FICHA ANALÍTICA
EXPERIMENTACIÓN SONORA: UNA EXPERIENCIA IRREPETIBLE.
Padrón Nodarse, Frank (1958 - )
Título: EXPERIMENTACIÓN SONORA: UNA EXPERIENCIA IRREPETIBLE.
Autor(es): Frank Padrón Nodarse
Fuente: Revista Cine Cubano On Line
Número: 4
Mes: Octubre - Diciembre
Año de publicación: 2006
Descriptor(es)
1. CINE CUBANO
2. HISTORIA DEL CINE
3. HISTORIA Y CINE
4. LITERATURA Y CINE
5. MUSICA EN EL CINE
6. MÚSICA Y CINE
7. PERIODISMO CINEMATOGRAFICO
Título: EXPERIMENTACIÓN SONORA: UNA EXPERIENCIA IRREPETIBLE.
Autor(es): Frank Padrón Nodarse
Fuente: Revista Cine Cubano On Line
Número: 4
Mes: Octubre - Diciembre
Año de publicación: 2006
EXPERIMENTACIÓN SONORA: UNA EXPERIENCIA IRREPETIBLE.
El periodista y narrador Jaime Sarusky (La Habana, 1931), tuvo la feliz idea de acercarse a varios fundadores del grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, aquel fenómeno que, a fines de los 60 y hasta algo más de una década después, iluminó, enriqueció e impulsó el panorama musical cubano.
Tales entrevistas vieron la luz hace algunos años en la revista Revolución y Cultura, donde trabajaba entonces el redactor, mas para que no conocieran el fugaz destino del periodismo, el autor consideró que un material tan revelador y sustancioso, merecía reunirse en un libro, y es así que surge Una leyenda de la música cubana-Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC.(1)
Las declaraciones de los entrevistados conforman algo así como una historia del grupo, una historia «a varias voces», un recuento polifónico, para expresarlo en términos sólficos, como quiera que, aún con una similitud de criterios estéticos y concretamente musicales, que los hizo agruparse en un colectivo con tales características, los músicos, en tanto individualidades, tienen puntos de vista a veces no precisamente coincidentes, o al menos, con varios matices diferenciadores en sus cosmovisiones, y esas son las que erigen precisamente la historia desde varios ángulos de mira, que al finalizar las páginas del volumen, dejan en el lector la sensación de un conocimiento de primera mano, no solo sobre el grupo, sino del contexto cultural y socio político, y sobre cuestiones musicales, artísticas en general, que poseen una extraordinaria vigencia.
Y he aquí un primer mérito del libro, al cual se llega por otro de no menor peso: la pericia periodística, la agudeza y el olfato de Sarusky, que lleva a sus entrevistados al puerto que desea, mediante preguntas inquietantes y enjundiosas.
La estructuración del libro también coadyuva a ese retrato múltiple que van armando los miembros del colectivo (y conste que algunos de los más importantes figuran entre los entrevistados) al ordenar los testimonios de una manera coherente; por ejemplo, es feliz el hecho de comenzar con algo que, más que una entrevista, es toda una mesa redonda donde participaron varios de esos integrantes: el fundador y líder durante su primera, decisiva, etapa, Leo Brouwer; Silvio Rodríguez, Sergio Vitier y Pablo Menéndez, más el cineasta Octavio Cortázar, reflexionan en torno a los acápites que Sarusky lanza; tal entrevista (perdida y reaparecida) discursa en torno a temas tan polémicos y siempre actuales como la Nueva Canción, la música popular, el problema de las letras, el reflejo de lo social en las mismas, así como cuestiones puntuales (el hecho de que el trabajo del Grupo desbordara las bandas sonoras del cine, o los choques que tuvo con funcionarios estrechos y dogmáticos del momento).
