FICHA ANALÍTICA

Medios, cultura, dominación y resistencia
Martínez Heredia, Fernando (1939 - )

Título: Medios, cultura, dominación y resistencia

Autor(es): Fernando Martínez Heredia

Fuente: Revista Cine Cubano On Line

Número: 3

Año de publicación: 2006

Medios, cultura, dominación y resistencia


Entre las aproximaciones posibles al tema de medios, cultura y conocimiento, abordaré la de algunos problemas de las relaciones entre ellos y la dominación sobre las personas, los grupos sociales y los países.(1) Es solo uno entre otros acercamientos, y es cierto que en este campo siempre se ha ejercido la dominación, pero considero muy necesario conocer sus modos específicos, funciones y alcance actuales, con el fin de enfrentarla eficazmente.

Desde hace medio siglo, se aceleró el proceso de ruptura de las fronteras que impedían a sectores muy amplios de las sociedades el consumo de la llamada alta cultura; también dio un salto la divulgación de diversos campos de conocimientos. Los medios masivos de comunicación se afirmaron desde entonces como entes decisivos para la divulgación de informaciones, temas e ideas. Ese fue un paso de avance humano importante, porque formó parte de una democratización del consumo de bienes culturales. Millones de personas obtuvieron —con ayuda de esa democratización— capacidades suficientes para conocer mejor, desear y reclamar el acceso a su dignidad humana, la promoción efectiva de sus derechos a la vida, la salud, el trabajo, la educación, la igualdad real y oportunidades, un bienestar basado en la satisfacción de necesidades crecientes, ciudadanía plena, convivencia democrática, justicia social, autodeterminación de su nación y un trato justo en sus relaciones internacionales.

Aquello no fue un regalo o una donación. Fue consecuencia de las iniciativas, esfuerzos, sacrificios y luchas de muchos millones de personas pertenecientes a varias generaciones. En el curso de la mayor parte del siglo XX, lograron la liberación nacional de un buen número de países y, al menos, la independencia formal de casi todos los demás, transformaron las nociones del valor de sí mismos y de sus naciones, y cambiaron el mapa del mundo; derrotaron al fascismo en Europa, deslegitimaron a los racismos y los hicieron retroceder, impusieron o negociaron redistribuciones de las riquezas y democratizaciones por todas partes, exigieron la socialización de la libertad y de la justicia, e incluso pusieron en marcha proyectos de cambios profundos de las sociedades y la vida en una parte del planeta, a partir del triunfo de revoluciones contra el colonialismo imperialista y el capitalismo. Sucedió un cambio cultural prodigioso, que en términos históricos asomó a la humanidad a la posibilidad de usar y disfrutar los logros de la organización social y de las ciencias y las técnicas, y volvió obsoletas las formas de dominación elaboradas hasta entonces por el capitalismo.

Es cierto que a una parte de la población de los países capitalistas desarrollados se les seguían negando los adelantos referidos, y a las mayorías en los demás países. La democracia política demoró siglo y medio después de la Revolución francesa para establecerse bien en la Europa capitalista, y todavía registró un retroceso descomunal en los años 30 y hasta 1945. (2)

En el recién llamado Tercer Mundo abundaron las rupturas de la institucionalidad, las represiones selectivas o masivas, e incluso los genocidios, y también las guerras y agresiones imperialistas; el estado de derecho y el ejercicio de libertades ciudadanas fueron precarios o incompletos. Pero el conjunto de las democratizaciones, políticas sociales y reformas, la consolidación de identidades, las nuevas relaciones, maneras de vivir, ideas e instituciones, configuraban realidades o eran proyectos a realizar y metas creíbles a escala mundial, y constituían temas de conciencia, movilización y lucha. La Revolución bolchevique había sido enterrada en un baño de sangre en los años 30, pero la Unión Soviética protagonizó la resistencia al nazismo en una gigantesca epopeya, y fue decisiva para la victoria. Entre 1945 y los años 80 la URSS llegó al apogeo de su prestigio, fue hegemónica en la alianza con seis países no capitalistas de Europa, superpotencia militar y polo político opuesto a Estados Unidos, muy influyente en numerosos medios en el mundo, pero también recorrió un dilatado proceso de descomposición interna. Finalmente, los regímenes no capitalistas de Europa se autoliquidaron, con numerosas consecuencias desastrosas; el socialismo se sumió en un grave desprestigio en el mundo, y terminó la época de la bipolaridad.

