FICHA ANALÍTICA

La duquesa
Hernández Zamora, Yelsy (1985 - )

Título: La duquesa

Autor(es): Yelsy Harnández Zamora

Fuente: Revista Cine Cubano On Line

Número: 14

Mes: Abril - Junio

Año de publicación: 2009

1. La duquesa no es el nombre de una gata

Keira Knightley.Desde pequeños se nos enseña que en la naturaleza «macho» es sinónimo de poder y fortaleza, coraje y seguridad. Entre los animales, los machos despliegan su potencia y todo el atractivo de sus atributos en el momento del cortejo a la hembra, al pugnar por obtenerla como premio final. Sin embargo, esa fortaleza de los machos en el momento del cortejo puede verse de forma diferente: la pelea entre ellos es casi un espectáculo de aniquilación para impresionar a la hembra, para que sea ella quien disfrute y se lleve el premio de una descendencia igualmente poderosa. Entre los seres humanos tiene lugar una lucha de poderes muy similar. Si bien en nuestras sociedades patriarcales el hombre se ha impuesto como ente dominante, es interesante apuntar aquella famosa frase que dice que «detrás de todo gran hombre hay una gran mujer» y que habla, precisamente, de esa fuerza que hay en la mujer, de ese poder que ejerce con sutileza y que le permite gobernar desde la sombra.

Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con el título que se ha dado a estas páginas? Pues se trata de algo muy simple: las líneas anteriores pueden servir de base para un análisis de la puesta en escena de esa crisis del poder masculino en la reciente producción del director inglés Saul Dibb, La duquesa, del año 2008. Para la realización de esta película, Dibb se basó en la novela Georgiana, duquesa de Devonshire, de la escritora Amanda Foreman, que se inspira a su vez en la vida de la mencionada dama. En la Inglaterra del siglo xviii, esta mujer fue una de las figuras más influyentes en el panorama político y social de la nación. Aunque dicha influencia queda evidenciada en algunas escenas, la película centra su atención en la vida íntima de la Duquesa y, en particular, en su fracasado matrimonio con el Duque de Devonshire. O, al menos, es eso lo que parece…

A primera vista, pudiéramos pensar que esta película recrea la vida de la duquesa Georgiana a partir de la constitución de un triángulo amoroso en el que participan personajes estereotipados ya habituales en estos casos. Esta vez, el triángulo estaría protagonizado por la joven Georgiana, hermosa e inocente, que vive eternamente enamorada del joven Charles Grey, un mozo atractivo y soñador. Pero la joven ha sido obligada a casarse con el Duque de Devonshire, un hombre mucho mayor que ella, machista y cruel. A pesar de su lucha por amor, Georgiana finalmente deberá abandonar su sueño de ser feliz junto a Grey y resignarse a vivir una vida triste junto a su marido y la concubina de este, Bess, en pro de la felicidad de sus hijos.

Pero, ¿es que acaso podemos conformarnos con semejante lectura fácil y superficial de esta película? No es posible, sobre todo si se percibe que se trata de una obra que nos habla, fundamentalmente, de la libertad. Y, aunque pueda parecer que aborda la necesidad de la libertad femenina en un contexto donde la mujer carece de cualquier tipo de poder, en realidad se expone la manera en que ese poder es ejercido por ella y, una vez perdido, debe ser recuperado. Por lo tanto, La duquesa encierra un discurso que apunta hacia la libertad femenina en un mundo regido por hombres, pero también (y mucho más aún) hacia la propia libertad masculina.

II. Mona Lisa

Esta lectura de la película puede articularse a partir de las relaciones que se establecen entre los diferentes personajes y el análisis de la función que cada uno de ellos desempeña dentro de la trama.