Esos y otros temas afloran después, cuando el periodista se acerca individualmente a esas y otras figuras; por ejemplo, al aparecer de inmediato el encuentro con Leo, asistimos no solo a la pormenorización sino al análisis del fenómeno (o más bien de la esencia) en sus detalles, sus enveses, su contextualización: la cultura general (no solo musical o artística) del gran concertista y compositor cubano, implica que cualquier charla con él (por experiencia propia lo digo) constituya toda una clase magistral; Sarusky lo sabe y lo aprovecha, de ahí que el capítulo con Brouwer sea doblemente provechoso, y nos lleve a reflexionar desde cuestiones históricas determinantes (como el Congreso Cultural de la Habana, en 1968), hasta teóricas ( el equivalente musical del «estilema», digamos), todo con esa sabiduría proverbial de quien concibió el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC más como un taller o un aula universitaria, que como un simple grupo que hacía música. En esta dirección, se agradece la presencia de otro erudito, polemista y original como Leonardo Acosta, quien, a propósito, sostenía con Leo, una suerte de contrapunto respecto a la percusión utilizable, lo cual, por supuesto, aflora aquí; pero Acosta, amén de músico, musicólogo e investigador, es alguien aficionado a la historia, por ello, el capítulo que contiene sus reflexiones, se titula acertadamente «La memoria de una utopía», donde aporta también sus puntos de vista y respetables consideraciones sobre el Grupo y todo lo que le rodeara, (particular interés depara el análisis sobre el panorama musical de aquel complejo minuto histórico en la capital).
Otro testimonio interesante es el de Pablo Menéndez, por cuanto fungió no solo como elegante guitarrista y compositor durante las dos etapas del Grupo, prácticamente hasta el final, sino que fue su productor discográfico (de modo que el autor del libro, bajo protesta del músico, le llama «conservador»); norteamericano de nacimiento y cubanísimo de adopción, Paul (a quien nombraban así por tal dualidad), rememora también detalles que pocos conocíamos, y aporta asimismo su no menos agudo análisis en torno a condicionantes culturales y sociales que incidieran en la época y el colectivo.
«Un destino para Sara González» se titula el capítulo que contempla las declaraciones de quien fuera una de las contadas integrantes femeninas del Grupo, y quien entregara la particular sensibilidad de una mujer que escapaba de los conceptos al uso respecto a las intérpretes de la música popular de entonces; la autora de piezas que dieron lucimiento a documentales cubanos como No tenemos derecho a esperar (Rogelio París) o La nueva Escuela (Jorge Fraga) o vocalizara con su timbre hermoso creaciones de Sergio Vitier para otras experiencias fílmicas (como De cierta manera, de Sara Gómez), dona su conocido sentido del humor, su memoria para jugosas anécdotas y su peculiar visión del fenómeno, en sus respuestas al entrevistador.
Hablaba de Sergio Vitier, y tanto en su participación inicial junto a otros miembros, como en otra (donde lo acompañan Noel Nicola y Eduardo Ramos), matiza con nuevas y singulares contribuciones, ese retrato a varias manos (o varias voces) que se va conformando bajo la batuta, esta vez, no de Leo o de Ramos sino de Sarusky; el talento probado de Sergio, su creatividad en la música fuera y dentro de las pantallas y su participación protagónica en el irrepetible proyecto, emerge de sus inteligentes intervenciones.
Por último, Silvio Rodríguez posibilita el cierre con «broche de oro»; el gran compositor, uno de los más prolíficos en la nómina del GESI (como testimonian los discos grabados), es también un pensador inteligente; la narración de su propia experiencia (por ejemplo, sus encontronazos con el entonces Instituto Cubano de Radio y TV, ICRT) y los criterios sobre aquella etapa difícil en varios de sus aspectos, arrojan nueva luz sobre los mismos; particular interés reviste el análisis de Silvio sobre los diversos y a veces contradictorios conceptos en torno a «lo revolucionario», lo socialmente legítimo, lo culturalmente «apto» y otros pensares del momento.
Las páginas finales contienen el capítulo «Testimonio gráfico» (fotos, afiches de conciertos, carátulas de discos, etcétera) que aun cuando no se caracterizan precisamente por su nitidez, ofrecen un oportuno complemento de lo que las letras precedentes nos han entregado.
