FICHA ANALÍTICA

Los destinos posibles
González, Omar (1950 - )

Título: Los destinos posibles

Autor(es): Omar González

Fuente: Revista Cine Cubano On Line

Número: 15

Mes: Julio - Diciembre

Año de publicación: 2009

El título de esta charla es muy abarcador y representa un gran riesgo para mí, y creo que para ustedes también. Voy a improvisar un grupo de ideas, les ruego que sean indulgentes. Los astrólogos, los tarotistas, los chamanes –cada pueblo o cultura posee su propio sistema de adivinaciones–, son los que mayormente se consagran a desentrañar el destino, no solo de los seres humanos, sino de las cosas e, incluso, de las abstracciones. No soy un astrólogo, y aunque he leído bastante acerca del Tarot, y escribo una noveleta interminable en torno a sus probabilidades, no tengo vocación para ello; en cambio, agradezco la posibilidad de especular que me ofrece la convocatoria de este ciclo y a quienes, en su afán de encontrar la verdad, nombraron mi ponencia «Los destinos posibles». No me disgusta, me complace este ejercicio de prestidigitación amigable.

Los destinos posibles del cine cubano se fundamentan en su continuidad. Entiéndase, en una continuidad dialéctica, de ruptura permanente, como proyecto cultural emancipador, en una sociedad específica, la nuestra, y en un contexto definitorio, el de la gran patria latinoamericana, hoy en una dimensión mundial muy diferente a la de hace cincuenta años. El destino imposible o, lo que es peor, el destino bastardo, el destino perdido, el destino vacío, sería resultado de la enajenación de la condición de sujetos de nuestra propia historia.

No sé de ninguna obra cinematográfica que sin estar arraigada en la identidad, y referida a nuestra realidad, haya trascendido del modo que lo ha hecho, artística y éticamente, buena parte de nuestra cinematografía, en un periplo que va desde Memorias del subdesarrollo –reconocida por los críticos cubanos y otros entendidos cinematográficos de Iberoamérica como la película de ficción más importante de nuestra historia, y como la mejor entre las cien mejores de esta zona del mundo–; un periplo, decía, que continúa con Vampiros en La Habana –el mejor de nuestros filmes animados, según esa selección, y el único de su género que figura en el centenar de películas que integran la encuesta divulgada por Noticine.com–; y estarían, además, Lucía, Fresa y chocolate y Suite Habana, entre otras. Para no hablar de La muerte de un burócrata, La última cena, La primera carga al machete, La bella del Alhambra, Las aventuras de Juan Quin Quin...; la obra de Santiago Álvarez y de numerosos cineastas cubanos más.

Hoy en día son inútiles los escarceos de ciertos blogomaníacos, que se alimentan y extinguen en sí mismos, a propósito de las últimas producciones del cine cubano exhibidas en Estados Unidos y en algunos países europeos. El objetivo es tan visible como los fuegos de artificio: quieren negar el papel de la institución y el apego de los artistas a ella, con el fin último de presentarnos escindidos, para poder aniquilar el proyecto cultural vigente. En una de esas apresuradas reseñas, se llega al extremo de afirmar que Los dioses rotos es una película tan interesante, tan sugestiva, porque es independiente, lo cual, además de falso, se da de bruces con la historia del cine cubano y la concepción incluyente que sustenta la institución en la actualidad.

Fuera de Cuba, e incluso dentro, se trabaja arduamente por tergiversar y manipular las circunstancias que vive el cine cubano, entendido este a partir de una noción que va más allá del ICAIC y de otras instituciones que se dedican al audiovisual en el país. Tales actitudes, como decía, no dejan de tener seguidores en el interior de nuestra sociedad, donde no faltan quienes, desconociendo lo hecho, lo niegan todo, o quienes les hacen el juego a los nihilistas por obra y gracia de las calenturas. El verdadero objetivo de estos desalmados no es el ICAIC, sino el Estado cubano, su forma de gobierno.

Este ciclo de conferencias que ahora se clausura, es un ejemplo del apego a los afanes conceptuales, de la revisitación permanente a nuestras esencias que existe en el ICAIC. Al igual que los debates de Último Jueves, de la revista Temas, los espacios teóricos de la Muestra de Nuevos Realizadores, los foros de los eventos nacionales e internacionales –la mayor parte de los cuales no se convocaba antes–, el renacer de Ediciones ICAIC, de la revista Cine Cubano, los concursos, los cine-debates y otras formas de diálogo y confrontación estética. Es patético, insisto, el empeño de algunos en mostrarnos divididos y huérfanos de sedimentación teórica, si bien estos son tiempos de agobio y de predominio de un pragmatismo ramplón, que va unido al oportunismo de quienes se apresuran en querer ser beatificados a toda costa. Sin embargo, las visiones nihilistas y las conductas ególatras, se resienten por su vulgaridad y por la instrumentación que hacen de la cultura con fines, en última instancia, aviesamente indignos. Su destino es el olvido, aunque por momentos nos embelesen.

Tal como yo vislumbro la Cuba futura, es como veo el cine que haremos. Soy optimista porque soy realista. No imagino otro futuro que no sea el de preservar y modernizar la institución, que es imprescindible para dar coherencia y aglutinar la necesaria diversidad de nuestra cultura cinematográfica. La institución es insustituible en las actuales circunstancias, no solo porque la experiencia histórica así lo aconseja, sino porque el cine, en las condiciones de la periferia –y eso somos todos nosotros– no sobrevive si no cuenta con el amparo público y la acción protectora del Estado, que debe considerarlo –así de extremo es el problema– un asunto de seguridad nacional. Esto no significa, por supuesto, que la institución estatal se identifique con una concepción monopolista de la producción cinematográfica. Todo lo contrario, solo que la institución ni puede suicidarse, ni debe ser eliminada. El cine en Cuba es, fundamentalmente, obra de una existencia asociada al ICAIC y resultado de las ventajas del modelo social y económico que los cubanos hemos elegido.

