FICHA ANALÍTICA
De Coppelia al cielo: Un pez que huye mientras nos asiste la certeza del alumbramiento
Ortega, Piter (1982 - )
Título: De Coppelia al cielo: Un pez que huye mientras nos asiste la certeza del alumbramiento
Autor(es): Piter Ortega Nuñez
Fuente: Revista Cine Cubano On Line
Número: 11
Año de publicación: 2008
Rufo Caballero es el mejor profesor que tuve durante mis cinco años de estudios universitarios. Es la persona que me enseñó a pensar el cine –no a describirlo, sino a pensarlo–. Pero Rufo es mucho más que un buen profesor. Es también, a no dudarlo, uno de los más recios ensayistas cubanos de los últimos veinte años, con una obra que desconcierta por su versatilidad, extensión y calidad. Y por si todo ello fuera poco, resulta para muchos el crítico de artes visuales más valioso que ha dado nuestro país (y digo de artes visuales, pues no estamos hablando solo de cine, sino también, y a un mismo nivel, de artes plásticas). Sé que corro el riesgo de ser acusado de hiperbólico (ya sabemos del daño que está causando la «anorgasmia intelectual» en nuestro contexto, para la cual todo atisbo de pasión auténtica supone hipérbole, traición a la inexcusable «objetividad cientificista»). Sin embargo, tratándose de Rufo Caballero, estoy dispuesto a asumir ese riesgo. Ningún problema en ello.
Las virtudes referidas anteriormente tienen una clara constatación en el más reciente libro del autor, Un pez que huye, que obtuviera el Premio de Ensayo sobre Cine en Iberoamérica y el Caribe (2004). Se trata de un estudio del cine latinoamericano en el arco temporal que va del año 1991 hasta 2003, si bien el autor esboza un grupo de antecedentes cuando se detiene en la caracterización del «programa socioestético, credo o ars poetica» que distingue al Nuevo Cine Latinoamericano (NCL), en el período que precede a su objeto de estudio, es decir, desde 1967 hasta 1991. De modo que estamos ante un libro con vocación de estudio sistémico, de trazado de mapa epistemológico. Y en este sentido es verdaderamente asombrosa la capacidad que demuestra el autor para arribar a generalizaciones o abstracciones en el orden ideoestético, sociocultural en un sentido amplio. Rufo parte del dato y se adentra en la cartografía de un período con una facilidad pasmosa. Además de poseer un sustrato investigativo extremadamente serio y riguroso, Un pez que huye es un libro de tesis, donde se discuten una serie de desplazamientos o permutas en el cine de la región de los últimos años, el cual, sin dejar de ser «Nuevo Cine…», ya no participa de la misma sensibilidad y afición programáticas de su homólogo precedente. Lo cual no debe ser algo para alarmarse; más bien debiéramos asumirlo como una ganancia. Eso nos dice Rufo en su libro, y lo defiende todo el tiempo con una habilidad hermenéutica sin par en los predios de nuestra ínsula, haciendo gala a su vez de un poderoso instrumental semiótico, iconológico, narratológico, filosófico. De teoría de la cultura en sentido general. Detrás de cada línea subyace, aunque no quede explicitada, una profunda comprensión de las más variadas corrientes del pensamiento cultural contemporáneo, desde Bajtin, Benjamin, Adorno, Habermas, Horkheimer, hasta Foucault, Julia Kristeva, Barthes, Andreas Huyssen, Hal Foster, Lyotard y una lista que no tendría fin. Rufo es un teórico de la cultura en la más completa acepción del término. De lo contrario, no hubiera arribado a muchas de las reflexiones que se vislumbran en sus perturbadores análisis.
Pero Un pez… es además un libro de crítica (de genuina crítica), donde cada pieza fílmica convocada es sometida a una valoración exhaustiva, minuciosa, con la valentía que solo le es dada a la más soberbia autoridad del conocimiento. En esta dirección, Rufo constituye casi una excepción dentro del panorama crítico nacional. Cuando predominan las valoraciones «a favor de la corriente», del consenso que evita riesgos y asegura credibilidad, Rufo jamás teme a cuestionar severamente un filme, por mucha gloria y reconocimientos que ostenten este o su autor. La manera en que polemiza con el sentido dudoso de lo poético que ha predominado en buena parte de la filmografía argentina, especialmente en los trabajos de Eliseo Subiela y Adolfo Aristarain, son una prueba de ello. Ya nos ha comentado Rufo en otras ocasiones, refiriéndose al pernicioso afán de trascendentalismo poético, que la «poesía es un alumbramiento que asiste o no, pero que no se deja perseguir». Con esa convicción no vacila en perpetrar la necesaria justicia crítica para con aquellos filmes que vulgarizan y reducen la poesía a un par de «amantes que vuelan, citas de Benedetti y Neruda, o la producción de frases sentenciosas que pretenden la filosofía existencial a cada respiro de unos actores tirados por los parlamentos ampulosos». Eso, por citar solo un ejemplo, porque podríamos referir muchos otros juicios que descreen de la certidumbre que pueda asistir al consentimiento o la aprobación colectivos. Tal es el caso de los análisis concernientes al cine de Fernando Solanas.
