FICHA ANALÍTICA
Fuera de liga. Cuba en mi mente
Caballero, Rufo (1966 - 2011)
Título: Fuera de liga. Cuba en mi mente
Autor(es): Rufo Caballero
Fuente: Revista Cine Cubano On Line
Número: 9
Año de publicación: 2008
A Román de la Campa
¿Cómo es posible que un documental como Fuera de liga interese a todo el mundo, emocione a unos hasta las lágrimas y enardezca a otros hasta la polémica menos serena? ¿Qué misterio del arte explica el hecho de que llevemos un lustro discutiendo hasta el cansancio sobre la legitimidad, los valores o no, la excepcionalidad o menos; sobre la pertinencia de Fuera de liga? Este documental ha vuelto a disparar la paranoia lectiva de los años 2000, y la verdad que el debate a que nos aboca no resulta fácil ni menor.
¿Cómo es posible que Fuera de liga fascine incluso a un tipo como yo, al que no le gusta, para nada, la pelota? Si habla todo el tiempo de pelota, si muestra todo el tiempo juegos de pelota y testimonios relacionados con ella, ¿cómo le explico yo a mi corazón la alegría de admirar lo que no entiendo ni me importa mucho? Siempre he visto el juego de pelota como un ritual bastante aburrido, donde cientos, miles de personas permanecen hipnotizadas por el recorrido de una bola en el aire o en las manos de los jugadores. Mucha atención, mucho fanatismo, para nada: para seguir el trayecto de una pelota.
Ya sé que eso también es la vida. Tendría que preguntarme por qué yo, que ni gusto ni entiendo mucho de pelota, sigo puntualmente el play off, y ni qué decir de los torneos internacionales, donde los peloteros se juegan el pellejo de Cuba. Claro, en mi caso hay una razón poderosa: Soy un chauvinista perdido. Lo sé, no lo oculto, vivo con ese sentimiento, tal vez con ese defecto. Eso de «Lo mío primero» podrá ser todo lo polémico que se quiera pero, por elemental honestidad, debo reconocer que parece inventado para mí. Como el amigo Román de la Campa, vivo todo el tiempo con Cuba en mi mente. Cuba puede ser una enfermedad crónica, un padecimiento letal, una fuente de placer enorme, una devoción que se lleva en la sangre, la hemoglobina de nuestros actos, de nuestros gestos. Al menos yo, no tengo remedio.
Y es claro entonces, si seguimos por esta línea de pensamiento, que Fuera de liga no trata solamente sobre la pelota. Para nada.
Habría que comenzar diciendo, primero que todo, que Fuera de liga es un excelente documental. Pudiera ser una maravilla de revelaciones y de remisiones a la Cuba profunda, que si no fuera un hecho estético y cultural relevante, de poco importaría. Este documental muestra un engranaje perfecto entre guión, producción y edición. La edición urde, en forma virtuosa y siempre elocuente, todo un relato donde confluyen las imágenes de archivo (el peso de la Historia, los datos de prestigio), las voces de los testimoniantes directos (los mismos peloteros, managers, etc.) y los juicios de testimoniantes-testigos, o especialistas de otras áreas de la producción cultural, igualmente atravesados por el imán de la pelota y de Cuba (algún escritor, algún cineasta, etc.). La estructura interior del documental, pacto entre el guión y la edición, se desplaza orgánicamente entre bloques bien pensados y mejor resueltos, en torno al vestuario, el rostro y la identidad del pelotero; el coleccionismo y la veneración; la psicología de grupo en el franco fanatismo; la especie de fatalidad que implica «el equipo insignia de Cuba». Esa imagen fresca, de fluidez, esos setenta minutos que se disfrutan como si fueran veinte, resultan de la dramaturgia de hierro que está por debajo; de una arquitectura de pensamiento que garantiza la eficacia narrativa del documental.