Debo acotar, además, que periferia significa para mí todo lo que no es o no surge bajo el amparo de las majors de Hollywood. España, Francia y el resto de los estados de la Unión Europea, al igual que Rusia, Japón, Australia, Corea del Sur, Argentina, Brasil, México e, incluso, India y China, forman esa gran periferia de la que hablo, cada vez menos visible en el espectro audiovisual, o específicamente cinematográfico, contemporáneo. Por cada filme de estos países que accede tímidamente al mercado mundial, otros mil dejan de hacerlo.

Durante el Festival de Cannes, el Observatorio Europeo del Audiovisual dio a conocer su informe anual sobre las tendencias del mercado mundial de filmes. En el correspondiente a 2009, se afirma que un año antes, en sus 39 347 pantallas, los norteamericanos vieron 95,9% de películas producidas, total o parcialmente, por las principales corporaciones de Hollywood; 2,8% propiamente europeas y, obsérvese bien, solo 1,3% provenientes del resto del mundo, lo que no deja margen alguno para hablar en términos de diversidad cultural. Por su parte, también en 2008 y en sus 29 394 pantallas, los países miembros de la Unión Europea vieron 70,8% de filmes norteamericanos o coproducidos (16,7%) con las grandes empresas estadounidenses; 28,3 % de películas propiamente europeas, y apenas 1,6% del resto del mundo, lo cual sitúa a las cinematografías de países de Asia, África y América Latina en niveles de programación similares a los que se alcanzan en Estados Unidos, donde prácticamente son invisibles.

De España, en particular, cuya cinematografía mantiene estrechos vínculos con la que se (co)produce en América Latina, cabe retomar lo que Román Gubern nos recordara en un artículo publicado recientemente en el diario El País:

    Una encuesta de 2004 indicaba que las preferencias del público español eran, por este orden: acción/aventuras, intriga, ciencia-ficción y comedia romántica. Este esquema, muy acorde con la oferta norteamericana, presiona hacia la producción de géneros cosmopolitas estandarizados e impersonales, un terreno en el que Hollywood casi siempre derrotará a España por sus medios y su start-system.1

Y al evaluar el fenómeno en el contexto del Viejo Continente, concluye:

    En la última década, el cine ha declinado en Europa como signo de identidad cultural nacional, frente a otras actividades de masas, como el deporte. Y a la vez se ha producido un rápido declive de su centralidad en las salas públicas. Con la proliferación de soportes y de pantallas […], se ha pasado del cine en butaca al cine en sofá. Y se está generalizando la práctica de bajar […] películas a través de Internet. Y esta mutación está afectando profundamente, como no podría ser de otro modo, a la industria del cine español.2

Y de toda Europa y el resto del mundo.
Insistiríamos en los casos de India y República Popular China, cuyos mercados internos están constituidos, ante todo, por el consumo de su propia producción cinematográfica, mucho más en el primero, aunque, dada la magnitud de ambos, resultan determinantes en un balance de la cinematografía mundial. Las circunstancias tienden a ser mucho más favorables para el cine nacional en la India, donde 90,5% de las películas exhibidas en 2007 fueron de producción propia. En China, en cambio, representaron 61,0%, mientras 4 de los 10 filmes más vistos provenían de corporaciones norteamericanas, igual número fueron coproducciones, principalmente con Hong Kong, donde no se descarta la participación de capital norteamericano, directa o indirectamente, y los dos restantes, clasifican como producciones enteramente nacionales. La película más vista en China en 2008 fue Chi bi (Red Cliff), dirigida por el célebre John Woo. En la India, que realizó 1 132 filmes en 26 lenguas, las 10 primeras del ranking fueron producciones propias, y la franja de mercado que correspondió al cine extranjero solo llegó a 9,5%, quizás la más baja a escala mundial, si excluimos a algunos países islámicos. No se puede soslayar el hecho de que en la infraestructura de estos dos gigantes –tan singulares como mal estudiados en Occidente–, hay nada menos que 46 301 pantallas, a las que acuden 3 385 millones de espectadores o, lo que es lo mismo, 2,4 veces más espectadores que en Estados Unidos, que es el verdadero mercado del cine en términos económicos, no en términos de apreciación artística. Pero ni la India ni China constituyen buenos ejemplos de la diversidad geográfico-cultural aplicada a la programación cinematográfica. Son escenarios que tienden a encerrarse en sí mismos, sobre todo en el caso del primero.

Algo sin precedentes viene sucediendo en Nigeria, con Nollywood, no obstante la mimesis de los actores, que imitan a las estrellas norteamericanas, y de los realizadores, que confunden remake con retake. Pero el fenómeno es interesante porque están en la obligación de hacer adecuaciones de otros filmes a su realidad cultural y religiosa, para que puedan circular, y no se descarta, más allá del entrenamiento y la apropiación que esto supone, la aparición de películas inconfundiblemente autóctonas y con valores culturales. Por otra parte, son obras de muy bajo presupuesto –entre mil quinientos y dos mil seiscientos euros–, y no deja de llamar la atención que en ese contexto se produzcan más de 2 000 largometrajes cada año. Tal fenómeno empezó siendo el resultado de un encargo instigado por los vendedores de efectos electrodomésticos, quienes idearon comenzar a producir películas de esta manera para crear una demanda, un mercado, que les permitiera vender no solo los equipos, sino los contenidos. Estoy seguro, reitero, de que dentro de la noción de periferia que sostenemos, allí no faltarán obras que tengan un interés cultural para nosotros y para todos los que no somos Hollywood.

