FICHA ANALÍTICA
Aún me siento Manuela
Barba, Carlos (1978 - )
Título: Aún me siento Manuela
Autor(es): Carlos Barba
Fuente: Revista Cine Cubano On Line
Número: 3
Año de publicación: 2006
Llego al cine porque Humberto Solás estaba buscando una muchacha para hacer una película, para hacer Manuela, una ficción inspirada en hechos verídicos, y él quería que la muchacha se pareciera en el físico y el carácter a la verdadera Manuela, una combatiente que le decían La China, que él había investigado y estuvo incluso en la tumba de ella. Había buscado por todo el país y solamente le faltaba Baracoa, aquí en Oriente. Eso se hizo en coordinación con el Partido, el Ejército, el MININT y el ICAIC. Esa era la zona de la limpia contra bandidos. Yo era activista de la Federación de Mujeres Cubanas, en Baracoa. Me llaman para decirme que había una gente del ICAIC que andaban buscando una muchacha para hacer una película, que les mandara a todas las mujeres que pudiera, pero que ellos estimaban que yo era la persona que ellos buscaban y les dije que yo no estaba para pintar monos y que no conocía a nadie que se llamara ICAIC.
Yo no tenía conocimiento de lo que era hacer una película ni un teatro, incluso, no tenía nivel cultural, cuando aquello tenía, si acaso, un segundo grado. Les mando a todas las mujeres que yo entendía: negras, blancas, amarillas…, viejas, jóvenes, pero no me incluí porque, además, yo tenía un chequeo de emulación ese día. Pero se aparecen esa noche, y un compañero del Partido me dice que me alegrara y que los compañeros del cine estaban afuera esperándome. Después entró Humberto —que yo no sabía quién era—, paró a algunas muchachas de las que estaban allí en la asamblea; después cuando se termina todo aquello dicen que me levanté, agarré mi cartera, me la puse en el brazo, alcé mi nariz, que la puse en el techo, y salí. Cuando salí me presentan a los compañeros del ICAIC, volví a decirles que yo no conocía a nadie que se llamara ICAIC, pero lo que no sabía es que todo eso lo estaban filmando.
Claro, la gente de allí que me conocían le habían dicho a Humberto que ellos tenían a la persona que buscaban, pero que para que yo hiciera algo tenían que picar mi amor propio porque ellos decían que el día que yo me ahogara me iban a buscar siempre río arriba, nunca río abajo. Y cuando me presentan a Humberto me dicen que estaban buscando una muchacha, que si me atrevía a hacer una película y entonces yo de fresca le pregunté que si las mujeres que hacían películas eran sobrenaturales o de carne y hueso igual que yo. Y él me responde que eran profesionales y yo le digo que, de mujer, a mujer no había nada que hiciera otra mujer útil a la sociedad que fuera imposible para mí. Él me dijo que eso había que demostrarlo con hechos, no con palabras, y quedamos en que me harían una prueba al otro día.
Como yo veía a esos blanquitos que hacían películas me dije que debían ser gusanos, y por eso al otro día me visto de miliciana y me suelto mi pelo con una boina. Ahí estaban Humberto, el fotógrafo Jorge Herrera, el productor Miguel Mendoza, y había otros que no recuerdo.
Bueno, me vestí de miliciana, pero como yo estaba divorciada, usaba la ropa muy ancha, tenía mi pelo larguísimo. Cuando ellos me ven, se miran y yo —pensando que ellos se iban a arrepentir de haberme llamado— supuse que me dejarían en paz. Pero la cosa se fue poniendo fea cuando me dicen que esa era la ropa que ellos querían que yo me pusiese, que no me habían dicho nada porque ya estaban advertidos de que era muy «rebencúa», y que iba a hacer lo que me diera la gana, no lo que ellos me dijeran.
En ese lugar donde se iba a hacer la prueba había una cantidad de reclutas sentados en un banco y había uno que no me atrevía a mirarlo porque tenía la nariz que parecía un pimiento maduro. Bueno, comienza la prueba y Humberto me dice: «Vamos a ver si usted se atreve a reír y a llorar a la vez». Para mí es muy fácil reír y entonces siento un ruido y veo una cosa montada en algo y era un trípode con una cámara, que en aquel tiempo jamás yo había visto nada igual; sabía lo que era una cámara fotográfica, porque cuando iban visitantes allá me hacían fotos porque decían que era fotogénica, pero una cámara de cine nunca la había visto y pensé que era una foto más y que no tendría ninguna trascendencia. Entonces, Humberto me dice que me ría y miro al pimiento aquel y me desternillé de la risa.
En medio de todo aquello Humberto le pregunta a Jorge Herrera, que quién me haría llorar, pero con la rabia que yo tenía por lo que ellos me habían dicho, de que les había gustado que me hubiese vestido de miliciana, comencé a llorar de impotencia por no poder volarle al cuello y comérmelo vivo. Y empiezo a llorar enormemente, primero en lágrimas silentes y luego en sollozos. Terminado esto tengo que volver a reírme porque Humberto decía que quién me hacía reír de nuevo. Vuelvo a mirar al muchacho del pimiento y comienzo a reírme de nuevo.
Jorge Herrera era una persona tan sencilla, tan amable, dulce, suave... era... lo opuesto de Humberto, como si entre ellos hubiera existido una especie de acuerdo: «Yo la altero y tú la suavizas». Sentí mucho su muerte. Hay muy buenos fotógrafos, pero Jorge sigue siendo el imprescindible.
Luego me dicen que al otro día tenía que hacer otra prueba, arrastrarme, cruzar cercas, subirme en árboles y que aquella ropa que yo tenía puesta, aquellos pantalones, que aunque los tenía agarrados con las medias y las botas, se iban a subir y que me iban a ver la ropa interior por ahí, que la camisa se me iba a salir del cinto y que se me iban a ver los ajustadores; por lo tanto, que buscara una ropa que no estuviera tan ancha. Ellos no me dicen nada, pero lo que querían saber era cómo tenía mi cuerpo, la forma de mi cuerpo. Entonces yo, de estúpida, me busqué un pantalón que en la época le decíamos rancheras, porque eran bordadas a los lados como los mexicanos y una blusa muy estrechita, cruzada, que uno la ajustaba más todavía, de acuerdo como quisiera, por mediación de un lazo que se hacía en la cintura.
Me pongo aquella ropa y ellos estuvieron muy de acuerdo y cuando terminamos todas esas pruebas de arrastrarme, etcétera, me hicieron dar mi palabra de que yo iba para La Habana si ellos me necesitaban, ya los compañeros del Partido le habían dicho que si ellos no oían de mi boca las palabras raíles de punta que no confiaran y ellos entonces insistían hasta que por fin les digo: yo cumplo mi palabra aunque caigan raíles de punta. Y entonces ahí se conformaron porque estaban advertidos de cómo yo reaccionaba.