La armazón profunda provee al espectador de ciertos «campos» de análisis, sobre la realidad cultural del juego de pelota, en la Cuba de las últimas décadas. Uno de ellos, de los más interesantes: la patentización del regionalismo. Cada año, ante los chanchullos suscitados por el fervor que desatan los equipos, ante los carteles populares que traducen las colisiones entre leones y avispas, por lo general con la penosa coletilla de «los palestinos» y sus conflictos en la urbe capitalina, aparecen voces románticas, enternecidas con el reclamo ético acerca de que Cuba es una sola, dichas fracciones no conducen a nada bueno, etc. Tales voces tienen razón, solo que valdría preguntarse: Del mismo modo que el patriotismo hace abstracción de lo demás para defender a Cuba, ¿ese propio sentimiento no existe a escala más pequeña, a nivel micro, a nivel de la provincia? ¿No nace acaso ahí? Si usted no ama profundamente a La Habana, o a Santiago, o a La Habana y Santiago, ¿cómo puede amar sensiblemente a Cuba? ¿Una nación es una entelequia, un todo incontinente, una abstracción carente de fragmentos, de fracturas, de disputas posibles, de contradicciones que informan el todo de una manera rica y poco lineal?
Afición deportiva en el Estadio Latinoamericano.Con los regionalismos ha ocurrido como con la actitud hacia el tema de las razas o los géneros sexuales: la presunción acerca de que hemos extirpado el racismo de forma total ha conducido a la invisibilidad de componentes etnorraciales que, con sus perfiles, acotan el montaje cultural del cubano. En el día a día, entretanto, aparecen brotes que intentan recolocar la expresión de las razas y sus signos culturales, lo que no implica, para nada, el racismo o la exclusión. Por otro lado, la voluntad de homologar a hombres y mujeres bajo la aspiración de la igualdad absoluta, ha desdibujado atributos propios de los géneros, los que, en definitiva, hacen más placentera la vida.
Con el regionalismo sucede otro tanto: por supuesto, la peculiaridad regional no debe acarrear la trifulca tonta o la deglución de unas zonas por otras,1 pero el solo despunte de las singularidades socioculturales de las regiones del país no tiene por qué socavar nada serio, al contrario. En tal sentido, el documental ofrece signos de esa realidad contradictoria, interactuante, jamás pasiva. Germán Mesa confiesa que «no hay día en que no juguemos bajo presión», porque, como asevera Padilla, «Industriales está contra Cuba». O valdría decir, mejor, «Cuba está contra Industriales». ¿Por qué? La idea de Industriales contra Cuba, el famoso amor-odio generado por el equipo, responde a una realidad social, económica, cultural, de suma complejidad, que esta pieza alcanza a evidenciar: el viejo mito de la capital como el centro privilegiado de la Isla, en contrapunto con el mito político de Oriente como propiciador y hacedor de la Revolución, se relaja notablemente en la actualidad, cuando la cifra de «población flotante» de La Habana es casi superior al número de sus habitantes estables o «históricos».
Por supuesto que resulta odioso el tema de «los palestinos» y todo ese carácter despectivo entre cubanos, pero, en el último campeonato nacional, daba grima ver las tomas televisivas del Parque Central, donde, justo desde el Parque Central, uno de los grandes núcleos habaneros, la afición clamaba por Santiago, vitoreaba y levantaba carteles contra La Habana. La Habana ha transitado entonces de la esposa venerada, respetada, a la amante furtiva, a la querida que todos usan y nadie «representa». ¿Quién «representa» hoy a La Habana? ¿Quién ama y sufre por La Habana como expresión primera del amor y el dolor de Cuba? Con los años, se ha producido un desplazamiento del centrismo relativamente autosuficiente hacia una mayor polifonía, debida al ascenso de las periferias y las llamadas minorías, que desbordan los centros históricos del poder cultural. Cuba, y La Habana, no han sido ajenas a ese proceso. La capital se convierte en la escena de todos y de nadie: suelo de todos, sentimiento de nadie. Se vive en La Habana, se disfruta La Habana, pero se aplaude el viejo territorio que se mantiene en la mente. Sin ofrecer soluciones engañosas, ingenuas o dulces, Fuera de liga acepta registrar la complejidad de ese fenómeno significativo.
