FICHA ANALÍTICA
LOS DIOSES ROTOS: «BAJO PRESUPUESTO CRIOLLO»
Daranas, Ernesto (1961 - )
Título: LOS DIOSES ROTOS: «BAJO PRESUPUESTO CRIOLLO»
Autor(es): Ernesto Daranas Serrano
Fuente: Revista Cine Cubano On Line
Número: 4
Mes: Octubre - Diciembre
Año de publicación: 2006
Descriptor(es)
1. CINE CUBANO
2. CINEASTAS CUBANOS
3. FILMES CUBANOS
4. HISTORIA Y CINE
5. TEATRO EN EL CINE
6. TEATRO Y CINE
Título: LOS DIOSES ROTOS: «BAJO PRESUPUESTO CRIOLLO»
Autor(es): Ernesto Daranas Serrano
Fuente: Revista Cine Cubano On Line
Número: 4
Mes: Octubre - Diciembre
Año de publicación: 2006
LOS DIOSES ROTOS: «BAJO PRESUPUESTO CRIOLLO»
Caminos hacia el cine
Llegué al cine por muchos caminos a la vez: la literatura, el teatro, la radio y la televisión. Unas veces como guionista y otras como director. En los últimos años, el documental me ha ocupado casi todo el tiempo, pero nunca dejé de escribir ficción para directores con los que comparto visiones e intereses. En ese proceso, surgieron historias y tratamientos mucho más personales que han ido sumando un puñado de guiones que me interesa realizar. Así, hice ¿La vida en rosa? Acto seguido, apareció una convocatoria del Ministerio de Cultura, el ICAIC y el ICRT, para proyectos de bajo presupuesto filmados en digital. Los dioses rotos fue mi propuesta.
La historia
Con esta película hago el mal chiste de asegurar que me supero muchísimo, pues hasta aquí solo había contado cosas que ocurrían a 100 metros de mi casa, ¡ahora llego hasta los 150! Es una manera de decir que en el universo de esta Habana Vieja, tienen lugar todas las historias posibles. Cada una sugiere un tratamiento diferente. El hombre de Venus, por ejemplo, era un melodrama psicológico; El otro, una reflexión en torno a la amistad, la corrupción y la ética; ¿La vida en rosa?, una comedia sobre la enajenación y los sueños. Ahora, en Los dioses rotos, el proxenetismo y los hechos reales —de ayer y de hoy— que la inspiran, son solo el pretexto para hablar nuevamente de nosotros. Alberto Yarini y Ponce de León, el rey de los chulos cubanos en el San Isidro de 1910, vive y reina a un siglo de haber sido baleado por los proxenetas franceses. En Yarini se da la paradoja de que, siendo el señor de un harem, encarna los ideales y valores no solo de una época, sino de una nacionalidad que, a la par que lo cuestiona, lo venera. Su mito trascendió en el tiempo; a estas alturas encuentras flores en su tumba, se le encargan misas en la Iglesia de la Merced y le hacen ofrendas en la ceiba que crece en la esquina de la calle en que lo mataron. Aún así, y aunque atenta a todo eso, esta no es precisamente una película de proxenetas y jineteras. Está claro que hay demasiadas maneras de prostituirse, que hay valores (y antivalores) que parecen incrustados en el ADN. Por eso, Yarini es un pretexto narrativo recurrente en nuestra literatura, en nuestro teatro y en nuestro propio cine.
Bajo presupuesto cubano
Bajo presupuesto ha significado descubrir, por ejemplo, que un video clip deja, en solo una semana, mejores dividendos que una película que va a llevar meses de muchísimo trabajo. Significa que no puedes poner tu sueño y tu legítima ambición de filmar, por encima de la gente que habrá de acompañarte; por lo tanto, tu rol como director incluye, también, luchar por ellos. Y por eso mismo, tal vez lo primero que debas entender es que tienes que ser muy cuidadoso con la elección de tus compañeros de travesía, porque bajo presupuesto es como cuando no tenías un peso en el bolsillo y salías con los socios o querías enamorar a una muchacha. Es donde todavía vale la utopía de «por amor al arte». Y, por amor a esta película, nos dimos el lujo —el único que pudimos darnos realmente— de un equipo de trabajo profesional y humanamente excepcional.
