FICHA ANALÍTICA

Muñoz Bachs desde la memoria: imagen y permanencia
Pino Santos, Carina (1959 - )

Título: Muñoz Bachs desde la memoria: imagen y permanencia

Autor(es): Carina Pino Santos

Fuente: Revista Cine Cubano On Line

Número: 13

Año de publicación: 2009

 Reseña del libro-catálogo Imágenes de cine Eduardo
Muñoz Bachs (Valencia 1937-La Habana 2001)

Quizá uno de los capítulos más conocidos del diseño gráfico cubano en la Isla y en el mundo sean los «años de oro de nuestro cartel»; mas, pese a la divulgación que expertos, historiadores del diseño y otros especialistas han concedido a esos años, está bien claro también para muchos, que es aún un campo pleno de líneas por investigar. Ciertamente, en ese sentido, y en el del diseño en general, continúan desatándose polémicas sobre tal o más cual aspecto de interés. Recuerdo, en uno de esos debates sobre diseñadores y diseño en Cuba, la discusión, en particular, en torno a la pregunta: ¿es que diseño gráfico y expresión original no se excluyen cuando se trata del cartel, por ejemplo?

Y aunque no se trata de debatir en estas líneas las posibles respuestas, el asunto nos lleva a recordar a uno de los grandes afichistas de nuestra época contemporánea: el cubano Eduardo Muñoz Bachs. Su peculiar humor y experiencia en los oficios del diseño gráfico lo ubican entre uno de nuestros más prolíficos diseñadores, con una obra fecunda de más de dos millares de carteles y cuantiosos premios por la calidad de un quehacer realizado desde una personalísima expresión artística.

El Museo Nacional de Bellas Artes y el Museo Valenciano de la Ilustración y la Modernidad, MuVIM, no se mantuvieron al margen de ese tema y honraron a este grande de nuestro arte con una exposición personal (a fines de 2007) que se tituló «Eduardo Muñoz Bachs: imágenes de cine» en el edificio de Arte Cubano de Bellas Artes, cual merecido tributo a quien fuera uno de los más originales cartelistas cubanos.

Asimismo, también se publicó el libro-catálogo Imágenes de cine Eduardo Muñoz Bachs (Valencia 1937-La Habana 2001. Museo Valencià de la II-Ilustraciò i de la Modernitat-MuVIM. Del 20 de julio al 2 de septiembre de 2007. Edición Pentragraf Editorial, 2007) que constituye un riguroso compendio para abordar la obra de este creador fecundo y autor del primer afiche del entonces recién nacido Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) –para el primer largometraje de ficción de esa institución: Historias de la Revolución (1961) de Tomás Gutiérrez Alea (Titón).

La unión de la mencionada muestra individual aunada al catálogo que contiene textos sobre la obra y vida de Eduardo Muñoz Bachs, entonces presentado en aquella exposición homenaje, con excelente diseño e ilustrado con ejemplos a toda página, además de ofrecernos el más íntegro estudio sobre el artista y su época, llegó para corroborarnos el valor de la edición de arte como registro de la cultura artística.

Fue obra del Museo Valenciano de la Ilustración y de la Modernidad (MuVIM) el que ha asumido ambas vertientes (la curatorial y la de edición) sobre el cubano. Esta labor ha sido diseñada luego de redefinir sus fines museográficos, pues ha incluido la obra de Eduardo Muñoz Bachs, valenciano de origen, en su objetivo de promover proyectos de figuras artísticas e intelectuales de la provincia y de emplazar el cartel como objeto de sus curadurías y ediciones.

Vicente Ferrer, vicepresidente y diputado de cultura, hace énfasis en el «Prólogo» sobre cómo el equipo de curadores se interesó en el devenir del cartel internacional. De ahí que la manifestación haya merecido diferentes muestras en ese centro, donde han incursionado en la historia de los medios de comunicación. Inserta en esa labor,  se halla como partícipe orgánica de este proyecto, la obra de Bachs –nacido en Valencia, por tanto merecedor de este interés– resulta, en ese sentido, una representación de La Habana, a la vez que es considerada por los curadores parte trascendente de la historia del cartel universal.

Su «tipografía dibujada» es siempre inolvidable, apunta el museólogo Romá de la Calle, director del MuVIM y autor del segundo texto, «Promeio: El expresionismo gráfico en la cartelística cinematográfica de Muñoz Bachs», donde recalca la preocupación de la institución por el mundo del diseño del siglo xx, «en el que el cartel y el cine conviven tan estrecha y significativamente».

