FICHA ANALÍTICA

En otros tiempos, otra gráfica
Vega, Sara

Título: En otros tiempos, otra gráfica

Autor(es): Sara Vega

Fuente: Revista Cine Cubano On Line

Número: 8

Año de publicación: 2008

Resaltar la importancia alcanzada por la gráfica política y cultural posterior al triunfo revolucionario resulta, sin lugar a dudas, un lugar común. Sin embargo, los más jóvenes tal vez desconozcan que durante los años sesenta una nueva visualidad se impuso en la cultura cubana y, específicamente, en la ciudad. Portadores de increíbles imágenes, los carteles aparecieron por todas partes y en los más diversos formatos, y casi de golpe concitaron al público a decodificar otro tipo de mensajes, que lo convertían en un receptor más avisado y con un mayor y mejor sentido de lo estético.

La apertura del espectro de exhibición conseguido en esos años, tanto a partir de la producción de filmes nacionales de ficción, documentales y animados –absolutamente diferentes de los realizados con anterioridad y que iba a la búsqueda de nuevos presupuestos formales e incluía temas hasta entonces no abordados–, conjuntamente con el aumento y la diversidad en la exhibición del mejor cine extranjero, crearon las condiciones favorables para el surgimiento y desarrollo de una gráfica cinematográfica que tuvo el propósito de promocionar esta extraordinaria aventura cultural… y lo logró.

El principal gestor de esta revolución en la gráfica cinematográfica fue Saúl Yelín, director del Departamento de Relaciones Internacionales del ICAIC, quien a partir de 1963 estableció que los carteles para filmes cubanos y extranjeros serían llevados a concurso, con la intención de evitar cualquier síntoma de estancamiento o reiteración. Promovió un movimiento gráfico en el que se agruparon diseñadores con experiencia en la publicidad y jóvenes principiantes o con cierta formación de diseño. A su vez, también estableció vínculos de trabajo con artistas y diseñadores disímiles, como Umberto Peña, Fernando Pérez O’Reilly, José Lucci, Raúl Martínez, René Portocarrero, Servando Cabrera Moreno y Raúl Oliva, quienes asumieron los nuevos códigos imperantes y eventualmente realizaron carteles para el ICAIC. Desde el inicio, Saúl Yelín supo diseñar con efectividad una promoción nueva en el campo de la cultura visual en el país, que trascendió el terreno específico del cine. Su labor hizo posible la aparición de una auténtica expresión gráfica en la cinematografía, y en muy poco tiempo los carteles promovidos por él y la institución patrocinadora comenzaran a ser conocidos nacional e internacionalmente como «los carteles del ICAIC».

Dentro de esos cambios operados en la gráfica, a partir de los sesenta, elevado a su clímax en gran parte de los setenta, los carteles de cine hicieron historia, apuntaron cada vez más alto y calaron en todos los sectores sociales desmarcándose de lo que, hasta el momento, podía verse en las fachadas y lobbies de las salas cinematográficas. Comenzaron a formar parte del entorno visual, pues podían encontrarse en cualquier lugar de la ciudad, ya sea colocados en los famosos piragüitas a nivel urbano, formando parte de la ambientación interna y externa de los cines o en vallas enormes –usadas con anterioridad exclusivamente para la publicidad comercial– que ahora vehiculaban, por vez primera, un hecho cultural.

Los carteles del ICAIC, impresos en serigrafía, se distinguieron del resto de los carteles de otras instituciones por la utilización de esa artesanal técnica que aportaba texturas diferentes pero también, aunque no en todos los casos, por el uso de una amplia gama cromática, la aceptación de cualquier influencia útil para comunicar un mensaje y, por encima de cualquier otra, la utilización de códigos visuales más complejos.

Los nombres de Eduardo Muñoz Bachs, Rafael Morante, René Azcuy, Antonio Pérez (Ñiko), Antonio Fernández Reboiro y más tarde Dimas, Damián y Julio Eloy Mesa, entre otros, comenzaron a ser conocidos por el público. Sus carteles fueron expuestos en Cuba y en el extranjero, obtuvieron premios y engrosaron muchas colecciones privadas y estatales.