En la mayoría de los países de América Latina y el Caribe, la presencia del cine facturado en Estados Unidos puede cubrir, en términos absolutos, hasta 99% de la programación –Brasil y Argentina, serían excepciones relativas–; mientras que en el caso específico de Cuba, luego de varios años por encima de 70%, las instituciones cinematográficas han logrado revertir esta tendencia en el ámbito de los espacios a su cargo, hasta situar la programación de filmes estadounidenses por debajo de 40% durante 2007, y en un entorno similar en 2008. Esta incipiente recuperación de una red que abarca más de 500 salas (358 de cine y 169 de video), comporta el desafío de trabajar a contracorriente –especialmente si consideramos los efectos de la circulación informal de productos audiovisuales de la peor calidad y la disminución ininterrumpida de espectadores en las salas de cine durante las tres últimas décadas–, para restituir niveles de apreciación perdidos o deteriorados a lo largo de más de quince años, período en el cual este país ha estado expuesto a muy difíciles circunstancias económicas. En tal contexto, que se agrava en otras naciones del área, preocupan sobremanera las jóvenes generaciones, aturdidas por el marasmo de mediocridad y estulticia en que viven y se (de)forman, desprovistas de paradigmas que representen una verdadera cultura cinematográfica, sustentada en la calidad y la diversidad. De ahí que diseñar y aplicar estrategias de soberanía cultural, sea la única alternativa posible si nos proponemos seriamente salvar el futuro. Y en este empeño debemos valernos de todas las tecnologías a nuestro alcance, incluso de las consideradas menos «profesionales». Por eso yo defiendo el concepto de cine pobre con tanta vehemencia, aunque sin fundamentalismos excluyentes.

Este sería, grosso modo, el panorama del mundo. Un panorama ciertamente desolador.

Al abundar en el caso de Cuba, la situación no difiere demasiado, si bien continuamos siendo una excepción: uno de los países con mayor grado de fidelidad, por parte del público, a su cinematografía y a las periféricas o alternativas. Ejemplo de esto es lo que ocurre cada año en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, donde una parte del público acude masivamente (en todo el país) a ver películas de las cuales no tiene suficiente referencia informativa o publicitaria, a veces ni siquiera acerca de los actores, los directores, el tema, o cualquier otro aspecto de elemental conocimiento; va a verlas como parte de ese estado de gracia que se crea en torno al Festival, o porque confía plenamente en el buen tino de los programadores, avalados por la tradición, o porque, en determinados casos, aprecia el cine latinoamericano e independiente, del cual conoce su derrotero, porque ya es un espectador iniciado, crítico y cómplice, que también los hay.

El Festival Internacional de Cine Pobre, aunque transcurre centralmente en la pequeña localidad de Gibara, constituye también un momento para constatar lo que significa el cine en nuestro país y la voluntad renovadora de sus instituciones y sus creadores artísticos. Se trata de una ventaja que llamaría única, no equiparable a la de otros países, donde tanto daño hacen los dogmas del mercado.

En el mundo se producen cada año más de 5 000 largometrajes de ficción oficialmente registrados. La televisión cubana exhibe más de 2 000, buena parte de los cuales son estrenos. Partiendo de que son pocos los espacios o programas donde se exhiben películas de la historia del cine, es sumamente difícil encontrar tal cantidad de títulos nuevos en el «mercado» mundial de filmes –sobre todo norteamericanos, que son los predominantes en la parrilla de programación–, como para mantener estándares de calidad aceptables. Este es un hecho y un problema indiscutibles, cuyos efectos negativos se acentúan si se toma en consideración el deterioro de las salas y la insuficiencia económica de la institución propiamente cinematográfica, para fomentar alternativas de programación efectivas.

En cualquier parte del mundo –y no somos una excepción– se aprecia una disminución de los volúmenes financieros destinados a la adquisición de derechos para la exhibición cinematográfica en salas. El negocio ya no está en los circuitos tradicionales, sino en los dependientes de las nuevas tecnologías y actuales formas de circulación del cine, y del arte en sentido general. Las personas de mi generación, por ejemplo –y aquí está Julio García-Espinosa, quien durante muchos años fue presidente del ICAIC y participó en la compra de los derechos de numerosos filmes–, vimos el mejor cine que se producía en el mundo: todo Kurosawa, todo Antonioni, todo Visconti, todo Bergman… Así nos formamos. Hoy en día la complejidad es mayor, y no basta con programar y promover el mejor cine del mundo; hay que seducir al espectador, que vive acosado por la seudocultura y las tentaciones de la banalidad. Nuestra Cinemateca posee, probablemente, más filiales que nunca y cuenta con una videoteca superior a los 2 700 títulos en DVD, sin contar los fondos en otros soportes, pero aun así la competencia es sumamente desleal. Se trabaja en función de recuperar o desarrollar los niveles de apreciación cinematográfica que llegamos a tener en nuestro país. Esto pareciera tarea de unos pocos temerarios, quienes se enfrentan a la innegable falta de criterio cultural de aquellos que privilegian el ruido sobre la meditación y pretenden imponernos u obligarnos a «vivir al día», como si el futuro no fuera parte de nuestra voluntad.

A pesar de tales condicionantes, Cuba es uno de los sitios donde se ve más cine a partir de un criterio de programación sustentado en la diversidad. Nos empeñamos, además, en que todas las muestras internacionales que se hacen en La Habana lleguen al resto del país. Así lo hicimos recientemente con los programas de cine surcoreano, argentino, mexicano, con el Festival de Cine Francés y las muestras de cine australiano e indio, y así lo haremos con las que estén por llegar. De hecho, nosotros organizamos muestras de cine que no se ofrecen en ningún otro país tan asiduamente y con tanta repercusión popular. Hemos tenido que adoptar políticas de programación entre las distintas instituciones que exhiben cine para tratar de encontrar espacios en los que todas las semanas haya posibilidad de llegar al espectador con un proyecto diferente, porque sabemos lo que significa para el público tener acceso a cinematografías que se aparten del canon hegemónico. En este afán hemos tenido la cooperación de las embajadas acreditadas en La Habana, y la invaluable gestión de nuestras legaciones diplomáticas en los diferentes países. Pero, como ya dije, nuestra misión es la más difícil, y no debe desconocerse cuando se vierten criterios acerca de la actividad cinematográfica en Cuba.

Debemos tener presente, por supuesto, el estado físico y tecnológico de nuestras salas de cine. Estamos muy rezagados en cuanto a las nuevas (y no tan nuevas) tecnologías de la exhibición cinematográfica. Tenemos proyectores con treinta y más años de uso. Por otra parte, en el país casi siempre el cine ha sido escuchado de manera monofónica –la proyección estereofónica no fue más allá de La Habana o salió muy poco–, entonces se nos está dando el caso, por ejemplo, de que los proyectores no leen las nuevas pistas de sonido y hemos tenido que ir sustituyendo toda la programación en 35 mm por el formato DVD, no solo por ese problema, sino también por la falta de piezas de repuesto para los viejos proyectores.

