FICHA ANALÍTICA

WONG KAR WAI: UN ÚLTIMO TANGO EN EL EXPRESO DE MEDIANOCHE.
Castillo Rodríguez, Luciano (1955 - )

Título: WONG KAR WAI: UN ÚLTIMO TANGO EN EL EXPRESO DE MEDIANOCHE.

Autor(es): Luciano Castillo Rodríguez

Fuente: Revista Cine Cubano On Line

Número: 4

Mes: Octubre - Diciembre

Año de publicación: 2006

WONG KAR WAI: UN ÚLTIMO TANGO EN EL EXPRESO DE MEDIANOCHE

Por su incapacidad de vivir felices juntos, pero tampoco separados, dos homosexuales que viajaron desde Hong Kong a Buenos Aires «para volver a empezar», bailan quizás su último tango en una mugrienta cocina porteña; al otro extremo del mundo, un policía, cada vez menos parecido a Bruce Willis, llama desesperado a sus novias de juventud desde un teléfono público en el Chungking Express; en ese mismo sitio de encuentros y desencuentros, una azafata decidida a cambiar de rumbo, deja un mensaje a otro policía que ejerce una peculiar atracción sobre la joven dependiente, quien escucha una y otra y otra vez California Dreaming, en algún momento de sus vidas, por allí pasaron también, debatidos entre la lealtad, la amistad y el amor, los personajes de Fallen Angels...(1)

Cuando en 1991, el colectivo de redacción de Cahiers du cinéma preparaba el número especial conmemorativo de su cuadragésimo aniversario, en el que publicarían su selección «20 cineastas para el año 2001», aún desconocían las imágenes que intentamos describir. Solo un realizador asiático, Chen Kaige, uno de los máximos exponentes de la llamada Quinta Generación del cine chino, fue incluido en este pronóstico tan polémico como la mayoría de los aventurados por la reputada revista francesa.(2) No había sido descubierto por la crítica francesa el nombre de Wong Kar-wai, nacido en Shanghai en 1958, pero emigrado a Hong Kong desde los cinco años.

Capacitado como diseñador gráfico, tras una amplia experiencia como guionista independiente para series dramáticas y para largometrajes producidos por Cinema City en su afán por emular con Hollywood —de los que apenas le satisface el realizado por Patrick Tam con el título de Final Victory—, Wong Kar-wai debutó como director con As Tears Go By (1988). Originalmente, había concebido con Tam, una trilogía sobre dos pequeños matones venidos a menos de la que Final Victory (1986), era una tercera parte y su romántica opera prima, la primera. Wong Kar-wai, entusiasmado por la estructura dramática hallada en las novelas del argentino Manuel Puig, encontró los prototipos para sus desangelados gángsters, que evocan los recreados por Scorsese en Mean Streets, en un barrio hongkonés de mala reputación, donde imperaba la ley de los pandilleros. Se vio forzado a trabajar allí al ser despedido de Cinema City por devengar su salario como guionista de plantilla durante un año sin escribir un solo argumento. As Tears Go By es la única ocasión, hasta la fecha, en que Wong Kar-wai siguió un guión pre-escrito. Desde entonces prefiere esquemas bastante detallados con la opción de desviarse de ellos durante la producción, cuando se le ocurren las mejores ideas.

Mientras, en los primeros meses de 1991, los cahieristas, con su perenne defensa de la politique des auteurs, situaban en su pronóstico de los cineastas que influirían en el nuevo siglo, a algunos nombres de obra tan promisoria e incipiente, como efímero o decepcionante su trayecto ulterior por el panorama cinematográfico,(3) Wong Kar-wai rodaba su segundo largometraje. El productor solo demandó un título sugestivo: Days of Being Wild. Los «días de ferocidad» eran apenas una alusión para el periplo de un inadaptado joven rompecorazones en los años 60, que marchaba a Filipinas en busca de su madre. «Pensé que en ese momento las películas de gángsters estaban aproximándose a una fase de declinación, y que había necesidad de una historia de amor», declaró el cineasta sobre este imprevisto cambio de dirección, inspirado por personas que conoció a su llegada a Hong Kong: «Yo quería capturar el espíritu de ese período y mostrar qué pasaba a la primera generación que creció después de la guerra», añadió. Ya entonces, para despojarlos de sus vicios televisivos, el realizador exigió al estelar elenco, que lograra reunir la repetición de sus escenas una y otra vez. Este reclamo insólito para ellos, lejos del rechazo, suscitó la admiración hacia el novel director, una suerte de Woody Allen de ojos rasgados y perennes gafas oscuras, con quien todas las estrellas desean trabajar, aunque sea en papeles episódicos.