No es lo mismo el bajo presupuesto de la película de 2 millones de dólares presentada en Sundance, que el de otra que —del guión al hinchado— cueste 15 o 20 veces menos. Y para ese «bajo presupuesto criollo», tal vez la esencia radique en el riguroso y creativo diseño de trabajo que cualquier precariedad exige. Como quiera, existe un mínimo de condiciones sin las cuales no puedes lanzarte a un rodaje. Trazar esa línea, entre las concesiones posibles y las inaceptables, es una de las cosas más difíciles, porque al final no habrá pretextos; lo único realmente importante será la película que logres, el resto no tiene que interesarle a nadie. En nuestro caso, no existe conflicto en asumir que nos interesa el lunetario, que el sueño es una película que guste y funcione en la gente.
El digital como soporte
Pudimos haber filmado en celuloide con un presupuesto muy superior, si hubiera aceptado el sistema de puntajes al que una coproducción obliga, pero implicaba que la mitad del staff y, al menos dos de los personajes principales, tendrían que dejar de ser cubanos. Eso, en un proyecto como este, entró de golpe en el saco de las concesiones inaceptables. Tan importante como el tema, es el punto de vista, el prisma desde el que expones tu cuento, lo que te interesa expresar con él y eso habría sido un error negociarlo en una historia como la nuestra. Por eso valoro tan especialmente esta oportunidad de filmar que se nos ofrece. Lo otro es, que rodar en digital es hablar de un espectro de opciones tecnológicas, cada vez más amplio. Existe un abismo, entre el digital de George Lucas, y este que estuvo a nuestro alcance. En cualquier caso, está demostrado que lo económico de este formato durante el rodaje empieza a dejar de serlo en el camino hacia el hinchado, por lo que se ha de partir siempre de la mejor opción de captura posible. Nadie sabe lo que va a ocurrir con una película, pero si al final resulta que funciona, es muy triste encarar, a esas alturas, que está lastrada por su punto de partida tecnológico. En nuestro caso, a lo más que pudimos llegar fue a la gama baja de la alta definición (HDV) y, desde allí, trazamos una estrategia hacia lo artístico.
La magia, el arte y el oficio que el celuloide ha generado en más de cien años de hacer películas, va de la mano con el hecho de que el cine ha sido, desde su origen, la suma de muchas artes y avances tecnológicos. Esta es la hora digital; no solo como soporte alternativo de rodaje, sino como vía para el procesamiento de lo filmado, incluso en celuloide. Para nosotros, la pretensión de ese «look celuloide», quedó desde el primer momento descartada. Simplemente, hay una naturaleza ineludible en esta imagen de la que objetivamente podemos partir, y esa naturaleza debe ser potenciada, no negociada en pos de otro referente tecnológico. Así, todo lo que dramática, artística y formalmente estamos intentando, asume al digital como un soporte con virtudes y carencias. Es el único camino de aprovechar al máximo sus posibilidades.
El casting y el equipo de trabajo
Silvia Águila es una actriz que siempre quiero a mi lado. Escribí Laura para ella, la profesora universitaria protagonista de la historia, junto al personaje de Alberto, una suerte de gigoló debutante, bastante complejo para un actor joven. La búsqueda de esta piedra angular de la historia, nos tomó meses; finalmente, Carlos Ever Fonseca fue quien más se aproximó a lo que necesitábamos. Con las actrices jóvenes, todo fue más sencillo, hay mucho talento entre ellas. Ania Bu, por ejemplo, mereció debutar interpretando a Sandra, otro personaje clave en la historia, y demostró, al igual que Carlos Ever, una entrega total en medio de un casting en el que sobresalen Héctor Eduardo, Isabel Santos, Manuel Oña, Mario Limonta, Patricio Wood y Amarilys Núñez. El común denominador fue la pasión y la inteligencia, con la que asumieron un estilo de trabajo, que les exigía proponer y aportar en todo momento. Ellos estuvieron, repito, entre esos únicos lujos que pudimos darnos, junto a Rigoberto Senarega en la dirección de fotografía, Erick Grass en la dirección de arte, Vladimir Cuenca en el diseño de vestuario y Felo Ruíz (otro gran fotógrafo) como cámara. A ellos, se sumará ahora Pedro Suárez en el montaje. Nada, que a pesar del bolsillo vacío, no han faltado valiosos y buenos amigos.
La filosofía de trabajo
En mis últimos trabajos, hubo muy poca diferencia entre el resultado final y el punto de partida que el guión técnico y literario proponía. Es una contradicción, pues con independencia de que necesito estructurarlo todo rigurosamente, la verdad es que no creo en el guión de hierro. Con Los dioses rotos no renuncié a esa prefilmación meticulosa de siempre, pero dejé la puerta abierta todo el tiempo a lo que cada circunstancia proponía. Por esa puerta entraron muchas cosas interesantes a la película, y también por ella, aparecieron alternativas a las mil y una precariedades que nos tocó ir venciendo a lo largo de todo el rodaje. Asumir y ser consecuente con este criterio de trabajo, fue lo más complejo, pero también lo más estimulante y atractivo. ¿Dio resultado? Todavía resta demasiado trabajo.