Del mismo modo, los videoproyectores de que disponemos no son, en todos los casos, los más apropiados para el uso que les damos; necesitamos otros que definan mejor la imagen y el sonido, que sean realmente idóneos para el cine. Porque, insisto, los aspectos técnicos hoy son más determinantes que nunca en esta manifestación artística. Parece algo obvio, pero, más allá de nuestra circunstancia económica, no existe una comprensión de la singularidad tecnológica del cine, lo que explica algunas barbaridades que uno escucha, incluso entre quienes, se supone, deberían tenerla por su vinculación con el sector.

Hay otros aspectos de la sociedad que repercuten en la asistencia a las salas de cine, como el problema del transporte y la ausencia de servicios complementarios en dichas salas, donde encontrar una gaseosa, un helado, un paquete de caramelos o una publicación especializada, es sencillamente imposible. En esto las regulaciones y prohibiciones han llegado al delirio.

Gubern señalaba, en su análisis de la realidad española, el desplazamiento de la apreciación cinematográfica de la sala de cine a la de la casa, o al dormitorio, como una tendencia mundial. Incluso en Estados Unidos, que continúa siendo el centro del consumo audiovisual a escala planetaria, 75% de la población adulta prefiere ver cine en su casa. Sin embargo, el mercado se mantiene porque las prestaciones, los servicios, las opciones complementarias que hay en las salas de cine son cada vez mayores, a tal punto que constituyen la principal fuente de ingresos de los propietarios. En México, por ejemplo, lo que se recauda por la venta de palomitas o rositas de maíz, y de otros productos similares, absolutamente gastronómicos, es mayor que el presupuesto del organismo equivalente al Ministerio de Cultura. Esas ventas les dan más dinero a los dueños de cines que la exhibición propiamente cinematográfica, lo cual constituye un contrasentido. Además, está el fenómeno de los precios inaccesibles para las mayorías. Ese no es nuestro caso, donde las salas más confortables del país, las del multicine Infanta, cuestan apenas tres pesos o, lo que es lo mismo, 12 centavos en moneda convertible. Francamente, pienso que debieran costar un poco más, digamos, igual que algunos espectáculos musicales o funciones teatrales nada extraordinarios.

No obstante las dificultades, debo reiterar que el público cubano sigue siendo leal a la producción cinematográfica nacional. No hay película cubana de ficción que retorne de su recorrido por todo el país sin despertar el interés o la curiosidad de ese público; recientemente las ha habido hasta con 800 000 espectadores, lo cual es muy meritorio y algo único en países con escasa producción nacional, como el nuestro. Diría más, es algo raro en cualquier circunstancia.

En cuanto al destino inmediato de nuestro cine, hice un ejercicio con algunos realizadores y compañeros de la dirección del ICAIC y les pedí que me dijeran cómo imaginaban el futuro inmediato, partiendo de la inminente disminución de la producción en general y de la contracción en las inversiones, por causas estrictamente financieras. (No podemos desvincularnos de esa realidad y creernos que se podrá mantener el ritmo que llevábamos en la recuperación de la producción –ya íbamos por 12 largometrajes al año–, lo cual significaría que pudiéramos concluir los 35 largometrajes, incluidos algunos documentales, que nos propusimos hacer entre el año 2007 y el actual.) Ahora existe una merma en las producciones cinematográficas y audiovisuales en general, tanto en Cuba como en otros países. En nuestro caso específico, hemos tenido que postergar el rodaje y la terminación de varias películas hasta el año que viene, lo cual no se reflejará en la pantalla de inmediato, porque todavía faltan filmes por estrenar que están en diferentes fases de terminación. Hay otros largometrajes y documentales en los que hemos participado como coproductores, pero que no se verán este año, sino a partir de 2010.

Hemos tenido que posponer El Mayor, de Rigoberto López, y Casal, de Jorge Luis Sánchez, dos películas que se tornan muy complejas en el momento actual, sobre todo la primera. Pero no me cabe ninguna duda acerca de que las haremos, pues son dos proyectos importantes para la cinematografía nacional. Estamos priorizando filmes de bajo presupuesto y, sobre todo, documentales que se han filmado o terminan su rodaje ahora. Esto resulta en Cuba, donde los presupuestos «altos» son bajos, y los bajos tienden a ser «altos», pues muy pocos realizadores se resignan a que sus películas no circulen en 35 mm, ni tengan la posproducción que ello exige.

A pesar de lo que se cree, la conciencia económica es bastante escasa entre algunos de nuestros realizadores, incluyendo a productores y guionistas, sobre todo cuando se trata de un filme producido con el ICAIC. Es algo mágico: los presupuestos se triplican, los salarios se inflan, los recursos se complejizan irracionalmente. Y no es solo consecuencia de que la institución esté hipertrofiada, sino de la complicidad de los realizadores, incluso de los llamados independientes, con la rutina del gigantismo y el paternalismo, amén de la actitud de algunos organismos que piensan que el ICAIC es multimillonario, y nos cobran hasta la sonrisa. Claro, como cuidamos los detalles y muchas de nuestras instalaciones se caracterizan por el orden… Desde luego, en el mercado audiovisual actual o se juega al duro o no se juega, lo demás es ser alternativos, y muy pocos de nosotros estamos convencidos de que nuestro espacio natural es el del cine alternativo. Se trata de una falla de origen: nos educamos a imagen y semejanza de los grandes estudios europeos y norteamericanos, pero con las ventajas del socialismo. En fin, de inmediato habrá una angustiosa disminución de la producción, hasta que las condiciones económicas garanticen que pueda haber un despegue y de nuevo nos situemos en los niveles que estábamos empezando a alcanzar en 2007 y 2008.

