. Avanzábamos despacio y me explicaba que las máscaras más valiosas son las que los hombres han portado en la danza y por eso ya ellas se han hecho dueñas de su espíritu; que ciertas estrafalarias combinaciones de colores son el producto de las visiones provocadas por el peyote. Y aunque no lo decía, en la atención que prestaba a los objetos podía yo sentir ese deleite, ese agradecimiento por estar vivo.
Vimos muchas cosas ese día: jaguares de la buena suerte, vírgenes de Guadalupe, Catrinas, Sanchos, Quijotes, Fridas Kahlo, muchos personajes perpetuándose en un calidoscopio sin fin.
Cuando nos reunimos todos otra vez, se dirigió a su esposa y le dijo: «La voy a comprar, Isa… Me voy a comprar mi Muerte. La pondré en el estudio.»
Nosotras fingimos una sonrisa indiferente. Se separó del grupo y compró una figura imponente, digna de la mejor tradición medieval, oscura y con guadaña. La traía envuelta cuidadosamente. Continuamos el recorrido como si nada hubiera pasado.
Un rato después hicimos un alto en el paseo. Nos sentamos a tomar un refresco. Iniciamos una de esas conversaciones, a sabiendas de que compartíamos un momento muy especial, y empezamos a nombrar a los amigos. Hablamos de Fefé, Lichi, Ismael, e intentamos filosofar en torno a la alegría y la tristeza, la proximidad y la lejanía. Entonces me lo dijo, entre sorbo y sorbo del refresco, a pico de botella: «Lourdes, yo soy un hombre muy feliz.»
Y era cierto. Había tomado la decisión de serlo a toda costa. Ese día se había comprado a la Señora Muerte para ponerla justo en su lugar, para mirarla de frente en el sitio donde creaba esos personajes repletos de ternura, movimiento y sentido del humor.
Dicen que fue Buda el que lo sentenció: «No hay camino hacia la felicidad. La felicidad es el camino.» Y es esa una enseñanza emanada de su iluminación.
Ahora que Rapi Diego ha muerto muchos escribirán elogios sobre él, y los merece. Yo solo quiero agradecer al hombre más tenaz en su valentía que he conocido, la extraordinaria lección vital que me legó, una mañana otoñal y dorada, en plena Ciudad de México: en cualquier circunstancia tenemos que cumplir con el deber de la felicidad. Ese es el camino.
Ciudad de La Habana, jueves 12 de enero de 2006
Descriptor(es)
1. CINE CUBANO
2. DIEGO, CONSTANTE ¨RAPI¨ (DIEGO GARCÍA MARRUZ, CONSTANTE ALEJANDRO DE), 1949- 2006
Título: La Felicidad es el camino: A Rapi Diego
Autor(es): Lourdes Cairo
Fuente: Revista Cine Cubano On Line
Número: 2
Año de publicación: 2005
Fue una mañana dorada, otoñal. Balderas, el mercado de la artesanía, era un laberinto espléndido. Se desmoronaban los colores, las texturas, los olores: también las voces de hombres y mujeres que pregonaban sus artículos.
Ya me habían advertido que allí encontraría solo una pequeña muestra de la finura y diversidad de la artesanía mexicana si se compara con lo que puede hallarse en los pueblos de México donde la exuberancia artesanal rebasaría lo que me pareció un abigarrado e interesantísimo conjunto.
Rapi Diego se encargó de demostrármelo. Me había llevado en compañía de Isabelle, su esposa, y Natalia, su cuñada. Mientras caminábamos a través del mercado, jugábamos, sonreíamos. Rapi, acosado por las secuelas de la quimioterapia, se burlaba de sí mismo y por momentos remedaba el andar de un muñequito de cuerda. Su estado de ánimo era excelente.
Pronto Isabelle y Natalia se nos adelantaron. Rapi me fue mostrando el mercado de la artesanía con el respeto que se profesa a los grandes museos, a los indiscutibles espacios culturales. Avanzábamos despacio y me explicaba que las máscaras más valiosas son las que los hombres han portado en la danza y por eso ya ellas se han hecho dueñas de su espíritu; que ciertas estrafalarias combinaciones de colores son el producto de las visiones provocadas por el peyote. Y aunque no lo decía, en la atención que prestaba a los objetos podía yo sentir ese deleite, ese agradecimiento por estar vivo.
Vimos muchas cosas ese día: jaguares de la buena suerte, vírgenes de Guadalupe, Catrinas, Sanchos, Quijotes, Fridas Kahlo, muchos personajes perpetuándose en un calidoscopio sin fin.
Cuando nos reunimos todos otra vez, se dirigió a su esposa y le dijo: «La voy a comprar, Isa… Me voy a comprar mi Muerte. La pondré en el estudio.»
Nosotras fingimos una sonrisa indiferente. Se separó del grupo y compró una figura imponente, digna de la mejor tradición medieval, oscura y con guadaña. La traía envuelta cuidadosamente. Continuamos el recorrido como si nada hubiera pasado.
Un rato después hicimos un alto en el paseo. Nos sentamos a tomar un refresco. Iniciamos una de esas conversaciones, a sabiendas de que compartíamos un momento muy especial, y empezamos a nombrar a los amigos. Hablamos de Fefé, Lichi, Ismael, e intentamos filosofar en torno a la alegría y la tristeza, la proximidad y la lejanía. Entonces me lo dijo, entre sorbo y sorbo del refresco, a pico de botella: «Lourdes, yo soy un hombre muy feliz.»
Y era cierto. Había tomado la decisión de serlo a toda costa. Ese día se había comprado a la Señora Muerte para ponerla justo en su lugar, para mirarla de frente en el sitio donde creaba esos personajes repletos de ternura, movimiento y sentido del humor.
Dicen que fue Buda el que lo sentenció: «No hay camino hacia la felicidad. La felicidad es el camino.» Y es esa una enseñanza emanada de su iluminación.
Ahora que Rapi Diego ha muerto muchos escribirán elogios sobre él, y los merece. Yo solo quiero agradecer al hombre más tenaz en su valentía que he conocido, la extraordinaria lección vital que me legó, una mañana otoñal y dorada, en plena Ciudad de México: en cualquier circunstancia tenemos que cumplir con el deber de la felicidad. Ese es el camino.
Ciudad de La Habana, jueves 12 de enero de 2006
Descriptor(es)
1. CINE CUBANO
2. DIEGO, CONSTANTE ¨RAPI¨ (DIEGO GARCÍA MARRUZ, CONSTANTE ALEJANDRO DE), 1949- 2006