Caminos hacia el cine
Llegué al cine por muchos caminos a la vez: la literatura, el teatro, la radio y la televisión. Unas veces como guionista y otras como director. En los últimos años, el documental me ha ocupado casi todo el tiempo, pero nunca dejé de escribir ficción para directores con los que comparto visiones e intereses. En ese proceso, surgieron historias y tratamientos mucho más personales que han ido sumando un puñado de guiones que me interesa realizar. Así, hice ¿La vida en rosa? Acto seguido, apareció una convocatoria del Ministerio de Cultura, el ICAIC y el ICRT, para proyectos de bajo presupuesto filmados en digital. Los dioses rotos fue mi propuesta.
La historia
Con esta película hago el mal chiste de asegurar que me supero muchísimo, pues hasta aquí solo había contado cosas que ocurrían a 100 metros de mi casa, ¡ahora llego hasta los 150! Es una manera de decir que en el universo de esta Habana Vieja, tienen lugar todas las historias posibles. Cada una sugiere un tratamiento diferente. El hombre de Venus, por ejemplo, era un melodrama psicológico; El otro, una reflexión en torno a la amistad, la corrupción y la ética; ¿La vida en rosa?, una comedia sobre la enajenación y los sueños. Ahora, en Los dioses rotos, el proxenetismo y los hechos reales —de ayer y de hoy— que la inspiran, son solo el pretexto para hablar nuevamente de nosotros. Alberto Yarini y Ponce de León, el rey de los chulos cubanos en el San Isidro de 1910, vive y reina a un siglo de haber sido baleado por los proxenetas franceses. En Yarini se da la paradoja de que, siendo el señor de un harem, encarna los ideales y valores no solo de una época, sino de una nacionalidad que, a la par que lo cuestiona, lo venera. Su mito trascendió en el tiempo; a estas alturas encuentras flores en su tumba, se le encargan misas en la Iglesia de la Merced y le hacen ofrendas en la ceiba que crece en la esquina de la calle en que lo mataron. Aún así, y aunque atenta a todo eso, esta no es precisamente una película de proxenetas y jineteras. Está claro que hay demasiadas maneras de prostituirse, que hay valores (y antivalores) que parecen incrustados en el ADN. Por eso, Yarini es un pretexto narrativo recurrente en nuestra literatura, en nuestro teatro y en nuestro propio cine.
Bajo presupuesto cubano
Bajo presupuesto ha significado descubrir, por ejemplo, que un video clip deja, en solo una semana, mejores dividendos que una película que va a llevar meses de muchísimo trabajo. Significa que no puedes poner tu sueño y tu legítima ambición de filmar, por encima de la gente que habrá de acompañarte; por lo tanto, tu rol como director incluye, también, luchar por ellos. Y por eso mismo, tal vez lo primero que debas entender es que tienes que ser muy cuidadoso con la elección de tus compañeros de travesía, porque bajo presupuesto es como cuando no tenías un peso en el bolsillo y salías con los socios o querías enamorar a una muchacha. Es donde todavía vale la utopía de «por amor al arte». Y, por amor a esta película, nos dimos el lujo —el único que pudimos darnos realmente— de un equipo de trabajo profesional y humanamente excepcional.
No es lo mismo el bajo presupuesto de la película de 2 millones de dólares presentada en Sundance, que el de otra que —del guión al hinchado— cueste 15 o 20 veces menos. Y para ese «bajo presupuesto criollo», tal vez la esencia radique en el riguroso y creativo diseño de trabajo que cualquier precariedad exige. Como quiera, existe un mínimo de condiciones sin las cuales no puedes lanzarte a un rodaje. Trazar esa línea, entre las concesiones posibles y las inaceptables, es una de las cosas más difíciles, porque al final no habrá pretextos; lo único realmente importante será la película que logres, el resto no tiene que interesarle a nadie. En nuestro caso, no existe conflicto en asumir que nos interesa el lunetario, que el sueño es una película que guste y funcione en la gente.
