FICHA ANALÍTICA

Historias animadas de ayer y de hoy
Acosta Caulineau, Aramís (1958 - )

Título: Historias animadas de ayer y de hoy

Autor(es): Aramís Acosta Caulineau

Fuente: Revista Cine Cubano On Line

Número: 9

Año de publicación: 2008

Historias animadas de ayer y de hoy

El 24 de enero de 1897, llega a La Habana un nuevo espectáculo: el cinematógrafo de los hermanos Lumière, y acapara la atención de muchos que deciden incursionar en el cine.

Rafael Blanco Estera (La Habana, 1885-1955) y su hermano Vicente, crean, en los años del cine silente en Cuba, la empresa exhibidora Vicente Blanco y Cía., de donde nace el interés por realizar un dibujo animado, fundamentalmente por la formación de pintor y humorista que posee Rafael. Con el diseño de producción de Victoriano Martínez y Luis Seel como animador, surge, en 1919, lo que hasta la fecha constituye el primer dibujo animado cubano: Conga y chambelona, con una asombrosa extensión de veintisiete minutos en pantalla, inusual para la época. Se reporta una exhibición privada en Nueva York con muy buena acogida de público.

El dibujante Manuel Alonso, auxiliado por Ñico Luhrsen y Lucio Carranza, culminan en agosto de 1937, el cortometraje Napoleón, el faraón de los sinsabores, dibujo animado que cuenta con una duración de dos minutos, sonoro, en blanco y negro, y cuya fotografía, revelado y efectos de sonido fueron realizados por Jorge Piñeyro, propietario de los Laboratorios Piñeyro. Napoleón… tuvo buena acogida de crítica y de público, pero las mínimas utilidades aportadas hacen que Alonso abandone el género y se dedique a noticiarios y a realizar películas de ficción.

Paralelamente a la realización de Napoleón, el faraón de los sinsabores, los dibujantes conocidos como Roseñada y Silvio efectúan animaciones con fines publicitarios a partir de un personaje llamado Masabí, pero después desisten de este por las mismas razones que Manuel Alonso.

Luis Castillo realiza en la ciudad de Guantánamo, en 1946, su primera película animada, siguiendo las indicaciones de folletos recibidos de los Estudios Disney. Cóctel musical, fue un filme desafortunado en cuanto al empleo del lenguaje específico del género y la selección del título resultó desconcertante pues se trataba de un corto silente. Al año siguiente, el propio Luis Castillo concluye El jíbaro y el cerdito, con idénticos resultados finales.

Octubre de 1946 marca el inicio, en Santiago de Cuba, de un estudio particular organizado por los hermanos César y Mario Cruz Barrios, este último médico de profesión y aficionado a la pintura. Ambos conciben un personaje al que llamaron Restituto, el detective. Al grupo se unen el doctor Héctor Zayas Bazán, aficionado a la fotografía, y el camarógrafo Elías Sánchez, quien posee una cámara de 16 mm. Restituto… fue un fracaso, pues los realizadores no conocían las leyes que rigen el movimiento, y el personaje se desplaza sin coordinación provocando cierta confusión en el espectador. A pesar de ello, intentan tener mayor suerte y realizan El gato con botas, a cuyo equipo artístico se unen dos nuevos integrantes: José María Carbonell y Felipe López, ambos profesores de la Escuela de Artes Plásticas de Santiago de Cuba. El gato con botas satisface a sus realizadores, quienes producen entonces El tesoro de todos y deciden fundar la Productora Nacional de Películas de Santiago de Cuba, que en 1947 concluye el primer dibujo animado en colores destinado al mercado: El hijo de la ciencia, realizado totalmente en Cuba, en el formato de 35 mm. La dirección estuvo a cargo de Mario Cruz Barrios, los animadores fueron los dibujantes Armando y Juan Guidi y los fondos o escenarios salieron de las manos de José María Carbonell. El hijo de la ciencia fue una película con gran influencia del dibujo animado norteamericano, pero con marcadas diferencias en la calidad del diseño de los personajes que no logran integrarse a los excelentes escenarios de impresionante realismo. Fue el último de los dibujos animados destinados al mercado que produjo la Productora Nacional de Películas de Santiago de Cuba.

