FICHA ANALÍTICA
Un festival de «cine pobre» en Buenos Aires
Padrón Nodarse, Frank (1958 - )
Título: Un festival de «cine pobre» en Buenos Aires
Autor(es): Frank Padrón Nodarse
Fuente: Revista Cine Cubano On Line
Número: 3
Año de publicación: 2006
BAFICI es, según sus propias siglas, el Buenos Aires Festival de Cine Independiente cuya octava edición tuvo lugar este 2006; resulta curioso que transcurra justamente cuando, bien distante de la Argentina, en el oriente cubano, dentro de un pequeño pueblecito costero de Holguín, tiene lugar otro evento competitivo internacional: el de «cine pobre». Ambos tienen lugar en la segunda quincena de abril, como celebrando la primavera.
Pero la mayor coincidencia estriba en que el festival porteño es una suerte de cita de ese tipo de producción en el mundo entero, al punto de que su principal atractivo consiste en una programación que apenas puede encontrarse en otros semejantes en el mundo, sin hablar de circuitos comerciales.
Esta vez, el BAFICI acarreó no poco desconcierto respecto a los premios (punto siempre polémico, como se sabe, en todos los festivales) que, siendo parco por lo general en su nómina, aún restringió más su número de entregas como quiera que, ciertamente, las 18 cintas en la competencia internacional, y las 12 en el acápite argentino, no dejaban demasiado margen a ello.
Para mí, que fungí como jurado SIGNIS (y por ello estaba obligado a ver todas y cada una de las anteriores cintas), lo más interesante que hallé estaba justamente en lo que no concursaba, y cerrando más el marco, dentro del documental.
Un género
que se ensancha
Las nuevas tendencias dentro del género, que igual incorporan elementos fictivos que tienden puentes apenas perceptibles entre ambas líneas, arrojan más de un resultado alentador, y la octava edición del BAFICI resultó una plataforma ideal para confrontar y afirmar esta realidad.
Incluso, dentro de las formas más tradicionales, fue posible encontrar varios títulos notables. Es el caso de Zero Degrees of Separation, opera prima, de la canadiense Elle Flanders, activista de los derechos lesbiagay en su país: el conflicto israelo-palestino a través del testimonio de dos parejas de ese tipo, permite conocer a fondo otra cara de la discriminación: la tendencia erótica; con sumo tino la realizadora logra mezclar el archivo doméstico de su abuelo (años 40) con el testimonio de los entrevistados en el Israel actual, de modo que el contrapunto arroja una lamentable continuidad; incluso, llama la atención cómo siendo la artista una militante de estas minorías, el filme trasciende ese item para convertirse en un detonante de la identidad, para concluir que la compleja situación medioriental no hace distingos en las preferencias sexuales, arrastrando en su absurdo y su violencia a todos.
Meninas, de la brasileña Sandra Werneck (Cazuza- O tempo nao para), se ocupa de las adolescentes embarazadas en las favelas cariocas: calidez, ternura y hasta desgarramiento, genera una lente inteligente, a veces áspera, que evita por ello sensiblerías y lagrimeos que el tema pudo generar, en función del estudio y análisis de una realidad golpeante.
Y hablando de ese país, también resultó muy agradable el filme María Bethania, música é perfume, de Georges Gachot, francés afincado en Suiza. El filme nos revela a la artista toda, esa gran dama de la canción en Brasil: no solo en plenas funciones creativas (poniendo voz a las pistas en el estudio de grabación, entregada absolutamente, como lo hace en el show) sino en la intimidad de su casa, hablando de las cosas más sencillas o elementales, o reflexionando en torno a la cultura y la idiosincrasia brasileñas. Pero no es solo la figura: el Brasil con su luz especial, con su aura, su misticismo y su encanto, su cultura ancestral que sin embargo late, son captados por el lente de la cámara sin que para nada encontremos pretensiones turísticas. Y el resultado, con una fotografía reveladora, rica en contrastes y matices, con un sonido no menos preciso que, a más de la maravillosa música, incorpora lo natural, es un retrato dinámico, inteligente, de una artista y un país del que resulta elocuente emblema.
Ahora bien, dentro de esas líneas más novedosas y experimentales del documental a que nos referíamos, fue posible también encontrar más de un título recordable; el mockumentary o «falso documental», tendencia donde Christopher Guest o Craig Baldwin han sentado cátedra, ya tiene muchos seguidores en todo el mundo.