 En «Imágenes para el cine: un contexto para el cartelismo de Muñoz Bachs», Raquel Pelta hilvana en pocas páginas, un penetrante panorama que, sin dejar de ser sucinto, ofrece no solo citas, sino datos de sumo interés. Se trata de una especialista de la que ya hemos leído otros textos, y su investigación resulta, no solo esclarecedora del valor del cartel cinematográfico cubano, sino iluminadora sobre zonas poco divulgadas acerca del tema. Pelta analiza el cartel anterior a 1959 y aborda este examen con la imparcialidad y justeza precisas, también evita la tentación de derivar hacia otros derroteros, pese a la seducción del contenido, para centrarse, por ejemplo, en valoraciones puntuales sobre antecedentes, inicio, fundamentos e influencias artísticas del período más conocido del cartel cubano, entre otros aspectos medulares. «Se mostraron en exposiciones internacionales y entusiasmaron. Recibieron premios pero, sobre todo, consiguieron llegar al público y transformar sus gustos, haciéndole aceptar otras maneras de ver y contar mientras difundían nuevas corrientes artísticas tales como el pop o el op art» (p. 21), confirma la historiadora del diseño.

La «Evocación» que de su hermano hace Ana María Muñoz Bachs, una de las editoras más justipreciadas hoy en la Isla, contribuye mediante una narración biográfica deliciosamente cálida a acercarnos a la vida toda del diseñador y artista hispano-cubano y a descubrir la almendra de gracia que germinaría luego en aquella, su muy exclusiva manera de irisar la creación gráfica sobre filmes. Muñoz y ella son hijos de españoles, que fueron profesores en la Península y luego, emigrados a causa de la guerra civil, devinieron creativos profesionales de los medios en la Isla. Asimismo, en su emotivo relato, Ana María describe el ambiente de equipo y camaradería en el salón del tercer piso de la Distribuidora Nacional de Películas en Cuba que era «como un pabellón de locos buenos… Locura productiva que le permitía a cada diseñador crear tres y cuatro carteles a la semana, y a los realizadores ampliarlos en idéntico tiempo» (p. 41). Del mismo modo, la descripción de la mesa de trabajo y del proceder cotidiano del dibujante, que realiza Ana María y que halló su réplica museográfica en la muestra de Bellas Artes, es ilustrativa de la manera en que trabajaba a diario el artista.

Y son estas referencias, al parecer intrascendentes e inéditas, las que rinden una memoria que completa la imagen nítida no solo del creador sino de todo un período de la cultura cubana.

Héctor Villaverde, diseñador gráfico y presidente del Comité Prográfica cubana recuerda la personalidad creativa de Bachs en «El regreso de Muñoz Bachs», de la que él aprecia las raíces hispánicas, así como el cartel que Muñoz en 2001, año en que fallece, y pese a estar ya enfermo, creara para la Reunión Latinoamericana de ICOGRADA (International Council of Graphic Design Associations), un mouse «con cara burlona de ratón y con cola de pincel, cuyo texto estaba dibujado con gran énfasis gestual» (p. 50).

La parte textual del libro finaliza con el ensayo de la especialista y curadora de la Cinemateca de Cuba, Sara Vega, quien proporciona una de las aristas imprescindibles para estudiar al artista y diseñador, desde la historia del arte y la cultura, aquella que lo vincula orgánicamente a la historia de la cinematografía cubana, sin dejar de, paralelamente, estudiar la dialéctica de relaciones entre el cine, la animación y la gráfica producidos en Cuba y su vínculo indisoluble con la producción gráfica y artística de Bachs.

El texto de Sara Vega «Uno de los imprescindibles», recorre aquellos elementos esenciales sin los que es del todo imposible abordar cualquier examen serio sobre la producción gráfica vinculada a la cultura cinematográfica de la década de los sesenta y setenta, los años dorados de la cartelística cubana, en que como expresa la autora «el cartel salió a la calle en busca del espectador y la ciudad» (p. 61). Igualmente, su ensayo contribuye a evaluar con prolijidad el desempeño de Bachs en otras manifestaciones como la ilustración de libros para niños, el humorismo gráfico y la caricatura, el diseño para cubiertas de revistas, la pintura, todo a través de un análisis en el que no deja de enfatizar en la interinfluencia de estas expresiones en un mismo creador, incansable, que no solo producía en cantidad (2 200 carteles según cifra aproximada resultado de la investigación de la autora), sino para múltiples medios y soportes, y que al mismo tiempo obtenía cuantiosos lauros nacionales e internacionales por su trabajo.

La autora se detiene en ese cartel que, coincido, es uno de los más logrados y que muy bien pudiera ilustrar de modo paradigmático el quehacer de Muñoz sin temor a esquematizar su muy individual candidez expresiva.