Al establecerse la televisión en Cuba, en 1950, surgen y se desarrollan numerosas agencias publicitarias, oportunidad aprovechada por parte del personal que había trabajado en la cinematografía para vincularse a la realización de dibujos animados con fines publicitarios.

En la Publicitaria Siboney se formaron algunos de los artistas que años más tarde integrarían el núcleo fundador del ICAIC y su Departamento de Dibujos Animados. Entre ellos se encontraban Jesús de Armas, Eduardo Muñoz Bachs y Manuel Lamar (Lillo), mientras que el camarógrafo Ramón Palenzuela trabajaba para Telefilca, perteneciente a los Estudios de Animación de CMQ.

Precisamente en aquel cine comercial, con cortos animados promotores del consumo del chocolate Kresto, del café Tupy o del producto para adelgazar Adelgadina..., fue donde se formaron los que en 1959 fundaron los Estudios de Animación del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, creado el 24 de marzo de 1959, por la primera ley emitida por el Estado en el terreno cultural.

Las películas realizadas en la década del sesenta están marcadas por una fuerte influencia de la estética y los principios del movimiento que impuso al mundo la United Productions of America (UPA), donde, a diferencia del estilo Disney, predominan los diseños geométricos, utilizan la semianimación, y el tratamiento de los escenarios es de gran libertad cromática y de mayor síntesis en los elementos que lo componen. El plan temático de ese decenio, respondió a los vertiginosos cambios sociales que se producían en Cuba. Las películas animadas de los sesenta muestran la enorme riqueza estética devenida en la formación plástica de sus realizadores, cuyos recursos expresivos estaban a la altura de la pintura de vanguardia del momento. En ellas se aprecia, además, un planteamiento temático dirigido a campañas y discursos destinados a un público adulto, que en su participación social requerían prontitud y claridad en el mensaje.

El maná y La prensa seria, (1960), El tiburón y las sardinas (1961), El cowboy (1962), filmes dirigidos por Jesús de Armas y cuyos diseños llevan la impronta de Eduardo Muñoz Bachs, se caracterizan por una experimentación en la forma, que llama la atención de los estudiosos del género. Se habla de la importancia de trabajar por el bienestar común, se alerta sobre la desmedida en el discurso de la prensa amarilla de la época y sobre la necesidad de preparar a la población ante posibles intervenciones por parte de Estados Unidos. En estos filmes la estructura dramática no es sólida, los contenidos se trasmiten de forma directa sin que exista una correspondencia entre la calidad gráfica y el mensaje.

Jesús de Armas realiza también La quema de la caña (1961), a partir del empleo de dibujos que realizaron una serie de niños de escuelas primarias. La animación es por recortes bajo cámara sobre los escenarios realizados por dichos niños. Fue, en su momento, el antecedente de lo que en los noventa llamaríamos «talleres infantiles» y que se convertirían en uno de los productos más generosos y menos conocido del cine de animación cubano.

En 1962, el departamento de Animación concluye una de las películas más ambiciosas en su realización, Los indocubanos, del director Modesto García, quien utiliza el dibujo a plumilla para definir la estética de una historia sobre la vida de nuestros aborígenes. La animación es limitada bajo cámara y con una duración de veintisiete minutos, lo que tornó muy lento el ritmo general y creó un efecto de imágenes estáticas que no resultó muy feliz para los espectadores. No obstante, fue un filme de altos valores estéticos y de contenido.

"Un sueño en el parque" (1965), de Luis Rogelio NoguerasUna obra paradigmática se produce en el año 1965: Un sueño en el parque, de Luis Rogelio Nogueras (Wichy). El poeta y narrador devenido cineasta, nos introduce en una tendencia que se afianza y cuenta con más de un seguidor: la intelectualización en la lectura del filme, lo cual lo destina a un pequeño grupo de entendidos del género y limita sus potencialidades comunicativas. No obstante, la influencia cubista en el diseño de los personajes y la riqueza estética de la puesta en escena, hacen de Un sueño en el parque un filme de vanguardia.

Otro de los realizadores de esta etapa es Tulio Raggi, el director que más se acerca al estilo de la escuela disneyana. Su dominio en el diseño de líneas curvas, el empleo de colores contrastantes con sombras sugeridas y el barroquismo agradable de los elementos del entorno hacen de sus filmes La brujita Maguita (1967) y El sinsonte (1969), verdaderos alardes de maestría artística.