Y es así que, dentro de la propia competencia, se encontró la obra First on the Moon, de Alexéi Fedorchenko: el supuesto caso de un astronauta ruso que antecedió en treinta años al primer estadounidense en los viajes espaciales, y en más de veinte al primero soviético, origina esta falsa «biopic» donde lo mejor, más allá de la exquisita imitación de documentales y noticieros al uso en la época, es el análisis de la Guerra Fría desde esa parte del mundo, su atmósfera de espionaje y su culto al heroísmo «oficial», junto al día a día en una sociedad donde lo verdadero y lo falso se confundían entre delgadas barreras.
Dentro de la competencia argentina, se hallaron algunos casos con mayor o menor fortuna, quizá el más interesante resultó Porno, de Homero Cirelli: la realización de una película de ese tipo implica una focalización más en los contextos, en los alrededores, los detalles, que en los propios meandros de un rodaje semejante; el cineasta, como homenajeando a Buñuel o al National Geografic, enfila su cámara, por ejemplo, hacia dos hormigas o una mosca que se introduce sin permiso en el sexo; en vez de la prepauta del cine pornográfico, el cineasta deja libre la mirada, aunque tal espontaneidad solo es fingida; tras su filmación hay mucho estudio y premeditación, e interesa más el costado de la camaradería en cualquier equipo fílmico que la kantiana cosa en sí.
Ficciones
Y ya que estamos en la producción local, no salgamos de ella para revisar otros casos, no precisamente documentales, aunque con elementos de este, o sea, más bien lo inverso a lo hasta ahora reseñado: una estructura fictiva con elementos del otro género.
Laureada con algún premio colateral, A propósito de Buenos Aires, realizado por un grupo de once alumnos de escuelas de cine de ese lugar, resultó un proyecto notable, sobre todo, por lo raro de una diégesis cíclica y también sobreentendida, con un motivo común (la geografía, a través de puntos cruciales, de la inmensa capital federal), aunque contiene varias historias y personajes entrelazados, donde la sugerencia y la clave son más importantes que la historia, prácticamente inexistente.
Dentro de ese puente ficción-documental, que además se basa en la alienación urbana de grandes ciudades, se puso también Savaye Eye, de los estadounidenses Madows, Meyers y Strick, en la cuerda dialógica y dialogada de Hiroshima, mon amour: otra ficción «disfrazada» donde tras los desencantos amorosos de la protagonista, late el verdadero punto simétrico del filme: ese Nueva York oculto y febril que escapa a la mirada distraída. Eso sí, a los directores se les va con frecuencia el sentido de la elipsis, y dejan correr metraje sin necesidad (por ejemplo, en las escenas de la iglesia).
Menos suerte aún corrió Puto, de Pablo Oliveiro; el cine gay desde la perspectiva del «flechazo» aparentemente apasionado que deriva en absurda ruptura y definiciones ontológicas, que van mejor al título que lo generalmente englobado bajo el mismo por la mirada hetero despectiva; sin embargo, el curioso sujeto, se diluye en los circunloquios, la explicitud innecesaria y la desnarración torpe.
Algo que afecta, aunque menos, a otra «a caballo» entre ambos géneros. En I am a Sex Adict, el norteamericano de origen judío Caveh Zahedi realiza una mirada autobiográfica a cierta superada adicción a las prostitutas; además de autointerpretarse, escribir el guión y, por supuesto, dirigir, el cineasta se distancia en medio de la diégesis, presentando fotos o imágenes de los personajes reales, y comentando sucesos del trabajo de mesa, las pre y postfilmaciones entronizando, paratextualmente una suerte de making of. Como se infiere, el resultado es original, sobre todo por el humor y la gracia que destilan, tanto la historia como los recursos, donde suple imaginativamente, a la vez que revela, carencias de producción; solo que, tan entusiasmado por su eficaz método, se le olvida aplicar las tijeras, de modo que, la narración se muerde un tanto la cola.
Premios
Escena de "El hoyo"Y como refrendando este criterio de que lo más valioso y sólido del BAFICI estaba en el documental, el jurado se pronunció, para su primer premio, por uno de ellos: En el hoyo, del mexicano Juan Carlos Rulfo (hijo del célebre escritor); laureada anteriormente en Sundance, Miami y Guadalajara, el filme se acerca a un grupo de trabajadores que levantan un inmenso puente en el Periférico del DF, bordeando una leyenda según la cual, cada vez que ello ocurre, el diablo se lleva, por lo menos, un alma de las que allí laboran. Rulfo se acerca al lado humano de la obra, bucea en las vidas, anhelos y criterios de esos hombres sencillos, y construye un filme que rezuma calidez y ternura; el joven cineasta (a quien pertenece también un anterior documental visto en Cuba: Del olvido al no me acuerdo) logra así mismo interesantes conquistas fílmicas, como la curiosa mezcla de los ruidos típicos de una construcción, a la banda sonora, que incorpora una música complementaria a aquellos.
