FICHA ANALÍTICA

Sestri Levante, IV reseña del cine latinoamericano
Título: Sestri Levante, IV reseña del cine latinoamericano

Fuente: Revista Cine Cubano

Lugar de publicación: La Habana

Año: 3

Número: 12

Página(s): 54

Mes: Julio

Año de publicación: 1963

Organizado por el Columbianum, de Génova, el Festival de Sestri Levante se desarrolla como exposición o muestra de las diversas cinematografías latinoamericanas o de los esfuerzos aislados que en algunos países se producen y que, en su conjunto, forjan la imagen fílmica de nuestro continente.

La importancia de este Festival parte precisamente de ese carácter, pues en las condiciones actuales del continente, la presión reaccionaria de asustadas oligarquías y la continuada interferencia imperialista, traban y muchas veces logran impedir una relación cultural, artística, que inevitablemente sienten como enemiga. Los dictadorzuelos plataneros y sus mastines policíacos, los histéricos tránsfugas cuyas máscaras han caído frente a la presencia de una revolución verdadera, y que deben afrontar una verdadera revolución a sus puertas, y los castrenses demagogos que se disputan el poder entre entorchados e instrumentos de represión y tortura, no pueden soportar los libros, las revistas de crítica literaria, las modernas manifestaciones del arte cinematográfico, y en general la cultura. Los intelectuales, los creadores tienen en muchos países de América Latina una triple disyuntiva: o callar, o escapar, o pelear. De ahí que su obra retorne a menudo a los silencios totales o a los alambicamientos y juegos del vacío, al desenraizamiento de los exilios, o a la obra populista menor, cercana a la propaganda militante, o en algunos casos de gran estilo. De ahí también que la confrontación de la obra artística entre los creadores del continente, se produzca  a menudo en planos diversos, y no como el encuentro de fuerzas que expresan una nación en toda su compleja unidad y diversidad.

El melindre busca al melindre, y el partidismo al partidismo, mientras desde lejos —de lejos intelectualmente pues nos referimos a «exilios intelectuales»— los copistas y notarios hacen profecías y mueven la cola pomposamente. Lentamente —pero han pasado ya decenios— la concha obligada se torna en naturaleza, y lo que no es más que concha parece verdadera fisonomía. Esto conduce a peligrosos espejismos, y a confusiones que ciertas revistas «internacionales» se encargan de cultivar y propagar. En pocas ocasiones se producen Congresos, Reuniones o Conferencias Nacionales o Regionales de intelectuales. Y en el plano continental o internacional puede decirse que nunca. Las relaciones culturales entre los países latinoamericanos son nulas o caóticas, y esta situación prueba, por paradoja, cuán fuertes, cuán auténticos son los lazos, las subterráneas corrientes vitales que en la diversidad nos hacen uno. Ni los traficantes de plátano, petróleo o carnes, ni los demagogos, ni los lacayos o sus mercenarios, ni el imperialismo, ni sus opios y muros han podido impedir que América Latina para guatemaltecos y paraguayos, chilenos o venezolanos, argentinos o costarricenses, cubanos o brasileños, sea el ámbito de un conjunto de líneas culturales tan auténticas y definitivas que aseguran en rostros y acentos, y hasta en lenguas distintas, un puente seguro entre las naciones, sus gentes y su historia.

En Sestri Levante hemos encontrado la ocasión de reunirnos, de vernos, de estrechar nuestras manos y de establecer un diálogo amistoso y creativo. Y este encuentro no es de desconocidos: es un permanente descubrimiento, una fuente que nos llega desde esa subterránea y vivificante corriente que de algún modo circula y brinda aliento a nuestras obras, América Latina.
Porque nos conocemos desde lejos, y se nos impide encontrarnos en tierra americana, Sestri Levante es para los cineastas latinoamericanos un territorio de sorpresas, y casi de milagro.

¿Qué es exactamente el Columbianum y quiénes son sus animadores?
No creo poder responder a esta pregunta. El Columbianum es en cierta forma un misterio. Se define a sí mismo como Sociedad de Relaciones Culturales con el Extranjero, y tiene su sede en Génova. La vecindad con el Cardenal Siri, cabeza de las más reaccionarias corrientes de la Iglesia Católica, no influye en sus proyecciones pues el Columbianum se inspira en la Orden de San Ignacio de Loyola y conserva gran independencia. Su animador y director es el Padre Angelo Arpa, y sus colaboradores el doctor Amos Segala, que dirige el Centro Europa-América Latina del Columbianum, y Gianni Amico, director de la Exposición.

No soy nada ducho en los problemas e interioridades de la Iglesia, pero es evidente que el Padre Arpa representa una línea más liberal y parece cercano a las posiciones que sostuvo en vida el Papa Juan XXIII,  lo que seguramente en ese periodo multiplicó su poder e influencia. El doctor Amos Segala es un hombre inteligente y difícil, experto diplomático y hábil conductor, maneja las relaciones sociales con maestría absoluta, y sabe definir y esquivar definiciones hasta hacer inapreciable su propia posición.
En cambio Gianni Amico se proclama socialista y según parece no conserva ideas religiosas, si bien, en la práctica, trabaja en muy exacta relación con el Columbianum.

