FICHA ANALÍTICA

Adela Legrá: «Hay muchas Lucías todavía»
Resik Aguirre, Magda

Título: Adela Legrá: «Hay muchas Lucías todavía»

Autor(es): Magda Resik Aguirre

Fuente: Revista Cine Cubano On Line

Número: 12

Año de publicación: 2008

Un rostro de paisana se asoma a la pantalla, ajeno a la rudeza hiperbolizada de consabido estereotipo de mujer campestre. Por la penetrante mirada y las facciones tan hermosas como salvajes, casi ocultas bajo el sombrero de yarey, nos atrapa de inmediato la fuerza de la «Lucía 196…»

Adela Legrá, la actriz, ostenta la fisonomía del personaje concebido por Humberto: «una campesina desprovista de todo estatus y presunción, en pleno fundida al flujo de la Historia en su espacio», como la describió Rufo Caballero en su libro A solas con Solás. Una mujer que no sale del asombro al redescubrirse a sí misma en una realidad que la sobrepasa y conmina al cambio radical. Una cubana como tantas renacidas en el maremágnum revolucionario.

La intuición cinematográfica de Humberto Solás convirtió a Adela en actriz y rompió con ciertos preconceptos de la actuación tradicional. Emplear recursos, a veces impensados, para obtenerlo todo de ella, iba muy a tono con las profundas recolocaciones que se producían en el orden social. De cierta forma, Adela y Lucía 196… son símbolos de esa conversión inevitable que las mujeres cubanas han vivido en los últimos cincuenta años.

¿Qué le aportó a Adela Legrá el haber filmado Manuela junto a Humberto Solás, a la hora de enfrentar un personaje tan característico como Lucía?

Yo no sabía lo que era una cámara de cine, nunca había ido a un teatro y para colmo era semianalfabeta: tendría un segundo grado. El problema es que soy muy atrevida y entonces también era muy joven. Trabajaba en la Federación de Mujeres Cubanas en Baracoa y un día me dicen que el ICAIC, que si una película, que pito, que flauta... Lo primero que dije fue: «No conozco a nadie que se llame ICAIC.» Todo era un complot.

Me llamaron a una reunión y enseguida vi algo raro. Afuera había un trípode –ahora sé lo que es, ¡pero en aquella época…!– Cuando acabé, cogí mi cartera y salí, y entonces me dijeron: «Tengo el gusto de presentarte a los compañeros de ICAIC.» Humberto me miró de arriba abajo y yo lo medí a él también. Me dijo: «A ver si usted se atreve a hacer una prueba para una película.» Y le contesté: «¿Cómo que si me atrevo? Eso es una falta de respeto. ¡Claro que me atrevo! ¿Quiénes hacen películas, mujeres sobrenaturales o de carne y hueso igual que yo?» «Pero son profesionales», me respondieron y yo les dije: «No hay nada útil a la sociedad que haga otra persona, que sea imposible para mí. De mujer a mujer no va nada.» Así fue como me embarqué, por autosuficiente.

Otra vez, cuando me vinieron a buscar, me solté el pelo y me vestí de miliciana. Cuando llegaron a recogerme, Humberto y Jorge Herrera, el camarógrafo, se miraron. Y me dije: «Les caí mal, pero me van a llevar por compromiso.» Pero después me dijeron: «Precisamente, esa era la ropa que queríamos que se pusiera.»

Allí, en un banco, tenían a unos reclutas sentados, pero había uno con una nariz que parecía un pimiento maduro. No me atrevía a mirarlo porque me daba risa. Y dice Humberto: «Ahora vamos a ver si usted se atreve a reír y llorar a la vez.» Y le respondí: «¿Reírse? ¡eso es lo más fácil del mundo!» Miré al «pimiento» y empecé a reírme. Entonces Humberto le dice a Jorge: «¿Y quién la hace llorar ahora?» Quién te dice a ti que por aquella impotencia que tenía de no poder hacerle nada, de cogerlo por el cuello por todo lo que me estaba haciendo, primero me salieron unas lágrimas silentes y luego unos sollozos convulsivos y todo.

Manuela fue terrible, porque yo no aceptaba que nadie me mandara y tenía que obedecer a Humberto. Nos fajábamos y aquello era tremendo. Cuando ya estábamos finalizando Manuela, fue que Humberto me habló de un proyecto que tenía en mente, en el que le gustaría que yo participara. Y me dije: «¡Este está más loco que yo!», porque yo veía todo lo que estábamos pasando y que él me propusiera otro trabajo… ¡eso ni él mismo se lo creía! Pero bueno, le dije que sí, como siempre.

El aporte de Manuela fue muy grande. Pude comprender de qué se trataba el cine, cómo encarnar un personaje, y ganar así algo de experiencia. Al final, fue verdad lo del proyecto, en 1967 se empezó a filmar Lucía, y pude lograrlo con la ayuda de todos, pero sobre todo de Adolfo Llauradó, y la acertada dirección de Humberto.

¿Por qué habrá dicho Humberto Solás que Lucía era un personaje alejado de la propia personalidad de Adela Legrá cuando podría parecer todo lo contrario?

