FICHA ANALÍTICA

Arráncame la vida ¿Todo libro pasado fue mejor?
Sainz Camayd, Diana (1984 - )

Título: Arráncame la vida ¿Todo libro pasado fue mejor?

Autor(es): Diana Sainz Camayd

Fuente: Revista Cine Cubano On Line

Número: 14

Mes: Abril - Junio

Año de publicación: 2009

El pasado año, México estrenó la adaptación cinematográfica de uno de los libros más vendidos y traducidos de su última literatura nacional: Arráncame la vida, publicado en 1985 por la hasta entonces periodista Ángeles Mastretta, que en su primera novela nos trasladaba a la ciudad de Puebla, en la época posrevolucionaria, para narrar poco más de una década en la vida de una poblana con cierto espíritu liberal que se esfuerza por controlar su destino en una cultura que no lo admite.

Leí el libro de Mastretta hace unos cuantos años, pero puedo recordar muy bien la historia de esta mujer que busca atrozmente amar, experimentar placer y ser la dueña de sus decisiones, y cómo se va gestando su transformación. Catalina Guzmán se casa siendo casi una niña, medio embelesada por el primer hombre que se le aparece. Cae sin darse cuenta en un mundo que a su edad le queda grande y que con los años la constriñe, y no le queda más remedio que irse ajustando el traje de señora impecable, aun cuando cada paso que da sugiere que ella no es mujer de ese tipo. Pero sus «pequeñas desobediencias» parecen nada frente a la omnipotencia de su marido Andrés Ascencio, individuo machista e inescrupuloso, y a un orden social sin alternativas. Solo cuando encuentra y pierde al supuesto hombre de su vida, en un último acto de revancha por tantas ofensas calladas, Catalina decide que si ya no posee la opción de vivir su amor, al menos sí la de defender su derecho a sufrirlo a plenitud, sola, eliminando su viejo obstáculo (Andrés) para recomenzar a vivir. Las últimas palabras de Catalina no pudieran ser más claras:

    Quise sentir la pena de no ir a verlo nunca más. No pude. Me sentí libre. […] Estaba sola, nadie me mandaba. Cuántas cosas haría, pensé bajo la lluvia a carcajadas. Sentada en el suelo, jugando con la tierra húmeda que rodeaba la tumba de Andrés. Divertida con mi futuro, casi feliz.1

Tras ese rosario de calamidades, Mastretta apunta hacia el relato de la mujer liberalizada que encuentra su camino desde una educación conservadora y hacia cómo se da su viaje, resultado de las decepciones que le fuera causando su visión adolescente, desde la inocencia y la simplicidad hasta la madurez de sus deseos, de la malcriadez esporádica a la insatisfacción que ha de tener la autonomía como único fin, como resultante de las decepciones que le fuera causando su visión adolescente. Arráncame la vida se erige entonces en una suerte de declaración feminista que, en lugar de panfleto acusador, acude a un discurso más potable, el del romance disfrutable y blando de fondo, del que podría hacer uso lo mismo una letrada que una ama de casa. Porque en algún modo, la lección de esta historia era lo que muchas mujeres querían decir, y que aunque quizás ahora mismo parezca un tanto sosa, en el contexto mexicano de los ochenta parecía poco menos que una revelación.

El filme Arráncame la vida, dirigido por Roberto Sneider, sobre un guión a dúo con la propia Ángeles Mastretta, quiere ser lo más cercano posible al relato precedente. Hasta el texto de los personajes es casi idéntico. Así veremos desde los planos iniciales una narración en primera persona, que recicla algunos de los parlamentos más consistentes de la novela y una Catalina que, como en aquella, ostenta entre sus cartas de triunfo, la mordacidad con que intenta juzgar su realidad y la combinación entre desfachatez e ingenio con que se expresa. Por fortuna, la voz de la versión cinematográfica no pierde esa cualidad.

La adaptación respeta la parábola inocencia-desengaño-desagravio que a grandes rasgos definía la diégesis de la novela. Se nos va a contar lo mismo, con la excepción de aquellos segmentos de los cuales por una cuestión de tiempo se decidió prescindir. Hablo, por ejemplo, de gran parte de las referencias a hechos sociales; de las trastadas y crímenes de Andrés que se recuentan con paciencia en el libro y que en pantalla son mencionados visualmente de modo muy breve o son apenas verbalizados por algún personaje; de las subtramas que venían a enriquecer la caracterización de los personajes centrales y de las que atañen a las amistades y los hijos del matrimonio, que aquí figuran como actores soslayados. Por otra parte, la concepción de las escenas evoca puntualmente a sus homólogas en el libro. Volvamos a traer a colación los primeros planos del largometraje para ejemplificar la puntillosa correspondencia que tienen diálogo, acciones físicas, espacio y su caracterización con la narración de Mastretta, e incluso cómo se las arregla la cámara para prever qué cuadro sería más congruente con los desplazamientos de esta.

Uno de los elementos que definía el estilo de Ángeles Mastretta era el no dedicarse demasiado a las descripciones prolijas, y acudir a la frase corta, llana: empleaba pocas palabras, pero eran las justas. La película optó por la sencillez del lenguaje para resolver las primicias de esta prosa; centró el contenido antes que la forma, la condición narrativa de los elementos técnicos antes que la expresiva, y se abocó sobre todo a contar la historia de la manera más transparente. De ahí que la estructura del relato, aun cuando obligada a elipsis mayores que las de la obra literaria, se subordine directamente al orden cronológico y a la causalidad con que los hechos venían de la novela.

