FICHA ANALÍTICA

Camino del des(a)tino
Padrón Nodarse, Frank (1958 - )

Título: Camino del des(a)tino

Autor(es): Frank Padrón Nodarse

Fuente: Revista Cine Cubano On Line

Número: 14

Mes: Abril - Junio

Año de publicación: 2009

Estados Unidos tiene, entre otras «hermosas misiones», la de participar en cuanta guerra sucia hay en el mundo, y el cine norteamericano, aún otra no menos «gloriosa»: justificar de modo absoluto y sin dejar lugar a dudas la tal presencia.
Cuando Vietnam, no pocos filmes se prestaron a la infamia; uno de ellos, The Deer Hunter (El cazador de venados, 1978), de Michael Cimino, provocó airadas protestas de muchas voces en todas partes, incluyendo delegaciones de cineastas cubanos y soviéticos que no vacilaron en retirarse de festivales donde el filme era programado e incluso premiado. Luego, «superhéroes» como Rambo, en la piel del mediocre actor Sylvester Stallone, se han involucrado en contiendas bélicas (digamos, Afganistán), donde no se hace esperar el carácter xenofóbico y fascistoide del musculoso «libertador».

¿No afirmó hace poco el ex presidente Bush, en el colmo del cinismo, que la guerra de Iraq había sido «inevitable»?  En definitiva, aun a costa de perder cientos de miles de sus hijos, ellos consideran la presencia estadounidense en estas colisiones de extorsión y exterminio masivo, solo eso: «males necesarios» para salvaguardar los sacrosantos valores de la civilización y el american way of life, que a todas luces debemos resumir en una sola y fea palabra: imperialismo.

Justamente con la guerra de Iraq como fondo nos llega el filme El camino del destino, realizado el pasado año por Neil Burger (El ilusionista), en el cual se reúne a tres combatientes que van de licencia a sus casas, y ante problemas con los vuelos deciden rentar un carro, algo también conflictivo en ese momento, pero (y he aquí el primer detalle digno de comentar) cuando el empleado respectivo se entera de quienes son, enseguida les resuelve: la consideración y el respeto en que el pueblo tiene a sus luchadores, sus «guerreros», es bien alta.

Tim Robbins, Rachel McAdams y Michael Peña.Esta es justamente la perspectiva que preside el filme todo, un road movie que nos permitirá seguir a dos hombres y una mujer rotos por fuera y por dentro: llenos de dolencias y falencias, Fred, T. K. Poole y Colee emprenden el parcial retorno a casa seguros de abandonar, aunque sea temporalmente, el infierno; lo que tristemente ocurre es que no encuentran  precisamente el paraíso, ni siquiera un aceptable purgatorio que los haga renunciar a aquel.

Los familiares y amigos no son siempre anfitriones ejemplares, al menos los de Fred, cuya mujer está irremisiblemente decidida a comenzar de nuevo, y al hijo proto-universitario solo le interesa conseguir el dinero para ingresar a la expansiva institución al precio que sea…, sobre todo si papá lo aporta; los familiares del novio ultimado de Colee, en cambio, la invitan a vivir con ellos, pero ella se da cuenta de que su lugar es otro.

Realmente todos llegan a esta conclusión, incluyendo al impotente Poole, quien se propone tener experiencias con rameras para tratar de recuperar la sensibilidad perdida, y al final inventa un delito con tal de no volver a Iraq.

La primera parte del filme permite a Burger cierto lucimiento en el despliegue de los caracteres. Estas tres «criaturas de guerra», hermanadas en el dolor y las pérdidas de todo tipo, que vuelven a sus lugares de origen con el propósito de (r)encontrar su lugar en el país, en el mundo, son debidamente delineadas y desarrolladas por el director desde el propio guión; la cautela de Poole, la falsa escala de valores y afectada petulancia de Colee, y el optimismo que encierra no poco desgarramiento en la joven, fluyen, chocan, reciclan una actitud compartida, que la diégesis va llevando por surcos narrativos adecuados.

Después, lamentablemente, ello se bifurca, como si la carretera por donde avanzan los personajes se llenara repentinamente de escollos y baches; entonces, los motivos y motivaciones dramáticos oscilan, se tornan irregulares en cuanto a su cristalización a ese nivel. Si el caso de Fred Cheaver y su familia acusa adecuada redondez y una plasmación escénica estimable, la manera en que, digamos, se resuelve el problema de las disfunciones eréctiles de Poole gracias a un tornado y la oportuna actuación de Colee es, a más de pueril, ridícula; tampoco resulta muy convincente, por tremendista y artificial, el intento de aquel para no retornar al campo de batalla (como decíamos, ser retenido por la policía) o la «manzana de la discordia» que deviene la guitarra del novio malogrado para que adivinemos que pronto va a ser ofrendada al padre, que anhela poder costear los estudios del egoísta hijo.

O sea, las plasmaciones que el relato se permite acerca del desarraigo y la «no pertenencia», la extranjería en el propio país, la falta de espacio (y de oxígeno) de los que regresan, carecen casi siempre de la sutileza y el calado que pudo haber convertido este trayecto en un riguroso y serio estudio sobre el tema.

Michael Peña y Rachel McAdams.Por otra parte, la tesis final es (con matices y variaciones, cierto) la misma en esencia con la que encabezábamos estas líneas: si por una parte la sociedad norteamericana anda tan mal, desde la disfuncionalidad de sus familias hasta la falta de perspectiva ontológica y social al punto de que sus «gloriosos» luchadores no logran reinsertarse en su medio natural, por la otra (y acaso por ello mismo) no hay mejor solución que la guerra, cualquiera que sea, que  en todo caso es siempre ennoblecedora, justa, patriótica y, en última instancia, ese lugar que tantos buscan (en sus núcleos afectivos, entre parientes o hasta en una cárcel)  y pocos encuentran.

En tanto recursos expresivos, el filme tampoco resulta muy alentador en rubros como la edición o el tempo (con frecuentes escollos e irregularidades), aunque en términos generales convence a nivel histriónico, en los desempeños (sobre todo) de Tim Robbins (seguro y certero en todo momento), Michael Peña y Rachel McAdams, estos últimos a veces contagiados por los devaneos caracterológicos e inconsecuencias escriturales de sus personajes, pero bien encaminados en sus respectivas labores.

El camino…, entonces, extravía los rumbos cuando debía encontrarlo mediante mejores soluciones o más eficaces variantes de sus conflictos, y sobre todo, con un supraenunciado final que trascendiera la norma, esa que parte de sus westerns glorificadores de la rapiña y llega a sus películas de guerra, las cuales no emiten un soberano «adiós a las armas», sino que le propinan una calurosa bienvenida, reivindicadora e hipócrita, incluyendo sus héroes de pacotilla, llámense Rambo o Forrest Gump.

Quizá un buen día recibamos ese otro filme que llegue a los tuétanos del dilema y donde estas guerras y sus víctimas (de cualquier sitio, sobre todo dentro de los propios agresores) reciban el tratamiento adecuado; entonces, trátese de una «película de carretera» o no, confiemos en que no pierda el camino.

El camino del destino se exhibió a partir del 30 de abril en el circuito nacional de estrenos.

 

Descriptor(es)
1. CINE NORTEAMERICANO
2. CRÍTICA CINEMATOGRÁFICA

Web: http://www.cubacine.cult.cu/sitios/revistacinecubano/digital14/cap02.htm