En el mismo lapso histórico, los países llamados subdesarrollados intentaron llevar adelante procesos nacionales de desarrollo económico y coordinaciones internacionales para eliminar o disminuir sus desventajas en el sistema mundial. El desarrollo, los cambios agrarios, la soberanía nacional, la industrialización, los vínculos «Sur-Sur», entre otros esfuerzos y reclamos, llenaron varias décadas de la vida de cientos de millones en el Tercer Mundo. Pero en las décadas finales del siglo XX la nueva fase del imperialismo le cerró el paso a esos proyectos y esfuerzos, y hoy la mayor parte de ellos son considerados algo imposible en la mayoría de los países.

Para el tema que nos reúne hoy, quisiera destacar que la dominación capitalista no fue ciega ante sus reveses y el despliegue de premisas de la liberación humana acontecidos a lo largo del siglo, sino que se reorganizó y buscó obtener reformulaciones de su hegemonía. Aunque fueron logros de las luchas de la gente, en la medida en que las democratizaciones, las políticas sociales y la independencia nacional con relaciones neocoloniales quedaron dentro del sistema capitalista, también fueron modernizaciones que viabilizaban la renovación del consenso de los dominados. Al mismo tiempo, el imperialismo utilizó todos los recursos de violencia, compulsiones, saqueo, sobornos y complicidades que estuvieron a su alcance, pero confió sobre todo en el desarrollo de su propia naturaleza. En la etapa más reciente ha retomado la iniciativa histórica. Es esencialmente el mismo, pero tiene varios rasgos específicos que resulta imprescindible tener en cuenta.

La naturaleza actual del sistema está basada en la transnacionalización y las finanzas parasitarias. Si la competencia en los negocios ha sido progresivamente negada por la monopolización y todo tipo de ventajas para los más poderosos, a escala de las posibilidades individuales la iniciativa ha sido brutalmente recortada: dos de cada cinco personas en el mundo están excluidas de gozar los avances de mundo y pretender un lugar decoroso, y otras dos bregan duramente por el acceso a una serie de ellos.

Una parte de los trabajadores, y quizás la mitad de la población mundial, resultan sobrantes para este sistema, que agrava la deformación de las economías de la mayoría de los países, —reducidos a subalternos suyos— y elimina sus proyectos nacionales. El capitalismo ha abandonado el ideal de progreso que rigió durante siglos, y mientras millones comienzan a comprender que dominar la naturaleza fue una aspiración equivocada, el orden vigente se ha convertido en una grave amenaza para el medio en el cual vivimos. Están en marcha una nueva colonización del mundo y el abandono de la forma democrática de dominación, es decir, el fin de dos pilares principales del equilibrio y el consenso obtenidos por el sistema en la segunda mitad del siglo XX.

Por consiguiente, se ha producido una conservatización progresiva de la organización social. Un nuevo liberalismo es la estrategia prevaleciente para la política económica, el sistema político y los deberes sociales del Estado, y es la ideología dominante. Hace quince años se indujo a casi todos a creer la falsedad de que eran «cambios inevitables», después bautizados como «globalización inevitable». En realidad, los siglos de historia del capitalismo han implicado sucesivas mundializaciones que fueron imponiendo a la mayor parte del planeta el colonialismo y el desarrollo desigual. Lo nuevo —y una razón de ser de ese gigantesco retroceso— es que el desarrollo de su propia naturaleza ha llevado al capitalismo a perder sus banderas de progreso, desarrollo, libertad, democracia e igualdad de oportunidades. La promesa de la liberación socialista ha sufrido derrotas gravísimas, pero el capitalismo actual ya ni siquiera hace promesas.

La otra causa de la ofensiva conservadora es que el poder percibe la colosal acumulación cultural de resistencia y de rebeldía que poseen los pueblos, constituida por innumerables experiencias prácticas, sentimientos e ideas. La cultura adquirida por los dominados durante el siglo XX forma un potencial subversivo muy peligroso, que puede llegar a identificar bien al capitalismo en su totalidad como el enemigo, denunciarlo y combatirlo eficazmente.