No obstante, el documental alarga demasiado ciertos momentos, reitera situaciones y basa casi toda su plataforma imaginal en grandes primeros planos, absolutamente innecesarios, lo cual acarreó inconformidades en muchos asistentes al festival, por cuanto, con certeza, había otros títulos compitiendo con mejor acabado.
Y no precisamente el Premio Especial del Jurado correspondiente a Longing, cinta alemana de Valeska Grisebach, en torno a un triángulo amoroso al que aplica un tratamiento distanciado, que escapa al peligroso melodrama en el que un tema así puede desembocar. A pesar de ello, tampoco es una pieza cristalizada: demasiados balbuceos narrativos, no pocas suciedades en el montaje, dan al traste con lo seductor del tema y su abordaje.
La selección oficial argentina, por su parte, reconoció el filme Glue, historia adolescente en el medio de la nada, de Alexis Dos Santos, y confirió un Premio Especial a Soledad al fin del mundo, de Fernando Zuber y Carlos Casa, ambos dentro de la estética del llamado Nuevo Cine que, pese sus no pocos detractores, incluso dentro de la crítica local, sigue imponiéndose allí. Hay que reconocer, en el caso de la gran ganadora (la otra se me escapó) uno de esos casos en que los recursos habituales de esta tendencia (procesos desnarrativos, desdramatizaciones, acercamientos que imitan la técnica del documental, procedimientos neorrealistas en las actuaciones y el montaje...) cuajan suficientemente en un estudio de los descubrimientos, inicios y devaneos en la identidad sexual, y las relaciones amistosas, eróticas y familiares de varios adolescentes de ambos géneros en una localidad rural.
El Jurado FIPRESCI otorgó su galardón a Los próximos pasados, de la argentina Lorena Muñoz, calificada por el importante diario local Clarín como «un testimonio de la indiferencia y el deterioro cultural», sobre un mural del pintor David Alfaro Siqueiros que desde la década del 30 dormía en el sótano de una quinta en este país. Con más de un momento sobrante por redundante, se trata de un filme bien armado.
SIGNIS extendió su voto unánime al filme chileno La sagrada familia, de Sebastián Campos, una relectura de la Semana Santa cuando, celebrando la fecha, varios familiares se reúnen para develar comportamientos bien desconcertantes; la cinta contempla un guión sobre la base de improvisaciones, y destacados actores (Sergio Hernández, Coca Guazzini, Néstor Cantillana...), llevan a puerto seguro las veleidades y contradicciones de una historia perfectamente armada sobre sí misma, de profundidad ontológica y de un vuelo que trasciende la austeridad de su producción.(1)
Un suceso «fuera
de concurso»
Hay acontecimientos que trascienden el marco donde se insertan, y ello ocurrió durante un par de noches en los inicios del Festival, cuando en el mítico teatro Colón, uno de los más antiguos y hermosos no ya de Argentina, sino de América Latina, ocurrió el que nos ocupa. Como una de las actividades especiales del BAFICI, se programó la presentación de El acorazado Potemkin (en una copia restaurada), el clásico del cine soviético, realizado en 1925 por Serguéi M. Eisenstein, acompañado musicalmente por la Orquesta Sinfónica del gran coliseo.
Si fue todo un suceso ver emerger imponente y desafiante el inmenso barco (todo un símbolo de las conquistas fílmicas debidas al maestro ruso en el montaje, la composición de la imagen y la narración), no menos lo fue escuchar la partitura musical sonando como si brotara de la misma pantalla, algo que solo ocurrió cuando a partir de 1926, el alemán Edmund Meisei concibió la obra, que desde entonces acompañó el filme, sobre la cual trabajó el director orquestal Phil Jutzi.