Muy pronto, los carteles concebidos originalmente para la promoción pública de un filme fueron enmarcados y colocados en casas y oficinas, reformulándose, en tanto obras artísticas, para ocupar espacios que hasta ese momento eran concebidos solo para colocar lienzos, dibujos, fotografías.

Pero, desafortunadamente, todo ese amplio movimiento cultural en nuestro país, comenzó a sufrir signos de debilitamiento y decadencia durante los ochenta, cuando empezaron a desaparecer las causas y los variados elementos que lo hicieron posible.

La muerte de Saúl Yelín en 1977 y la disminución de la exhibición de cine internacional, entre otros factores, atentaron contra las exigencias artísticas y el rigor en la creación de los carteles. Se quebró así la continuidad lograda en veinte años. Algunos de los diseñadores gráficos más notables y de larga experiencia se marcharon a trabajar a otras instituciones e, incluso, emigraron.

A fines de la década de los ochenta, disminuyó la realización de carteles para filmes extranjeros hasta casi desaparecer: se diseñaba solo para filmes cubanos de ficción. Salvo excepciones como Rita (1981), de René Azcuy; Niños desaparecidos y Vampiros en La Habana de Eduardo Muñoz Bachs, ambos de 1985; El bahiano fantasma (1986), de Ñiko y La bella del Alhambra (1989), de Julio Eloy Mesa, por citar algunos, la mayoría no alcanzó el impacto gráfico ni la eficacia comunicativa de los períodos anteriores. Casi todo había cambiado para entonces.

En la primera mitad de los noventa, las carencias materiales se agudizaron a niveles altísimos y lograron impactar en la visualidad cubana. Las afectaciones abarcaron todos los sectores de la vida del país por lo cual resultó notable la disminución de la producción cinematográfica nacional, en primer lugar, y, por consiguiente, la de sus carteles.

Al parecer, la suerte estaba echada. Sin embargo, algunos jóvenes que cursaban estudios en el Instituto Superior de Diseño (ISDI), o surgían como sus primeros egresados, sintieron la necesidad de participar en el llamado a realizar carteles cinematográficos e intentaron remontar la crisis. Esto dio como resultado, que si bien sus obras no alcanzaron a aquellas del período de esplendor, sin lugar a dudas resultaron la evidencia y la esperanza de una posible renovación.

Fresa y ChocolateEstos jóvenes asumirían, con nuevas propuestas, el tránsito entre el legado de la gráfica de décadas anteriores y una nueva expresión que comenzaba a manifestarse: Eduardo Marín, Vladimir de León Llaguno, Manuel Marcel y Ernesto Ferrand, resultaron esa punta de lanza que incursionó con creatividad en el diseño de carteles para cine. A ellos se deben: A Norman Mc Laren, Madagascar, Buendía, Marcel… a Spineta, El elefante y la bicicleta, Fresa y chocolate y Talco para lo negro, entre los más significativos.

En 1999, las especialistas de la Cinemateca de Cuba, Sara Vega y Alicia García, conscientes de la existencia ya de un talento evidente surgido en el Instituto Superior de Diseño, convocaron, con el auspicio del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, un concurso para jóvenes diseñadores con el objetivo de dar a conocer a esa nueva generación de profesionales de la gráfica. El proyecto experimental consistió en convocar a los jóvenes para realizar diseños de carteles, a partir de una selección de filmes cubanos de todos los tiempos, que se expondrían conjuntamente con los realizados en su momento, para el estreno del filme, por los conocidos diseñadores del ICAIC, e incluso por algunos casi desconocidos que desempeñaron su labor con anterioridad a 1960. El concurso propuso una experiencia comparativa que aportó nuevas herramientas y valoraciones, tanto en el diseño como en la interpretación de los filmes.

Los carteles de los jóvenes pusieron de manifiesto así una visión diferente, mediante propuestas artísticas y técnicas diversas concebidas para acercarse a la producción fílmica cubana de casi un siglo. Por otra parte, se advirtió la perfección típica del trabajo realizado sobre aplicaciones computarizadas como Corel Draw y Photoshop, entre otros medios técnicos, y la capacidad para diseñar tomando en cuenta una técnica de impresión absolutamente artesanal como la serigrafía.