Pasados dos o tres meses, estábamos en el Plan de Crecimiento de la Federación, me llaman de La Habana, pero ya se me había olvidado todo aquello y digo que yo no tenía nadie en La Habana, pero salgo al teléfono y recuerdo que era María Padrón, que era la secretaria, si mal no recuerdo, de Alfredo Guevara, que después fue jefa de despacho de Saúl Yelín. Ella me recuerda la prueba que yo había hecho para una película y me explica que ya tenía que salir para La Habana, porque me necesitaban allá. Entonces cuando planteo esto en el Partido me dijeron que no, que yo iba a ser un futuro cuadro. Conmigo todo el mundo hace planes y la última que se entera soy yo. Y les dije que los cuadros estaban pintados en la pared, que había dado mi palabra de honor y que, por lo tanto, tenía que cumplirla. Y así fue que ellos se encargaron de preparar todo mi viaje y montarme en el avión —que por primera vez lo hacía—, desde Baracoa hasta La Habana.
Cuando llego a La Habana me va a recoger al Aeropuerto un asistente de producción, y el muy inteligente estaba con una foto mía mirándole la cara a todo el mundo, buscándome, hasta que por fin me encuentra y me dice que tengo que acompañarlo. Le di un piñazo y le dije que tenían que mandar un conocido porque con él yo no me iba; él llamó y dijo que era una «rebencúa» y que no me quería montar; entonces mandaron una persona conocida o fue el mismo Humberto, ahora no recuerdo bien.
Se volvieron a hacer pruebas en el bosque de La Habana, pero ya con el actor Adolfo Llauradó. También había algunas actrices y otras muchachas que aspiraban al personaje. Recuerdo que llegué toda sencillita, con una ropa de campo, como es natural, con unos «tenisitos» que ya no daban más. En el grupo había una que se suponía sería la elegida, en caso que yo no pasara la última prueba, que hasta me dio una pastillita para que me calmara los nervios. Allí estaba Olga González, la que interpretó a La Gallega, y ella se daba cuenta de cómo todas esas muchachas se tocaban el codo una con otra y se reían de mí.
Pero, bueno, hice mi prueba y Humberto dijo que él siempre había confiado en que yo era la Manuela. No lo quería creer, por mi mente nunca pasó algo semejante. Ya ahí comenzaron los preparativos de vestuario, de maquillaje, de cortarme un poco el pelo porque lo tenía demasiado largo, pruebas de maquillaje para la piel, para ver cuál me quedaba mejor porque estaba muy quemada por el sol, como que había hecho una zafra completa en ese tiempo, y entonces tenía manchas en la cara; lo único que no estaba maltratado era el pelo por la costumbre que tengo de ponerme pañuelo. Luego que todo está listo regresamos para Oriente, para la zona de Guantánamo en San Antonio del Sur, en el tramo de Imías a la Farola, la Sierra Cristal, a comenzar el rodaje. Creo que lo primero que se filmó fue la quema del bohío con la muerte de la madre y la desaparición del hermano de ella.
Humberto nunca me dio guión, es más, actualmente no me da guión; él me explicaba lo que quería, cómo lo quería y cuando no me salían lágrimas, ni me salía nada: galletas que tú sabes; nos fajábamos, nos dábamos tremenda prendida y rodábamos por el río, pero al final él conseguía lo que quería y me pedía disculpas. Era aquello una locura; recuerdo que había una auxiliar de maquillaje, que era la hermana de Idalia Anreus, que decía que se iba, que aquello era una falta de respeto, que aquello era tremendo, pero al final Humberto le explicó que era debido a la situación que yo no sabía y que no me gustaba que me mandaran y que si Humberto me agredía a mí yo lo agredía a él. Era como una fórmula de trabajo, que conmigo había que trabajar de alguna forma, porque yo no entendía más de dos cosas y era como un muchacho chiquito y muy salvaje y que no podía entender las cosas, pero que detrás de todo aquello había un gran respeto y cariño, a pesar del poco tiempo que nos conocíamos: existía sobre todo el deseo de que las cosas salieran bien.
Recuerdo mucho los ríos, los bosques, el verdor aquel tan precioso, la muerte del teniente que mató a mi mamá, que por poco lo mato de verdad, en el ensayo, porque yo tenía que virar en el aire el machete y no lo hice, con la suerte que el hombre estaba lejos y él tenía que estar al tanto de caer antes del machete y entonces con la furia que yo tenía, no estaba clara de lo que iba a suceder —él era el que tenía que estar claro de lo que tenía que hacer—, porque yo no estaba consciente de nada, ni de que estaba haciendo una película; estaba consciente de que estaba haciendo algo importante y de que el Estado se estaba gastando mucho dinero en eso, pero nada más, incluso muchas veces iba a ver los rushes y veía eso como una cosa normal, como cuando una sueña. Veíamos los rushes cada cierto tiempo en un cine de Guantánamo. Hubo que hacer muchos retakes en el bosque de La Habana, sobre todo de combates, porque en el ICAIC cuando se vio todo el material había muchas cosas que faltaban, primeros planos y eso…
Me fui para La Habana y no me dieron la libertad, como digo yo, hasta que no vieron todo mi trabajo y Humberto estuviera completamente de acuerdo —pues como decían ellos—, que yo estaba medio loca, temían que me fuera y me cortara el pelo o hacer cualquier cosa que no podía. Claro, el problema es que duró más tiempo porque me puse muy delgada en el medio de la filmación y entonces cuando se vieron los rushes no macheaban unos con los otros precisamente por la delgadez mía. Entonces me fui con La Gallega porque ella trabajaba en la Producción y Elaboración de la Madera. Cuando llegamos a La Habana ellos estaban en una movilización por la Jornada de Girón, si mal no recuerdo, para Güines y me fui con ellos para aumentar de peso, porque me querían ingresar y todo en un hospital, para poder seguir haciendo la película, que se suspendió como un mes y pico. En la agricultura, aumenté de peso.
Mi relación con Adolfo Llauradó fue muy bonita. Claro, él era una gente preparada, con una experiencia, había hecho teatro y algo en cine también. Él y Luisito (Luis Alberto García, padre), eran la pata del diablo, porque yo era muy «quimicosa» para comer, para vestir... La comida si yo no veía cómo la hacían, ni la probaba, y si era carne, si no veía cómo la preparaban me daba asco, y entonces ellos me fastidiaban. Cuando nos sentábamos a la mesa ellos me decían que si la vaca tenía mataduras, que si tenía gusanos, resultado: que dejaba la comida y me iba, entonces ellos se la comían. Esa fue una de las cosas por las que bajé de peso. Adolfo me ayudó mucho, mucho: me decía cómo hacer con la cámara, aunque yo nunca tendía a mirar a la cámara, siempre la ignoré, siempre la desprecié, pero él me advertía porque había momentos que tenía que mirar al frente y entonces me daba un punto de referencia donde tenía que mirar pero que no fuera directamente a cámara; me ayudó en todo, en cómo concentrarme.