Einsenstein consideraba este su «primer trabajo para el cine sonoro» (aun cuando originalmente nació mudo), y hablaba de su labor junto al músico con entusiasmo («trabajamos en cooperación amistosa y comunidad creativa», decía). Un artista de la restauración cinematográfica como Enno Patalas, a quien se deben verdaderos milagros en este campo sobre otros clásicos (Metrópolis o Los nibelungos), también se responsabilizó con la de Potemkin, y, presente en las funciones argentinas, declaró sentirse impresionado al ver repleta la enorme capacidad del teatro porteño, «sobre todo de jóvenes». Las imágenes en realidad parecen de ahora mismo, no solo por la nitidez lograda, sino por la fuerza de las mismas, por todo su vigor.
Bajo la batuta del maestro Guillermo Brizzio, la Orquesta Estable del Colón brilló de principio a fin: el difícil e imprescindible empaste entre percusión y cuerdas, los complejos crescendos melódico-orquestales en momentos clímax (la célebre Masacre de Odessa y, sobre todo, el enfrentamiento final de los dos buques, que requiere de un dinámico sostenido en el tutti), demostraron no solo la alta profesionalidad y el talento de estos músicos, cuya ejecución prolongaba la fuerza y precisión del director, sino la interiorización que todos lograron de una partitura donde laten aires románticos de la mejor tradición europea. Gran suceso este de la cultura toda, que hermana Europa y Latinoamérica, que sale de la pantalla o el foso sinfónico, que salta del recinto casi sacro del coliseo bonaerense, para proseguir la travesía azarosa y exitosa del invencible acorazado fílmico.
Otras miradas al cine independiente
Como si todo esto fuera poco, y durante doce provechosos días (quizá sea el festival más largo), el BAFICI, en esta octava edición, a más de la oportunidad de acercarnos a la producción irregular, pero de cualquier modo interesante, del cine independiente que se hace ahora mismo en el mundo entero, propició el encuentro (en muchos casos hasta personal) con la obra de nombres significativos, algunos verdaderas leyendas de este modo de hacer como los norteamericanos Jim Mc Bride, Lodge Kerrigan o el videasta digital Jon Jost; el surrealista checo Jan Svankmajer (a quien se dedicó toda una retrospectiva), maestro de la marioneta incorporada al actor de carne y hueso, junto a su colega, el animador del Reino Unido, Barry Purves; el británico Peter Watkins, precursor de aquellos iconoclastas «jóvenes airados», los japoneses Takeshi Kitano o Sono Sion, el alemán Thomas Arslan, el uruguayo Aldo Garay, el argentino Raúl Perrone; el exegeta estadounidense de la cultura gay, Todd Verrow o su paisano John Carpenter, a quien se dedicó oportunamente la sección «Master of horror» bien entradas las madrugadas.
No faltaron, por demás, las nutritivas mesas redondas y coloquios (en torno al cine argentino, a los rumbos del cine independiente y a las poéticas individuales de algunos de esos directores arriba reseñados), las sesiones musicales y ese espacio no programado, espontáneo, que acaso es lo mejor de todo evento fílmico: el intercambio diario y sistemático con cientos de cinéfilos del mundo entero, que como nosotros, asistimos al BAFICI en busca de alimento para nuestra pasión por el arte del siglo XX... el XXI y (quiera Dios) per secula seculorum.
De modo que, lógicas inconformidades y reservas a un lado, el BAFICI, en su octavo año, se consolida, se proyecta como una cita más que necesaria, imprescindible entre sus colegas de Argentina, América Latina y el mundo entero, y, para terminar como empezamos, otra cita del «cine pobre» que enriquece.
NOTAS:
(1) Debo aquí referir la positiva impresión dejada en la dirección del Festival acerca de esta elección de Signis, según palabras del propio Fernando Martínez Peña al leer ante la prensa los premios. Lo cierto es que, una mirada superficial a este filme chileno, pudiera dar la impresión de que ataca principios fundamentales de la fe y la doctrina cristianas, específicamente católicas, institución que confiere este lauro, como se sabe. Pero nada de esto, antes bien, los afirman, solo que mediante un discurso inteligentemente oblicuo cuyo mensaje final sería algo así como: no es el ritual de la reunión familiar en fechas como la Semana Santa lo que fortalece la familia, la cual, si no posee valores reales y oculta conflictos y perversidades esenciales, como es el caso de la que protagoniza el filme, puede arrojar resultados como los que aquí se muestran.
Lo que ocurre es que La sagrada familia no aterriza, afortunadamente, en explicitudes moralistas o teológicas, sino que permite inferirlas, y más, interiorizarlas, tras una lectura profunda y una reflexión, incluso, más allá de su tiempo en pantalla.