Lógicamente, aumentará el banco de guiones o de proyectos, no solo por falta de financiamiento para su realización, sino por el propio desarrollo que ha ido alcanzando el audiovisual en nuestro país. Tanto en la industria como fuera de ella, se advierte un desarrollo intelectual innegable. Vivimos un momento de apogeo –no voy a decir que de esplendor– del cine en Cuba, con muchos creadores jóvenes irrumpiendo en el ámbito audiovisual. Habrá que proteger la experimentación para evitar que ciertas tendencias banalizadoras y economicistas, incluso entre los propios creadores, terminen asfixiando la diferencia. La estandarización es un peligro real, latente. El ICAIC ha de apostar, inequívocamente, por el arte, pero sin ignorar la economía.

Prosigo con el ejercicio de aventurar algunas ideas relacionadas con el futuro inmediato del cine cubano, y tal vez me repita:

• Se supone que aumenten los vínculos con otras instituciones o casas productoras cubanas. Se supone, digo, porque la nueva situación económica impacta a todos. En tal caso, lo aconsejable sería unir fuerzas.

• Disminuirán los servicios a terceros y las coproducciones con otros países, como resultado de la crisis financiera global; algo que se está viendo ya en las relaciones económicas y comerciales con otras cinematografías.

• Aumentarán las producciones mixtas o semiindependientes de muy bajo presupuesto, fundamentalmente documentales y cortometrajes.

• Crecerá el financiamiento extranjero para determinadas producciones independientes. Al respecto, no conviene ser ingenuos ante la dudosa procedencia de algunos de estos financiamientos. Es incuestionable que hay interés en desestabilizar nuestra realidad por todos los medios posibles; basta seguir de cerca algunas de las publicaciones enemigas que se ocupan de asuntos culturales cubanos, para saber que ciertas entidades están tratando de separar no solo a los creadores artísticos de sus instituciones históricas, sino de escindir también a la vanguardia artística y literaria de la vanguardia política. Esta es una estrategia claramente delineada por el imperialismo como parte de la subversión política e ideológica.

• Las instituciones difusoras adquirirán los derechos de más filmes independientes para su distribución y exhibición nacional e internacional. Ya nosotros lo hemos hecho con varias obras, aunque todavía de una manera incipiente, sin que esté previsto aún en los planes económicos como algo sistemático. De hecho, existe un mercado nacional abierto permanentemente para las realizaciones independientes y para adquirir derechos en general, incluso parciales, por una imagen, un testimonio, etc. Habrá que avanzar también desde el punto de vista jurídico, ya que esta modalidad es nueva. En la próxima edición del Festival de La Habana, sesionará nuevamente el Sector Industria, un espacio creado para estos y otros fines similares. Es en ese contexto específico donde se entrega el Premio Latinoamérica Primera Copia, auspiciado por el Alba Cultural, un mecanismo de integración del que el ICAIC forma parte activa.

• Disminución del número de salas de cine y video en funcionamiento, no solo por el deterioro de varias de ellas, sino por el creciente acceso de la población a las nuevas tecnologías y el consiguiente desplazamiento de la butaca al sofá, lo cual no significa una disminución de espectadores de cine en el país. Ahora se ven más películas que nunca antes, pero qué películas… He ahí el problema.

• Modernización de los circuitos de exhibición jerarquizados: grandes centros urbanos, capitales de provincias, ciudades más importantes, en lo concerniente a las salas de cine.

• Necesidad de propiciar el acceso al mejor cine en las zonas densamente pobladas y en las instituciones con grandes concentraciones de jóvenes. La programación y la promoción cinematográficas están obligadas a cambiar radicalmente. Existe una generación, tal vez dos, cuyos referentes artísticos dominantes son los peores.

• Fomentaremos la apreciación cinematográfica en las zonas montañosas y en las pequeñas comunidades mediante el uso del DVD, un papel más efectivo de los especialistas, de los instructores de arte y una mayor implicación de las escuelas. Es una tarea que debemos asumir con la devoción de los misioneros y sin subestimar ningún espacio, por pequeño que sea. Hay más aficionados al buen cine que los que pensamos.

• Aumento de la producción digital y disminución de la de 35 mm, hasta desplazarla totalmente de la fase de rodaje. Todavía esto es una herejía, pero así será, independientemente de que estemos o no de acuerdo.

• Disminución de la exhibición de cine extranjero en 35mm por problemas tecnológicos y por la gradual introducción de tecnología digital.

• Cambio radical en la forma y las estructuras de producción, que deberán ser más flexibles, eficientes y sencillas. Las realizaciones independientes o experimentales, no han de considerarse una amenaza, sino una ventaja.

• Recuperación del patrimonio fílmico, a partir de los recursos aportados por la cooperación internacional, sin desdeñar la contribución del Estado cubano, que será determinante para preservar la memoria histórica de la nación. Habrá que redoblar la búsqueda de financiamiento para este y otros proyectos afines. La recuperación del patrimonio será necesariamente costosa, ya que partimos de una infraestructura anacrónica y mal diseñada, y de un deterioro acumulado durante décadas, aunque recrudecido en los años más difíciles del Período Especial. La digitalización del patrimonio, no es solo para poder apreciarlo y socializarlo mejor, sino para convertirlo en una fuente de ingresos mediante la venta de derechos y para ponerlo al alcance de otros públicos como parte de la influencia creciente de nuestra cultura y la necesidad de no olvidar la Historia. A quienes se preocupan, ahora que nos ocupamos, les pedimos que se tranquilicen, cooperen y nos dejen trabajar.

• Aumentará el número de páginas web y de blogs sobre cine cubano. La institución debe propiciar y fortalecer sus propios espacios, y auspiciar otros.

• Continuará creciendo el número de profesionales graduados de las escuelas de cine del país, lo cual acentuará el desafío de crear empleo para esta nueva fuerza calificada.

• En cuanto a la producción de animados, se incrementarán las realizaciones en 3D, al tiempo que se hará mayor énfasis en la calidad de los guiones y de la producción, en sentido general.

• El cartel cinematográfico mantendrá su tendencia a la recuperación, con previsible elevación de la calidad artística y de su impacto internacional.

• Debemos atender mejor la formación de críticos de cine y propiciar que participen en el debate con los creadores y en el proceso institucional.

• Estamos abocados a aplicar medidas de racionalización laboral, como parte de la necesidad de aligerar el funcionamiento del ICAIC, y por otras razones.