 Pese a la reticencia de los desconcertados productores, pero satisfecho con los resultados obtenidos con Days of Being Wild, aclamado por la crítica —que lo incluye entre los mejores filmes de Hong Kong de todos los tiempos—, Wong Kar-wai decidió conservar en su equipo de colaboradores al fotógrafo australiano Christopher Doyle(4) y al prominente actor Leslie Cheung, popular además como cantante. Ashes of Time (1994), fue su personalísima adaptación de un clásico de la literatura de artes marciales, The Eagle Shooting Heroes, de Jin Yong, en la que no solo contó con cinco afamados intérpretes de su filme precedente, sino con un veterano compañero de Jackie Chang como coreógrafo de las secuencias de acción. Apabullados por la riqueza visual, en una línea argumental imposible de discernir en una primera visión, un solitario asesino a sueldo y un joven espadachín se disputaban los favores de una mujer en pleno desierto de Yuli, en el centro de China. La impresionante labor de Doyle fue recompensada con el premio a la mejor fotografía en el Festival Internacional de Venecia, entre otros galardones.

Vivir su vida al otro lado del mundo.

«Todos los días nos encontramos con muchas personas; puede que no nos conozcamos, pero tal vez algún día lleguemos a ser amigos. Me llamo...»(5) Con esta voz en off se iniciaba el siguiente filme de Wong Kar-wai, gestado en medio del extenuante y prolongado proceso de postproducción de Ashes of Time. Tomaba su título, Chungking Express (1994), de una cafetería, lugar frecuentado por sus personajes, que se convierte en nexo o punto de unión de dos historias independientes ubicadas en el Hong Kong contemporáneo. En la primera, un joven y apuesto policía, un tipo duro que no se permite llorar ni deprimirse, abandonado por su novia, confiesa: «En los momentos más cálidos de nuestra intimidad, estábamos a solamente 0,0 centímetros de distancia, uno del otro». Promete enamorarse de la primera mujer que aparezca, y lo consigue exactamente cincuenta y siete horas más tarde; solo que es nada menos una traficante de drogas, con rasgos de blonda femme fatale, la que se cruza en el camino de este hombre, quien sabe que «conocer a una persona, no es lo mismo que ganarse su corazón» y lo que duele el desamor, consciente de que «todo en esta vida caduca un día u otro», sin dejar de interrogarse si, como la memoria, existirá algo sin caducidad.

 La segunda historia también la protagoniza un policía, asiduo consumidor nocturno de las ensaladas que oferta el Chungking Express y para el que «en todos los aviones siempre hay una azafata a quien seducir». Él conoció a una, pero ahora, cada noche, debe consolar a todos los objetos que, tras su partida, ella dejó en una casa «que le parece más grande sin su presencia». «Cuando lo que llora es una casa muy sentimental, te espera mucho trabajo», medita en off, al tiempo que ignora el papel desempeñado por la muchacha admiradora del grupo musical The Mamas and the Papas, que mientras más alto pone la música, más le ayuda a desconectar de sus conflictos cotidianos.

Y es que en Chungking Express(6) alcanzan su paroxismo los rasgos estilísticos de Wong Kar-wai —comparado por cierto sector de la crítica con el Godard de los primeros tiempos—, para la puesta en escena de sus películas: una elaboradísima banda sonora en la que los monólogos interiores de sus personajes adquieren tanto valor, como las canciones utilizadas, a modo de contrapunto, de la extraordinaria riqueza visual, el uso expresivo de la iluminación y del blanco y negro que alterna con la saturación del color, los insólitos ángulos de encuadre, el stop motion en medio de un ritmo endiablado o esa recurrencia a la aceleración de todos los elementos internos del cuadro excepto de los protagonistas, a quienes mantiene estáticos; opta entonces por filmarlos a diez cuadros por segundo y, al imprimir el metraje, duplica el ralenti de la velocidad a la que se filmó. En esos planos, el mundo parece fluir indetenidamente, mientras los intérpretes apenas se mueven. No es ocioso señalar que una característica del realizador, a la que están acostumbrados sus habituales colaboradores, como el diseñador/editor William Chang o Doyle, es rodar cientos de miles de pies de película, sin importarle excederse en el presupuesto, ni tampoco en el calendario de rodaje previsto, y cambiar libremente el guión día tras día, cuando existe algún esbozo argumental de este, cuya imprecisión tiende a tornarse mayor una película tras otra.