Otro elemento que singulariza el estilo de Rufo, es lo que algunos teóricos de la posmodernidad han denominado dejación de la intencionalidad del autor como cifra de significación de las obras. A diferencia de lo que suele suceder habitualmente en nuestro contexto, donde proliferan los que yo he llamado «críticos escribanos» (el artista dicta el sentido de su propuesta y el crítico copia, sin cuestionar, y traduce al texto), Rufo erige su discurso con una libertad y autonomía que se pueden permitir el lujo de ir más allá de –o incluso cuestionar– los objetivos o finalidades propuestos por el creador, con el convencimiento de que toda obra es una entidad autosuficiente, regida por leyes propias, con valores inmanentes que escapan a la voluntad y conciencia de su hacedor. Es así que en el apartado dedicado al filme cubano Fresa y chocolate, propone una lectura otra, alternativa, de la cinta; lectura que en cierta medida difiere de las metas trazadas por los realizadores con su obra (e incluso del modo en que estos entienden e interpretan el producto acabado, el resultado final de su proyecto) y de la manera en que la crítica ha visto la pieza («Eso han dicho los realizadores y eso ha repetido la crítica», apunta). A través de un análisis semiótico de alto nivel, que apela por momentos a herramientas del saber psicoanalítico, Rufo pone sobre el tapete que se trata de una historia de amor, de un amor profundo entre Diego y David; amor que queda todo el tiempo elíptico y nunca llega a materializarse debido a la falta de audacia del filme en lo que respecta al desenlace o resolución de una de sus líneas argumentales básicas. Podemos o no estar de acuerdo, pero difícilmente estaremos en condiciones de demostrar lo contrario con la misma agudeza. En el texto se lee:
Diego lo ha introducido [a David] en un mundo de confortantes revelaciones, para después marcharse. El abrazo es la sustitución pronominal del encuentro de los cuerpos que el drama espera. Hasta ahí decidieron llegar los realizadores.
Es una de las sentencias más valientes que he leído en la crítica cubana.
En lo relacionado con las líneas temáticas, capítulos o secciones del libro, son muchos, por lo cual no me detendré a enumerarlos. Solo reproduciré una breve nota al pie del texto, casi al final, en la que el autor compendia, con un poder de síntesis impresionante, el contenido y la tesis fundamental de Un pez que huye:
Una síntesis del repertorio estético mayoritario en el cine latinoamericano que va de 1991 a 2003 precisaría, entre los fenómenos primordiales, el tránsito del trascendentalismo al minimalismo y el cambio de paradigma poético; la estilización abstracta de la historia, siempre en minúsculas, como resultado de una mirada que privilegia «la intimidad del pasado»; la densificación del prisma existencial de los argumentos y un agudo proceso de individualización del drama, con lugar para el cuerpo, el sexo, la voz cultural; la aceitada dinámica entre las técnicas de distanciamiento e identificación, al punto de que muchas veces las segundas resultan de las primeras; la tendencia a la reconstrucción de la narrativa y las normas de recepción clásicas; la absoluta licitud estética de la intervención sobre los géneros cinematográficos; el concilio entre fotografía y montaje en unas puestas en escena de sensible aporte dramático, etcétera.
A pesar de que el propio Rufo me ha comentado que él considera a este uno de sus libros más académicos, lo cierto es que la estructura de Un pez… es muy dinámica, por momentos experimental. No solo por el hecho de remedar un guión cinematográfico, sino por la sagacidad con que el autor se vale de recursos como el epistolario, la narración o la ficción literaria, entre otros. Los epígrafes «Malacara»,«En Coppelia», «En el malecón habanero» y «¿Será Malacara?» constituyen legítimos ejercicios de poscrítica que amenizan notablemente la lectura.
Con una prosa de una belleza literaria digna de la mejor tradición ensayística de nuestro país, y ostentando una inestimable sistematización de conocimientos que permanecían dispersos e inexplorados en su conjunto, Un pez que huye devendrá, de seguro, un material de obligada consulta y referencia para las presentes y venideras generaciones de cineastas, críticos, teóricos, estudiantes y amantes del séptimo arte en nuestro continente. Es, desde el instante en que comenzó a circular, una verdadera revelación para la colectividad crítica cubana actual, y una prueba más de la consistencia y lucidez de las perspicaces elucidaciones de su autor.