Descriptor(es)
1. CINE ARGENTINO
Título: Un festival de «cine pobre» en Buenos Aires
Autor(es): Frank Padrón Nodarse
Fuente: Revista Cine Cubano On Line
Número: 3
Año de publicación: 2006
BAFICI es, según sus propias siglas, el Buenos Aires Festival de Cine Independiente cuya octava edición tuvo lugar este 2006; resulta curioso que transcurra justamente cuando, bien distante de la Argentina, en el oriente cubano, dentro de un pequeño pueblecito costero de Holguín, tiene lugar otro evento competitivo internacional: el de «cine pobre». Ambos tienen lugar en la segunda quincena de abril, como celebrando la primavera.
Pero la mayor coincidencia estriba en que el festival porteño es una suerte de cita de ese tipo de producción en el mundo entero, al punto de que su principal atractivo consiste en una programación que apenas puede encontrarse en otros semejantes en el mundo, sin hablar de circuitos comerciales.
Esta vez, el BAFICI acarreó no poco desconcierto respecto a los premios (punto siempre polémico, como se sabe, en todos los festivales) que, siendo parco por lo general en su nómina, aún restringió más su número de entregas como quiera que, ciertamente, las 18 cintas en la competencia internacional, y las 12 en el acápite argentino, no dejaban demasiado margen a ello.
Para mí, que fungí como jurado SIGNIS (y por ello estaba obligado a ver todas y cada una de las anteriores cintas), lo más interesante que hallé estaba justamente en lo que no concursaba, y cerrando más el marco, dentro del documental.
Un género
que se ensancha
Las nuevas tendencias dentro del género, que igual incorporan elementos fictivos que tienden puentes apenas perceptibles entre ambas líneas, arrojan más de un resultado alentador, y la octava edición del BAFICI resultó una plataforma ideal para confrontar y afirmar esta realidad.
Incluso, dentro de las formas más tradicionales, fue posible encontrar varios títulos notables. Es el caso de Zero Degrees of Separation, opera prima, de la canadiense Elle Flanders, activista de los derechos lesbiagay en su país: el conflicto israelo-palestino a través del testimonio de dos parejas de ese tipo, permite conocer a fondo otra cara de la discriminación: la tendencia erótica; con sumo tino la realizadora logra mezclar el archivo doméstico de su abuelo (años 40) con el testimonio de los entrevistados en el Israel actual, de modo que el contrapunto arroja una lamentable continuidad; incluso, llama la atención cómo siendo la artista una militante de estas minorías, el filme trasciende ese item para convertirse en un detonante de la identidad, para concluir que la compleja situación medioriental no hace distingos en las preferencias sexuales, arrastrando en su absurdo y su violencia a todos.
Meninas, de la brasileña Sandra Werneck (Cazuza- O tempo nao para), se ocupa de las adolescentes embarazadas en las favelas cariocas: calidez, ternura y hasta desgarramiento, genera una lente inteligente, a veces áspera, que evita por ello sensiblerías y lagrimeos que el tema pudo generar, en función del estudio y análisis de una realidad golpeante.
Y hablando de ese país, también resultó muy agradable el filme María Bethania, música é perfume, de Georges Gachot, francés afincado en Suiza. El filme nos revela a la artista toda, esa gran dama de la canción en Brasil: no solo en plenas funciones creativas (poniendo voz a las pistas en el estudio de grabación, entregada absolutamente, como lo hace en el show) sino en la intimidad de su casa, hablando de las cosas más sencillas o elementales, o reflexionando en torno a la cultura y la idiosincrasia brasileñas. Pero no es solo la figura: el Brasil con su luz especial, con su aura, su misticismo y su encanto, su cultura ancestral que sin embargo late, son captados por el lente de la cámara sin que para nada encontremos pretensiones turísticas. Y el resultado, con una fotografía reveladora, rica en contrastes y matices, con un sonido no menos preciso que, a más de la maravillosa música, incorpora lo natural, es un retrato dinámico, inteligente, de una artista y un país del que resulta elocuente emblema.
Ahora bien, dentro de esas líneas más novedosas y experimentales del documental a que nos referíamos, fue posible también encontrar más de un título recordable; el mockumentary o «falso documental», tendencia donde Christopher Guest o Craig Baldwin han sentado cátedra, ya tiene muchos seguidores en todo el mundo.