La estructura y el seguimiento de producción nos conducen al siguiente rubro polémico del documental: la actitud ya francamente ético-política. Hay una secuencia que no sé si estuvo siempre en el guión o cristalizó en los días de «la moviola electrónica», y es aquella donde la dirección «monta» de un modo sagaz el aquí y el allá. En esta secuencia, Fuera de liga crea un pequeño relato, sumergido en el relato mayor de toda la obra. Sucede cuando el montaje alterna la expectativa de la afición, en algún parque habanero, y las expresiones de Orlando «El Duque» Hernández, grabadas en Estados Unidos; y ello, como si estuvieran de hecho conversando en un tú a tú trabado y cálido. Algún aficionado pregunta al Duque «si sigue siendo industrialista», a lo que este responde: «El industrialista más grande que tiene Industriales soy yo, porque estoy lejos y estoy cerca.» Luego, la afición en Cuba se confiesa orgullosa de los juegos que El Duque ha ganado «allá». Unos y otros se pertenecen, se reconocen como una misma cosa, no obstante la distancia. Es ese uno de los momentos grandiosos de Fuera de liga. Algunos polemistas reclaman que así es muy fácil amar a Industriales; incluso algún aficionado asegura, en otro momento, que muchos peloteros, la mayoría, tienen los mismos problemas materiales y sin embargo siguen luchando aquí, con Industriales. Pero otros recuerdan, al tiempo, que la sostenida devoción de El Duque nada tiene que ver con la miseria humana de quienes se van para vivir en adelante de zaherir a Cuba, de quienes se entregan al cotilleo y al mercadeo de una política mezquina.
Esta secuencia constituye un acto de manipulación emocional muy claro. Todo en la vida es manipulación; absolutamente todo: un cortejo erótico, un discurso en una plaza, una clase académica, un ensayo. No hay gesto humano que pueda escapar a la manipulación, solo que hay manipulaciones inteligentes y manipulaciones burdas, manipulaciones en pos de la nobleza y manipulaciones a favor de lo terrible (y lo peor: manipulaciones inteligentes en pro de lo terrible). En esta maniobra de los afectos, la dirección de Fuera de liga persigue un objetivo sano y hermoso: confrontar la riqueza de la vida, que se sustrae de los extremismos entre buenos y malos, cubanos incorruptos y ejemplares y cubanos deleznables y olvidables.
Existe otro testimonio desesperado. El de René Arocha, cuando admite que «soy ciento por ciento cubano, y loco estoy por ir pa’ l Parque Central a sentarme ahí con todos los niches, a hablar basura». Lo que sigue lo va a decir alguien que se va a morir en Cuba, sin la menor duda; alguien que tiene en Cuba su suerte, sus días, su destino: la anterior confesión me ha sacado lágrimas. A menudo la vida no es una cartilla clarísima donde todo está resuelto como en un juego de ajedrez. No. Esas emociones de cubanos como yo, me importan mucho. No soy nadie para despreciarlas; para no oírlas.
Existe aún otro momento donde la emoción que invade al Duque lo lleva a resolver la situación con un chiste: hay que irse a comerciales. Hay que irse a comerciales, asere, porque esto es muy fuerte. El Duque afirma a cámara:
Yo no soy un traidor. Yo soy industrialista todo el tiempo, hasta que la muerte nos separe, brother. Yo he tenido la oportunidad de jugar en los dos mejores equipos del mundo: uno son los Industriales, de Cuba, y los otros, los Yankees.
El Duque se confiesa suspendido, como tantos cubanos, entre las dos orillas: si sus pies están en tierras de promisión económica, su alma permanece en Cuba, sigue estando en Cuba. Quienes hemos optado por no separar alma y cuerpo debemos, siento, agradecer un testimonio así, fuera del odio y los resabios, lejos del resentimiento y la vieja política miamense. Y sobre todo porque, si bien el documental favorece este tipo de reflexiones –pueril sería escamotearlo–, no se sitúa, linealmente, de un solo lado. Es muy interesante la distinción que el escritor Leonardo Padura establece entre quienes juegan por dinero y quienes se venden por dinero.
Quizá Fuera de liga suponga que ha logrado un magnífico retablo sobre el escenario de la pelota. Pero su primer valor está en la consecución de un formidable retrato sobre el imaginario del cubano, de lo cubano. El imaginario, esa instancia esencial, recóndita, reacia a la lente, escurridiza, tan vital como flotante, ese perfume de todos los días, que se huele pero no se puede tocar, sin embargo se deja retratar flamantemente en Fuera de liga. Cuando en el futuro se trate de estudiar, de observar, cómo era el cubano de fin de siglo y comienzos de milenio, habrá que recurrir al testimonio plural y profundo de Fuera de liga. A sus personajes entrañables, como ese fotógrafo en las afueras del Capitolio, que discute con vehemencia sobre pelota, sin sospechar que la otra cámara, la del documental, lo desnuda en toda su cubanía, en toda su condición de pueblo profundo. A las voces de los narradores deportivos, que traducen la gracia callejera del cubano: «Se va la pelota, se va, se va… ¡Tunturuntun! Si se va, ¡que se vaya!». Mi reino por esa expresión. Dice más del cubano que diez tratados de antropología.
