FICHA ANALÍTICA

En busca del homo escondido
Mesa, Rolando

Título: En busca del homo escondido

Autor(es): Rolando Mesa

Fuente: Revista Cine Cubano On Line

Número: 13

Año de publicación: 2009

Pero será cierto? ¿Será verdad que el cine negro nos reserva tanta complejidad dramática? ¿Que su gran potencial no está en la historia linealmente contada, sino en las lecturas subterráneas que su oblicuidad y ambivalencia nos sugieren? ¿Será verdad que el cine negro narra historias cifradas, o mejor, una gran historia en cifra: la de una masculinidad descentrada que ha fracasado en el cumplimiento del rol histórico-cultural que la Modernidad le impuso y ha salido en busca de nuevas formas de protección? ¿O será, más bien, que la mera sospecha y la duda hacen de mí otro «rufián» que se complace y divierte sondeando galerías subterráneas y posibles subtextos, duplicando códigos y elevando lecturas al cuadrado? Habrá que someter la teoría a prueba. Y la mejor prueba se hace con un ejemplo tomado al azar: La señal, realización de Ricardo Darín que se autopromueve como «el gran éxito del cine argentino de 2007».

Y, analizándolo bien, esta prueba puede ser más dura de lo que podría pensarse. El hecho de que sea esta una producción del año 2007, es decir, una revisitación (por cierto, fantástica) del código y no una película nacida al calor del cine negro norteamericano, significa que es una película que, entre otras cosas, está hablando del género en sí. Para nosotros resulta muy fácil. Solo tenemos que ver hasta qué punto la visión de Darín coincide con esta teoría que estamos sometiendo a prueba: si coincide, creo que podemos darle un voto de confianza.

La primera fuente semántica con que tropezamos es la propia portada promocional de la película. Dos hombres maduros, curtidos por la vida. El clásico sombrero que cubre la frente y deja al descubierto un par de ojos (en este caso cuatro) de mirada penetrante, desconfiada pero aparentemente serena. Dos hombres que, mirando de tal forma a cámara, desean proyectar una imagen de regio carácter, dominio de sí mismos, capacidad de control del mundo. Por detrás y resplandeciente, entre uno y otro hombre interpuesta, más que asomarse se impone la imagen de lo que podemos suponer que es la clásica femme fatale. Piel aterciopelada, labios carnosos y de un rojo lascivo, dueña de sí misma y del mundo, lanza desde atrás una mirada que consume y aterroriza. Podría pensarse que es el fantasma que nubla las noches de aquellos hombres cuando, en realidad, su brillo y fuerza de presencia es la que fantasmagoriza, nubla y empequeñece las estampas masculinas. Diríase que desde el fondo, y aun sin perder el centro y el interés de las luces, guía a su antojo, cual diosa griega desde su carro, un par de corceles que no pueden hacer más que obedecer ante la majestad y la firmeza de la rienda femenina.

Abierta la portada y puesto el DVD a funcionar, nos encontramos con una película ambientada en los años cincuenta argentinos. Curiosamente, los años finales de Evita Perón, aquella mujer que, ante la impotencia de su esposo, comenzó a mover con asombrosa destreza los hilos del poder político en una Argentina que pedía a gritos un líder que supiera ser, a la vez, un símbolo mediático. De manera que la historia que narra Darín en La señal ocurre en coincidencia temporal con la época del triunfo del poder y la astucia femeninos por sobre la impotencia masculina.

En términos generales, esta producción de 2007 es una película como tantas otras del cine negro. Es una historia de detectives privados, mafiosos y gánsteres, a la que siempre se suma una bella y misteriosa mujer. No faltan, por supuesto, las ambiciones, las traiciones, las venganzas. Pero, ¿qué historias podrían estar entretejidas por debajo de la línea argumental más evidente? Para saberlo tendríamos que buscar, a través de los caracteres de los personajes, las motivaciones que los lanzan a la acción.

Ricardo Darin en “La señal”.En primer lugar, tenemos un personaje protagónico, Corvalán (interpretado por Ricardo Darín), que no es más que un mediocre detective privado que comparte su negocio con Santana (Diego Peretti), su socio y amigo. Corvalán es el clásico (anti)héroe del cine negro: personaje solitario y desconfiado, atormentado por razones que no se hacen del todo explícitas en el filme, entregado a los vicios del alcohol y los cigarros. Solo tiene un amigo en el que confía por sobre todas las cosas: Lobo, su pastor alemán.

Corvalán, además de todos los aderezos que a primera vista se observan en un típico héroe del cine negro, es un hombre que ha perdido (si alguna vez la tuvo) la confianza en sí mismo. Es absolutamente incapaz de tomar decisiones propias que sean creativas y estén a la altura de lo que su profesión exige. Siempre necesita de alguien que esté por encima de sí, más que aconsejándole, dirigiéndole, ilustrándole el camino, viviéndole la vida. Es un personaje que, aun en plena edad de madurez, necesita sugerencias de un amigo cercano, Santana, para satisfacer emocionalmente a su pareja: apenas sabe qué hacer para alegrarla el día de su cumpleaños.