Una leyenda de la música cubana... es un libro que hacía tiempo se echaba de menos en nuestras bibliotecas: los estudios sobre la música y el cine cubanos lo reclamaban.
Jaime Sarusky y Letras Cubanas lo han hecho posible, de modo que solo nos queda degustar, estudiar y agradecer.
NOTA:
(1) Editorial Letras Cubanas, 2006.
El periodista y narrador Jaime Sarusky (La Habana, 1931), tuvo la feliz idea de acercarse a varios fundadores del grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, aquel fenómeno que, a fines de los 60 y hasta algo más de una década después, iluminó, enriqueció e impulsó el panorama musical cubano.
Tales entrevistas vieron la luz hace algunos años en la revista Revolución y Cultura, donde trabajaba entonces el redactor, mas para que no conocieran el fugaz destino del periodismo, el autor consideró que un material tan revelador y sustancioso, merecía reunirse en un libro, y es así que surge Una leyenda de la música cubana-Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC.(1)
Las declaraciones de los entrevistados conforman algo así como una historia del grupo, una historia «a varias voces», un recuento polifónico, para expresarlo en términos sólficos, como quiera que, aún con una similitud de criterios estéticos y concretamente musicales, que los hizo agruparse en un colectivo con tales características, los músicos, en tanto individualidades, tienen puntos de vista a veces no precisamente coincidentes, o al menos, con varios matices diferenciadores en sus cosmovisiones, y esas son las que erigen precisamente la historia desde varios ángulos de mira, que al finalizar las páginas del volumen, dejan en el lector la sensación de un conocimiento de primera mano, no solo sobre el grupo, sino del contexto cultural y socio político, y sobre cuestiones musicales, artísticas en general, que poseen una extraordinaria vigencia.
Y he aquí un primer mérito del libro, al cual se llega por otro de no menor peso: la pericia periodística, la agudeza y el olfato de Sarusky, que lleva a sus entrevistados al puerto que desea, mediante preguntas inquietantes y enjundiosas.
La estructuración del libro también coadyuva a ese retrato múltiple que van armando los miembros del colectivo (y conste que algunos de los más importantes figuran entre los entrevistados) al ordenar los testimonios de una manera coherente; por ejemplo, es feliz el hecho de comenzar con algo que, más que una entrevista, es toda una mesa redonda donde participaron varios de esos integrantes: el fundador y líder durante su primera, decisiva, etapa, Leo Brouwer; Silvio Rodríguez, Sergio Vitier y Pablo Menéndez, más el cineasta Octavio Cortázar, reflexionan en torno a los acápites que Sarusky lanza; tal entrevista (perdida y reaparecida) discursa en torno a temas tan polémicos y siempre actuales como la Nueva Canción, la música popular, el problema de las letras, el reflejo de lo social en las mismas, así como cuestiones puntuales (el hecho de que el trabajo del Grupo desbordara las bandas sonoras del cine, o los choques que tuvo con funcionarios estrechos y dogmáticos del momento).
Esos y otros temas afloran después, cuando el periodista se acerca individualmente a esas y otras figuras; por ejemplo, al aparecer de inmediato el encuentro con Leo, asistimos no solo a la pormenorización sino al análisis del fenómeno (o más bien de la esencia) en sus detalles, sus enveses, su contextualización: la cultura general (no solo musical o artística) del gran concertista y compositor cubano, implica que cualquier charla con él (por experiencia propia lo digo) constituya toda una clase magistral; Sarusky lo sabe y lo aprovecha, de ahí que el capítulo con Brouwer sea doblemente provechoso, y nos lleve a reflexionar desde cuestiones históricas determinantes (como el Congreso Cultural de la Habana, en 1968), hasta teóricas ( el equivalente musical del «estilema», digamos), todo con esa sabiduría proverbial de quien concibió el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC más como un taller o un aula universitaria, que como un simple grupo que hacía música. En esta dirección, se agradece la presencia de otro erudito, polemista y original como Leonardo Acosta, quien, a propósito, sostenía con Leo, una suerte de contrapunto respecto a la percusión utilizable, lo cual, por supuesto, aflora aquí; pero Acosta, amén de músico, musicólogo e investigador, es alguien aficionado a la historia, por ello, el capítulo que contiene sus reflexiones, se titula acertadamente «La memoria de una utopía», donde aporta también sus puntos de vista y respetables consideraciones sobre el Grupo y todo lo que le rodeara, (particular interés depara el análisis sobre el panorama musical de aquel complejo minuto histórico en la capital).