Georgiana (Keira Knightley) representa en un inicio la juventud inocente, impetuosa, que se contenta con cumplir con ese «deber ser» que le ha sido impuesto: casarse con un hombre poderoso que la ama (aunque, como veremos, ese supuesto amor no es más que necesidad) y cumplir devotamente sus obligaciones como esposa constituyen la base de su definición primera de felicidad. Pero, una vez que se enfrenta a la realidad de su matrimonio, se rebela contra ese «deber ser» y encarna un discurso progresista en torno a la mujer: inicia entonces su enfrentamiento abierto y sin reparos a los paradigmas sociales que la condenan a desempeñar un rol con el que no se siente satisfecha. Su definición de felicidad cambia radicalmente y se transforma en la de felicidad = igualdad + libertad, que no por considerarse más justa deja de ser menos ingenua. Su comportamiento demuestra su impotencia ante la posibilidad de hallar una solución acorde con la educación que ha recibido y sus deseos de alcanzar la satisfacción personal. Ella, como bien le dice Charles Grey, pretende agradar a todos y se desvive por complacer a los demás, sin pensar en su propia felicidad.1 El personaje de la duquesa presenta la contradicción de querer insertarse y ser reconocida dentro de la sociedad, al mismo tiempo que pretende socavar sus cimientos.

La pugna interior de Georgiana se refleja en su relación con Grey y con el Duque de Devonshire. Ante sí tiene dos caminos aparentemente muy distintos. En primer lugar, tenemos al Duque, con su carácter conservador y rígido, que encarna al estricto esposo que toma medidas extremas para mantener su honor intacto. Se trata de un hombre que, como bien él mismo afirma, no hace nada sin un sentido, lo que revela una mentalidad práctica y objetiva. Sus actos y el fin que persigue su contrato matrimonial con Georgiana (la procreación de un heredero) son distintivos de su naturaleza aristocrática, aunque no solo responden a ella, como veremos más adelante.

En segundo lugar, aparece Charles Grey (Dominic Cooper), representante de la burguesía ascendente en el poder político. En sus discursos habla del progreso, de cambios, de libertad. Es el que abre ante Georgiana la esperanza de un futuro feliz y de realización plena. Sin embargo, dicha libertad propuesta por Grey no es tal. Este joven, representante del Partido Whig, exalta la libertad, pero, como bien aclara su tutor, el señor Fox, se trata de una «libertad con moderación». Su concepto de libertad no incluye a todos los hombres y excluye del todo a la mujer. Por lo tanto, él no garantizaría a Georgiana mayor felicidad que la que promete el Duque.

Escena del flme.Dos personajes importantes vienen a completar el círculo de posturas en torno a la libertad: la Sra. Spencer (Charlotte Rampling) y Bess (Hayley Atwell). Estas dos mujeres son las que ostentan la lucidez y la experiencia que las mujeres han logrado en medio del contexto represor que las aparta de toda igualdad ante los hombres, ante los ojos de la sociedad: son ellas las que están conscientes de la actitud que deben seguir para lograr la libertad dentro de ese mundo que las ahoga. Según ellas, «paciencia, devoción y resignación» son las cualidades que deben caracterizar a las mujeres para no dejar mal parados a sus maridos. En un mundo donde los hombres rigen, las mujeres deben mantener una actitud acorde con los intereses masculinos y requieren de armas más sutiles y poderosas para hacerlos caer bajo sus riendas. Aunque se trata de una postura un tanto más conformista, ambos personajes tratan de hacer ver a Georgiana la posibilidad de lograr una felicidad y un poder que el concepto de libertad que ella tiene no le permitirá alcanzar. En la intimidad de los aposentos ellas saben jugar con hombres-marionetas sometidos a sus embrujos. Son a la vez ovejas y lobas, gallinas y mantis religiosas. Esa dualidad de la naturaleza femenina que encarnan estas dos mujeres no halla mejor análisis que aquel que realizara Freud a propósito de la obra más conocida de Leonardo da Vinci:

    Varios críticos han manifestado la sospecha de que en la sonrisa de la Gioconda se reúnen dos distintos elementos, y de este modo, han visto en la expresión de la bella florentina la más perfecta reproducción de las antítesis que dominan la vida erótica de la mujer: la reserva y la seducción, la abnegada ternura y la imperiosa sexualidad, que considera al hombre como una presa a la que devora despiadadamente.2

La supuesta traición de Bess al seducir al Duque no fue otra cosa que la manera de obtener lo que deseaba: garantizar su permanencia bajo un techo y volver a ver a sus hijos. Esta capacidad de manipulación es la que Georgiana, aún demasiado ingenua, como una ovejita, debe aprender (y comprender) para obtener un buen bocado de libertad en medio de la prisión en que se encuentra. Es por ello que Bess la impulsa a su aventura con Grey. Al final, aunque pueda parecer que Georgiana permanece junto al Duque porque decide resignarse a no ser jamás libre, en realidad esta decisión demuestra que ha aprendido la lección y que esa era la única vía posible, al menos en este contexto: es con esta postura (conformista) con la que las mujeres podrían alcanzar, en casos como este, un grado de igualdad con los hombres al poder dominarlos desde la sombra. Entonces Georgiana deviene también Mona Lisa.