Se trata de Niños desaparecidos, al que añadiría La quimera del oro cuyo inefable Chaplin permanece, como toda pequeña obra maestra, cual icono cubano del genio del séptimo arte, un antecesor de su último cartel Charlot-Estatua de la Libertad, que diseñó para el Havana Film Festival, Nueva York 2001, dos meses antes de fallecer.

Aquella su estética delicada y candorosamente intensa no se halla, por cierto, al margen de una muy contemporánea conceptualización de la gráfica. David Carson, uno de los diseñadores insignes de estos tiempos dialoga con sus colegas sobre ir más allá de la esencia, de la comunicación misma y los interpela: «Tú quizás lo hagas legible, pero ¿qué hay de la emoción contenida en el mensaje?»1

Para un entendido en identidad corporativa, Joan Costa: «…la luz nueva que empieza a iluminar el panorama de la expresividad gráfica... pone en primer plano la emoción, la sensibilidad y el juego creativo –no en la forma sino en la idea. He aquí –según plantea este estudioso– lo que será la próxima tendencia en el diseño de identidad corporativa».2

Bachs hubiera estado de acuerdo con ambos respecto a esa encrucijada en la que, incluso hoy, los diseñadores más jóvenes se debaten partiendo más de la eficacia del envío al receptor que de la creación sensible. Clasificar al hispano-cubano según esa norma pudiera quebrar esos márgenes inasibles en los que se movió el creador autodidacta, eficiente en eso de liar convenios impredecibles entre sueño y finalidad, función y belleza, y hacerlo con una risueña inocencia que, sin embargo, no permite aún pretextos para la culpabilidad en el oficio.

Llegado a este punto, se me hace preciso retomar el inicio cuando mencionaba que este catálogo fue una producción del Museo de la Ilustración y la Modernidad de Valencia y por tanto, esa institución aprovechó para subrayar dos de sus más recientes empeños: la organización y apertura de un museo dedicado a la ilustración –donde se han dedicado muestras a la historia de la comunicación visual– y las publicaciones, a las que igualmente confiere peso entre sus objetivos de difusión cultural.

Es inevitable que ambas propuestas, cumplidas eficientemente por el centro, nos lleven a preguntarnos si no nos ha llegado acá la hora de dedicar un espacio de museo y/o galería solo al cartel y la ilustración en Cuba. Esto es válido, sobre todo si se tiene en cuenta que nuestra época de oro del cartel cubano conforma un período significativo de la historia de la gráfica internacional. En ese sentido, sabemos que debe hacerse la salvedad, claro está, de las curadurías sobre diseño gráfico realizadas por el Museo Nacional de Bellas Artes, las más frescas aún en nuestra retina, «Los carteles por la diversidad cultural» y la aquí mencionada de Eduardo Muñoz Bachs, que tiene como antecedente la exposición «1000 Carteles Cubanos de Cine»(1979), pero estas, por sí solas no constituyen un espacio curatorial, museográfico distintivo para una manifestación que ha hallado una continuidad, que cuenta con especialistas actualizados en la materia, y que puede proporcionar una visualización de los procesos histórico-culturales tan debatidos en el escenario de la cultura cubana contemporánea.

De igual modo, las ediciones de arte dedicadas a la gráfica, ya sean en soporte digital o en papel, son una producción editorial necesaria, pues se trata de una memoria lícita para revelar al futuro la historia del arte cubano. Y no debería restarse magnitud a esta línea de publicación en Cuba (arte cubano, diseño gráfico, cartelística) para la que se podrían idear estrategias más factibles y sobrias (y no necesariamente impresiones de lujo) como la que el lector puede consultar en biblioteca con este magnífico volumen dedicado al cartelista cubano, ello contribuiría además a acrecentar la revalorización de profesiones como la del diseñador gráfico en Cuba.

El despliegue de los carteles de cine que se pudieron ver en la exposición de Muñoz Bachs en nuestro Museo Nacional de Bellas Artes y aquel de las páginas cuidadosamente diseñadas del catálogo que acompañaron desde el soporte de papel a la entonces muestra de ofrenda a su memoria, constituyen no solo la evocación a uno de sus más personalísimos cultivadores en Cuba, Eduardo Muñoz Bachs, sino que pueden asumirse como instantes reveladores para la historia de la gráfica insular, vinculada al cine, y que no dejan de recordarnos el nacimiento de esta conjunción de anuncio y séptimo arte cuando, por primera vez, un cartel de Auzolle, sirvió para promover la primera muestra de un filme en el Boulevard des Capucines de París, un día de invierno de 1895.

Descriptor(es)
1. CARTEL
2. CINE CUBANO
3. MUÑOZ BACHS, EDUARDO, 1937-2001

Web: http://www.cubacine.cult.cu/sitios/revistacinecubano/digital13/cap04.htm