Fanático de Industriales.Finalmente, la emoción. No hubiera conseguido nada el director si hubiera puesto a correr a sus peloteros sobre el terreno, como figuras físicas. En el plano emocional del documental está su mayor virtud. En la humanidad con que la realización ve a sus peloteros como héroes, por qué no. Tal vez el caso más emocionante sea el de Anglada, quien, por una suma de entuertos, injusticias, malentendidos y difamaciones estuvo separado veinte años de su oficio, de su trabajo, de su arte. Momentos extraordinarios de la banda sonora suceden cuando entran las melodías de Santiago Feliú y Buena fe, con hermosas canciones que hablan por la tristeza ante la escisión del cubano o por la devoción ilimitada ante la pelota como expresión cultural de la nación.
Ian Padrón trata, negocia, con las ilusiones de la gente. Territorio delicado donde los hubo. El realizador logra transportar a sus espectadores a las gradas del Estadio Latinoamericano, allí donde se solventan, como en el puerto, como en el malecón, como en el Lorca, la dificultad, la garantía y la belleza de la cubanidad.
Su documental termina con la imagen de Lázaro Vargas, quien se compromete con los suyos a un próximo año de gran pelota, de nuevas emociones. El plano avanza, y descubre el estado del auto de Vargas, chocado por detrás, caminando hecho chatarra, la verdad. Ese plano lo dice todo. Todas las interpretaciones son permitidas: Mira este masoquista, hecho tierra, colgando todavía de su espíritu y su voluntad. Mira a ese cubano tremendo, faja’o hasta el final sin importarle nada ni nadie. Así camina Cuba.
Abundan en la historia de la cultura los casos de obras que trascienden, con mucho, a sus autores. No digo que Ian Padrón no haya sido consciente –consciente incluso hasta la manipulación– de todo lo que lograsu documental. Pero me atrevo a asegurar que él no sospecha, no lo sabrá por mucho tiempo, lo que ha conseguido con Fuera de liga.
1 En 2007, yo mismo circulé por e-mail la imagen de un cartel que sorprendió la lente del artista Aisar Jalil en alguna calle de La Habana Vieja. Aquel cartel expresaba lo siguiente: «¡Querido santiaguero! Seguimos siendo “leones” aunque ya no seamos campeones. Lo que sí nunca seremos es: ni palestinos, ni estafadores, ni chivatones… ¡Ah!, y no vamos a joder a casa de nadie. Por favor avispas, regresen al Chago».
Circulé ese cartel porque, más allá o acá de la ética, la envergadura simbólica del texto nos lleva a pensar en algo determinante: seguimos enclaus-trados en el estudio de los géneros tradicionales de la Historia del Arte y alrededores, mientras decenas de fenómenos vitales en la cultura popular y el imaginario del cubano continúan relegados o desconocidos. El análisis de toda esa escritura otra (el cartel popular, el graffiti, el tatuaje, la publicidad comercial de la calle) debe reportar, en los próximos años, muchas más evidencias estre-mecedoras que esas otras provenientes de los géneros tradicionales de la cultura.
Ahora, luego de ese llamado de atención, ciertamente la ética no resulta menos importante. La violencia simbólica que denotan muchas de esas expresiones populares, una violencia simbólica a tres pasos de la violencia física, debe ponernos a pensar ya. Ahora mismo. Tiene que ver con los sucesos de indisciplina de los últimos torneos, cuando se ha llegado al extremo de arrojar objetos sobre el terreno para descalificar al equipo anfitrión. Son ejemplos estos donde el fanatismo y la irracionalidad llegan a la demencia y la agresión del Otro, en actos de franco vandalismo so pretexto de las emociones fuertes. Un desafío seguro para los próximos años debe ser la conciliación de entusiasmo y civilidad, pasión y respeto hacia la virtud del Otro.