Cuando supe lo que era una cámara de cine opté por no hacerle caso; desde entonces ella ha sido para mí como un miembro más del equipo o un personaje más.
A la hora de hacer las escenas, Humberto nos decía cómo lo íbamos a hacer, en qué lugar, pero diferenciadamente en algunos momentos, porque Adolfo sí se estudiaba el guión, y entonces a veces él se ponía guapo porque después que él se estudiaba el guión, Humberto se aparecía con otra propuesta; es decir, lo mismo, pero visto de otro ángulo.
Adela Legrá y Adolfo Llauradó en una escena de "Manuela"Manuela tenía besos en el guión. Se supone que ya al final ellos son marido y mujer. Había una secuencia en que nosotros dos estábamos acostados, cerca del campamento. Yo siempre, toda mi vida, usé ajustadores sin tirantes, strapless, pero como tenía un saco puesto por encima para que pensaran que estaba sin ropas, estoy acostada a la derecha de él, cuando él me va a besar yo cierro bien la boca, me llevo los labios hacia dentro como evitándolo y eso se veía; o sea, fácilmente cualquiera se daba cuenta que estaba evitando eso, y después él me pone la mano en el estómago y viene mi mano como un garfio que le quería trozar la suya, y entonces él empieza a dar gritos y él dice: «Humberto, quítenme este garfio de encima», y Humberto me requiere y le digo: «Mira Humberto, no sé para donde va esa mano, si para arriba o para abajo, así es que, por lo tanto, no puedo quitar mi mano de ahí». Por eso es que no hubo besos ni nada, hubo que eliminar todo aquello.
Cuando hice Manuela estaba divorciada y con tres hijos, que me los estaba cuidando mi suegra en Palmarito de Cauto, bueno, la abuela de mis hijos. Cuando estábamos filmando tenía la costumbre de que todos los meses iba a ver a mis hijos, pero pasaron cerca de tres meses en que no los veía, y yo siempre estaba por los rincones llorando porque extrañaba mucho a los muchachos, que estaban chiquitos todavía. Fue esa parte cuando él me canta la canción, habíamos almorzado, estábamos en el receso y yo me perdía a llorar.
En una de esas, me fui a un riachuelo y estaba sentada a la orilla tirándole piedrecitas al agua, cuando me andaban buscando para empezar a filmar y yo no aparecía por ninguna parte, y Humberto dice: «Me imagino dónde está», y efectivamente, me encontró allí, pero yo estaba tan ensimismada en mis pensamientos que no me di cuenta cuando Humberto preparó la secuencia y mandó a Adolfo que se colocara detrás de mí con la guitarra. Dio la orden de rodar y es cuando me entero que estábamos filmando, entonces él me canta la canción «Le dije a una rosa». Yo estaba llorando y Humberto me dijo que me quedara en la misma posición, haciendo lo mismo que estaba haciendo y que mantuviera la misma tristeza. A partir de ahí le pido a Humberto que quiero ir a ver a mis hijos, que no podía seguir trabajando sin verlos. Me pusieron un jeep, con un chofer y un asistente de dirección y me llevaron a ver los muchachos.
Al filmar el primer encuentro entre Manuela y El Mexicano, que es cuando voy a lavar a la orilla del río y él se pone a hablarme y a decirme cosas porque quiere entrar en guaracha conmigo, todo esto con un amplio margen de improvisación, aquello fue comiquísimo, al punto que todo el mundo se tiró al agua a reírse, porque a la gente no se le hubiera ocurrido que yo lo pusiera a lavar a él, como se estaba dando bombo en el pecho que no lo dejaban hacer nada, es que a mí se me ocurre decirle que pusiera la guitarra por un lado y me ayudara a lavar. A Adolfo le gustaba mucho esa escena porque decía que había quedado muy fresca, muy bonita.
Luego del estreno de Manuela regreso para Oriente con mi verdadero nombre, Adelaida López Legrá. Humberto me achica el nombre porque en ese momento había otra actriz que se llamaba igual que yo: Adelaida Raymat, y entonces me quedo con el apellido Legrá de primero porque no era común.
Cuando me vi en pantalla por primera vez no recuerdo que me impresionara, no me causó gran impacto, aunque quizás sí interiormente, pero me llamaron la atención aquellas imágenes. No creí que fuera yo.
Al llegar a casa de mi mamá —pues no vivía con ella—, pasé a verla y la encuentro vestida de negro y en una pared de la casa una foto mía y con flores, porque yo había hecho una película y ese mundo era como muy dudoso para ella, además de que ya había cometido un gran error que era haberme divorciado. Así que para ella yo había muerto, y el comentario de la familia era por el estilo. Después fueron cambiando de parecer y adaptándose a la idea, pues al irme a vivir para La Habana, la familia completa se mudó conmigo y comenzaron a estudiar allá.
Fidel hace un llamado a las mujeres orientales para abrir el II Frente Frank País. Después de ver la película terminada digo que lo que había hecho era una basura y, por lo tanto, eso no servía. Comenzaron a salir las críticas en el periódico sobre la película, pero como estaba en Oriente con mi verdadero nombre nadie me iba a conocer. Allí se hace una exposición de moda al verde, patrocinado por el Pabellón Cuba, para mostrarle la moda a las campesinas, y exhibo parte de esa ropa, fue entonces que algunos periodistas me descubren. Pasan los días y al paso del ciclón —si mal no recuerdo, Inés, que acabó con aquella zona—, yo había hecho la brigada Número 1 Abel Santamaría de Rescate y Salvamento. En esos días fue Rául, fue Blas Roca, Lázaro Peña, y todos me decían que Fidel quería verme, y quería hablar conmigo, pero por mi mente nunca pasaba que fuera verdad que Fidel quería verme. A él le había llamado la atención que después de haber hecho aquella película me hubiera ido para el campo. Por esa fecha, Fidel se aparece por allá y hablamos de lo que tenía que estudiar. Él me propone ir a estudiar magisterio, suelos y fertilizantes, pero yo no quería nada de eso; le dije que el monte era para los pájaros, y que lo que quería estudiar era arte, porque después de actuar en la película, me había gustado mucho, aunque tenía mucho miedo de enfrentarme a eso.