Por eso se ha vuelto vital para la dominación, la guerra cultural que está llevando a cabo a escala mundial. Esta es una gigantesca operación de prevención de las rebeldías, que a la vez trata de ocultar y suplir la incapacidad creciente del sistema para satisfacer las necesidades perentorias de miles de millones de personas y las aspiraciones de sectores modestos o medios, para mantener libertades y prácticas democráticas, auspiciar las iniciativas económicas, reconocer a las naciones y tolerar sus espacios propios. Se utilizan los más poderosos instrumentos y colosales recursos para controlar de manera totalitaria y eficaz la información que es consumida, la formación de opinión pública, e incluso emociones, gustos y deseos. El objetivo es homogeneizar las ideas y los sentimientos de todos —de los incluidos de algún modo en el sistema, y de los excluidos también—, según patrones generales que garanticen su encuadramiento dentro de una cultura del miedo, la indiferencia, la fragmentación y la resignación. Esta guerra cultural intenta prevenir las rebeliones, diluir las protestas y trivializar los hechos —hambrunas, crímenes, infancia desvalida, consumo de drogas, etcétera.—, igualar los sueños, contrapesar la gigantesca y creciente fractura social de este mundo, mediante un complejo espiritual «democratizado» que convierta en eventos naturales las iniquidades sociales. Se ejerce así una terrible y cotidiana violencia, aunque disimulada, contra la mayoría de los individuos, grupos sociales y naciones.

La democratización de la alta cultura y de los conocimientos en los medios masivos, a la que me referí al inicio, debía ser entonces desnaturalizada y controlada, convertida en un instrumento de dominación renovada, confusión, manipulación y cooptación, o en un ejercicio estéril. En todo el campo de la comunicación, el sistema se lanzó a concentrar en sus manos la propiedad, las redes, las normas legales, las acciones gubernativas y la formación y las ideas del personal involucrado, dándole un golpe mortal a la competencia empresarial y a la libertad de expresión, con la pretensión de lograr el fin del pluralismo de enfoques, informaciones e ideas, y de la difusión de productos alternativos u opuestos a su dominio.

La televisión, las nuevas tecnologías para la reproducción de imágenes y las comunicaciones, el video, el cine, la edición de libros y revistas, y en gran medida la radio, están hoy sometidos al más férreo dominio, unas veces abierto y otras encubierto. El grado de control y la intolerancia que se ejercen en este campo son una de las muestras más ostensibles del franco retroceso de la democracia en el mundo.

Una nueva manera de ocultar consiste en mostrar masas de informaciones, que han sido en realidad seleccionadas, mediante instrumentos, temas, modos y agentes controlados. El objetivo no es solo mezclar lo baladí con lo trascendente, dejar a todos en la superficie de los acontecimientos que se presentan, desgastar con la reiteración ciertos temas mientras se ocultan otros: se pretende que la gente —ya reducida a público— no desee conocer o no sepa buscar lo que no se le informa.

Hace 40 años se multiplicó la matrícula escolar en América Latina, para terminar en la multiplicación actual del desempleo y las frustraciones; los medios brindan a la multitud escolarizada explicaciones acerca de qué es el stress, y muchos datos sobre las incomprensibles bolsas de valores, aunque millones de sus consumidores sean indigentes. Pero los medios del sistema no divulgan nada acerca del control monopólico establecido sobre las patentes de semillas o sobre la proliferación de los transgénicos, o por qué son estratégicas las cláusulas sobre propiedad intelectual en los tratados de «libre comercio». El bicentenario del triunfo de la Revolución de Haití, la victoria de los esclavos modernos, los primeros que vencieron al ejército de Napoleón y crearon la primera república independiente en América Latina pasó inadvertido: no debemos saberlo, no hubo divulgación ni celebraciones. Ellos necesitan arrebatarnos los tiempos, quitarnos el pasado y el futuro.

La batalla del lenguaje está en el centro de la guerra cultural, y no estamos ganándola. Los prejuicios instalados como requisitos previos a toda comunicación suelen influir demasiado, y ellos son letales para pensar y sentir con independencia. Los medios resultan por lo general más conservadores que los saberes populares y la conciencia de sectores sociales.

El uso acrítico de la palabra «terrorismo» refuerza en la práctica un concepto central de la dominación actual, con gran número de efectos negativos; mientras, la dominación utiliza «terrorismo» al servicio de sus intereses y con una selección rigurosa: es impresionante que no se califique de terrorista al ejército sionista. En Iraq no hay «violencia», como suelen repetir los noticieros: existe la ocupación militar completa y sine dia de un país soberano, los extranjeros realizan asesinatos, torturas y represión, y el pueblo iraquí lucha con las armas contra el ocupante.