Descriptor(es)
1. CABALLERO, RUFO (CABALLERO MORA, RUFO), 1966-2011
2. RESEÑA
Título: De Coppelia al cielo: Un pez que huye mientras nos asiste la certeza del alumbramiento
Autor(es): Piter Ortega Nuñez
Fuente: Revista Cine Cubano On Line
Número: 11
Año de publicación: 2008
Rufo Caballero es el mejor profesor que tuve durante mis cinco años de estudios universitarios. Es la persona que me enseñó a pensar el cine –no a describirlo, sino a pensarlo–. Pero Rufo es mucho más que un buen profesor. Es también, a no dudarlo, uno de los más recios ensayistas cubanos de los últimos veinte años, con una obra que desconcierta por su versatilidad, extensión y calidad. Y por si todo ello fuera poco, resulta para muchos el crítico de artes visuales más valioso que ha dado nuestro país (y digo de artes visuales, pues no estamos hablando solo de cine, sino también, y a un mismo nivel, de artes plásticas). Sé que corro el riesgo de ser acusado de hiperbólico (ya sabemos del daño que está causando la «anorgasmia intelectual» en nuestro contexto, para la cual todo atisbo de pasión auténtica supone hipérbole, traición a la inexcusable «objetividad cientificista»). Sin embargo, tratándose de Rufo Caballero, estoy dispuesto a asumir ese riesgo. Ningún problema en ello.
Las virtudes referidas anteriormente tienen una clara constatación en el más reciente libro del autor, Un pez que huye, que obtuviera el Premio de Ensayo sobre Cine en Iberoamérica y el Caribe (2004). Se trata de un estudio del cine latinoamericano en el arco temporal que va del año 1991 hasta 2003, si bien el autor esboza un grupo de antecedentes cuando se detiene en la caracterización del «programa socioestético, credo o ars poetica» que distingue al Nuevo Cine Latinoamericano (NCL), en el período que precede a su objeto de estudio, es decir, desde 1967 hasta 1991. De modo que estamos ante un libro con vocación de estudio sistémico, de trazado de mapa epistemológico. Y en este sentido es verdaderamente asombrosa la capacidad que demuestra el autor para arribar a generalizaciones o abstracciones en el orden ideoestético, sociocultural en un sentido amplio. Rufo parte del dato y se adentra en la cartografía de un período con una facilidad pasmosa. Además de poseer un sustrato investigativo extremadamente serio y riguroso, Un pez que huye es un libro de tesis, donde se discuten una serie de desplazamientos o permutas en el cine de la región de los últimos años, el cual, sin dejar de ser «Nuevo Cine…», ya no participa de la misma sensibilidad y afición programáticas de su homólogo precedente. Lo cual no debe ser algo para alarmarse; más bien debiéramos asumirlo como una ganancia. Eso nos dice Rufo en su libro, y lo defiende todo el tiempo con una habilidad hermenéutica sin par en los predios de nuestra ínsula, haciendo gala a su vez de un poderoso instrumental semiótico, iconológico, narratológico, filosófico. De teoría de la cultura en sentido general. Detrás de cada línea subyace, aunque no quede explicitada, una profunda comprensión de las más variadas corrientes del pensamiento cultural contemporáneo, desde Bajtin, Benjamin, Adorno, Habermas, Horkheimer, hasta Foucault, Julia Kristeva, Barthes, Andreas Huyssen, Hal Foster, Lyotard y una lista que no tendría fin. Rufo es un teórico de la cultura en la más completa acepción del término. De lo contrario, no hubiera arribado a muchas de las reflexiones que se vislumbran en sus perturbadores análisis.
Pero Un pez… es además un libro de crítica (de genuina crítica), donde cada pieza fílmica convocada es sometida a una valoración exhaustiva, minuciosa, con la valentía que solo le es dada a la más soberbia autoridad del conocimiento. En esta dirección, Rufo constituye casi una excepción dentro del panorama crítico nacional. Cuando predominan las valoraciones «a favor de la corriente», del consenso que evita riesgos y asegura credibilidad, Rufo jamás teme a cuestionar severamente un filme, por mucha gloria y reconocimientos que ostenten este o su autor. La manera en que polemiza con el sentido dudoso de lo poético que ha predominado en buena parte de la filmografía argentina, especialmente en los trabajos de Eliseo Subiela y Adolfo Aristarain, son una prueba de ello. Ya nos ha comentado Rufo en otras ocasiones, refiriéndose al pernicioso afán de trascendentalismo poético, que la «poesía es un alumbramiento que asiste o no, pero que no se deja perseguir». Con esa convicción no vacila en perpetrar la necesaria justicia crítica para con aquellos filmes que vulgarizan y reducen la poesía a un par de «amantes que vuelan, citas de Benedetti y Neruda, o la producción de frases sentenciosas que pretenden la filosofía existencial a cada respiro de unos actores tirados por los parlamentos ampulosos». Eso, por citar solo un ejemplo, porque podríamos referir muchos otros juicios que descreen de la certidumbre que pueda asistir al consentimiento o la aprobación colectivos. Tal es el caso de los análisis concernientes al cine de Fernando Solanas.