Aunque en los años sesenta todavía no se logró una buena estructura del guión cinematográfico del dibujo animado, el género se convirtió en un arte mayor, reconocido por quienes en un determinado momento lo consideraron como de menor valía. En esta década, el dibujo animado del ICAIC La cosa (1962), de Harry Reade, director australiano radicado en Cuba, recibe el primer reconocimiento internacional al ser seleccionado como Filme Notable en el Festival de Cine de Londres (1963).

Si a los años sesenta los caracteriza la experimentación y la riqueza estética, la década del setenta, en general, podría identificarse como la del uso y el abuso del didactismo. Nuevamente el dibujo animado del ICAIC se enfrenta a la realización de obras por encargo de instituciones y organismos nacionales que necesitan acudir al género para trasmitir informaciones de interés general a la población. Esto incide en que los textos respondan a una serie de conceptos técnicos y a una terminología especializada que atenta contra el desarrollo de los personajes, los cuales, en ocasiones, dan la impresión de conferencistas aburridos o narradores improvisados. Estos dibujos animados estaban dirigidos al público adulto y, una vez más, el niño cubano de la época se quedó con el deseo de contar con sus propios «muñequitos». Se emplearon reiteradamente materiales de archivo con un mínimo de animación, en los cuales desaparece el humor y se evidencia con mayor claridad un acercamiento al género documental. Existió una valoración desproporcionada del contenido en detrimento de la forma, y se tendió a un didactismo poco original, que atentó contra la comunicación con el público.

Enmascaramiento de la luz (1970), dirigido por Hernán Henríquez, por encargo de la Defensa Civil, y Dientes (1970), de Harry Reade, solicitado por el Instituto de Estomatología, son dos trabajos en los cuales el ritmo es lento y denso por la utilización de largas secuencias, donde noventa por ciento de estas corresponde a materiales de filmación en vivo. Se aprecia cierta tendencia al facilismo. La producción didáctica se establece como norma, por lo cual decae la motivación de sus realizadores.

Mario Rivas, en codirección con Tulio Raggi, realiza su primera película animada titulada Rodeíto (1973), cuya estructura narrativa se divide en dos partes fundamentales: en una predomina la acción y en la otra prevalece la explicación o el elemento didáctico. El ritmo entre ambas cambia considerablemente y aunque el producto final cumple con la intención comunicativa, no se logra una concepción idónea para el tratamiento adecuado de un material didáctico.

El cine de Mario Rivas aborda momentos históricos que mucho tienen que ver con las guerras del siglo xix. Su gusto por el tema y la admiración personal que siente por la figura de Máximo Gómez, lo llevó a iniciar una miniserie animada con personajes reales. Su respeto por la historia le obliga a utilizar excelentes ilustraciones, que anima bajo cámara para evitar caer en la caricaturización y el irrespeto. La Batalla de las Guásimas (1974), La invasión (1978), El primer intento (1978) y, mucho más adelante, Máximo Gómez, su última campaña (1986), han sido obras cuyos resultados artísticos muestran una excelente factura de efectiva comunicación.

En 1974 se lleva al cine de animación a un personaje que cautivó al público desde su nacimiento en la historieta y que cambió, para favorecerla, la concepción de cómo abordar el tema didáctico en el cine de animación del ICAIC. Elpidio Valdés, del director Juan Padrón, toma vida en el cine con Una aventura de Elpidio Valdés y Elpidio Valdés contra el tren militar. El temor ante el nuevo soporte se desvanece con la rápida acogida por parte de todos, y aunque esta serie es didáctica en sí misma, la maestría del director, el dominio del lenguaje cinematográfico, la perfecta armonía entre guión y diseños, hacen de Elpidio un simpático personaje de aventura en un respetado contexto histórico. Amenas son sus películas Horologium, que quiere decir: reloj, La silla, Velocipedia, de 1974, y El machete, El enanito sucio y Aerodinámica, realizadas en 1975, en las cuales el humor y la gracia criolla las convierten en un divertimento.

El año 1979 señala un hito en la historia del cine de animación en nuestro país: Juan Padrón realiza el primer largometraje de dibujos animados con el nombre del personaje protagónico como título: Elpidio Valdés. En ese propio año, esta película recibe tres premios de gran importancia para la filmografía de animación cubana: Reconocimiento Especial del Jurado en el Festival de Cine para la Infancia y la Juventud de Gijón, España; el galardón al Dibujo animado «que más gustó a los niños», otorgado por el jurado infantil del II Festival Internacional Cinematográfico de Moscú; y el Primer Premio Coral, en la categoría de animación, del I Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana.