Regreso a La Habana, me pusieron un maestro que se llama Antonio Arnedo, que me daba clases para elevar mi nivel cultural, era un trabajador del ICAIC, me quería mucho. Como al año de estar en La Habana, me voy para África donde se exhibió Manuela, aunque hicimos visitas de tránsito en París, Las Palmas de Gran Canaria, Checoslovaquia, pero la invitación oficial era para Guinea. La delegación estaba encabezada por Manuel Pérez, también estaban José Massip y Mayda Limonta. Ella y yo fuimos las únicas actrices. La acogida de Manuela fue impresionante, ovaciones que me llenaban de un temblor por dentro, aunque ya la película tenía algunos premios en festivales donde había sido llevada.
Ya filmando Manuela, en los últimos días o en la premiere, no recuerdo bien, Humberto me habla de Lucía. Cuando él estaba haciendo Manuela tenía en mente el proyecto de Lucía, y me habla de su idea, que sería en Oriente, pero imagínate tú, nunca pensé que sería verdad, en volver a trabajar en otra película porque como te decía, yo no estaba satisfecha con lo que había hecho, para mí era una basura.
Siempre digo que Manuela es mi película más querida. Todo el mundo habla de Lucía, pero Manuela es lo que yo hubiera querido ser: me siento reflejada en Manuela, yo me siento Manuela, y por eso es que me ha llegado. La gente me dice que porque fue la primera, y no es así, es mi identificación plena con ese personaje, con mi época. Aunque Lucía me marcó mucho, fue un trabajo muy serio, que me dio a conocer mucho más, la que me enseñó en realidad qué es ser actriz, Manuela es mi preferida, quiero todo lo que hago, pero esa primera película es especial.
Había un tema musical en Manuela, del músico Tony Taño, que Humberto al final le hizo cambiar porque tenía muchos violines, pero era un tema precioso, que después Tony lo incluyó en algún disco y le puso «Tema que no fue». Humberto quería una música más seca y él la reelaboró, pero ese tema, que sonó mucho por esa época, es una melodía que nunca tuve en casa y déjame decirte que está perenne en mi mente; es como si la tarareara internamente. Ya te digo, lo mío con Manuela es muy fuerte. Hace como dos años estuve en Nueva York y se proyectó Manuela, Humberto y yo hacía muchísimo que no la veíamos —bueno él no acostumbra a ver sus películas, creo que una vez y ya—, pero fue muy hermoso ver allí cómo la gente lloraba, sobre todo los cubanos que estaban, porque a ese festival latino van muchos cubanos. Todos estaban muy conmovidos, algunos la habían visto de niños y la volvieron a ver y de veras la recepción fue impresionante.
De niña me gustaba mucho el cine: mis artistas preferidos eran Libertad Lamarque, Bette Davis, Arturo de Córdova, pero por mi mente nunca pasó ser actriz. De jovencita hacía sketchs, que no sabía que se llamaban así, yo los escribía, los actuaba, los dirigía, de canciones, de representaciones de situaciones cómicas, pero hasta ahí, nunca mi pretensión fue más allá. En mi natal Caimanera, para ir al cine le robaba los quilos a los Santos, como no tenía dinero, se los robaba a los altares de los Santos, y bastantes golpes que llevé por eso. Tenía una prima en Guantánamo, Sobeida, que de niñas, de jovencitas, me ponía cosas y le decía que iba a ser artista, cuando las dos nos acostábamos por debajo de un mosquitero, en la tranquilidad de la noche se lo decía. Era como si hubiera tenido ese presentimiento, y ella se reía de mí, imagínate, en esos años imaginar ser actriz era como un sueño, un imposible, tan lejos de La Habana…
Mi carrera en el cine no sé cómo catalogarla. Por mi parte siempre di lo mejor, pero no todo el mundo cree en mí. Soy un poco difícil, aunque ahora soy bastante disciplinada, no todos los directores creen en mí, aunque bueno, yo tampoco creo en nadie. Sin embargo, los que se han arriesgado no se han arrepentido, pero además, hay otros medios que tampoco admiten que yo incursione; mira, sinceramente, en el ICAIC mucha gente no me soporta, porque tengo mi forma de ser: yo no cambié.
Siempre he dicho que Humberto Solás es mi ángel de la guarda y yo soy su amuleto. Humberto para mí es más que un director, que un amigo, y últimamente es que se lo estoy diciendo, es que le estoy demostrando con palabras cuánto lo quiero, ya no me da pena, porque anteriormente yo pensaba que él lo fuera a tomar como adulación, en esos años yo pensaba así, pero ahora lo digo. En el Festival de Cine Pobre dije que era el amor de mis amores, y todo el mundo se reía, pero de verdad es una persona increíble, un gran director, que me ha ayudado mucho, y que ha ayudado a mucha gente, ahora mismo con este festival, del lado de los que tienen menos para poder realizar el sueño del cine. Humberto supo sacar lo que quería de mí, supo guiarme, encaminarme.
Lo primero de importancia que hacemos Humberto, Adolfo y yo fue Manuela. Trabajé después con otros directores, pero cuando regresé con Humberto, después de tantos años, en Miel para Oshún, fue maravilloso, y ni hablarte de Barrio Cuba, una película que me encantó hacer. Para mí, Barrio Cuba es la segunda Lucía. Ver Manuela ahora, cuarenta años después, me recuerda también mis años de proyeccionista: yo proyecté muchas veces Manuela, porque nunca fui actriz de plantilla, y trabajé en el ICAIC como proyeccionista. En un homenaje que me hicieron en el Taller de Crítica Cinematográfica de Camagüey, me di cuenta de que esa película no ha envejecido y nunca va a pasar: es como si hubiera sido hecha con ese propósito; es la película de la juventud de todos nosotros.
Nunca quise vivir en La Habana, nunca me adapté. Siempre dije que después que me jubilaran en La Habana, regresaba para mi tierra, de Camagüey a Guantánamo es mi tierra, de Camagüey a Pinar del Río es mi extranjero. Es que a mí Oriente es lo que me gusta, y además no solo Santiago de Cuba, me fascina Baracoa, Gibara. Aunque esté jubilada no significa que esté retirada, tengo muchas cosas por hacer, que decir. Lo último que hice fue con Jorge Perugorría, que dirigió un corto que protagonicé, tengo planes con Carlos Barba, con el mismo Humberto, con Tomás Piard... en fin, es el futuro, y espero se den esos proyectos. Tengo todavía cosas que expresar, que sacar dentro de mí y no quisiera morirme con todo eso que tengo dentro, es como un volcán que me quema por dentro y eso tiene que salir.