Otro elemento que singulariza el estilo de Rufo, es lo que algunos teóricos de la posmodernidad han denominado dejación de la intencionalidad del autor como cifra de significación de las obras. A diferencia de lo que suele suceder habitualmente en nuestro contexto, donde proliferan los que yo he llamado «críticos escribanos» (el artista dicta el sentido de su propuesta y el crítico copia, sin cuestionar, y traduce al texto), Rufo erige su discurso con una libertad y autonomía que se pueden permitir el lujo de ir más allá de –o incluso cuestionar– los objetivos o finalidades propuestos por el creador, con el convencimiento de que toda obra es una entidad autosuficiente, regida por leyes propias, con valores inmanentes que escapan a la voluntad y conciencia de su hacedor. Es así que en el apartado dedicado al filme cubano Fresa y chocolate, propone una lectura otra, alternativa, de la cinta; lectura que en cierta medida difiere de las metas trazadas por los realizadores con su obra (e incluso del modo en que estos entienden e interpretan el producto acabado, el resultado final de su proyecto) y de la manera en que la crítica ha visto la pieza («Eso han dicho los realizadores y eso ha repetido la crítica», apunta). A través de un análisis semiótico de alto nivel, que apela por momentos a herramientas del saber psicoanalítico, Rufo pone sobre el tapete que se trata de una historia de amor, de un amor profundo entre Diego y David; amor que queda todo el tiempo elíptico y nunca llega a materializarse debido a la falta de audacia del filme en lo que respecta al desenlace o resolución de una de sus líneas argumentales básicas. Podemos o no estar de acuerdo, pero difícilmente estaremos en condiciones de demostrar lo contrario con la misma agudeza. En el texto se lee:
Diego lo ha introducido [a David] en un mundo de confortantes revelaciones, para después marcharse. El abrazo es la sustitución pronominal del encuentro de los cuerpos que el drama espera. Hasta ahí decidieron llegar los realizadores.
Es una de las sentencias más valientes que he leído en la crítica cubana.
En lo relacionado con las líneas temáticas, capítulos o secciones del libro, son muchos, por lo cual no me detendré a enumerarlos. Solo reproduciré una breve nota al pie del texto, casi al final, en la que el autor compendia, con un poder de síntesis impresionante, el contenido y la tesis fundamental de Un pez que huye:
Una síntesis del repertorio estético mayoritario en el cine latinoamericano que va de 1991 a 2003 precisaría, entre los fenómenos primordiales, el tránsito del trascendentalismo al minimalismo y el cambio de paradigma poético; la estilización abstracta de la historia, siempre en minúsculas, como resultado de una mirada que privilegia «la intimidad del pasado»; la densificación del prisma existencial de los argumentos y un agudo proceso de individualización del drama, con lugar para el cuerpo, el sexo, la voz cultural; la aceitada dinámica entre las técnicas de distanciamiento e identificación, al punto de que muchas veces las segundas resultan de las primeras; la tendencia a la reconstrucción de la narrativa y las normas de recepción clásicas; la absoluta licitud estética de la intervención sobre los géneros cinematográficos; el concilio entre fotografía y montaje en unas puestas en escena de sensible aporte dramático, etcétera.
A pesar de que el propio Rufo me ha comentado que él considera a este uno de sus libros más académicos, lo cierto es que la estructura de Un pez… es muy dinámica, por momentos experimental. No solo por el hecho de remedar un guión cinematográfico, sino por la sagacidad con que el autor se vale de recursos como el epistolario, la narración o la ficción literaria, entre otros. Los epígrafes «Malacara»,«En Coppelia», «En el malecón habanero» y «¿Será Malacara?» constituyen legítimos ejercicios de poscrítica que amenizan notablemente la lectura.
Con una prosa de una belleza literaria digna de la mejor tradición ensayística de nuestro país, y ostentando una inestimable sistematización de conocimientos que permanecían dispersos e inexplorados en su conjunto, Un pez que huye devendrá, de seguro, un material de obligada consulta y referencia para las presentes y venideras generaciones de cineastas, críticos, teóricos, estudiantes y amantes del séptimo arte en nuestro continente. Es, desde el instante en que comenzó a circular, una verdadera revelación para la colectividad crítica cubana actual, y una prueba más de la consistencia y lucidez de las perspicaces elucidaciones de su autor.
Descriptor(es)
1. CABALLERO, RUFO (CABALLERO MORA, RUFO), 1966-2011
2. RESEÑA
Web: http://www.cubacine.cult.cu/sitios/revistacinecubano/digital11/cap05.htm