El problema es que llega un momento en que Lucía es sumisa. Cuando sube al camión con las compañeras y ya tiene novio, les dice que después que ella se case su novio le ha dicho que no va a trabajar más. Ella lo dice como un triunfo, como si se liberara. Y yo soy todo lo contrario: no soporto a las mujeres sumisas, ni que no tengan ideas propias. Tú puedes llegar a un acuerdo con tu pareja o con cualquier otra persona, pero no que sea esa persona quien domine tu vida. No lo resisto. Además, yo no creo en las reconciliaciones. Cuando digo hasta aquí, es hasta aquí, aunque me muera.

Lucía no se parece en nada a mí, fuera de su origen campesino. Cuando la hice, tenía a mis tres hijos mayores. Aunque haya dicho en cierta ocasión que yo soy Lucía, esto se debe al amor que le tengo al personaje y a todo lo que le agradezco.

¿Es cierto que Humberto debió aplicar cierta cuota de violencia como recurso, para forzarla a alcanzar la excelencia de su Lucía?

¿Cierta violencia? Pienso que se debe a que no soy una persona que se deja dominar por nadie. No creo que sea fácil de manipular. Te cuento que la escena final de las salinas sí fue violenta. Aquello fue apoteósico. No sé si era el mismo ciclón, pero las cabañas estaban demolidas, llenas de cangrejos, había un solo ventilador, los colchones eran sal y agua… todo daba pena. Y al otro día vino el agotamiento. Me sentía agotada, pero no lo expresaba. Y entonces Humberto quería que la emoción se me viera en la mirada, que la viviera, y no me salía.

El día anterior habíamos empezado a filmar escenas de las salinas. Por eso estaba toda quemada en las piernas y los pies. Te puedes imaginar el ardor. Y teníamos que ponernos la misma ropa, aquellas mismas botas de agua que me quedaban grandes, me rozaban. ¡Imagínate tú! Ya todos estaban tirados por el piso y eran como las doce del día en una salina. Entonces le dije a Humberto: «¿Tú quieres que yo corra de verdad? ¿Seguro que quieres que corra?» Y empecé a correr. Las salinas tienen una barrera donde van dejando lo que sacan del agua. Imagínate mis pies sobre aquellas cosas, pero ya no las sentía. El de la iluminación, Rafael, iba detrás de mí en un jeep, porque dicen que lo que veían de mí era un puntico lejos. ¡Te puedes imaginar a qué distancia corrí! Cuando regresé me desmayé con la cabeza hacia el agua, y me hubiera ahogado. Entonces me llevan para recuperarme y llega la maquillista, me pone una toalla, el sombrero normal y va a retocarme. Y Humberto dice: «¡No, no la toques que eso es lo que yo quería!» Esa foto donde parece que estoy queriendo matar al otro actor, no era al actor, sino al director. Era yo mirando a Humberto. Quería comérmelo vivo.

¿Cómo describiría el método o forma de relación de Humberto Solás con la actriz Adela?

Con Humberto siempre trabajé improvisando. Él me daba el guión, yo lo leía y ya. A partir de esa lectura sabía cómo era mi personaje y ya en mi mente lo iba elaborando. Por la mañana, cuando daban el «De pie», ya tenía el personaje en la cabeza. Al llegar a la locación, él me decía lo que quería hacer, cómo quería que salieran las cosas. Y a partir de ahí yo empezaba el trabajo. En Miel para Ochún y en Barrio Cuba me explicaba lo que quería y solo nos mirábamos. Luego lo observaba para estar convencida.

Confesó Solás que Lucía fue lo mejor que hizo en su vida. Usted que tanto lo conoció, ¿por qué cree que realizara semejante afirmación, tan convencido?

“Lucía 196…”Por qué lo dijo, no sé. Ahora, yo, Adela, pienso que lo dijo porque en Lucía no hubo intervención foránea. Lucía se hizo con lo que nosotros teníamos, con lo que podíamos. Nadie tuvo que decir: haz esto así, pon tales actores, quita estos. Otra cosa, y eso lo dijo Humberto muchas veces, Lucía se hizo en el momento preciso, con los actores precisos y las condiciones precisas. Humberto hizo Lucía con lo que él quiso, como lo quiso, cuando lo quiso y con quien quiso.

Según Adela, ¿a qué debemos que Lucía se haya convertido en un clásico de la cinematografía mundial?

Pienso que se ha convertido en un clásico por la frescura que mantiene, por su vigencia completa. Desgraciadamente hay muchas Lucías todavía. No se nota aparentemente, pero las hay.

Ahora que Humberto no está ¿cómo lo recuerda Adela?

¿Quién dice que no está? Humberto sí está en el corazón de todos los que le queremos: impartiendo talleres, escribiendo guiones, en sus filmes. Está en Gibara, en el Festival del Cine Pobre, que no podemos permitir que se caiga.

¿Quién dice que no está? Si quieres ser cineasta tienes ahí una película de Humberto. Si quieres ser más honesto, más creíble contigo mismo, más modesto, ahí está Humberto. Él nos enseñó todo eso. Tú nunca lo veías en la televisión o en los periódicos, y los homenajes a los que asistió fueron completamente inevitables, le daba pena porque siempre creía que otras personas lo merecían igual que él.

¿Quién dice que no está? Humberto está y estará en los que quieran aprender a ser mejores seres humanos.

(Agradezco la gentil colaboración del colega Reinaldo Cedeño Pineda para la realización de esta entrevista.)



 

 

Descriptor(es)
1. LUCIA, 1968

Web: http://www.cubacine.cult.cu/sitios/revistacinecubano/digital12/cap10.htm