En fin, para ir cerrando esta charla, concibo al ICAIC como un elemento aglutinador, determinante en la producción, la promoción y la exhibición cinematográficas, y como un proveedor de recursos financieros, tanto para la producción propia como para la de los mejores proyectos de los realizadores independientes, a través del Fondo de Fomento de la Producción Audiovisual, algo que acabamos de crear de conjunto con el Ministerio de Cultura. Es decir, continuaremos produciendo y alentando la producción autónoma, siempre sobre bases pautadas, pues no se trata de ser dadivosos con los pocos recursos disponibles. Un país que no tiene dinero, hostigado permanentemente por Estados Unidos, que tiene una serie de urgencias y prioridades que atender, indudablemente, no puede darse el lujo de prodigar recursos de manera festinada, sin la responsabilidad que ello precisa. El cine es muy costoso, incluyendo los proyectos experimentales o de bajo presupuesto, a los cuales, reitero, habrá que proteger aún más, y, por lo mismo, habrá que ser mucho más eficientes en la utilización de los recursos.

Hablo de «cine cubano» –un concepto muy superior al de «cine producido por el ICAIC»–, una noción cultural que abarca, propicia y unifica el papel de la institución en la representación de los creadores, como espacio orgánico para contribuir a su legitimación dentro de la sociedad. Comprender esto es muy importante, y es mucho más que la simplona exaltación del gremio o el narcisismo de los metalistas.

Frente a cualquier intento divisionista o desalentador, habrá que defender el criterio de la institución como algo imprescindible para la sobrevivencia del proyecto cultural revolucionario. Cuba sin instituciones es inimaginable, y sin instituciones definitivamente eficientes, tampoco es imaginable a mediano plazo. Durante nuestros cincuenta años, los enemigos se han pasado el tiempo tratando de crear caos, desaliento, intentando destruir las instituciones en que se apoya la Revolución, para de ese modo desmontarla y destruirla. Y, por supuesto, no faltan los apóstatas, quienes ahora se las dan de iconoclastas, al tiempo que reniegan de lo que ellos mismos desvirtuaron con su mal ejemplo.

Que hay que perfeccionar las instituciones; que son burocráticas, pesadas, anacrónicas; que tienen mil y un problemas; es verdad. Ahora bien, eso hay que proponérselo con la certidumbre de que lo hacemos para preservar lo esencial de la Revolución, su sentido histórico de justicia y su cualidad de cambio y ascenso permanentes. Y tendremos que empezar por nosotros mismos, implicándonos en una relación más sincera con la sociedad. Por ejemplo, uno de nuestros grandes problemas, es el excedente de personal, no solo administrativo, sino técnico y artístico. Pero qué hacemos: ¿Creamos un problema social? ¿Tomamos medidas que no tienen nada que ver con la política laboral de la Revolución en el sector de la cultura? ¿Creamos aquí una ínsula neoliberal cuando el mundo viene de regreso de ese tipo de «soluciones», que a la larga generan más problemas que beneficios? Es crucial que algunos trabajadores y cuadros de dirección comprendan que deben luchar por lo nuevo, o, sencillamente, dar paso a ello.

Por otra parte, se está produciendo un relevo, no precisamente ordenado, que precipita los acontecimientos y, en el caso de algunas especialidades de la actividad cinematográfica, no responde a criterios de racionalidad alguna. El origen de tales incongruencias está en la poca coordinación que ha existido entre las escuelas de cine y televisión y las industrias audiovisuales. La «oferta» no se corresponde con la «demanda». Para ordenar este proceso, se impone la imprescindible decantación, a lo que mucho pudiera contribuir, tratándose de instituciones culturales, un mayor auge de la crítica de arte, que no existe como debiera –y que a veces, incluso, es totalmente contraproducente–, a los fines de establecer las imprescindibles jerarquías artísticas y determinar lo prescindible. Hay que empezar por ubicar, por reestablecer dichas jerarquías para ir sabiendo realmente a qué atenernos. En un contexto en el que casi nadie sabe quién es quién y todo el mundo presume de maestro, donde hay una gran confusión estética –también herencia o consecuencia del mundo en que vivimos–, es muy difícil establecer esa decantación. En fin, hay que perfeccionar los mecanismos de selección, excluyendo cualquier fórmula burocrática, cualquier dirigismo reduccionista, simplificador, sin concesiones al paternalismo y, muchísimo menos, al «espontaneísmo».

Para mí está claro que a los jóvenes realizadores hay que apoyarlos –y es lo que hemos hecho, con una persistencia inagotable, hasta hoy–, pero, sobre todo, pienso que debemos ayudarlos –y tienen que dejarse ayudar–, en algunos aspectos relacionados con su formación, pues llegan con evidentes vacíos culturales. Lo digo una vez más, un cineasta es lo que más se parece a un renacentista en nuestra época. Dominar los artilugios de la técnica, no significa domeñar los secretos del arte.

Habrá que establecer y definir una nueva cartografía «oficial» del cine cubano. Digamos, el director-productor, una figura que apenas existía y que cada vez se nos presenta más asiduamente: alguien en posesión de las herramientas imprescindibles para hacer una película, que puede concebirla, producirla, llevarla a término y hacerla circular. Ese director, supuestamente autónomo, que sería el frenesí del cine de autor, la fiesta individual de la creación, ya está presente, ya pudiera estar en este auditorio, y ha de encontrar espacio natural en cualquier discurso relativo al cine cubano.