Las fronteras ideológicas en el uso del lenguaje deben desdibujarse, como corresponde al tipo de guerra cultural; los materiales de las empresas gigantes de comunicación llevan siempre la huella de su pertenencia, las reiteraciones que crean imágenes y palabras de moda nunca son inocentes, la llamada profesionalidad escuda el modo específico de trabajar que tienen en este campo. Más que informar, su objetivo es formar la opinión pública que se desea. La interiorización de este modo de comunicación social y el colonialismo mental que conlleva, se arraigan y difunden con la aceptación de sus lugares comunes cotidianos.

En los medios controlados —que son los más poderosos— la «liberalización» es algo bueno, «el Estado es ineficaz», los «nuevos pobres», «informales» o «desfavorecidos», son producto de los «ajustes», «aperturas» y «reducciones de gastos» de las economías y las sociedades subordinadas, debido a la supuestamente obligatoria «globalización» y a los esfuerzos de las políticas «democráticas», dirigidas a «ser competitivos», no caer en el «populismo», «luchar contra la corrupción» y evitar «la fuga de los inversionistas». Los trabajadores pierden sus relaciones sociales y su talante cuando son reducidos a «capital humano», los ladrones al mando de las finanzas mundiales se tornan organizadores de la «lucha contra la pobreza»; cualquier acto de intervención imperialista puede ser llamado «humanitario» y las víctimas de las agresiones genocidas se transforman en «daños colaterales». El «éxito» es una palabra de pase, que califica a los seres humanos —con su opuesto—, «fracasado» en innumerables guiones de ficción, pero también a los países, en la prosa de técnicos y de políticos.

El dominio material imperialista es muy importante, pero su garantía decisiva es el dominio transnacional sobre las conciencias y los medios de pensar y conocer de las personas, sobre sus deseos y sentimientos. La fuerza de la superioridad material se impone en cada campo solamente mientras no se ponen en marcha en su contra las subjetividades motivadas, concientes y organizadas. El militarismo se rige por la alta tecnología, el gran poder económico, la fuerza del armamento más sofisticado, y parece invencible, hasta que surge una resistencia capaz de promover en los sujetos oprimidos motivaciones, conciencia y organización, y su actuación los pone en jaque(3). La «economía» se considera el aspecto decisivo en el mundo basado en la ganancia y el lucro, hipercentralizado, de transnacionales, control financiero e inmenso poder estatal de las potencias. Se supone inevitable su predominio sobre las estructuras y las políticas económicas, los gobiernos y la soberanía de la mayoría de los países, el sentido común de los individuos y las familias. Pero cuando una colectividad logra crear conciencia y voluntad política suficientes, organizadas en poder popular, puede resistir eficazmente a la «economía» y a su última razón, el imperialismo. Cuba, un pequeño país al pie mismo del campeón de Occidente, cuya política económica y social, soberanía y conducta internacional son escandalosas negaciones del dominio de la «economía» y del imperialismo, es un ejemplo palpable.

La dominación cultural y mediática tiene también sus especificidades, y una de ellas puede ser fundamental para combatirla: exige consenso. Ellos están obligados a mantener, extender y educar el consenso; nosotros necesitamos horadarlo y romperlo, a escala creciente. A pesar de su soberbia y sus aventuras, triunfar en la guerra cultural es una necesidad vital para el imperialismo. Es cierto que su predominio y la ofensiva que mantiene en el campo cultural y mediático no se explican por sí mismos: todavía estamos pagando los costos terribles de una etapa en la que ha sido realmente bajo el nivel de las confrontaciones de clases y las luchas de liberación a escala mundial. Pero también es cierto que la debilidad de la oposición al capitalismo constituye hoy una parte muy importante de su fuerza, dados los límites que le acarrean la naturaleza actual del sistema y el potencial cultural de rebeldía que se ha acumulado. Esa es una debilidad potencial suya.

Si se aprovechan la carencia de soluciones y de perspectivas del capitalismo, la resistencia y la creación de alternativas son más factibles en los campos mediático y cultural que en otros terrenos. Tomar conciencia, movilizarse y actuar a favor de una comunicación que defienda los intereses y las identidades populares, las demandas inmediatas y los horizontes de liberación latentes, el derecho a los logros de la humanidad, al conocimiento y a una cultura de la justicia, la libertad y la vida, pueden constituir pasos trascendentes en el cambio en la correlación de fuerzas y en la consolidación de autoconfianza, ideas y proyectos populares.