Resulta sintomático el hecho de que Corvalán precise tan constantemente la cercanía de la figura paterna. Visitarle en su asilo es una práctica habitual, no porque el padre, enfermo como está, necesite de su apoyo, sino más bien porque es él quien irrevocablemente necesita de su padre. Para Corvalán, visitar a su padre es potencialmente igual que para un griego de la Antigüedad visitar el Templo de Apolo en Delfos: va, indeciso, en busca de respuestas que iluminen su camino; va en busca de alguien que le construya un futuro al cual no puede mirar directamente a la cara, que le ayude a cargar el peso de su vida. Mas el padre, viejo e inválido, apenas puede ya con la suya propia, a lo que se suma que, en las circunstancias en que se encuentra, es solo el pasado lo que tiene al alcance de su mano.

De tal suerte, cualquier norteamericano común diría que Corvalán es un auténtico loser, un fracasado irremediable, un hombre temeroso e indeciso. Su arma, supuesto símbolo de poder, está apenas a la altura de lo que se necesita para enfrentar al mundo de la mafia: un revólver 38 de corto cañón, con unas seis balas, que ni siquiera le sirve para suicidarse. Es el típico revólver que suele asociarse (aunque un poco más pequeño y plateado) a la figura femenina. Así, los atributos de poder de Corvalán, empequeñecidos, no le permiten enfrentar las situaciones que se le presentan. Ante cada problema no puede hacer más que huir despavorido y esconderse: esas son sus principales armas de defensa, porque para agredir cuenta con muy poco.

Por su parte, Santana es un hombre en pleno dominio de sus facultades. Decidido, seguro de sí, dispuesto a la acción, a la acción incluso violenta si lo exigiese el caso. Su arma: una 45 plateada que lustra con pasión y que está a la altura del tough guy que desea proyectar. Y, por demás, muestra una clara disposición a aconsejar y proteger al indefenso Corvalán. Si bien Santana es otro fracasado (su trabajo como investigador se ha reducido a vigilar esposas descompuestas, rescatar gatos de homosexuales o capturar violadores de perros, lo que hace de él uno entre tantos detectives de quinta), encuentra la posibilidad de realizarse como hombre a través de Corvalán. La función protectora que, en tanto hombre, la sociedad espera de él, la descarga toda sobre su socio y, de tal suerte, logra sentirse grande y socialmente cumplido. Aunque también se muestra condescendiente y comprensivo para con Sergio, el joven becario que ambos detectives  tienen trabajando en la oficina, cosa que, al parecer, desestabiliza emocionalmente a Corvalán, quien sin motivos aparentes, en su presencia pierde el control, avasalla e insulta al joven.

Los problemas de Corvalán se destapan bien comenzada la película. A la altura del minuto 20, después de una relación sexual con su novia Perla (sencilla profesora de piano que clasificaría entre lo menos exigente del sector femenino de la Argentina del momento), en la que apenas se mostró apasionado, le pregunta, nada menos, que si alguno de sus alumnos podría llegar a ser su amante. Pregunta que cualquiera habría tomado como una broma en semejante momento, pero que, venida de un Corvalán amargado y decepcionado tanto de la vida como de su propia persona, no puede ser menos seria; degenerada, pero muy seria. Por supuesto que una pregunta como esta trasluce un profundo sentimiento de desconfianza, no hacia su novia, sino, lo que es peor aun, hacia sí mismo. Y esta falta de confianza en sí en tanto hombre y amante deja ver una autoestima en estado de degeneración profunda.

Al final (y no precisamente de la película) el engaño se materializa. Corvalán descubre que Perla lo ha estado engañando con un muchacho de solo diecisiete años, alumno en sus clases de piano. Este es el momento de la trama en que Corvalán choca de frente contra su incapacidad, contra su imposibilidad natural de estar a la altura y cumplir cabalmente el rol histórico-cultural que, en tanto hombre que es, la sociedad le ha impuesto. Su fracaso laboral y amoroso, sus inseguridades, su desmotivación constante, hasta su 38 de cañón corto no son más que metáforas de su fracaso como varón. Fracaso que se hace más estruendoso aun cuando, obstinado, se propone luchar trágicamente contra su propia naturaleza. El deseo de aceptación social a través del triunfo (como hombre, como amante, como profesional) lo lanza a la lucha, trágica lucha, contra su destino. Aquí comienza la gran batalla sofóclea de Corvalán contra Corvalán.

Para ese momento, el encargo de Gloria (Julieta Díaz), aquella mujer de piel aterciopelada, labios carnosos y de un rojo lascivo que se anuncia en la portada, ya habrá caído en sus manos. Por desgracia para él, Gloria es, «en persona», tal y como la foto de la portada nos la presenta. Mujer segura de sí misma, gran presencia de ánimo, capaz (y consciente de que lo es) de manipular un mundo de hombres a su antojo y en su beneficio. Podría decirse que es la más auténtica sucesora de una Eva Perón que está a punto de fallecer. Para Gloria, los hombres deben ser algo así como gusanos: lo único que hay que hacer es aplastarlos sin que sea eso un motivo para la arqueada. En un filme ambientado en los años cincuenta (dato curioso: todos los hombres conducen autos de los años cuarenta), ella es la única que disfruta de un hermoso automóvil de último modelo. Indiscutiblemente, se trata de una mujer que ha sabido agarrar a un mundo-hombre por su zona más vulnerable y someterlo a su voluntad.