Hay que fomentar las asociaciones económicas de nuevo tipo para la producción cinematográfica, lo cual exige bases jurídicas también nuevas: la definición y el establecimiento de aspectos como los impuestos, las cuentas bancarias, los créditos, la legitimidad de esas fuentes de financiamiento, la verificación de los hechos y la penalización de los delitos asociados a esas nuevas formas de producción. En fin, algo totalmente sin precedentes, y, además, inevitable. Es parte del desarrollo y de los cambios que han tenido lugar en esta manifestación. Negarlo equivale a estar ciegos y a convertirse en un obstáculo. No será con remiendos chapuceros como resolveremos nuestros problemas actuales en el ámbito audiovisual. De ahí que estemos trabajando con la UNEAC, la Asociación Hermanos Saíz, el Ministerio de Cultura, el ICRT y diversos organismos globales para procurar las soluciones que consideramos definitivas, no precisamente coyunturales. Diría que en los últimos dos años hemos avanzado muchísimo. El cine, por ejemplo, era la manifestación artística más rezagada en materia de derecho de autor. Entre nosotros casi todo se concebía en el llamado «marco del empleo». Muñoz Bach, a pesar de la calidad de sus centenares de afiches, no tenía derecho a recibir retribución económica alguna, como no fuera su salario, por el uso y abuso de sus diseños. Igual los realizadores, en el caso de sus películas, sus guiones, sus imágenes.

En lo que respecta a la producción autónoma, el tema financiero es uno de los más complejos, aunque parezca el más simple. Se podría pedir un préstamo a un banco para producir una película de forma independiente, cumpliendo con los requisitos que establece el sistema bancario: garantías, legitimidad, etc. Pudiera hacerse, pero nos enfrentaríamos a otro asunto: qué garantías de pago lo respaldarían, cómo recuperar la inversión, si en nuestro país el cine es un proyecto absolutamente cultural, subsidiado por el Estado, donde acceder a una sala cinematográfica, cuesta un peso, a lo sumo tres. En las circunstancias actuales, es muy difícil que una película cubana, cualquiera que sea su manera de producción, recupere el costo, no ya en divisas, sino en moneda nacional. Las hubo, sí, cuando la estructura de nuestras finanzas era diferente y un peso era un peso. Estoy seguro de que Las aventuras de Juan Quin Quin, que es la más vista –cuatro millones y medio de espectadores–, recuperó sus costos en aquella época. Otras películas cubanas pudieran haberlos recuperado también, pero cuando uno empieza a analizar y a sacar cuentas con la divisa incorporada, tras la aparición de la doble moneda, esto se complica. La doble moneda, en mi opinión, adulteró radicalmente el diseño financiero del ICAIC, y, aunque parezca ilógico lo que estoy diciendo, pues nos mantuvimos activos gracias a ello, repercutió negativamente en algunas zonas de su actividad creadora. No siempre el arte ha sido lo primero, y a veces ni siquiera la industria.

Recientemente se han hecho dos documentales por el 50 Aniversario del ICAIC que constituyen encargos, y en los que participan varios jóvenes realizadores. Antes habíamos hecho algo similar con Tres veces dos, las series Caminos de Revolución y la dedicada a la música cubana, y en otros proyectos. En general, constituyen una experiencia positiva, que debe ser tomada en cuenta ahora que pensamos otras fórmulas y mecanismos de producción.

A largo plazo, nuestro destino será el ya prefigurado en nuestros objetivos estratégicos de trabajo, y pudiera resumirse de este modo: que la actividad cinematográfica esté en armonía (una armonía dialéctica, se sobreentiende) con el diseño estructural y filosófico de la sociedad, particularmente de la economía y de la cultura, y en ruptura permanente con cualquier intento de banalizar la realidad y de manipularla contra la Revolución. Si esto se lograra siempre, cumpliríamos con buena parte de nuestros deberes.

Como dije, todo indica que cada vez crecerá más la producción fuera de la institución. Es una regularidad mundial, y no tiene por qué ser diferente en nuestro caso. De ahí a que todo lo que se produzca sea arte, hay una gran distancia; de ahí a considerar a lo que se da fuera de la institución como lo más perdurable, lo más trascendente, desde el punto de vista estético, a mí me parece una exageración, un disparate, un nuevo dogma, que, dicho sea de paso, he escuchado en boca de algún que otro nihilista. Me pregunto cómo es posible que se llegue a afirmar eso de una institución que, en el caso del ICAIC, tiene en su haber, hasta el pasado año, 4 132 títulos de producción propia. Hablamos de 1 185 documentales, de 200 y más largometrajes, de algo más de 1 200 animados, 1 493 Noticieros ICAIC Latinoamericanos, algunos cortometrajes de ficción y otras producciones similares. Una industria que sigue produciendo, que sigue viva, que continúa participando activamente en la cultura cubana y en la sociedad. Bastaría decir Estudios de Animación del ICAIC para callar a esos aventureros del criterio.

En mi opinión, lo que conducirá verdaderamente al crecimiento y desarrollo es la unidad, la síntesis dentro de la diversidad, una visión más amplia, audaz, responsable e integradora, pero basada en criterios artísticos, que propicie a los que tenemos en común determinados principios, encontrar espacio en la casa que nos pertenece, la casa de todos. No vamos a desmontar el ICAIC para complacer a cuatro o cinco irresponsables. La institución estatal o pública de cine existe en prácticamente todos los países con tradición o voluntad de desarrollar esta manifestación artística. Pensemos en otras naciones en desarrollo, pensemos en varios países europeos, latinoamericanos, africanos, asiáticos. Adopta diferentes formas, pero existe. La nuestra ha de mantener sus características, aunque la singularicen. Sin el ICAIC, en Cuba no habría ni habrá cinematografía nacional. Tendríamos que inventarlo. Así de simple. Hay que ver el futuro de esa manera, con realismo pero con responsabilidad, porque el que parta de otra perspectiva, dicho en buen cubano, queda al pairo, se lo lleva la corriente, lo mismo en un sentido que en otro (terquedad institucionalista o anarquía organizativa).