No sólo de hecho sino también oficialmente el Columbianum rechaza las discriminaciones políticas y busca, con el contacto directo y la confrontación ideológica y artística, situar las manifestaciones culturales por encima de las contingencias políticas temporales. El Papa Juan XXIII consideraba a Fidel y a Nikita Krushov verdaderos cristianos «...porque ellos piensan y creen en el hombre», y es de esperar que el hasta ayer Arzobispo de Milán, el Cardenal Montini, ahora Papa Paulo VI, continúe esa línea y posiciones.
La IV Exposición Latinoamericana de Cinematografía brindó oportunidad de probar la sinceridad y militancia de estas ideas, pues el Padre Arpa impidió con toda energía que un burócrata de vacaciones, fascista por más detalles, prohibiera los documentales cubanos Primer carnaval socialista e Y me hice maestro, cuyos títulos y sinopsis consideraba «peligrosos» y «subversivos». Este burócrata-reptil comprometió de todas maneras la confianza y el amistoso clima de las relaciones culturales entre Italia y Cuba haciendo prohibir de igual manera nuestro largometraje Cuba 58, que permaneció bloqueado en la Aduana de Roma pese a la rápida e inteligente intervención del Embajador de Italia en La Habana, y a las gestiones y protestas de nuestro embajador en Roma.

En resumen: el Columbianum no es exactamente una institución religiosa, pero es inspirada por la Iglesia y presidida por un sacerdote. Se habla de incluir esta Sociedad en la UNESCO, y esperamos que la OEA no se interese en asimilarla. El Festival es una de sus actividades y este año se hizo más abierta la presencia del Centro Católico Internacional, etcétera.
La línea general del Festival no sufrió cambio alguno y los hechos e interferencias externos llevaron incluso a ratificarla. La labor del Columbianum y del Centro Europa América Latina no pueden ser mejores. Ahora, recientemente, han abierto una librería en Roma y reforzado su trabajo editorial. Nombres como los de Nicolás Guillén y Alejo Carpentier aparecerán en sus catálogos.

En resumen el Columbianum, la Exposición y las Reuniones de sociología y crítica son manifestaciones de la línea más progresista de la Iglesia.

¿Ofreció el Festival realmente un panorama del arte cinematográfico de América Latina?

No lo creo sinceramente. La selección parecía planeada para caricaturizar a nuestros pueblos. Cercados por el comercio y la represión política, los cineastas del continente tienen muy pocas oportunidades de trabajar en un clima de verdadera libertad y reales posibilidades prácticas. La obra de arte es en América Latina un acto de heroísmo. No es posible por eso programar un Festival sobre la base del contacto con mediocres productores y oficiales promotores del conformismo. No hay duda de que una auténtica Exposición anual exige la localización de la obra excepcional, el contacto con las Cinematecas y cine-clubes, e invitaciones especiales a los mejores realizadores. ¿Por qué no repetir la experiencia de las retrospectivas que el año pasado nos dio la oportunidad de apreciar las mejores obras de la cinematografía mexicana? Después de la Antología de la mediocridad y el ridículo, presentada en nombre y para escarnio de Argentina, se hace necesaria una revisión en pantalla de las obras realmente artísticas que se producen al margen de la imitación vulgar y sin talento de la nueva ola francesa.

Si algunos filmes brasileños y obras menores pero interesantes como experiencia e indicio de otros países latinoamericanos, y con unos y otros los documentales presentados por Cuba salvaron el Festival, no hay duda de que la obra más importante fue el largometraje mexicano En el balcón vacío, dirigido por José Miguel García Ascot, sobre un argumento de su esposa María Luisa Elio, y realizada con la colaboración de todo un grupo de jóvenes intelectuales, en su mayor parte procedentes de la revista Nuevo Cine.

En el balcón vacío no es un filme ilegal, pero sí marginal. Es la antítesis del cine conformista y vacío que encarnan viejecitas lloronas, pecadoras arrepentidas y sacerdotes mosqueteros. No lo hubiera rodado un director «sindicado» y mucho menos la industria oficial. Tuvo que hacerse sin recursos, con un equipo técnico mínimo y con la colaboración de gente inteligente y viva, de mexicanos que se niegan a sumirse en el marasmo del conformismo. La filmación duró varios meses y cubrió los domingos y días festivos. Es posible que En el balcón vacío sea una obra desigual, y que puede dividirse en dos partes, que la cámara vacile a veces y que la protagonista tenga los ojos verdes... No sé si es una unidad, si el estilo es moderno o si la técnica es perfecta. Pero puedo decir que se trata de esos filmes que agarran y nos hacen añicos, porque su carga emotiva, su autenticidad y su capacidad de proyección resultan una trampa en la que caemos irremisiblemente. La historia no puede ser más simple. Es la historia de los españoles exilados, de sus hijos, de quienes fueron desarraigados, y conservan sus raíces, de hombres y mujeres que cuando vuelven a la tierra natal comprenden que no han podido reconstruir su mundo esperando encontrar el que les fue arrebatado, y que ése ya no existe, o que es diverso. En el balcón vacío es un filme como para justificar el Festival. Y es curioso que en una historia española nos hayamos unido los latinoamericanos en un silencio y una tensión que fue más que el aplauso final, el mejor homenaje.
Son estas obras secretas las que forjan la historia y son el panorama del cine latinoamericano, porque no debemos olvidarlo: el cine es un arte. No es con los comerciantes —productores o distribuidores— con los que se ha de establecer el diálogo verdadero, sino con los artistas, con los creadores.