Sobre estas peculiaridades de Wong Kar-wai, relata Doyle, quien ya ni se molesta en la importancia que pueda tener el guión: «Asumo que el filme tendrá que ver con el tiempo y el espacio, identidad y aislamiento. Y que probablemente, —pero solo probablemente— la acción tendrá lugar en los decorados que él me dice que sucederá. Pero incluso la época en la que transcurre el guión puede cambiar abruptamente, de una semana a la otra».(7)

El único auteur de Hong Kong

Poseedor de una estética y un universo personal reconocibles, no por gusto el crítico David Bordwell lo calificara en la revista italiana Segno Cinema (julio-agosto de 1996), como «el único auteur de Hong Kong, en el sentido europeo del término», Wong Kar-wai terminó por imponerse con Fallen Angels (1995). En un inicio fue proyectada como la tercera historia conformadora de Chungking Express, sitio que no deja de aparecer en alguna secuencia. Sin embargo, el director y guionista decidió independizarla quizás por tener como eje las aventuras, venturas y desventuras de personajes al margen de la justicia y no de representantes de la ley, mostrados como vulnerables seres humanos. Como ha señalado «B. Ruby Rich» en un artículo publicado en San Francisco Chronicle (marzo de 1996): «Como de costumbre, el uso de la violencia es específico y metafórico. En otros filmes de Hong Kong, el drama sentimental es tan solo el preludio de lo que realmente importa: las escenas de acción con su tiroteos. En cambio, en las películas de Wong sucede exactamente lo contrario: las escenas de acción y violencia, son solo el preludio del verdadero centro, que siempre es el drama sentimental».(8)

Como Ashes of Time, también Fallen Angels es un largometraje de difícil asimilación en un primer visionaje. Tony Rayns, especialista británico en cine asiático, ha llegado al extremo de conceptuarla como la cinta que establece la línea de demarcación, entre aquellos que no la entienden y los que hallan el efecto salvajemente inspirador.

«¿Podríamos volver a empezar...?», es la pregunta que formula, cada cierto tiempo, uno de los homosexuales a su pareja en Happy Together (1997). Uno explica: «Habíamos convivido y roto varias veces, pero cuando decía «volvamos a empezar» siempre acababa con él otra vez. Dejamos Hong Kong para empezar de nuevo, nos pusimos en camino y llegamos a Argentina...».

Así comienza una de las más desgarradoras historias de amor y desamor del cine contemporáneo. Aunque ninguno de los dos saben hacia dónde dirigirse en búsqueda de la felicidad, para uno de sus personajes, «volver a empezar tenía muchos significados»; para el otro, obligado a desempeñarse como portero en un tango bar bonaerense, es signo de la impotencia de prolongar un vínculo sentimental (im)posible en cualquier contexto. La simple acción de encender un cigarrillo puede dilatarse tanto como el deseo de extender la fugacidad del tiempo en que permanecen juntos.

Pocas veces el tratamiento del color ha sido tan estudiado y tan libre en el cine actual como en este filme cuyo título inicial de rodaje, todo un tributo a Manuel Puig, fue The Buenos Aires Affair. Irrumpe el color en la imponente toma aérea de las cataratas de Iguazú mientras, en la banda sonora, Caetano Veloso interpreta su versión de Cucurrucucú, paloma, o para mostrar el exterior de un vetusto hotel. Predomina el blanco y negro para describir una ciudad inhóspita, glacial, irreconocible incluso para sus propios habitantes, hasta que luego de la socorrida pregunta: «¿Volvemos a empezar...?», por primera vez se muestra al dueto protagónico, en color, en su trayecto hacia la habitación en que convivirán «felices» juntos.