Descriptor(es)
1. CINE CUBANO
2. LÓPEZ LEGRÁ, ADELAIDA (ADELA LEGRÁ), 1939-
3. SOLÁS, HUMBERTO (SOLÁS BORREGO, HUMBERTO), 1941-2008
Título: Aún me siento Manuela
Autor(es): Carlos Barba
Fuente: Revista Cine Cubano On Line
Número: 3
Año de publicación: 2006
Llego al cine porque Humberto Solás estaba buscando una muchacha para hacer una película, para hacer Manuela, una ficción inspirada en hechos verídicos, y él quería que la muchacha se pareciera en el físico y el carácter a la verdadera Manuela, una combatiente que le decían La China, que él había investigado y estuvo incluso en la tumba de ella. Había buscado por todo el país y solamente le faltaba Baracoa, aquí en Oriente. Eso se hizo en coordinación con el Partido, el Ejército, el MININT y el ICAIC. Esa era la zona de la limpia contra bandidos. Yo era activista de la Federación de Mujeres Cubanas, en Baracoa. Me llaman para decirme que había una gente del ICAIC que andaban buscando una muchacha para hacer una película, que les mandara a todas las mujeres que pudiera, pero que ellos estimaban que yo era la persona que ellos buscaban y les dije que yo no estaba para pintar monos y que no conocía a nadie que se llamara ICAIC.
Yo no tenía conocimiento de lo que era hacer una película ni un teatro, incluso, no tenía nivel cultural, cuando aquello tenía, si acaso, un segundo grado. Les mando a todas las mujeres que yo entendía: negras, blancas, amarillas…, viejas, jóvenes, pero no me incluí porque, además, yo tenía un chequeo de emulación ese día. Pero se aparecen esa noche, y un compañero del Partido me dice que me alegrara y que los compañeros del cine estaban afuera esperándome. Después entró Humberto —que yo no sabía quién era—, paró a algunas muchachas de las que estaban allí en la asamblea; después cuando se termina todo aquello dicen que me levanté, agarré mi cartera, me la puse en el brazo, alcé mi nariz, que la puse en el techo, y salí. Cuando salí me presentan a los compañeros del ICAIC, volví a decirles que yo no conocía a nadie que se llamara ICAIC, pero lo que no sabía es que todo eso lo estaban filmando.
Claro, la gente de allí que me conocían le habían dicho a Humberto que ellos tenían a la persona que buscaban, pero que para que yo hiciera algo tenían que picar mi amor propio porque ellos decían que el día que yo me ahogara me iban a buscar siempre río arriba, nunca río abajo. Y cuando me presentan a Humberto me dicen que estaban buscando una muchacha, que si me atrevía a hacer una película y entonces yo de fresca le pregunté que si las mujeres que hacían películas eran sobrenaturales o de carne y hueso igual que yo. Y él me responde que eran profesionales y yo le digo que, de mujer, a mujer no había nada que hiciera otra mujer útil a la sociedad que fuera imposible para mí. Él me dijo que eso había que demostrarlo con hechos, no con palabras, y quedamos en que me harían una prueba al otro día.
Como yo veía a esos blanquitos que hacían películas me dije que debían ser gusanos, y por eso al otro día me visto de miliciana y me suelto mi pelo con una boina. Ahí estaban Humberto, el fotógrafo Jorge Herrera, el productor Miguel Mendoza, y había otros que no recuerdo.
Bueno, me vestí de miliciana, pero como yo estaba divorciada, usaba la ropa muy ancha, tenía mi pelo larguísimo. Cuando ellos me ven, se miran y yo —pensando que ellos se iban a arrepentir de haberme llamado— supuse que me dejarían en paz. Pero la cosa se fue poniendo fea cuando me dicen que esa era la ropa que ellos querían que yo me pusiese, que no me habían dicho nada porque ya estaban advertidos de que era muy «rebencúa», y que iba a hacer lo que me diera la gana, no lo que ellos me dijeran.
En ese lugar donde se iba a hacer la prueba había una cantidad de reclutas sentados en un banco y había uno que no me atrevía a mirarlo porque tenía la nariz que parecía un pimiento maduro. Bueno, comienza la prueba y Humberto me dice: «Vamos a ver si usted se atreve a reír y a llorar a la vez». Para mí es muy fácil reír y entonces siento un ruido y veo una cosa montada en algo y era un trípode con una cámara, que en aquel tiempo jamás yo había visto nada igual; sabía lo que era una cámara fotográfica, porque cuando iban visitantes allá me hacían fotos porque decían que era fotogénica, pero una cámara de cine nunca la había visto y pensé que era una foto más y que no tendría ninguna trascendencia. Entonces, Humberto me dice que me ría y miro al pimiento aquel y me desternillé de la risa.
En medio de todo aquello Humberto le pregunta a Jorge Herrera, que quién me haría llorar, pero con la rabia que yo tenía por lo que ellos me habían dicho, de que les había gustado que me hubiese vestido de miliciana, comencé a llorar de impotencia por no poder volarle al cuello y comérmelo vivo. Y empiezo a llorar enormemente, primero en lágrimas silentes y luego en sollozos. Terminado esto tengo que volver a reírme porque Humberto decía que quién me hacía reír de nuevo. Vuelvo a mirar al muchacho del pimiento y comienzo a reírme de nuevo.
Jorge Herrera era una persona tan sencilla, tan amable, dulce, suave... era... lo opuesto de Humberto, como si entre ellos hubiera existido una especie de acuerdo: «Yo la altero y tú la suavizas». Sentí mucho su muerte. Hay muy buenos fotógrafos, pero Jorge sigue siendo el imprescindible.
Luego me dicen que al otro día tenía que hacer otra prueba, arrastrarme, cruzar cercas, subirme en árboles y que aquella ropa que yo tenía puesta, aquellos pantalones, que aunque los tenía agarrados con las medias y las botas, se iban a subir y que me iban a ver la ropa interior por ahí, que la camisa se me iba a salir del cinto y que se me iban a ver los ajustadores; por lo tanto, que buscara una ropa que no estuviera tan ancha. Ellos no me dicen nada, pero lo que querían saber era cómo tenía mi cuerpo, la forma de mi cuerpo. Entonces yo, de estúpida, me busqué un pantalón que en la época le decíamos rancheras, porque eran bordadas a los lados como los mexicanos y una blusa muy estrechita, cruzada, que uno la ajustaba más todavía, de acuerdo como quisiera, por mediación de un lazo que se hacía en la cintura.
Me pongo aquella ropa y ellos estuvieron muy de acuerdo y cuando terminamos todas esas pruebas de arrastrarme, etcétera, me hicieron dar mi palabra de que yo iba para La Habana si ellos me necesitaban, ya los compañeros del Partido le habían dicho que si ellos no oían de mi boca las palabras raíles de punta que no confiaran y ellos entonces insistían hasta que por fin les digo: yo cumplo mi palabra aunque caigan raíles de punta. Y entonces ahí se conformaron porque estaban advertidos de cómo yo reaccionaba.