Ana Claudia Talancón y José María de Tavira.Pareciera entonces que en lugar de reescribirse para otro medio, Arráncame la vida se reeditó; que para engendrar su libreto solo se cortaron y pegaron sus fragmentos más «importantes» y que por ende, apenas pudo haber trabajo de montaje creativo. Aunque supongo que los guionistas estaban en todo su derecho, quienes ya conocían el libro tal vez hubiesen agradecido algunas dosis de fabulación. Pero no es que esto sea exactamente un problema; lo que sí me lo parece: si ya decíamos que no se re-crea nada sustancial (no ya diegético, sino en el protagonismo), que devengan cercenados aquellos ángulos que pudieran contribuir a su riqueza e interioridad. En nuestro criterio, las diferencias entre el texto literario y el audiovisual acontecen básicamente en este sentido, como una especie de mutilación y no como un cambio de énfasis. Me explico. Tenemos en pantalla una heroína cuyo cosmos y problema se ciñe casi totalmente a sus relaciones domésticas, por no decir que a aquellas con su marido. ¿Dónde están los nexos de Catalina con sus hermanos, con sus dos grandes amigas de toda la vida y con otros muchos tantos? ¿Por qué la vemos rodearse de personas que nunca se nos identifican aun cuando se les ve en más de un par de planos? Por último, ¿a dónde se fue en la cinta la Catalina madre? Por primera vez la veremos acercarse un poco a uno de sus hijos en la segunda mitad del metraje, cuando Andrés se empeña en arreglarle un matrimonio a su hija mayor y ella naturalmente se solidariza; episodio incluido nada más que por su calidad de correlato con la propia historia de la protagonista. Sin embargo, frente a todo lo que se omite, sí parece importante dedicarle dos escenas al encuentro sexual con un amigo de la infancia durante su primer embarazo, al que en el libro no se le dedica ni media cuartilla y que sin pensarlo mucho se podía cortar. Nuevamente uno se pregunta por qué. Pues porque en la película interesó más acentuar que la autonomía tanto buscada por Catalina es sobre todo la de amante.

Es cierto que el libro analizaba este aspecto (Catalina era en todo momento vista como una mujer bastante sensual, siempre pidiendo a gritos un romance, no solo porque necesitaba aliviarse la soledad sino porque su temperamento era naturalmente apasionado), pero si no me equivoco, no era el único objeto del recorrido narrativo. La novela entendía que el mal matrimonio de Catalina operaba como el detonante que la emplazaba en un rol social no deseado, contra el que tiene que luchar, y en ese sentido es que operaba también como elemento coadyuvante que la iba a convertir en el sujeto autosuficiente que termina siendo. En otras palabras, el mal matrimonio era solo el principio del conflicto del personaje: no lo constituía. Mientras, en la cinta uno siente que el conflicto de esta mujer se limita a estar casada con el hombre equivocado. Ante eso, hasta la verdadera historia de amor que va a vivir luego con el amante, parece menos legítima. Con semejante marido se iba a echar en brazos del primero, ¿no?, y más si este resultaba ser el estereotipo opuesto del militar machista y conservador: el tipo bueno, de izquierda, la sensibilidad hecha persona. Aunque para ser francos, esta construcción polar de los roles masculinos no es nueva en el guión: viene de su antecedente literario.

Pero volviendo al tema del conflicto, entre novela y filme termina existiendo una disparidad de discurso que a mí se me antoja una pérdida y que no creo debiera confundirse con la «fabulación» que antes reclamara. Esto no parece otra cosa que dejarse cohibir por un medio que te obliga a narrar para un metraje y, debido a eso, machetear a diestra y siniestra. Así que a pesar de todo y su fidelidad argumental, el gran desliz de este largometraje termina siendo el guión, y el cómo este teje a su personaje protagónico.

Por otro lado, aun si no me hubiese leído el libro, tal vez seguiría sin gustarme esta versión de Catalina, porque Ana Claudia Talancón, la actriz que la interpreta, se me asemeja más a una niña modosita que a la mujer beligerante que supuestamente debiera volverse al final. Prefiero al Andrés de Daniel Giménez Cacho, figura ya reconocida del cine mexicano contemporáneo, que pese a enfrentarse con un personaje bastante unilateral, le saca hasta cierto carisma.

No me gusta pensar que toda adaptación, por ser una especie de segunda parte, tiene que ser inferior al texto literario, aunque en este caso no me queden más que las ganas de decir lo contrario. Aun así, perdonémosle al filme sus desvaríos, soslayemos por un momento el estribillo de este bolero y busquemos entre sus estrofas algún sintagma hermoso para consolarnos: el retrato de un país en contradicción, el México que tras la revolución se aferra a su certidumbre de abrirse al progreso político, industrial, urbano, mientras hacia el interior de las casas todavía no se remueve ni la psiquis provinciana, ni el atavismo de las relaciones maritales.

1 Ángeles Mastretta, Arráncame la vida, Barcelona, Seix Barral, 2002, p. 270.

Arráncame la vida se exhibió a partir del 23 de abril en el circuito nacional de estrenos.

Descriptor(es)
1. CINE MEXICANO
2. CRÍTICA CINEMATOGRÁFICA
3. LITERATURA Y CINE

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