Lo primero es ir más allá de lo que parece posible. En realidad el trabajo intelectual no tendría mucho valor si no fuera capaz de irse muy por encima de sus condiciones de reproducción. En la coyuntura actual, solo voluntades actuantes y persistentes pueden enfrentar la gran diferencia de medios que existe entre las fuerzas en pugna, pero en este tipo de trabajo se puede ser eficaz con recursos escasos, y sin esperar a una circunstancia más favorable. Es posible —y es imprescindible— liberar al lenguaje y al pensamiento de las cárceles de la dominación. Hay que analizar bien y llegar a conocer la guerra cultural, encontrar sus puntos débiles y aprender a utilizar ese conocimiento no solo para denunciarla, sino para actuar contra ella a la vez que ir creando un campo cultural diferente y opuesto al del sistema.

Es necesario desarrollar medios y otros instrumentos alternativos que no sean solamente los nichos tolerados que sobreviven en medio de una corriente principal omnipotente, porque esos nichos suelen tener uno entre dos destinos: servir a una minoría que se conforma y satisface con hacer sólo eso, o ser reabsorbido, reincorporado como una faceta más en el prisma de la dominación, que la renueva y la hace más capaz.

Mil millones de personas en el mundo son analfabetos, dos mil millones están demasiado angustiados tratando de sobrevivir para prestarle atención a lo que discutimos aquí. Pero esa tercera parte de la humanidad también debe formar parte de nuestras motivaciones y batallas, porque así llegarán a coincidir la exigencia moral y la fuerza suficiente, y porque si se cede a la creencia, fomentada por el sistema, de que el mundo se divide en incluidos y excluidos, se termina aferrado a ser un incluido.

Liberarse de la dominación cultural es sumamente difícil, por eso hay que emprender el largo camino con instrumentos y valores apropiados, y con tenacidad. Pero es ineludible crear desde el principio elementos de una nueva cultura de liberación, por más débiles que seamos; se ha demostrado hasta la saciedad que son suicidas las ideologías, organizaciones y poderes que pretenden posponer esa tarea para supuestas etapas más favorables, y creen poder construir las relaciones, mentes y corazones nuevos utilizando los viejos materiales de la dominación.

La acumulación cultural lograda por la humanidad puede ser la premisa de procesos de concientización y preparación para la liberación, que, sin embargo, tendrán que ser muy originales y creativos para ser opciones válidas. Desde esos puntos de partida, es indispensable situarse siempre en la especificidad del medio y de los objetivos que buscamos. Conseguir más temas procedentes, métodos convenientes, más calidad y atractivos; ser realmente opuestos y diferentes a la cultura de los opresores, y no solo opuestos a ella; salir de los ghettos en que nos colocan, a encontrarnos y reunirnos con tantos inconformes que sin embargo tienen la sagacidad de no querer andar por los viejos caminos ni adorar dogmas; construir coordinaciones cada vez más amplias y eficaces con los que realizan trabajos afines y con los mismos objetivos generales; participar efectivamente en la causa con que se simpatiza, donde se estime mejor, pero con la gente, a enseñar y aprender en la actuación; ver más allá del horizonte del trabajo específico, explicarlo a los demás y ayudar a forjar herramientas para formas más realmente autónomas de educación y concientización popular. La contienda por los medios, la cultura y el conocimiento solo será eficaz si forma parte de una batalla mayor.

Para una empresa tan ambiciosa no serán suficientes las ideas que hemos tenido acerca de los medios, la cultura y el conocimiento: habrá que desarrollarlas más y en nuevas direcciones, y descubrirles contenidos y modos que ahora apenas entrevemos o deseamos. Para esa labor serán necesarias todas las personas que no estén francamente al servicio de la dominación, incluso las que consideremos demasiado moderadas o excesivamente radicales. Quizás la mayor importancia que tienen estos Foros es indicarnos el buen camino. Es decir, nos ayudan a conocernos y reunirnos, aprender a apreciarnos, como lo que somos: los que van a luchar juntos.

Descriptor(es)
1. CINE MILITANTE
2. CONSUMO CULTURAL
3. CULTURA Y SOCIEDAD
4. SOCIOLOGIA DE LA CULTURA