Descriptor(es)
1. DOCUMENTALES
Título: Fuera de liga. Cuba en mi mente
Autor(es): Rufo Caballero
Fuente: Revista Cine Cubano On Line
Número: 9
Año de publicación: 2008
A Román de la Campa
¿Cómo es posible que un documental como Fuera de liga interese a todo el mundo, emocione a unos hasta las lágrimas y enardezca a otros hasta la polémica menos serena? ¿Qué misterio del arte explica el hecho de que llevemos un lustro discutiendo hasta el cansancio sobre la legitimidad, los valores o no, la excepcionalidad o menos; sobre la pertinencia de Fuera de liga? Este documental ha vuelto a disparar la paranoia lectiva de los años 2000, y la verdad que el debate a que nos aboca no resulta fácil ni menor.
¿Cómo es posible que Fuera de liga fascine incluso a un tipo como yo, al que no le gusta, para nada, la pelota? Si habla todo el tiempo de pelota, si muestra todo el tiempo juegos de pelota y testimonios relacionados con ella, ¿cómo le explico yo a mi corazón la alegría de admirar lo que no entiendo ni me importa mucho? Siempre he visto el juego de pelota como un ritual bastante aburrido, donde cientos, miles de personas permanecen hipnotizadas por el recorrido de una bola en el aire o en las manos de los jugadores. Mucha atención, mucho fanatismo, para nada: para seguir el trayecto de una pelota.
Ya sé que eso también es la vida. Tendría que preguntarme por qué yo, que ni gusto ni entiendo mucho de pelota, sigo puntualmente el play off, y ni qué decir de los torneos internacionales, donde los peloteros se juegan el pellejo de Cuba. Claro, en mi caso hay una razón poderosa: Soy un chauvinista perdido. Lo sé, no lo oculto, vivo con ese sentimiento, tal vez con ese defecto. Eso de «Lo mío primero» podrá ser todo lo polémico que se quiera pero, por elemental honestidad, debo reconocer que parece inventado para mí. Como el amigo Román de la Campa, vivo todo el tiempo con Cuba en mi mente. Cuba puede ser una enfermedad crónica, un padecimiento letal, una fuente de placer enorme, una devoción que se lleva en la sangre, la hemoglobina de nuestros actos, de nuestros gestos. Al menos yo, no tengo remedio.
Y es claro entonces, si seguimos por esta línea de pensamiento, que Fuera de liga no trata solamente sobre la pelota. Para nada.
Habría que comenzar diciendo, primero que todo, que Fuera de liga es un excelente documental. Pudiera ser una maravilla de revelaciones y de remisiones a la Cuba profunda, que si no fuera un hecho estético y cultural relevante, de poco importaría. Este documental muestra un engranaje perfecto entre guión, producción y edición. La edición urde, en forma virtuosa y siempre elocuente, todo un relato donde confluyen las imágenes de archivo (el peso de la Historia, los datos de prestigio), las voces de los testimoniantes directos (los mismos peloteros, managers, etc.) y los juicios de testimoniantes-testigos, o especialistas de otras áreas de la producción cultural, igualmente atravesados por el imán de la pelota y de Cuba (algún escritor, algún cineasta, etc.). La estructura interior del documental, pacto entre el guión y la edición, se desplaza orgánicamente entre bloques bien pensados y mejor resueltos, en torno al vestuario, el rostro y la identidad del pelotero; el coleccionismo y la veneración; la psicología de grupo en el franco fanatismo; la especie de fatalidad que implica «el equipo insignia de Cuba». Esa imagen fresca, de fluidez, esos setenta minutos que se disfrutan como si fueran veinte, resultan de la dramaturgia de hierro que está por debajo; de una arquitectura de pensamiento que garantiza la eficacia narrativa del documental.