La exposición resultante del concurso –Ayer y hoy. Carteles de Cine Cubano– se llevó a cabo en la Galería Chaplin de la Cinemateca de Cuba y atrajo la atención de profesores, críticos y profesionales del medio cultural cubano. El público se sorprendió por estas nuevas imágenes, pues descubrió nuevos talentos en la cartelística que, en algunos casos, lograron superar la admiración, hasta entonces indiscutible, de viejos carteles como Siete muertes a plazo fijo, Memorias del subdesarrollo, El arte del tabaco, Clandestinos y La muerte de un burócrata… o salían airosos en la comparación con Lucía, Por primera vez, Fresa y chocolate o Ciclón.

Por primera vezLa aparición de la Muestra Nacional de Nuevos Realizadores auspiciada por el ICAIC, en el año 2002, propició nuevamente un espacio para continuar explorando el talento y las posibilidades de los jóvenes diseñadores. A Pedro Juan Abreu se le encargó la identidad visual que definiría la Muestra a partir de entonces. Su labor resultó adecuada al espíritu que se requería, al conseguir una imagen coherente de alto impacto grafico, que evidenciaba el contenido y las características de este evento de cine alternativo y encontrar, además, resonancia e identificación con el público asistente. Esta labor fue continuada por Raúl Valdés (Raupa) a partir de la sexta edición (2007), sobre la base de otra estética, aunque manteniendo los presupuestos anteriores.

La Cinemateca de Cuba, con el fin de continuar descubriendo talentos y mantener la renovación constante, convoca a los estudiantes del ISDI, desde el año 2003, para realizar carteles en pequeño formato que promocionen –durante el corto período de la muestra– filmes alternativos realizados también por jóvenes cineastas. Aunque estos trabajos no son impresos en serigrafía, por razones económicas, han resultado eficaces desde el punto de vista comunicacional, cultural, creativo, a pesar de que algunos acusan problemas en la composición o no resuelven adecuadamente la tipografía y el puntaje.

En febrero de 2005, a propósito de la celebración del 45 Aniversario de la Cinemateca de Cuba, y con el auspicio de la Muestra Nacional de Nuevos Realizadores, se realizó la exposición «La Cinemateca en el cartel», en la que se mostraron carteles del «viejo cine» cubano (Bella, la salvaje, Cancionero cubano, El derecho de nacer…), realizados para aniversarios y ciclos de filmes de la Cinemateca (Cinemateca de Cuba. 10 años de programación; Garbo, Dietrich, Valentino; Marilyn Monroe in Memoriam…) así como los nuevos carteles seleccionados a partir de un concurso convocado especialmente para esa ocasión. Algunos de los jóvenes cuyos carteles fueron escogidos ya habían participado, con obras de pequeño formato, en diferentes ediciones de la Muestra Nacional de Nuevos Realizadores, como Idania del Río, Félix Chi, Raúl Valdés, Maday García, Pablo Montes de Oca, Claudio Sotolongo y Nelson Ponce, quien había tenido su primer acercamiento al ICAIC con su participación en la exposición «Ayer y hoy. Carteles cubanos de cine». Ellos favorecieron, llamémoslo así, una mirada más contemporánea a la Cinemateca de Cuba, pues en varios carteles se aprecia el uso de nuevos elementos figurativos y abstractos para acercarse a la esencia de esta institución con delicado humor y una más clara integración entre imagen y tipografía.