Y es así que, dentro de la propia competencia, se encontró la obra First on the Moon, de Alexéi Fedorchenko: el supuesto caso de un astronauta ruso que antecedió en treinta años al primer estadounidense en los viajes espaciales, y en más de veinte al primero soviético, origina esta falsa «biopic» donde lo mejor, más allá de la exquisita imitación de documentales y noticieros al uso en la época, es el análisis de la Guerra Fría desde esa parte del mundo, su atmósfera de espionaje y su culto al heroísmo «oficial», junto al día a día en una sociedad donde lo verdadero y lo falso se confundían entre delgadas barreras.
Dentro de la competencia argentina, se hallaron algunos casos con mayor o menor fortuna, quizá el más interesante resultó Porno, de Homero Cirelli: la realización de una película de ese tipo implica una focalización más en los contextos, en los alrededores, los detalles, que en los propios meandros de un rodaje semejante; el cineasta, como homenajeando a Buñuel o al National Geografic, enfila su cámara, por ejemplo, hacia dos hormigas o una mosca que se introduce sin permiso en el sexo; en vez de la prepauta del cine pornográfico, el cineasta deja libre la mirada, aunque tal espontaneidad solo es fingida; tras su filmación hay mucho estudio y premeditación, e interesa más el costado de la camaradería en cualquier equipo fílmico que la kantiana cosa en sí.
Ficciones
Y ya que estamos en la producción local, no salgamos de ella para revisar otros casos, no precisamente documentales, aunque con elementos de este, o sea, más bien lo inverso a lo hasta ahora reseñado: una estructura fictiva con elementos del otro género.
Laureada con algún premio colateral, A propósito de Buenos Aires, realizado por un grupo de once alumnos de escuelas de cine de ese lugar, resultó un proyecto notable, sobre todo, por lo raro de una diégesis cíclica y también sobreentendida, con un motivo común (la geografía, a través de puntos cruciales, de la inmensa capital federal), aunque contiene varias historias y personajes entrelazados, donde la sugerencia y la clave son más importantes que la historia, prácticamente inexistente.
Dentro de ese puente ficción-documental, que además se basa en la alienación urbana de grandes ciudades, se puso también Savaye Eye, de los estadounidenses Madows, Meyers y Strick, en la cuerda dialógica y dialogada de Hiroshima, mon amour: otra ficción «disfrazada» donde tras los desencantos amorosos de la protagonista, late el verdadero punto simétrico del filme: ese Nueva York oculto y febril que escapa a la mirada distraída. Eso sí, a los directores se les va con frecuencia el sentido de la elipsis, y dejan correr metraje sin necesidad (por ejemplo, en las escenas de la iglesia).
Menos suerte aún corrió Puto, de Pablo Oliveiro; el cine gay desde la perspectiva del «flechazo» aparentemente apasionado que deriva en absurda ruptura y definiciones ontológicas, que van mejor al título que lo generalmente englobado bajo el mismo por la mirada hetero despectiva; sin embargo, el curioso sujeto, se diluye en los circunloquios, la explicitud innecesaria y la desnarración torpe.
Algo que afecta, aunque menos, a otra «a caballo» entre ambos géneros. En I am a Sex Adict, el norteamericano de origen judío Caveh Zahedi realiza una mirada autobiográfica a cierta superada adicción a las prostitutas; además de autointerpretarse, escribir el guión y, por supuesto, dirigir, el cineasta se distancia en medio de la diégesis, presentando fotos o imágenes de los personajes reales, y comentando sucesos del trabajo de mesa, las pre y postfilmaciones entronizando, paratextualmente una suerte de making of. Como se infiere, el resultado es original, sobre todo por el humor y la gracia que destilan, tanto la historia como los recursos, donde suple imaginativamente, a la vez que revela, carencias de producción; solo que, tan entusiasmado por su eficaz método, se le olvida aplicar las tijeras, de modo que, la narración se muerde un tanto la cola.
Premios
Escena de "El hoyo"Y como refrendando este criterio de que lo más valioso y sólido del BAFICI estaba en el documental, el jurado se pronunció, para su primer premio, por uno de ellos: En el hoyo, del mexicano Juan Carlos Rulfo (hijo del célebre escritor); laureada anteriormente en Sundance, Miami y Guadalajara, el filme se acerca a un grupo de trabajadores que levantan un inmenso puente en el Periférico del DF, bordeando una leyenda según la cual, cada vez que ello ocurre, el diablo se lleva, por lo menos, un alma de las que allí laboran. Rulfo se acerca al lado humano de la obra, bucea en las vidas, anhelos y criterios de esos hombres sencillos, y construye un filme que rezuma calidez y ternura; el joven cineasta (a quien pertenece también un anterior documental visto en Cuba: Del olvido al no me acuerdo) logra así mismo interesantes conquistas fílmicas, como la curiosa mezcla de los ruidos típicos de una construcción, a la banda sonora, que incorpora una música complementaria a aquellos.