Pasados dos o tres meses, estábamos en el Plan de Crecimiento de la Federación, me llaman de La Habana, pero ya se me había olvidado todo aquello y digo que yo no tenía nadie en La Habana, pero salgo al teléfono y recuerdo que era María Padrón, que era la secretaria, si mal no recuerdo, de Alfredo Guevara, que después fue jefa de despacho de Saúl Yelín. Ella me recuerda la prueba que yo había hecho para una película y me explica que ya tenía que salir para La Habana, porque me necesitaban allá. Entonces cuando planteo esto en el Partido me dijeron que no, que yo iba a ser un futuro cuadro. Conmigo todo el mundo hace planes y la última que se entera soy yo. Y les dije que los cuadros estaban pintados en la pared, que había dado mi palabra de honor y que, por lo tanto, tenía que cumplirla. Y así fue que ellos se encargaron de preparar todo mi viaje y montarme en el avión —que por primera vez lo hacía—, desde Baracoa hasta La Habana.
Cuando llego a La Habana me va a recoger al Aeropuerto un asistente de producción, y el muy inteligente estaba con una foto mía mirándole la cara a todo el mundo, buscándome, hasta que por fin me encuentra y me dice que tengo que acompañarlo. Le di un piñazo y le dije que tenían que mandar un conocido porque con él yo no me iba; él llamó y dijo que era una «rebencúa» y que no me quería montar; entonces mandaron una persona conocida o fue el mismo Humberto, ahora no recuerdo bien.
Se volvieron a hacer pruebas en el bosque de La Habana, pero ya con el actor Adolfo Llauradó. También había algunas actrices y otras muchachas que aspiraban al personaje. Recuerdo que llegué toda sencillita, con una ropa de campo, como es natural, con unos «tenisitos» que ya no daban más. En el grupo había una que se suponía sería la elegida, en caso que yo no pasara la última prueba, que hasta me dio una pastillita para que me calmara los nervios. Allí estaba Olga González, la que interpretó a La Gallega, y ella se daba cuenta de cómo todas esas muchachas se tocaban el codo una con otra y se reían de mí.
Pero, bueno, hice mi prueba y Humberto dijo que él siempre había confiado en que yo era la Manuela. No lo quería creer, por mi mente nunca pasó algo semejante. Ya ahí comenzaron los preparativos de vestuario, de maquillaje, de cortarme un poco el pelo porque lo tenía demasiado largo, pruebas de maquillaje para la piel, para ver cuál me quedaba mejor porque estaba muy quemada por el sol, como que había hecho una zafra completa en ese tiempo, y entonces tenía manchas en la cara; lo único que no estaba maltratado era el pelo por la costumbre que tengo de ponerme pañuelo. Luego que todo está listo regresamos para Oriente, para la zona de Guantánamo en San Antonio del Sur, en el tramo de Imías a la Farola, la Sierra Cristal, a comenzar el rodaje. Creo que lo primero que se filmó fue la quema del bohío con la muerte de la madre y la desaparición del hermano de ella.
Humberto nunca me dio guión, es más, actualmente no me da guión; él me explicaba lo que quería, cómo lo quería y cuando no me salían lágrimas, ni me salía nada: galletas que tú sabes; nos fajábamos, nos dábamos tremenda prendida y rodábamos por el río, pero al final él conseguía lo que quería y me pedía disculpas. Era aquello una locura; recuerdo que había una auxiliar de maquillaje, que era la hermana de Idalia Anreus, que decía que se iba, que aquello era una falta de respeto, que aquello era tremendo, pero al final Humberto le explicó que era debido a la situación que yo no sabía y que no me gustaba que me mandaran y que si Humberto me agredía a mí yo lo agredía a él. Era como una fórmula de trabajo, que conmigo había que trabajar de alguna forma, porque yo no entendía más de dos cosas y era como un muchacho chiquito y muy salvaje y que no podía entender las cosas, pero que detrás de todo aquello había un gran respeto y cariño, a pesar del poco tiempo que nos conocíamos: existía sobre todo el deseo de que las cosas salieran bien.
Recuerdo mucho los ríos, los bosques, el verdor aquel tan precioso, la muerte del teniente que mató a mi mamá, que por poco lo mato de verdad, en el ensayo, porque yo tenía que virar en el aire el machete y no lo hice, con la suerte que el hombre estaba lejos y él tenía que estar al tanto de caer antes del machete y entonces con la furia que yo tenía, no estaba clara de lo que iba a suceder —él era el que tenía que estar claro de lo que tenía que hacer—, porque yo no estaba consciente de nada, ni de que estaba haciendo una película; estaba consciente de que estaba haciendo algo importante y de que el Estado se estaba gastando mucho dinero en eso, pero nada más, incluso muchas veces iba a ver los rushes y veía eso como una cosa normal, como cuando una sueña. Veíamos los rushes cada cierto tiempo en un cine de Guantánamo. Hubo que hacer muchos retakes en el bosque de La Habana, sobre todo de combates, porque en el ICAIC cuando se vio todo el material había muchas cosas que faltaban, primeros planos y eso…
Me fui para La Habana y no me dieron la libertad, como digo yo, hasta que no vieron todo mi trabajo y Humberto estuviera completamente de acuerdo —pues como decían ellos—, que yo estaba medio loca, temían que me fuera y me cortara el pelo o hacer cualquier cosa que no podía. Claro, el problema es que duró más tiempo porque me puse muy delgada en el medio de la filmación y entonces cuando se vieron los rushes no macheaban unos con los otros precisamente por la delgadez mía. Entonces me fui con La Gallega porque ella trabajaba en la Producción y Elaboración de la Madera. Cuando llegamos a La Habana ellos estaban en una movilización por la Jornada de Girón, si mal no recuerdo, para Güines y me fui con ellos para aumentar de peso, porque me querían ingresar y todo en un hospital, para poder seguir haciendo la película, que se suspendió como un mes y pico. En la agricultura, aumenté de peso.
Mi relación con Adolfo Llauradó fue muy bonita. Claro, él era una gente preparada, con una experiencia, había hecho teatro y algo en cine también. Él y Luisito (Luis Alberto García, padre), eran la pata del diablo, porque yo era muy «quimicosa» para comer, para vestir... La comida si yo no veía cómo la hacían, ni la probaba, y si era carne, si no veía cómo la preparaban me daba asco, y entonces ellos me fastidiaban. Cuando nos sentábamos a la mesa ellos me decían que si la vaca tenía mataduras, que si tenía gusanos, resultado: que dejaba la comida y me iba, entonces ellos se la comían. Esa fue una de las cosas por las que bajé de peso. Adolfo me ayudó mucho, mucho: me decía cómo hacer con la cámara, aunque yo nunca tendía a mirar a la cámara, siempre la ignoré, siempre la desprecié, pero él me advertía porque había momentos que tenía que mirar al frente y entonces me daba un punto de referencia donde tenía que mirar pero que no fuera directamente a cámara; me ayudó en todo, en cómo concentrarme.