La armazón profunda provee al espectador de ciertos «campos» de análisis, sobre la realidad cultural del juego de pelota, en la Cuba de las últimas décadas. Uno de ellos, de los más interesantes: la patentización del regionalismo. Cada año, ante los chanchullos suscitados por el fervor que desatan los equipos, ante los carteles populares que traducen las colisiones entre leones y avispas, por lo general con la penosa coletilla de «los palestinos» y sus conflictos en la urbe capitalina, aparecen voces románticas, enternecidas con el reclamo ético acerca de que Cuba es una sola, dichas fracciones no conducen a nada bueno, etc. Tales voces tienen razón, solo que valdría preguntarse: Del mismo modo que el patriotismo hace abstracción de lo demás para defender a Cuba, ¿ese propio sentimiento no existe a escala más pequeña, a nivel micro, a nivel de la provincia? ¿No nace acaso ahí? Si usted no ama profundamente a La Habana, o a Santiago, o a La Habana y Santiago, ¿cómo puede amar sensiblemente a Cuba? ¿Una nación es una entelequia, un todo incontinente, una abstracción carente de fragmentos, de fracturas, de disputas posibles, de contradicciones que informan el todo de una manera rica y poco lineal?
Afición deportiva en el Estadio Latinoamericano.Con los regionalismos ha ocurrido como con la actitud hacia el tema de las razas o los géneros sexuales: la presunción acerca de que hemos extirpado el racismo de forma total ha conducido a la invisibilidad de componentes etnorraciales que, con sus perfiles, acotan el montaje cultural del cubano. En el día a día, entretanto, aparecen brotes que intentan recolocar la expresión de las razas y sus signos culturales, lo que no implica, para nada, el racismo o la exclusión. Por otro lado, la voluntad de homologar a hombres y mujeres bajo la aspiración de la igualdad absoluta, ha desdibujado atributos propios de los géneros, los que, en definitiva, hacen más placentera la vida.
Con el regionalismo sucede otro tanto: por supuesto, la peculiaridad regional no debe acarrear la trifulca tonta o la deglución de unas zonas por otras,1 pero el solo despunte de las singularidades socioculturales de las regiones del país no tiene por qué socavar nada serio, al contrario. En tal sentido, el documental ofrece signos de esa realidad contradictoria, interactuante, jamás pasiva. Germán Mesa confiesa que «no hay día en que no juguemos bajo presión», porque, como asevera Padilla, «Industriales está contra Cuba». O valdría decir, mejor, «Cuba está contra Industriales». ¿Por qué? La idea de Industriales contra Cuba, el famoso amor-odio generado por el equipo, responde a una realidad social, económica, cultural, de suma complejidad, que esta pieza alcanza a evidenciar: el viejo mito de la capital como el centro privilegiado de la Isla, en contrapunto con el mito político de Oriente como propiciador y hacedor de la Revolución, se relaja notablemente en la actualidad, cuando la cifra de «población flotante» de La Habana es casi superior al número de sus habitantes estables o «históricos».
Por supuesto que resulta odioso el tema de «los palestinos» y todo ese carácter despectivo entre cubanos, pero, en el último campeonato nacional, daba grima ver las tomas televisivas del Parque Central, donde, justo desde el Parque Central, uno de los grandes núcleos habaneros, la afición clamaba por Santiago, vitoreaba y levantaba carteles contra La Habana. La Habana ha transitado entonces de la esposa venerada, respetada, a la amante furtiva, a la querida que todos usan y nadie «representa». ¿Quién «representa» hoy a La Habana? ¿Quién ama y sufre por La Habana como expresión primera del amor y el dolor de Cuba? Con los años, se ha producido un desplazamiento del centrismo relativamente autosuficiente hacia una mayor polifonía, debida al ascenso de las periferias y las llamadas minorías, que desbordan los centros históricos del poder cultural. Cuba, y La Habana, no han sido ajenas a ese proceso. La capital se convierte en la escena de todos y de nadie: suelo de todos, sentimiento de nadie. Se vive en La Habana, se disfruta La Habana, pero se aplaude el viejo territorio que se mantiene en la mente. Sin ofrecer soluciones engañosas, ingenuas o dulces, Fuera de liga acepta registrar la complejidad de ese fenómeno significativo.