Treinta y cinco minutos después, aparece un nuevo personaje en la cocina de un restaurant donde comienza a trabajar uno de los integrantes de la pareja. El oído es para él mucho más importante que la vista, porque «con los oídos lo ve todo mejor que con los ojos. Puedes fingir que eres feliz con un gesto, pero tu voz no miente, escuchando lo puedes ver todo». El título definitivo del filme no puede resultar más irónico para esta balada de la (des)esperanza que hiciera merecer a Wong Kar-wai, el premio a la mejor dirección en el Festival Internacional de Cannes.(9)

Cronista de la soledad y la incomunicación en la sociedad contemporánea, como Antonioni lo fuera de la de su época —existen quienes incluso han llegado a compararlos—, Wong Kar-wai, anticonvencional por antonomasia, o autocomplaciente por sus historias, coincide con uno de sus personajes de Happy Together en que, «al fin y al cabo, todos los solitarios son iguales».(10)

 Para aquellos que aún desconocen su obra, es una incitación a descubrirla; a los iniciados no es preciso insistirles en que hay que seguirla. En los albores de un nuevo siglo, a juzgar por la sólida filmografía que ya atesora, en la que cada filme es una renovada sorpresa, incluir su nombre entre los cineastas más influyentes de la próxima década, la primera de un nuevo siglo, puede constituir una apasionada apología de un realizador decidido a reinventarse ante tantos imitadores; pero si tenemos en cuenta que el vocablo conformismo no figura en su diccionario, está lejos de constituir una moda pasajera o una tan exótica como errática predicción. El futuro tiene la palabra.

 NOTAS:
(1) En todos los casos he optado por conservar los títulos en inglés utilizados para la distribución internacional.
(2) «20 cinéastes pour l’an 2001», en: Cahiers du Cinéma, No. 443/444, París, julio 1991, p. 21. La selección incluyó los nombres de: Pedro Almodóvar, Oliver Assayas, Eric Barbier, Luc Besson, Tim Burton, Jane Campion, Leos Carax, Souleymane Cissé, Joel y Ethan Coen, François Dupeyron, Jim Jarmusch, Chen Kaige, Vitali Kanevski, Aki Kaurismaki, Emir Kusturica, Spike Lee, Patricia Mazuy, Idrissa Ouedraogo, Steven Soderbergh y Gus Van Sant.
(3) De los nombres escogidos por Cahiers, cuatro de ellos evidenciaron un temprano anquilosamiento. Barbier, Dupewyron, Kanevski y Mazuy, y las trayectorias de Soderbergh y Van Sant resultan cuestionables.
(4) Doyle, nació en Australia en 1952 y estudió Historia del Arte Chino en la Universidad de Maryland. Entrenado por el reconocido camarógrafo Chen Kun-huo, su primer filme como director de fotografía fue That Day On the Beach (1983), dirigido por Edward Yang. Desde 1986 en que viajó a Hong Kong para filmar Soul, de Shu Kei, reside allí y divide su tiempo entre las tres regiones de China. Además de su estrecha colaboración con Wong Kar-wai, ha colaborado con Stanley Kwan (Red Rose White Rose) y con Chen Kaige (Luna tentadora).
(5) Todas las frases incluidas de los filmes son transcripciones del autor.
(6) Este filme, que pasó de la preproducción a la premiere en solo tres meses, fue el primer título distribuido por Quentin Tarantino a través de su empresa Rolling Thunder.
(7) Diego Curubeto: «Wong Kar-wai y Happy Together: Tribulaciones de un chino en la Argentina», en: Babilonia gaucha ataca de nuevo, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1998, p. 99.
(8) B. Ruby Rich: «WKW, el chico del corazón destrozado», reproducido por El amante cine. Buenos Aires, Año 6, No. 65, julio 1997, p. 15.
(9) Se dice que Tony Leung, uno de los protagonistas de Happy Togheter, estuvo a punto de recibir el galardón al mejor actor, pero Sean Penn le ganó por un voto por su rol en el filme She’s So Lovely, de Nick Cassavettes. (10) Según el reputado crítico panameño Edgar Soberón Torchia, resulta muy acertada la descripción que hace el cineasta de una relación homosexual. Aunque la edad de los protagonistas y su particular estilo de vida son variables muy particulares, Wong Kar-wai logra retratar la inmadurez, el canibalismo y el narcisismo que predominan en muchas de estas relaciones.


Descriptor(es)
1. CINE ASIATICO
2. CINE CHINO
3. FILMOGRAFÍAS
4. INVESTIGACIONES
5. INVESTIGACIONES CINEMATOGRAFICAS

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