En 2007, también auspiciada por la sexta Muestra, se realizó la exposición «Carteles de relevo»para mostrar las mejores obras realizadas por jóvenes, desde 1989 hasta esa fecha, con lo cual se demostró una vez más la existencia de un grupo de diseñadores –casi todos egresados del ISDI– decididos a asumir la realización de carteles en serigrafía para filmes de ficción, documentales, aniversarios y homenajes: Fabián Muñoz, Pedro Juan Abreu, Ernesto Ferrand, Eduardo Marín, Vladimir Llaguno, Manuel Marcel, Erick Grass, Osmany Torres, Ingrid Behety, Carlos José Núñez, Nelson Ponce, Raydel Viqueira, Fernando Bencomo, Irelio Alonso, Lorenzo Santos, Pavel Giroud, Anet Melo, Pepe Menéndez, Laura Llópiz, Eduardo Moltó, Yoana Yelín, Pablo Montes de Oca, Idania del Río, Felix Chi, Claudio Sotolongo, Maday García y Raúl Valdés fueron los diseñadores participantes de esa exposición de cincuenta y dos obras que ya marcaba rumbos casi definitivos en el relevo de la cartelística cinematográfica cubana.

Bella la salvajeAlgunos de estos diseñadores, como Osmany Torres y Nelson Ponce, ya habían realizado carteles para el ICAIC. Otros, que se iniciaron presentando carteles en pequeño formato para las diferentes ediciones de la Muestra Nacional de Nuevos Realizadores, ya son convocados, incluso de manera exclusiva, para que diseñen carteles de filmes, semanas de cine, muestras, ciclos de la cinemateca y homenajes. Entre estos se encuentran Idania del Río, Maday García, Pablo Montes de Oca, Claudio Sotolongo, Raúl Valdés, y otros. Recientemente se han vinculado nuevos diseñadores, también egresados del ISDI como Michelle Hollands y Giselle Monzón o el caso del dúo Liseloy, conformado por Liset Vidal de la Cruz y Eloy Hernández Dubrosky.

La experiencia con estudiantes y egresados del ISDI, deseosos de probar suerte con la artesanal técnica serigráfica y sumarse a la rica tradición de los carteles, más la labor sistemática de promoción desde la Cinemateca de Cuba, ha permitido sostener una intensa línea de trabajo en la Vicepresidencia de Patrimonio del ICAIC, con vista a la continuidad de lo que durante décadas fue uno de los más emblemáticos signos y símbolos de la visualidad cubana. En un corto período de tiempo, se ha producido una importante cantidad de carteles para filmes de ficción, documentales, animados y ciclos de la Cinemateca. Todo parece indicar que el camino está allanado para la recuperación de tan valioso legado.

Esta nueva producción ha salido a la calle, por el momento, de una forma modesta –aún no puede hablarse de una impronta visual a nivel citadino–. Sin embargo, los carteles de Madrigal, realizado por Erick Grass; La noche de los inocentes, por Osmany Torres; Te espero en la eternidad y Semana de cine brasileño por Nelson Ponce; Camino al Edén, por Michelle Hollands; Donde habita el corazón, por Giselle Monzón; Otra pelea cubana contra los demonios… y el mar y Poética gráfica insular, por Claudio Sotolongo, entre otros, ya aparecen en fachadas de cines y en murales y paredes de centros docentes.

Estas obras emulan, consciente o inconscientemente, con la gráfica realizada para cine en su período de esplendor, y si bien no todos alcanzan aún el impacto grafico y la eficacia comunicativa de aquella etapa, al menos estos jóvenes profesionales tienen la oportunidad de realizarse, con mayor frecuencia, en el ejercicio del diseño y encontrar el camino que posibilite una nueva imagen. Un elemento los hace deudores de la gráfica anterior: la técnica de impresión, que les obliga a utilizar colores planos y perseguir cierta simplicidad debida a las limitaciones del calado. A diferencia de los creadores anteriores, ellos diseñan en una computadora que les ofrece, por un lado, múltiples posibilidades al usar programas de punta, pero, al mismo tiempo, se ven obligados a descartar sobreimpresiones o difuminados, y enfrentan el reto de la impresión serigráfica.

Una nueva voluntad de cambio ha comenzado a gestarse en el ICAIC, al asumir un estilo de trabajo que quizás posibilite nuevamente la trascendencia de su gráfica.

Descriptor(es)
1. CARTEL
2. CINE CUBANO

Web: http://www.cubacine.cult.cu/sitios/revistacinecubano/digital08/cap01.htm