Cuando supe lo que era una cámara de cine opté por no hacerle caso; desde entonces ella ha sido para mí como un miembro más del equipo o un personaje más.
A la hora de hacer las escenas, Humberto nos decía cómo lo íbamos a hacer, en qué lugar, pero diferenciadamente en algunos momentos, porque Adolfo sí se estudiaba el guión, y entonces a veces él se ponía guapo porque después que él se estudiaba el guión, Humberto se aparecía con otra propuesta; es decir, lo mismo, pero visto de otro ángulo.
Adela Legrá y Adolfo Llauradó en una escena de "Manuela"Manuela tenía besos en el guión. Se supone que ya al final ellos son marido y mujer. Había una secuencia en que nosotros dos estábamos acostados, cerca del campamento. Yo siempre, toda mi vida, usé ajustadores sin tirantes, strapless, pero como tenía un saco puesto por encima para que pensaran que estaba sin ropas, estoy acostada a la derecha de él, cuando él me va a besar yo cierro bien la boca, me llevo los labios hacia dentro como evitándolo y eso se veía; o sea, fácilmente cualquiera se daba cuenta que estaba evitando eso, y después él me pone la mano en el estómago y viene mi mano como un garfio que le quería trozar la suya, y entonces él empieza a dar gritos y él dice: «Humberto, quítenme este garfio de encima», y Humberto me requiere y le digo: «Mira Humberto, no sé para donde va esa mano, si para arriba o para abajo, así es que, por lo tanto, no puedo quitar mi mano de ahí». Por eso es que no hubo besos ni nada, hubo que eliminar todo aquello.
Cuando hice Manuela estaba divorciada y con tres hijos, que me los estaba cuidando mi suegra en Palmarito de Cauto, bueno, la abuela de mis hijos. Cuando estábamos filmando tenía la costumbre de que todos los meses iba a ver a mis hijos, pero pasaron cerca de tres meses en que no los veía, y yo siempre estaba por los rincones llorando porque extrañaba mucho a los muchachos, que estaban chiquitos todavía. Fue esa parte cuando él me canta la canción, habíamos almorzado, estábamos en el receso y yo me perdía a llorar.
En una de esas, me fui a un riachuelo y estaba sentada a la orilla tirándole piedrecitas al agua, cuando me andaban buscando para empezar a filmar y yo no aparecía por ninguna parte, y Humberto dice: «Me imagino dónde está», y efectivamente, me encontró allí, pero yo estaba tan ensimismada en mis pensamientos que no me di cuenta cuando Humberto preparó la secuencia y mandó a Adolfo que se colocara detrás de mí con la guitarra. Dio la orden de rodar y es cuando me entero que estábamos filmando, entonces él me canta la canción «Le dije a una rosa». Yo estaba llorando y Humberto me dijo que me quedara en la misma posición, haciendo lo mismo que estaba haciendo y que mantuviera la misma tristeza. A partir de ahí le pido a Humberto que quiero ir a ver a mis hijos, que no podía seguir trabajando sin verlos. Me pusieron un jeep, con un chofer y un asistente de dirección y me llevaron a ver los muchachos.
Al filmar el primer encuentro entre Manuela y El Mexicano, que es cuando voy a lavar a la orilla del río y él se pone a hablarme y a decirme cosas porque quiere entrar en guaracha conmigo, todo esto con un amplio margen de improvisación, aquello fue comiquísimo, al punto que todo el mundo se tiró al agua a reírse, porque a la gente no se le hubiera ocurrido que yo lo pusiera a lavar a él, como se estaba dando bombo en el pecho que no lo dejaban hacer nada, es que a mí se me ocurre decirle que pusiera la guitarra por un lado y me ayudara a lavar. A Adolfo le gustaba mucho esa escena porque decía que había quedado muy fresca, muy bonita.
Luego del estreno de Manuela regreso para Oriente con mi verdadero nombre, Adelaida López Legrá. Humberto me achica el nombre porque en ese momento había otra actriz que se llamaba igual que yo: Adelaida Raymat, y entonces me quedo con el apellido Legrá de primero porque no era común.
Cuando me vi en pantalla por primera vez no recuerdo que me impresionara, no me causó gran impacto, aunque quizás sí interiormente, pero me llamaron la atención aquellas imágenes. No creí que fuera yo.
Al llegar a casa de mi mamá —pues no vivía con ella—, pasé a verla y la encuentro vestida de negro y en una pared de la casa una foto mía y con flores, porque yo había hecho una película y ese mundo era como muy dudoso para ella, además de que ya había cometido un gran error que era haberme divorciado. Así que para ella yo había muerto, y el comentario de la familia era por el estilo. Después fueron cambiando de parecer y adaptándose a la idea, pues al irme a vivir para La Habana, la familia completa se mudó conmigo y comenzaron a estudiar allá.
Fidel hace un llamado a las mujeres orientales para abrir el II Frente Frank País. Después de ver la película terminada digo que lo que había hecho era una basura y, por lo tanto, eso no servía. Comenzaron a salir las críticas en el periódico sobre la película, pero como estaba en Oriente con mi verdadero nombre nadie me iba a conocer. Allí se hace una exposición de moda al verde, patrocinado por el Pabellón Cuba, para mostrarle la moda a las campesinas, y exhibo parte de esa ropa, fue entonces que algunos periodistas me descubren. Pasan los días y al paso del ciclón —si mal no recuerdo, Inés, que acabó con aquella zona—, yo había hecho la brigada Número 1 Abel Santamaría de Rescate y Salvamento. En esos días fue Rául, fue Blas Roca, Lázaro Peña, y todos me decían que Fidel quería verme, y quería hablar conmigo, pero por mi mente nunca pasaba que fuera verdad que Fidel quería verme. A él le había llamado la atención que después de haber hecho aquella película me hubiera ido para el campo. Por esa fecha, Fidel se aparece por allá y hablamos de lo que tenía que estudiar. Él me propone ir a estudiar magisterio, suelos y fertilizantes, pero yo no quería nada de eso; le dije que el monte era para los pájaros, y que lo que quería estudiar era arte, porque después de actuar en la película, me había gustado mucho, aunque tenía mucho miedo de enfrentarme a eso.