III. Las plumas del pavo real

Ya desde la primera escena, se descubre la esencia encubierta de la película. Grey y los demás jóvenes se someten al juego de mostrar a las muchachas su potencia como corredores, mientras cada una de ellas apuesta por un posible triunfador. Esta demostración de capacidad física constituye una escena típica de cortejo, donde el macho despliega sus mejores atributos para luego ser premiado por la hembra. Georgiana, ante el triunfo de Grey, no puede hacer menos que exclamar: «Mi caballo ha ganado.» Y, en efecto, el hecho de que Grey gane la carrera no significa que deba ser recompensado con su aceptación (premio ideal que buscaba al correr): es la mujer quien establece las reglas y quien decide si el hombre es merecedor de su atención o no.

Es esta misma incapacidad del hombre ante la mujer y cómo el hombre es también prisionero de su propia trampa, lo que se muestra a lo largo de la película. El motivo que condujo a Georgiana a tomar su decisión final es el mismo que impulsa al complejo personaje de William, el duque de Devonshire (Ralph Fiennes) a mostrarse despiadado y frío. El Duque demuestra la frustración y la impotencia que genera en los hombres el tener que satisfacer las expectativas sociales de encajar en un ideal que se han impuesto a sí mismos. Representa a los hombres sometidos a los prejuicios y reglas sociales que ellos mismos defienden. Su imposibilidad de alcanzar el paradigma de hombre lo conduce a adoptar actitudes negativas en contra de su voluntad. No sin razón, una vez cumplido el objetivo de su matrimonio con Georgiana, afirma: «Yo también aborrezco todo esto.»

Es un síntoma interesante de esta imposibilidad de realizarse como hombre que el Duque solamente pueda concebir niñas (hijas hembras) y que los dos primeros hijos varones nacieran muertos (en términos genéticos, diríamos que su masculinidad está siendo dominada por el cromosoma X). Sojuzga entonces a Georgiana y la culpa de su incapacidad. Al mismo tiempo, William reclama imperiosamente satisfacción sexual, lo que pudiera verse como necesidad de reafirmación de su potencia masculina. Pero esta es solamente realizable a través de la mujer, que deviene así el único veneno para su salud mental y, a la vez, el único remedio para su mal.

Atrapado en un callejón sin salida de presiones sociales y de lucha con el sexo opuesto, el Duque debe, como un pavo real, abrir la cola ante los demás hombres y mostrar toda su capacidad y grandeza. Puede aceptar incluso la infidelidad, mientras no afecte su imagen pública. Debe asumir la actitud del dominante, del que es capaz de cumplir con el «deber ser» que a él también le ha sido impuesto, aunque a puertas cerradas, la discreción y la astucia femeninas sean más poderosas.

Es por ello que, tal vez, La duquesa no se centra tanto en la idea de que es la mujer la que necesita alcanzar la libertad, sino el hombre. Y es el epígrafe que acompaña estas páginas lo que mejor da fe de ello. Ante la imagen de sus hijos jugando despreocupadamente en el jardín, el Duque no puede hacer menos que añorar esa inocencia y felicidad perdidas: no puede menos que desear, profundamente, la libertad.


1 En el momento en que Charles Grey le dice a Georgiana esta frase, ella responde que ese fue el objetivo de la educación que recibió.

2 Sigmund Freud, «Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci», Obras completas, t. VIII, Buenos Aires, Santiago Rueda Editor, 1952, p. 211.

La duquesa se exhibió a partir del 26 de marzo en el circuito nacional de estrenos.

Descriptor(es)
1. CINE INGLES
2. CRÍTICA CINEMATOGRÁFICA
3. LITERATURA Y CINE

Web: http://www.cubacine.cult.cu/sitios/revistacinecubano/digital14/cap02.htm