Los años ochenta, considerados por muchos como la «década de oro del dibujo animado cubano», replantean el concepto de filme como una mercancía, esencialmente destinada a procurar ingresos, para dar paso a un criterio que coloca las necesidades expresivas, desde el punto de vista artístico, por encima de consideraciones de índole comercial. No solo se perciben cambios favorables en los planes temáticos de este decenio, sino también en los niveles de producción alcanzados. En 1980, Juan Padrón inicia la serie Filminutos, destinada al público adulto, que obtuvo inmediata aceptación popular a partir de la utilización, en apenas unos pocos segundos, de chistes con personajes de vampiros, verdugos, piojos y duendes. La serie ha sido una de las de mayor impacto social y, en la actualidad, a pesar de la vertiginosa caída en la calidad reconocida de la producción de los ochenta, es la que cuenta con mayor cantidad de premios en eventos nacionales e internacionales.

"Elpidio Valdés contra dólar y cañón" (1983), de Juan PadrónCuando analizamos las películas de esta década, apreciamos los logros obtenidos en cuanto al manejo creativo del lenguaje cinematográfico con contenidos amenos y equilibrados, que acercan mucho más el producto artístico a su público destinatario. Elpidio Valdés contra dólar y cañón (1983), segundo largometraje animado, también realizado por Padrón, supera al anterior al mostrar gran maestría en el tratamiento del guión, la animación, el color y la banda sonora. Ha sido una obra muy premiada: Segundo Premio Coral en el V Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano (1983); seleccionado por la crítica cinematográfica cubana como el dibujo animado más destacado del año 1983; Premio Caracol al mejor guión, mejor edición y mejor animación en el I Festival de Radio, Cine y Televisión de la UNEAC (1984); Mención de Honor en el VII Festival Internacional de Cine Infantil de Quito, Ecuador (1985); y Premio Antorcha de Plata en el I Festival de los Países no Alineados, Pyongyang, Corea (1987).

El bohío (Mario Rivas, 1984), utiliza diseños muy diferenciados del resto de los realizadores y un estilo en el movimiento, novedoso para la época. Con un excelente tratamiento del guión, esta película se alza en, 1984, con el Primer Premio Coral de animación del VI Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.

Al año siguiente, Juan Padrón estrena su tercer largometraje Vampiros en La Habana, considerado un clásico de la cinematografía del ICAIC, lo cual consolida el prestigio de su director. Este filme es uno de los más premiados dentro y fuera del país, y tal vez el de mayor acogida de público. En 1986, Padroncito inicia la serie Quinoscopios con ideas y dibujos del humorista argentino Joaquín Lavado (Quino), quien al reconocer la calidad artística y el respeto con que fueron tratados sus argumentos y diseños, autoriza realizar, en 1994, la serie de ochenta minutos con el mundo animado de su internacionalmente conocido personaje Mafalda.

A finales de los ochenta, se retoma la actitud de meditación filosófica en torno a problemas humanos, que ya había tenido lugar durante los sesenta. Lo nuevo en estas producciones está en el uso de una técnica, que tiene mucho que ver con la experimentación y un campo cromático que le confiere mayor plasticidad al plano. La década se vio favorecida por una película cuyo tema es uno de los más difundidos entre los mitos, ritos y leyendas del continente, reiterado en cuentos y canciones infantiles acerca de la vanidad. La fuerza expresiva del entorno y los personajes de Una leyenda americana (1984), de Mario Rivas, la dinámica exposición de movimientos articulados bajo cámara y el uso de un colorido que nos remite a los tonos de las cerámicas precolombinas, hacen del filme, uno de los mejores puntos de referencia en el estudio de la gráfica y su interacción con el público. En 1988, Rivas toma como referente la infancia de Ernesto Che Guevara, su entorno familiar, sus juegos y sus preferencias en relación con los clásicos de la literatura infantil para realizar Y puro como un niño. Con la excelencia de los diseños de Tulio Raggi, el tratamiento fotográfico bajo cámara de Adalberto Hernández y el trucaje de Jorge Pucheaux, este filme muestra una estética agradable, en un entorno de selvas exuberantes y personajes literarios que interactúan con el niño que fue el Guerrillero Heroico. Multipremiada en diferentes eventos, este título es un valioso trabajo sobre un personaje real.