Otro testimonio interesante es el de Pablo Menéndez, por cuanto fungió no solo como elegante guitarrista y compositor durante las dos etapas del Grupo, prácticamente hasta el final, sino que fue su productor discográfico (de modo que el autor del libro, bajo protesta del músico, le llama «conservador»); norteamericano de nacimiento y cubanísimo de adopción, Paul (a quien nombraban así por tal dualidad), rememora también detalles que pocos conocíamos, y aporta asimismo su no menos agudo análisis en torno a condicionantes culturales y sociales que incidieran en la época y el colectivo.
«Un destino para Sara González» se titula el capítulo que contempla las declaraciones de quien fuera una de las contadas integrantes femeninas del Grupo, y quien entregara la particular sensibilidad de una mujer que escapaba de los conceptos al uso respecto a las intérpretes de la música popular de entonces; la autora de piezas que dieron lucimiento a documentales cubanos como No tenemos derecho a esperar (Rogelio París) o La nueva Escuela (Jorge Fraga) o vocalizara con su timbre hermoso creaciones de Sergio Vitier para otras experiencias fílmicas (como De cierta manera, de Sara Gómez), dona su conocido sentido del humor, su memoria para jugosas anécdotas y su peculiar visión del fenómeno, en sus respuestas al entrevistador.
Hablaba de Sergio Vitier, y tanto en su participación inicial junto a otros miembros, como en otra (donde lo acompañan Noel Nicola y Eduardo Ramos), matiza con nuevas y singulares contribuciones, ese retrato a varias manos (o varias voces) que se va conformando bajo la batuta, esta vez, no de Leo o de Ramos sino de Sarusky; el talento probado de Sergio, su creatividad en la música fuera y dentro de las pantallas y su participación protagónica en el irrepetible proyecto, emerge de sus inteligentes intervenciones.
Por último, Silvio Rodríguez posibilita el cierre con «broche de oro»; el gran compositor, uno de los más prolíficos en la nómina del GESI (como testimonian los discos grabados), es también un pensador inteligente; la narración de su propia experiencia (por ejemplo, sus encontronazos con el entonces Instituto Cubano de Radio y TV, ICRT) y los criterios sobre aquella etapa difícil en varios de sus aspectos, arrojan nueva luz sobre los mismos; particular interés reviste el análisis de Silvio sobre los diversos y a veces contradictorios conceptos en torno a «lo revolucionario», lo socialmente legítimo, lo culturalmente «apto» y otros pensares del momento.
Las páginas finales contienen el capítulo «Testimonio gráfico» (fotos, afiches de conciertos, carátulas de discos, etcétera) que aun cuando no se caracterizan precisamente por su nitidez, ofrecen un oportuno complemento de lo que las letras precedentes nos han entregado.
Una leyenda de la música cubana... es un libro que hacía tiempo se echaba de menos en nuestras bibliotecas: los estudios sobre la música y el cine cubanos lo reclamaban.
Jaime Sarusky y Letras Cubanas lo han hecho posible, de modo que solo nos queda degustar, estudiar y agradecer.
NOTA:
(1) Editorial Letras Cubanas, 2006.
Descriptor(es)
1. CINE CUBANO
2. HISTORIA DEL CINE
3. HISTORIA Y CINE
4. LITERATURA Y CINE
5. MUSICA EN EL CINE
6. MÚSICA Y CINE
7. PERIODISMO CINEMATOGRAFICO
Web: http://www.cubacine.cult.cu/sitios/revistacinecubano/digital04/cap08.htm