Claro que, ante la presencia de tan abrumadora imagen, de la mujer-Eva en su estado más puro, Santana aconseja a su «amigo» Corvalán que se aleje de ella. Este consejo toma la forma de una cuidadosa pero transparente declaración de amor. Aquí estamos hablando de la escena clave de la película, la que con más nitidez favorece esta interpretación. Además de que es la escena más cerebralmente construida del filme, la más intencionada. La escenografía, las luces, la fotografía, todo está en función del sentido duplicado, de la frase al cuadrado. Cada plano, cada corte, cada movimiento, han sido pensados hasta la meticulosidad. Estamos hablando, sin lugar a dudas, de la escena más enfática de La señal.

Un bar casi a oscuras. La madrugada en su punto clímax. Podría sospecharse incluso que es ese preciso momento del día en que resulta difícil distinguir si es demasiado tarde o demasiado temprano. Pero Corvalán y Santana juegan aún al billar, solos y en la penumbra. Mientras Corvalán se muestra claramente torpe, novato, Santana exhibe su destreza en el manejo de su taco (falo) de billar, la precisión de sus tiros, la exactitud de las medidas. En ese momento, salta al vacío y le dice a Corvalán: «Hay que leer cómo viene la jugada, tener paciencia, medir el tiro: como en la vida. Estar atento; siempre hay algo que avisa cuándo es el momento justo para pegar.»

Después de un certero golpe al mingo, se yergue y continúa: «Sabes qué, algo me dice que las cosas están por tomar un rumbo distinto.» Esta frase, dicha a menos de un metro de distancia, termina con un inesperado guiño de ojos. Corvalán se muestra claramente desconcertado. Experimenta desde dentro la suspicacia de su socio y pregunta cómo notaría uno esa posibilidad de cambio, a lo que responde Santana: «Good question. Algunos dicen que puede ser una palabra, un gesto, una mirada. Otros dicen que es algo interno, que suena muy profundo.» Corvalán interpreta que es una señal que hace que todo cambie. Pero Santana corrige veloz: «No. Uno es el que cambia, y hace lo que nunca se animó a hacer.»

Evidentemente fue esta La señal que lanzó Santana para hacerle notar a Corvalán que era el momento preciso para cambiar. Al menos para que comenzara a aceptarse a sí mismo como es y a Santana como su protector. El curso de los acontecimientos nos dice que Corvalán no aceptó el guiño. Se aferró a su rol de hombre y a partir de aquí determinó que debía demostrarle al mundo y, sobre todo, demostrarse a sí mismo, que aún tenía fuerzas para recolocarse en la sociedad como todo un varón. Acepta el reto de una Gloria que siempre lleva varias jugadas de adelanto. Pero la gran diferencia entre Gloria y Corvalán radica en que ella juega a construir el futuro (ahí está el hombre moderno) mientras que él, con su corta visión, solo puede jugar a esquivar el presente.

El fallo trágico de Corvalán consiste, precisamente, en pretender luchar contra sí mismo, en enfrentarse a su personalidad, a su naturaleza. Consiste en no aceptarse tal como es y pretender emular un superyo que le viene demasiado desde fuera, o demasiado desde arriba. Pero un fallo trágico es siempre un fallo trágico y acarrea destrucción. Corvalán, por más que acepta y enfrenta esa doble lucha, interna y externa, contra sí mismo y contra un rasero que le ha sido impuesto; aun cuando cuenta con la ayuda incondicional de Santana, termina siendo víctima de su ello, que grita con furia desde dentro, y de un superyo, que lo atormenta desde fuera. Al final, el yo de Corvalán, entre tantas presiones, explota en pedazos.

Los resultados no pueden ser más evidentes: aquí no estamos hablando de una historia de tiroteos, gánsteres o detectives. Estamos hablando de la historia de un hombre que, no aceptándose, se ha aferrado al imposible. De un hombre que obstinadamente ha librado (y perdido) una cruenta lucha contra dos mundos: el suyo propio, el interno, y aquel otro mundo extraño que ha decidido colgarse al hombro; batalla que, por demás, ilustra la imposibilidad de luchar contra el descentramiento de lo masculino. Estamos hablando, a fin de cuentas, de un Hombre que se ha quedado solo, muy solo, en una calle sumamente oscura.
La señal se exhibió en el circuito nacional de estrenos a partir del 1º de enero.

Descriptor(es)
1. CINE ARGENTINO
2. CINE NEGRO
3. CRÍTICA CINEMATOGRÁFICA

Web: http://www.cubacine.cult.cu/sitios/revistacinecubano/digital13/cap02.htm