El digital como soporte
Pudimos haber filmado en celuloide con un presupuesto muy superior, si hubiera aceptado el sistema de puntajes al que una coproducción obliga, pero implicaba que la mitad del staff y, al menos dos de los personajes principales, tendrían que dejar de ser cubanos. Eso, en un proyecto como este, entró de golpe en el saco de las concesiones inaceptables. Tan importante como el tema, es el punto de vista, el prisma desde el que expones tu cuento, lo que te interesa expresar con él y eso habría sido un error negociarlo en una historia como la nuestra. Por eso valoro tan especialmente esta oportunidad de filmar que se nos ofrece. Lo otro es, que rodar en digital es hablar de un espectro de opciones tecnológicas, cada vez más amplio. Existe un abismo, entre el digital de George Lucas, y este que estuvo a nuestro alcance. En cualquier caso, está demostrado que lo económico de este formato durante el rodaje empieza a dejar de serlo en el camino hacia el hinchado, por lo que se ha de partir siempre de la mejor opción de captura posible. Nadie sabe lo que va a ocurrir con una película, pero si al final resulta que funciona, es muy triste encarar, a esas alturas, que está lastrada por su punto de partida tecnológico. En nuestro caso, a lo más que pudimos llegar fue a la gama baja de la alta definición (HDV) y, desde allí, trazamos una estrategia hacia lo artístico.
La magia, el arte y el oficio que el celuloide ha generado en más de cien años de hacer películas, va de la mano con el hecho de que el cine ha sido, desde su origen, la suma de muchas artes y avances tecnológicos. Esta es la hora digital; no solo como soporte alternativo de rodaje, sino como vía para el procesamiento de lo filmado, incluso en celuloide. Para nosotros, la pretensión de ese «look celuloide», quedó desde el primer momento descartada. Simplemente, hay una naturaleza ineludible en esta imagen de la que objetivamente podemos partir, y esa naturaleza debe ser potenciada, no negociada en pos de otro referente tecnológico. Así, todo lo que dramática, artística y formalmente estamos intentando, asume al digital como un soporte con virtudes y carencias. Es el único camino de aprovechar al máximo sus posibilidades.
El casting y el equipo de trabajo
Silvia Águila es una actriz que siempre quiero a mi lado. Escribí Laura para ella, la profesora universitaria protagonista de la historia, junto al personaje de Alberto, una suerte de gigoló debutante, bastante complejo para un actor joven. La búsqueda de esta piedra angular de la historia, nos tomó meses; finalmente, Carlos Ever Fonseca fue quien más se aproximó a lo que necesitábamos. Con las actrices jóvenes, todo fue más sencillo, hay mucho talento entre ellas. Ania Bu, por ejemplo, mereció debutar interpretando a Sandra, otro personaje clave en la historia, y demostró, al igual que Carlos Ever, una entrega total en medio de un casting en el que sobresalen Héctor Eduardo, Isabel Santos, Manuel Oña, Mario Limonta, Patricio Wood y Amarilys Núñez. El común denominador fue la pasión y la inteligencia, con la que asumieron un estilo de trabajo, que les exigía proponer y aportar en todo momento. Ellos estuvieron, repito, entre esos únicos lujos que pudimos darnos, junto a Rigoberto Senarega en la dirección de fotografía, Erick Grass en la dirección de arte, Vladimir Cuenca en el diseño de vestuario y Felo Ruíz (otro gran fotógrafo) como cámara. A ellos, se sumará ahora Pedro Suárez en el montaje. Nada, que a pesar del bolsillo vacío, no han faltado valiosos y buenos amigos.
La filosofía de trabajo
En mis últimos trabajos, hubo muy poca diferencia entre el resultado final y el punto de partida que el guión técnico y literario proponía. Es una contradicción, pues con independencia de que necesito estructurarlo todo rigurosamente, la verdad es que no creo en el guión de hierro. Con Los dioses rotos no renuncié a esa prefilmación meticulosa de siempre, pero dejé la puerta abierta todo el tiempo a lo que cada circunstancia proponía. Por esa puerta entraron muchas cosas interesantes a la película, y también por ella, aparecieron alternativas a las mil y una precariedades que nos tocó ir venciendo a lo largo de todo el rodaje. Asumir y ser consecuente con este criterio de trabajo, fue lo más complejo, pero también lo más estimulante y atractivo. ¿Dio resultado? Todavía resta demasiado trabajo.
Descriptor(es)
1. CINE CUBANO
2. CINEASTAS CUBANOS
3. FILMES CUBANOS
4. HISTORIA Y CINE
5. TEATRO EN EL CINE
6. TEATRO Y CINE
Web: http://www.cubacine.cult.cu/sitios/revistacinecubano/digital04/cap03.htm