FICHA ANALÍTICA

Mamma mia! ¿o Pa’ su madre?
Estrada Betancourt, José Luis (1967 - 2021)

Título: Mamma mia! ¿o Pa’ su madre?

Autor(es): José Luis Estrada Betancourt

Fuente: Revista Cine Cubano On Line

Número: 13

Año de publicación: 2009

You can dance,/ you can jive, having the time of your life/ See that girl,/ watch that scene digging the dancing queen... Es casi imposible terminar de ver Mamma mia!, el musical que constituyó el debut cinematográfico de la reconocida directora de teatro y de ópera Phyllida Lloyd, y no salir al menos tarareando Dancing Queen, el superpopular tema que décadas atrás recorrió medio mundo en las voces de Anni-Frid (Frida), Agnetha, Bjorn y Benny, integrantes del ya desparecido cuarteto ABBA que –no por obra y gracia del espíritu santo–, se convirtió en símbolo de Suecia, junto a los también muy rentables Volvo y el salmón.

Y claro, si ya uno sale cantando de una proyección cinematográfica, con buena energía y deseos de enfrentar las desigualdades del mundo, entonces de cierta manera ha valido la pena permanecer sentado en una sala oscura por más de hora y media, aunque sepas que lo que acabas de ver es una película pobre en su contenido y forma, que se «salva», sobre todo, por la soberbia actuación de esa dueña absoluta de la pantalla que es Meryl Streep, y por desempolvar del recuerdo éxitos musicales que se convirtieron en himnos del pop/rock de aquellos años, muchos de los cuales clasificaron con frecuencia en la lista de las Diez Mejores Canciones en Estados Unidos.

No se podía esperar mucho más de una película cuyo argumento ha sido reiteradamente contado: a punto de casarse, Sophie (Amanda Seyfried) quiere estar acompañada en el altar por su padre biológico, de quien nunca tuvo noticias. La muchacha acaba de descubrir que existen tres fuertes candidatos (Pierce Brosnan, Stellan Skarsgård y Colin Firth), después de haber husmeado en el diario de su madre Donna (Meryl Streep), y los invita a la boda a escondidas de la autora de sus días. Una vez allí, ellos estarán dispuestos –Hollywood a pulso– a entregar la hermosa joven a su prometido, «defendido» en el filme por Dominic Cooper, dueño de un físico envidiable, que es lo único que aporta a la película.

Una historia, en efecto, muy sencilla, casi simple, pero que pudo explotarse de una mejor manera. Así, lo que quizá pudo convertirse en una comedia musical de enredos no fue tal, pues apenas pasados los primeros minutos ya Donna está al tanto de que quienes alguna vez la hicieron suya ya se encuentran en la idílica isla griega donde transcurre la acción.

Cabía la posibilidad también de que Phyllida Lloyd no se conformara con llevar al cine lo que con anterioridad había comprobado que funcionaba en el escenario, no solo en Londres y Broadway, sino en cualquier espacio que se presentara –desde que se estrenó ha tenido más de veinte producciones y ha sido visto por más de noventa millones de personas en todo el mundo–. Pero la Lloyd no es Rob Marshall (Chicago). Por el contrario, en esta primera vez ha mostrado muy poca pericia como realizadora al llevar adelante un montaje conservador y poco imaginativo que consigue una narración verdaderamente monótona; soportable en esencia por la buena onda de canciones intemporales, agradables, de una ligera perfección para la mayoría de los oídos, como The Winner Takes it All; Honey, Honey; Dancing Queen; Knowing Me; Knowing You; I Have a Dream... También por la labor de una parte del casting, a pesar de que el guión esté poblado de personajes funcionales, destinados a hacer «coritos» que podían haber sido asumidos totalmente y con más frescura por los pueblerinos del lugar.

Desde el punto de vista visual, Mamma mia! se queda sin aportar a la historia de este género. Las coreografías parecen montadas por expertos en matutinos escolares, danzadas por extras bien proporcionados y de piel dorada por el agua salada y el fuerte sol, pero sin habilidades para el baile.

Las canciones, por otro lado, fueron escogidas de manera que pudieran encajar con la narración, a pesar de que no siempre se consigue el encuadre. De hecho, los temas musicales en Mamma mia! no son utilizados con el fin de ir vertebrando el relato, ni tienen una marcada función dramática, aunque hay raras excepciones como el momento en que la Meryl interpreta The Winner Takes it All, sin dudas, la cima de la obra, donde la señora Streep, que dibuja su personaje, ofrece una legítima clase de actuación. Pero entonces la Lloyd no logra manejar adecuadamente todos los recursos que tiene a su disposición y desaprovecha la oportunidad, cuando la cámara no va más allá de mostrar una y otra vez el mismo plano. Así sucederá en casi todo el metraje de la película, pues la directora es evidentemente incapaz de extraerle el jugo a un espectáculo de estas características.

Meryl Streep y Pierce Brosnan en “Mamma mia”.Volviendo a la Meryl, hay que decir que Mamma mia! es una película hecha a su amplísima medida. Uno se sorprende viendo a esta mujer vitalísima, corriendo, bailando y saltando como si fuera una colegiala (ya ronda los sesenta). No se puede decir lo mismo de su partner Pierce Brosnan, con su eterna sonrisa de agente James Bond, imposibilitado de entonar adecuadamente una melodía y sobre todo de afrontar su papel como Dios manda. No ocurre igual con los otros dos galanes otoñales (Skarsgård y Firth) que se «disputan» la paternidad de Sophie, aun cuando uno llega a preguntarse qué pintan dos actores como ellos en esa película.

Ellas son otra cosa, empezando por la angelical Amanda Seyfried, quien se mueve con soltura y convence, mientras las amigas de Donna, Tanya y Rosie –interpretadas respectivamente por Christine Baranski y Julie Walters– son un banquete; fundamentalmente la primera, que nos hace divertir con ese personaje de mujer frívola, pues a veces la segunda se ve incómoda con ese rol un tanto bufonesco.

Al parecer, la originalidad en Hollywood se fue de paseo en este tipo de filmes que, no obstante, marchan muy bien en la taquilla. Por eso los productores siguen viendo en las puestas en escena de Broadway una mina de oro después de los sustanciosos dividendos dejados el pasado año por Hairspray y ahora por Mamma mia! –ambas situadas en el extremo opuesto de Moulin Rouge, de Baz Luhrmann–, de modo que ya anuncian el rodaje de Nine, con actrices de pegada como Nicole Kidman y Penélope Cruz.

En cuanto a Mamma mia!, la película tiene divididos a espectadores y críticos. Si bien unos la aplauden y hasta exclaman cuando la ven, como los italianos; otros no se dejan engañar ni por los dos premios que obtuvo en los National Movie Awards de Londres –uno muy merecido para Meryl Streep–, ni por el hecho de conocer que ya es el filme musical más exitoso de la historia –lo que dice mucho sobre los gustos del público–, de manera que cuando termina la proyección, sueltan a la cubana, con cara de desencanto: «¡Pa’ su madre!» Aunque entiendo perfectamente a estos últimos, porque estoy convencido de que la película de Phyllida Lloyd está bien distante de ser espléndida, debido a su pobre lenguaje cinematográfico, reconozco que en ella abundan las buenas vibraciones, y contagia incluso hasta a los más escépticos. Y eso, a veces, llega a ser suficiente.
Mamma mia! se exhibió en el circuito nacional de estrenos a partir del 1º de enero.

 

Descriptor(es)
1. CINE MUSICAL
2. CINE NORTEAMERICANO
3. CRÍTICA CINEMATOGRÁFICA

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