Los cambios conceptuales en todo el proceso de producción, el logro de una política que integra al artista con otras especialidades de la comunicación y la pedagogía, la incorporación de nuevas generaciones de especialistas del género, la inserción del artista experimentado en la docencia interna y, sobre todo, la participación de realizadores y técnicos en eventos internacionales donde pueden confrontar estilos y nuevas formas de hacer, convierten a la década de los ochenta en la de mayor impacto en el arte del cine de animación.

La producción del dibujo animado en los noventa, tuvo que enfrentarse al reto de la supervivencia ante la peor crisis económica que ha atravesado el país. El servicio cinematográfico, fundamentalmente para instituciones de México, España y la UNICEF, fue el camino a recorrer ante la posibilidad de detener totalmente la producción. Esto ocasionó cierto aislamiento en el proceso creativo de los realizadores consagrados que se ocuparon de producir la serie Filminutos, aunque propició que los noveles vieran en el servicio a terceros, la única vía de participación como futuros directores del cine animado, al asumir con todas sus potencialidades el reto de la creación asesorada. Fueron precisamente los trabajos por encargo de la UNICEF, con el tema de los derechos del niño, los que permitieron la masiva participación de los jóvenes directores, mientras que el proceso de la animación se enriquece con nuevos conceptos en la puesta en escena exigidos por los estudios españoles. Vale la pena mencionar alguno de los pocos cortometrajes producidos durante estos años.
El pequeño planeta perdido (Mario García Montes, 1990), basado en un cuento de Ziraldo Alves Pinto, se produjo por medio de la interacción de escenarios con elementos corpóreos y animación bajo cámara con recortes de papel pintado. El cantautor Silvio Rodríguez regala música, letra y voz de una pequeña y bella canción que enriquece la banda sonora. En 1990 se alza con el premio Mano de Bronce al mejor filme de animación del Festival de Cine Latino de New York.

Elisa Rivas, la única mujer realizadora de dibujos animados del ICAIC, cuya experiencia como animadora cinematográfica y directora proviene de los Estudios de Animación del ICRT, realiza La Bobocracia (1992), cuyo argumento nace del prestigioso humorista Arístides Hernández (Ares) y cuyo tratamiento temático de alguna manera nos recuerda a ese clásico de la filmografía cubana que fue La muerte de un burócrata, de Tomás Gutiérrez Alea. Esta película se alzó con el Premio Caracol a la mejor animación y a la mejor dirección cinematográfica en el Festival de Cine, Radio y Televisión de la UNEAC, en 1993. Seleccionada para formar parte de una serie animada con temas locales, Elisa viaja a Canadá para producir con el National Film Board su película Máscaras, de excelente factura, en la cual incursiona en el tema de los sentimientos menos nobles del ser humano. Este corto forma parte de un compendio de realizadores de varios países, divulgados por la prestigiosa institución canadiense en diferentes escenarios especializados.

Mario Rivas realiza en 1997 En la tierra de Changó, con diseños del prestigioso pintor cubano Roberto Fabelo y la interpretación de canciones del panteón yoruba en la voz de Lázaro Ross. Es un divertimento de nuestros ritos africanos, cuya estética fue reconocida con el Premio a la mejor fotografía en el Festival de Cine para Niños en Ciudad Guayana, Venezuela.

En 1995 Juan Padrón realiza uno de los proyectos más ambiciosos de su vida artística, donde el popular personaje de Elpidio Valdés, con notables cambios en su diseño original, recrea una serie de seis capítulos titulada Más se perdió en Cuba, compactada en un largometraje con el mismo tema: Elpidio Valdés contra el águila y el león. El público, acostumbrado al diseño original del primer Elpidio, rechaza la nueva propuesta.

Leonardo Pérez, joven animador devenido uno de los más talentosos realizadores, adapta como dibujo animado el cuento de la escritora colombiana Flor Romero, La hormiguita-mata (1998), y por vez primera en la producción de los Estudios de Animación del ICAIC muestra un acercamiento a la estética manga en algunos ángulos de cámara y determinadas acciones, aunque está presente la animación «a lo Disney» (plano final del vuelo de las aves realizado por el excelente animador Guillermo Ochoa) y escenarios que se acercan al realismo en un entorno selvático.