La estructura y el seguimiento de producción nos conducen al siguiente rubro polémico del documental: la actitud ya francamente ético-política. Hay una secuencia que no sé si estuvo siempre en el guión o cristalizó en los días de «la moviola electrónica», y es aquella donde la dirección «monta» de un modo sagaz el aquí y el allá. En esta secuencia, Fuera de liga crea un pequeño relato, sumergido en el relato mayor de toda la obra. Sucede cuando el montaje alterna la expectativa de la afición, en algún parque habanero, y las expresiones de Orlando «El Duque» Hernández, grabadas en Estados Unidos; y ello, como si estuvieran de hecho conversando en un tú a tú trabado y cálido. Algún aficionado pregunta al Duque «si sigue siendo industrialista», a lo que este responde: «El industrialista más grande que tiene Industriales soy yo, porque estoy lejos y estoy cerca.» Luego, la afición en Cuba se confiesa orgullosa de los juegos que El Duque ha ganado «allá». Unos y otros se pertenecen, se reconocen como una misma cosa, no obstante la distancia. Es ese uno de los momentos grandiosos de Fuera de liga. Algunos polemistas reclaman que así es muy fácil amar a Industriales; incluso algún aficionado asegura, en otro momento, que muchos peloteros, la mayoría, tienen los mismos problemas materiales y sin embargo siguen luchando aquí, con Industriales. Pero otros recuerdan, al tiempo, que la sostenida devoción de El Duque nada tiene que ver con la miseria humana de quienes se van para vivir en adelante de zaherir a Cuba, de quienes se entregan al cotilleo y al mercadeo de una política mezquina.
Esta secuencia constituye un acto de manipulación emocional muy claro. Todo en la vida es manipulación; absolutamente todo: un cortejo erótico, un discurso en una plaza, una clase académica, un ensayo. No hay gesto humano que pueda escapar a la manipulación, solo que hay manipulaciones inteligentes y manipulaciones burdas, manipulaciones en pos de la nobleza y manipulaciones a favor de lo terrible (y lo peor: manipulaciones inteligentes en pro de lo terrible). En esta maniobra de los afectos, la dirección de Fuera de liga persigue un objetivo sano y hermoso: confrontar la riqueza de la vida, que se sustrae de los extremismos entre buenos y malos, cubanos incorruptos y ejemplares y cubanos deleznables y olvidables.
Existe otro testimonio desesperado. El de René Arocha, cuando admite que «soy ciento por ciento cubano, y loco estoy por ir pa’ l Parque Central a sentarme ahí con todos los niches, a hablar basura». Lo que sigue lo va a decir alguien que se va a morir en Cuba, sin la menor duda; alguien que tiene en Cuba su suerte, sus días, su destino: la anterior confesión me ha sacado lágrimas. A menudo la vida no es una cartilla clarísima donde todo está resuelto como en un juego de ajedrez. No. Esas emociones de cubanos como yo, me importan mucho. No soy nadie para despreciarlas; para no oírlas.
Existe aún otro momento donde la emoción que invade al Duque lo lleva a resolver la situación con un chiste: hay que irse a comerciales. Hay que irse a comerciales, asere, porque esto es muy fuerte. El Duque afirma a cámara:
Yo no soy un traidor. Yo soy industrialista todo el tiempo, hasta que la muerte nos separe, brother. Yo he tenido la oportunidad de jugar en los dos mejores equipos del mundo: uno son los Industriales, de Cuba, y los otros, los Yankees.
El Duque se confiesa suspendido, como tantos cubanos, entre las dos orillas: si sus pies están en tierras de promisión económica, su alma permanece en Cuba, sigue estando en Cuba. Quienes hemos optado por no separar alma y cuerpo debemos, siento, agradecer un testimonio así, fuera del odio y los resabios, lejos del resentimiento y la vieja política miamense. Y sobre todo porque, si bien el documental favorece este tipo de reflexiones –pueril sería escamotearlo–, no se sitúa, linealmente, de un solo lado. Es muy interesante la distinción que el escritor Leonardo Padura establece entre quienes juegan por dinero y quienes se venden por dinero.
Quizá Fuera de liga suponga que ha logrado un magnífico retablo sobre el escenario de la pelota. Pero su primer valor está en la consecución de un formidable retrato sobre el imaginario del cubano, de lo cubano. El imaginario, esa instancia esencial, recóndita, reacia a la lente, escurridiza, tan vital como flotante, ese perfume de todos los días, que se huele pero no se puede tocar, sin embargo se deja retratar flamantemente en Fuera de liga. Cuando en el futuro se trate de estudiar, de observar, cómo era el cubano de fin de siglo y comienzos de milenio, habrá que recurrir al testimonio plural y profundo de Fuera de liga. A sus personajes entrañables, como ese fotógrafo en las afueras del Capitolio, que discute con vehemencia sobre pelota, sin sospechar que la otra cámara, la del documental, lo desnuda en toda su cubanía, en toda su condición de pueblo profundo. A las voces de los narradores deportivos, que traducen la gracia callejera del cubano: «Se va la pelota, se va, se va… ¡Tunturuntun! Si se va, ¡que se vaya!». Mi reino por esa expresión. Dice más del cubano que diez tratados de antropología.