No obstante, el documental alarga demasiado ciertos momentos, reitera situaciones y basa casi toda su plataforma imaginal en grandes primeros planos, absolutamente innecesarios, lo cual acarreó inconformidades en muchos asistentes al festival, por cuanto, con certeza, había otros títulos compitiendo con mejor acabado.
Y no precisamente el Premio Especial del Jurado correspondiente a Longing, cinta alemana de Valeska Grisebach, en torno a un triángulo amoroso al que aplica un tratamiento distanciado, que escapa al peligroso melodrama en el que un tema así puede desembocar. A pesar de ello, tampoco es una pieza cristalizada: demasiados balbuceos narrativos, no pocas suciedades en el montaje, dan al traste con lo seductor del tema y su abordaje.
La selección oficial argentina, por su parte, reconoció el filme Glue, historia adolescente en el medio de la nada, de Alexis Dos Santos, y confirió un Premio Especial a Soledad al fin del mundo, de Fernando Zuber y Carlos Casa, ambos dentro de la estética del llamado Nuevo Cine que, pese sus no pocos detractores, incluso dentro de la crítica local, sigue imponiéndose allí. Hay que reconocer, en el caso de la gran ganadora (la otra se me escapó) uno de esos casos en que los recursos habituales de esta tendencia (procesos desnarrativos, desdramatizaciones, acercamientos que imitan la técnica del documental, procedimientos neorrealistas en las actuaciones y el montaje...) cuajan suficientemente en un estudio de los descubrimientos, inicios y devaneos en la identidad sexual, y las relaciones amistosas, eróticas y familiares de varios adolescentes de ambos géneros en una localidad rural.
El Jurado FIPRESCI otorgó su galardón a Los próximos pasados, de la argentina Lorena Muñoz, calificada por el importante diario local Clarín como «un testimonio de la indiferencia y el deterioro cultural», sobre un mural del pintor David Alfaro Siqueiros que desde la década del 30 dormía en el sótano de una quinta en este país. Con más de un momento sobrante por redundante, se trata de un filme bien armado.
SIGNIS extendió su voto unánime al filme chileno La sagrada familia, de Sebastián Campos, una relectura de la Semana Santa cuando, celebrando la fecha, varios familiares se reúnen para develar comportamientos bien desconcertantes; la cinta contempla un guión sobre la base de improvisaciones, y destacados actores (Sergio Hernández, Coca Guazzini, Néstor Cantillana...), llevan a puerto seguro las veleidades y contradicciones de una historia perfectamente armada sobre sí misma, de profundidad ontológica y de un vuelo que trasciende la austeridad de su producción.(1)
Un suceso «fuera
de concurso»
Hay acontecimientos que trascienden el marco donde se insertan, y ello ocurrió durante un par de noches en los inicios del Festival, cuando en el mítico teatro Colón, uno de los más antiguos y hermosos no ya de Argentina, sino de América Latina, ocurrió el que nos ocupa. Como una de las actividades especiales del BAFICI, se programó la presentación de El acorazado Potemkin (en una copia restaurada), el clásico del cine soviético, realizado en 1925 por Serguéi M. Eisenstein, acompañado musicalmente por la Orquesta Sinfónica del gran coliseo.
Si fue todo un suceso ver emerger imponente y desafiante el inmenso barco (todo un símbolo de las conquistas fílmicas debidas al maestro ruso en el montaje, la composición de la imagen y la narración), no menos lo fue escuchar la partitura musical sonando como si brotara de la misma pantalla, algo que solo ocurrió cuando a partir de 1926, el alemán Edmund Meisei concibió la obra, que desde entonces acompañó el filme, sobre la cual trabajó el director orquestal Phil Jutzi.