Regreso a La Habana, me pusieron un maestro que se llama Antonio Arnedo, que me daba clases para elevar mi nivel cultural, era un trabajador del ICAIC, me quería mucho. Como al año de estar en La Habana, me voy para África donde se exhibió Manuela, aunque hicimos visitas de tránsito en París, Las Palmas de Gran Canaria, Checoslovaquia, pero la invitación oficial era para Guinea. La delegación estaba encabezada por Manuel Pérez, también estaban José Massip y Mayda Limonta. Ella y yo fuimos las únicas actrices. La acogida de Manuela fue impresionante, ovaciones que me llenaban de un temblor por dentro, aunque ya la película tenía algunos premios en festivales donde había sido llevada.
Ya filmando Manuela, en los últimos días o en la premiere, no recuerdo bien, Humberto me habla de Lucía. Cuando él estaba haciendo Manuela tenía en mente el proyecto de Lucía, y me habla de su idea, que sería en Oriente, pero imagínate tú, nunca pensé que sería verdad, en volver a trabajar en otra película porque como te decía, yo no estaba satisfecha con lo que había hecho, para mí era una basura.
Siempre digo que Manuela es mi película más querida. Todo el mundo habla de Lucía, pero Manuela es lo que yo hubiera querido ser: me siento reflejada en Manuela, yo me siento Manuela, y por eso es que me ha llegado. La gente me dice que porque fue la primera, y no es así, es mi identificación plena con ese personaje, con mi época. Aunque Lucía me marcó mucho, fue un trabajo muy serio, que me dio a conocer mucho más, la que me enseñó en realidad qué es ser actriz, Manuela es mi preferida, quiero todo lo que hago, pero esa primera película es especial.
Había un tema musical en Manuela, del músico Tony Taño, que Humberto al final le hizo cambiar porque tenía muchos violines, pero era un tema precioso, que después Tony lo incluyó en algún disco y le puso «Tema que no fue». Humberto quería una música más seca y él la reelaboró, pero ese tema, que sonó mucho por esa época, es una melodía que nunca tuve en casa y déjame decirte que está perenne en mi mente; es como si la tarareara internamente. Ya te digo, lo mío con Manuela es muy fuerte. Hace como dos años estuve en Nueva York y se proyectó Manuela, Humberto y yo hacía muchísimo que no la veíamos —bueno él no acostumbra a ver sus películas, creo que una vez y ya—, pero fue muy hermoso ver allí cómo la gente lloraba, sobre todo los cubanos que estaban, porque a ese festival latino van muchos cubanos. Todos estaban muy conmovidos, algunos la habían visto de niños y la volvieron a ver y de veras la recepción fue impresionante.
De niña me gustaba mucho el cine: mis artistas preferidos eran Libertad Lamarque, Bette Davis, Arturo de Córdova, pero por mi mente nunca pasó ser actriz. De jovencita hacía sketchs, que no sabía que se llamaban así, yo los escribía, los actuaba, los dirigía, de canciones, de representaciones de situaciones cómicas, pero hasta ahí, nunca mi pretensión fue más allá. En mi natal Caimanera, para ir al cine le robaba los quilos a los Santos, como no tenía dinero, se los robaba a los altares de los Santos, y bastantes golpes que llevé por eso. Tenía una prima en Guantánamo, Sobeida, que de niñas, de jovencitas, me ponía cosas y le decía que iba a ser artista, cuando las dos nos acostábamos por debajo de un mosquitero, en la tranquilidad de la noche se lo decía. Era como si hubiera tenido ese presentimiento, y ella se reía de mí, imagínate, en esos años imaginar ser actriz era como un sueño, un imposible, tan lejos de La Habana…
Mi carrera en el cine no sé cómo catalogarla. Por mi parte siempre di lo mejor, pero no todo el mundo cree en mí. Soy un poco difícil, aunque ahora soy bastante disciplinada, no todos los directores creen en mí, aunque bueno, yo tampoco creo en nadie. Sin embargo, los que se han arriesgado no se han arrepentido, pero además, hay otros medios que tampoco admiten que yo incursione; mira, sinceramente, en el ICAIC mucha gente no me soporta, porque tengo mi forma de ser: yo no cambié.
Siempre he dicho que Humberto Solás es mi ángel de la guarda y yo soy su amuleto. Humberto para mí es más que un director, que un amigo, y últimamente es que se lo estoy diciendo, es que le estoy demostrando con palabras cuánto lo quiero, ya no me da pena, porque anteriormente yo pensaba que él lo fuera a tomar como adulación, en esos años yo pensaba así, pero ahora lo digo. En el Festival de Cine Pobre dije que era el amor de mis amores, y todo el mundo se reía, pero de verdad es una persona increíble, un gran director, que me ha ayudado mucho, y que ha ayudado a mucha gente, ahora mismo con este festival, del lado de los que tienen menos para poder realizar el sueño del cine. Humberto supo sacar lo que quería de mí, supo guiarme, encaminarme.
Lo primero de importancia que hacemos Humberto, Adolfo y yo fue Manuela. Trabajé después con otros directores, pero cuando regresé con Humberto, después de tantos años, en Miel para Oshún, fue maravilloso, y ni hablarte de Barrio Cuba, una película que me encantó hacer. Para mí, Barrio Cuba es la segunda Lucía. Ver Manuela ahora, cuarenta años después, me recuerda también mis años de proyeccionista: yo proyecté muchas veces Manuela, porque nunca fui actriz de plantilla, y trabajé en el ICAIC como proyeccionista. En un homenaje que me hicieron en el Taller de Crítica Cinematográfica de Camagüey, me di cuenta de que esa película no ha envejecido y nunca va a pasar: es como si hubiera sido hecha con ese propósito; es la película de la juventud de todos nosotros.
Nunca quise vivir en La Habana, nunca me adapté. Siempre dije que después que me jubilaran en La Habana, regresaba para mi tierra, de Camagüey a Guantánamo es mi tierra, de Camagüey a Pinar del Río es mi extranjero. Es que a mí Oriente es lo que me gusta, y además no solo Santiago de Cuba, me fascina Baracoa, Gibara. Aunque esté jubilada no significa que esté retirada, tengo muchas cosas por hacer, que decir. Lo último que hice fue con Jorge Perugorría, que dirigió un corto que protagonicé, tengo planes con Carlos Barba, con el mismo Humberto, con Tomás Piard... en fin, es el futuro, y espero se den esos proyectos. Tengo todavía cosas que expresar, que sacar dentro de mí y no quisiera morirme con todo eso que tengo dentro, es como un volcán que me quema por dentro y eso tiene que salir.
Descriptor(es)
1. CINE CUBANO
2. LÓPEZ LEGRÁ, ADELAIDA (ADELA LEGRÁ), 1939-
3. SOLÁS, HUMBERTO (SOLÁS BORREGO, HUMBERTO), 1941-2008