Fanático de Industriales.Finalmente, la emoción. No hubiera conseguido nada el director si hubiera puesto a correr a sus peloteros sobre el terreno, como figuras físicas. En el plano emocional del documental está su mayor virtud. En la humanidad con que la realización ve a sus peloteros como héroes, por qué no. Tal vez el caso más emocionante sea el de Anglada, quien, por una suma de entuertos, injusticias, malentendidos y difamaciones estuvo separado veinte años de su oficio, de su trabajo, de su arte. Momentos extraordinarios de la banda sonora suceden cuando entran las melodías de Santiago Feliú y Buena fe, con hermosas canciones que hablan por la tristeza ante la escisión del cubano o por la devoción ilimitada ante la pelota como expresión cultural de la nación.
Ian Padrón trata, negocia, con las ilusiones de la gente. Territorio delicado donde los hubo. El realizador logra transportar a sus espectadores a las gradas del Estadio Latinoamericano, allí donde se solventan, como en el puerto, como en el malecón, como en el Lorca, la dificultad, la garantía y la belleza de la cubanidad.
Su documental termina con la imagen de Lázaro Vargas, quien se compromete con los suyos a un próximo año de gran pelota, de nuevas emociones. El plano avanza, y descubre el estado del auto de Vargas, chocado por detrás, caminando hecho chatarra, la verdad. Ese plano lo dice todo. Todas las interpretaciones son permitidas: Mira este masoquista, hecho tierra, colgando todavía de su espíritu y su voluntad. Mira a ese cubano tremendo, faja’o hasta el final sin importarle nada ni nadie. Así camina Cuba.
Abundan en la historia de la cultura los casos de obras que trascienden, con mucho, a sus autores. No digo que Ian Padrón no haya sido consciente –consciente incluso hasta la manipulación– de todo lo que lograsu documental. Pero me atrevo a asegurar que él no sospecha, no lo sabrá por mucho tiempo, lo que ha conseguido con Fuera de liga.
1 En 2007, yo mismo circulé por e-mail la imagen de un cartel que sorprendió la lente del artista Aisar Jalil en alguna calle de La Habana Vieja. Aquel cartel expresaba lo siguiente: «¡Querido santiaguero! Seguimos siendo “leones” aunque ya no seamos campeones. Lo que sí nunca seremos es: ni palestinos, ni estafadores, ni chivatones… ¡Ah!, y no vamos a joder a casa de nadie. Por favor avispas, regresen al Chago».
Circulé ese cartel porque, más allá o acá de la ética, la envergadura simbólica del texto nos lleva a pensar en algo determinante: seguimos enclaus-trados en el estudio de los géneros tradicionales de la Historia del Arte y alrededores, mientras decenas de fenómenos vitales en la cultura popular y el imaginario del cubano continúan relegados o desconocidos. El análisis de toda esa escritura otra (el cartel popular, el graffiti, el tatuaje, la publicidad comercial de la calle) debe reportar, en los próximos años, muchas más evidencias estre-mecedoras que esas otras provenientes de los géneros tradicionales de la cultura.
Ahora, luego de ese llamado de atención, ciertamente la ética no resulta menos importante. La violencia simbólica que denotan muchas de esas expresiones populares, una violencia simbólica a tres pasos de la violencia física, debe ponernos a pensar ya. Ahora mismo. Tiene que ver con los sucesos de indisciplina de los últimos torneos, cuando se ha llegado al extremo de arrojar objetos sobre el terreno para descalificar al equipo anfitrión. Son ejemplos estos donde el fanatismo y la irracionalidad llegan a la demencia y la agresión del Otro, en actos de franco vandalismo so pretexto de las emociones fuertes. Un desafío seguro para los próximos años debe ser la conciliación de entusiasmo y civilidad, pasión y respeto hacia la virtud del Otro.
Descriptor(es)
1. DOCUMENTALES
Web: http://www.cubacine.cult.cu/sitios/revistacinecubano/digital09/cap02.htm