Einsenstein consideraba este su «primer trabajo para el cine sonoro» (aun cuando originalmente nació mudo), y hablaba de su labor junto al músico con entusiasmo («trabajamos en cooperación amistosa y comunidad creativa», decía). Un artista de la restauración cinematográfica como Enno Patalas, a quien se deben verdaderos milagros en este campo sobre otros clásicos (Metrópolis o Los nibelungos), también se responsabilizó con la de Potemkin, y, presente en las funciones argentinas, declaró sentirse impresionado al ver repleta la enorme capacidad del teatro porteño, «sobre todo de jóvenes». Las imágenes en realidad parecen de ahora mismo, no solo por la nitidez lograda, sino por la fuerza de las mismas, por todo su vigor.
Bajo la batuta del maestro Guillermo Brizzio, la Orquesta Estable del Colón brilló de principio a fin: el difícil e imprescindible empaste entre percusión y cuerdas, los complejos crescendos melódico-orquestales en momentos clímax (la célebre Masacre de Odessa y, sobre todo, el enfrentamiento final de los dos buques, que requiere de un dinámico sostenido en el tutti), demostraron no solo la alta profesionalidad y el talento de estos músicos, cuya ejecución prolongaba la fuerza y precisión del director, sino la interiorización que todos lograron de una partitura donde laten aires románticos de la mejor tradición europea. Gran suceso este de la cultura toda, que hermana Europa y Latinoamérica, que sale de la pantalla o el foso sinfónico, que salta del recinto casi sacro del coliseo bonaerense, para proseguir la travesía azarosa y exitosa del invencible acorazado fílmico.
Otras miradas al cine independiente
Como si todo esto fuera poco, y durante doce provechosos días (quizá sea el festival más largo), el BAFICI, en esta octava edición, a más de la oportunidad de acercarnos a la producción irregular, pero de cualquier modo interesante, del cine independiente que se hace ahora mismo en el mundo entero, propició el encuentro (en muchos casos hasta personal) con la obra de nombres significativos, algunos verdaderas leyendas de este modo de hacer como los norteamericanos Jim Mc Bride, Lodge Kerrigan o el videasta digital Jon Jost; el surrealista checo Jan Svankmajer (a quien se dedicó toda una retrospectiva), maestro de la marioneta incorporada al actor de carne y hueso, junto a su colega, el animador del Reino Unido, Barry Purves; el británico Peter Watkins, precursor de aquellos iconoclastas «jóvenes airados», los japoneses Takeshi Kitano o Sono Sion, el alemán Thomas Arslan, el uruguayo Aldo Garay, el argentino Raúl Perrone; el exegeta estadounidense de la cultura gay, Todd Verrow o su paisano John Carpenter, a quien se dedicó oportunamente la sección «Master of horror» bien entradas las madrugadas.
No faltaron, por demás, las nutritivas mesas redondas y coloquios (en torno al cine argentino, a los rumbos del cine independiente y a las poéticas individuales de algunos de esos directores arriba reseñados), las sesiones musicales y ese espacio no programado, espontáneo, que acaso es lo mejor de todo evento fílmico: el intercambio diario y sistemático con cientos de cinéfilos del mundo entero, que como nosotros, asistimos al BAFICI en busca de alimento para nuestra pasión por el arte del siglo XX... el XXI y (quiera Dios) per secula seculorum.
De modo que, lógicas inconformidades y reservas a un lado, el BAFICI, en su octavo año, se consolida, se proyecta como una cita más que necesaria, imprescindible entre sus colegas de Argentina, América Latina y el mundo entero, y, para terminar como empezamos, otra cita del «cine pobre» que enriquece.
NOTAS:
(1) Debo aquí referir la positiva impresión dejada en la dirección del Festival acerca de esta elección de Signis, según palabras del propio Fernando Martínez Peña al leer ante la prensa los premios. Lo cierto es que, una mirada superficial a este filme chileno, pudiera dar la impresión de que ataca principios fundamentales de la fe y la doctrina cristianas, específicamente católicas, institución que confiere este lauro, como se sabe. Pero nada de esto, antes bien, los afirman, solo que mediante un discurso inteligentemente oblicuo cuyo mensaje final sería algo así como: no es el ritual de la reunión familiar en fechas como la Semana Santa lo que fortalece la familia, la cual, si no posee valores reales y oculta conflictos y perversidades esenciales, como es el caso de la que protagoniza el filme, puede arrojar resultados como los que aquí se muestran.
Lo que ocurre es que La sagrada familia no aterriza, afortunadamente, en explicitudes moralistas o teológicas, sino que permite inferirlas, y más, interiorizarlas, tras una lectura profunda y una reflexión, incluso, más allá de su tiempo en pantalla.
Descriptor(es)
1. CINE ARGENTINO