En 1998, se incorpora a los Estudios de Animación, Ernesto Padrón Blanco, popularmente conocido en el mundo de la historieta con el personaje Yeyín, para adentrarnos en la animación por computadora, único soporte utilizado a partir del cambio de siglo.

Una de las producciones de mayor impacto, asombrosamente poco divulgada, ha sido la serie Talleres Infantiles, con películas realizadas íntegramente por niños que, bajo la tutoría de jóvenes realizadores, asumen todos los pasos del sistema de producción de un dibujo animado, desde el guión, los diseños y la animación, hasta la participación en el doblaje de las voces de cada personaje.

La serie se realizó con niños de entre seis y doce años, y desde 1991 hasta 2000 se produjeron nueve películas: Un domingo en Duendilandia, (Mario García Montes y Vivian Gamoneda (1991), Palabras móviles (David Ehlrich y Mario García Montes, 1992), King Kong 3 (Mario García Montes y Vivian Gamoneda, 1992), Poco antes de la media noche (Mario García Montes, 1993), Carlitos ¡No! (Guillermo Ochoa y Miguel Vidal, 1994). Tras un receso de cuatro años, Miguel Vidal la reinicia y dirige de The Big Game y Salvemos la ballena (ambas en 1998), Green Forever (1999), y Para Elpidio Valdés (2000).

Con la creación de los nuevos Estudios de Animación del ICAIC en el año 2003, el número cada vez más creciente de jóvenes realizadores, permite prever la continuidad necesaria en el difícil arte del dibujo animado. Algunos nombres empiezan a ser reconocidos entre el público interesado, y la gran mayoría de ellos ya puede exhibir sus primeros reconocimientos en eventos dentro y fuera de la Isla.

Nelson Serrano (Sueños, 2004; El espantapájaros y Juan me tiene sin cuidado, 2006), comienza a poseer un sello en el estilo gráfico de sus diseños y una inclinación especial por temas dedicados a los niños más pequeños.

Alexander Rodríguez (Nené traviesa, 2003; Quietud interrumpida, 2007), incursiona en la adaptación de obras literarias y versiones libres con temas dirigidos al público adulto, pero con una estética atractiva para todos. Es un defensor del estilo manga europeo.

"Un día de paseo" (2007), de Antonio NodarseAntonio Nodarse (La gata Mini, 2006; Un día de paseo y La fiesta de los bravos, ambos de 2007), posee un excelente dominio del dibujo y del movimiento, y tiene una marcada influencia de la escuela disneyana. Se inclina por los temas y entornos dirigidos a los más pequeños de casa.

Ernesto Piña (M-5, 2004; Todo por Carlitos, 2005; Erpiromundo, 2006; El propietario, 2007), promueve una imagen muy libre, con pinceladas sueltas y animaciones precisas. Se interesa por retomar temas que mucho tienen que ver con la naturaleza interna del hombre, su pensamiento y sus contradicciones. Sus finales abren la posibilidad de que cada cual los asuma desde sus propias experiencias, y generan la polémica y el intercambio.

Adanoe Lima y Yemelí Cruz (Horizontes, 2005), defienden la experimentación formal, la animación corpórea bajo cámara y el buen gusto en la composición de cada plano. Esta obra, en solo dos años de exhibición, obtuvo nueve premios en eventos nacionales.

Las puertas de la creación están abiertas en los Estudios de Animación del ICAIC. Nuestros mayores riesgos se relacionan con el temor a una desmesurada promoción de una estética desde la única perspectiva de las potencialidades que ofrecen las nuevas tecnologías. Ahora el reto está en la búsqueda de originalidad en el uso de los efectos visuales, para que estos reflejen los ricos y variados patrones naturales de nuestra condición insular, en estrecha correspondencia con una dramaturgia libre de didactismo simple y de moralejas evidentes. En suma, ser audaces a la hora de universalizar nuestra propia identidad.

 

 

 



Descriptor(es)
1. ANIMACIÓN
2. CINE CUBANO

Web: http://www.cubacine.cult.cu/sitios/revistacinecubano/digital09/cap03.htm