Omar con Sergio Corrieri en el 45 aniversario del ICAIC.Estuve en el homenaje que acaban de hacer al ICAIC en Roma –un gran homenaje, por cierto, a sala llena siempre, con una programación de filmes cubanos de distintas épocas, incluyendo documentales– y visité Cinecittà. La realidad los llevó a adoptar una estructura típica del capitalismo contemporáneo: una especie de fundación o holding, y un brazo empresarial muy fuerte. Les pregunté a los responsables de ambas entidades cuál era el peso del cine italiano en la producción de esos megaestudios –que son varias veces mayores que los nuestros– y me dijeron que apenas hacen cine italiano, que se dedican, fundamentalmente, a grandes producciones internacionales, a servicios. La serie de televisión Roma, por ejemplo, se filmó allí –imagínense, reproducir toda la magnificencia de la Roma antigua–, y allí están aún los escenarios que se utilizaron; costosísimos, pero reciclándose para otras producciones audiovisuales. Otro tanto sucede con los ambientes de Pandillas en Nueva York, la película de Scorsese, que también se hizo allí, con un nivel de detalles y de verosimilitud asombroso. Y no destruyen esos escenarios, los remodelan y recomponen con un sentido práctico, de racionalidad y ahorro muy estricto. Generalmente hacen grandes producciones norteamericanas, porque a los consorcios les resultan más baratas allí. Cinecittà tiene sucursales en Marruecos y en Torino. Son el cliente por excelencia de la concentración global de capitales en la industria cinematográfica, y no deja de ser una entidad con fuerte participación pública. Pero el desarrollo del cine italiano no es, para nada, su razón de ser. Al cine italiano, de hecho, ni siquiera lo ven los propios italianos, excepto algo de Tornattore y de Benigni, y lo que perdura de los clásicos en el recuerdo nacional.

El cine que nosotros haremos cada vez prescindirá más, por sus características, de las grandes construcciones escenográficas, y tendrá que recurrir, muy a menudo, a soluciones digitales, a un mayor empleo de materiales efímeros, maleables, diferentes de los que utilizamos en la actualidad. Pudiéramos ser una entidad próspera en los servicios, con una inversión mínima y un mínimo de coherencia en la producción cinematográfica y audiovisual del país, y se mantendría un espacio como el de Cubanacán, que no debemos desmantelar, sino transformar en una nueva entidad de servicios competitiva, tanto para el cine como para la televisión y los espectáculos. Yo desconfío mucho de las «soluciones» que se basan en la destrucción de lo que ha funcionado, porque en ese frenesí de la mandarria, matamos la experiencia. Equilibrio es desarrollo.

Otro de los objetivos que debemos lograr es una mayor relación entre el cine y la televisión, para que esta actúe no solo como un medio de difusión de la producción terminada –en lo cual últimamente se han logrado magníficos resultados–, sino como un factor de empleo, de encargo, que, en general, contribuya a la revitalización de ambos. Es algo que tenemos que modificar, si queremos entrar en relaciones económicas y financieras naturales, ahora que existe una política del Estado que persigue una mayor eficiencia y que implica la eliminación de numerosas gratuidades. Estas y otras medidas similares, son imprescindibles para incentivar la producción cinematográfica, en virtud de que el Estado «nodriza» es insostenible.

Las áreas fundamentales del ICAIC tienen previsto un plan de desarrollo a corto, mediano y largo plazos; es un programa cuyo mayor, y diría que único, problema es financiero. Casi nada. En las áreas tecnológicas, por ejemplo, la renovación es imprescindible, si bien somos partidarios de no dar la espalda a las «viejas» tecnologías, por la misma razón que todavía el lápiz sigue siendo más utilizado que la computadora, no solo como instrumento o herramienta, sino como tecnología.

Trabajamos de conjunto con la Facultad de Medios de Comunicación Audiovisual del Instituto Superior de Arte, de donde surge la mayor parte de los realizadores de la televisión y del cine cubanos en la actualidad, y con la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, donde también se forman guionistas, directores, productores y otros profesionales cubanos, aunque en menor medida que en la Facultad del ISA. Damos la batalla y procuramos soluciones conjuntas para que estos jóvenes tengan empleo en nuestro país, y coordinamos con las autoridades docentes para que la formación responda a criterios de necesidad y los egresados tengan garantías de ubicación o, al menos, de realización personal dentro y no fuera del país. La práctica irresponsable de formar técnicos y profesionales sin tener en cuenta las necesidades de las instituciones, es algo que no puede continuar, y de ello deberían ocuparse no solo las entidades empleadoras, sino las que tienen que ver con la planificación de los recursos humanos en todos los niveles. Lo que digo es aplicable también en el supuesto caso de que nuestras escuelas se dediquen a formar cineastas «independientes», porque dónde está el «mercado audiovisual», la infraestructura tecnológica y la economía nacional que sustenten tal política, si es que esto pudiera llamarse política. Felizmente, es algo con perspectivas de solución inmediata, pues ya se tiene una mayor conciencia del problema. Sin embargo, se avanza y se retrocede. Me angustio cuando tratan de explicarme esta incongruencia desde una perspectiva supuestamente cultural. Pareciera demagogia.

Un punto de vista importante en cuanto a cómo emprender la modernización del ICAIC hoy, es tener siempre presente que el actual, y aún más, el del futuro, es y será diferente a como ha sido hasta aquí, y que, por lo tanto, hablar de recuperación no es lo más apropiado, sino de transformación desde todo punto de vista: producción, distribución, exhibición, diseño tecnológico, etc. Así es como entiendo la continuidad.

Otro aspecto determinante en nuestro enfoque, aunque ya parezca reiterativo, es que el desarrollo del cine en Cuba no pasa solo por lograr una renovación plena en el ICAIC, sino por validar y hacer comprender una noción otra de cine cubano, que parta del ICAIC por su indiscutible liderazgo histórico. Liderazgo que tiene que probar día a día, pero que yo creo inobjetable. Como hemos señalado más de una vez, la condición de vanguardia no se alcanza por decreto ni por generación espontánea, es el resultado de un modelo integral y de su capacidad de renovarse y anticiparse todos los días. El cine ha sido, por otra parte, la manifestación artística más perjudicada por la crisis económica que ha afectado a nuestro país, y ahora, cuando más reanimados estábamos en los últimos quince años, volvemos a ser muy perjudicados por la propia circunstancia económica. En un momento como este, necesitamos que se comprenda la especificidad del cine y que, si bien no podremos avanzar al ritmo que íbamos, tampoco retrocedamos. En todos los países en desarrollo donde existe el cine como industria, el apoyo del Estado ha sido determinante. Cuba es un ejemplo incuestionable de esa voluntad política.

El cine es mucho más que el placer de los ingenuos, la agudeza de los elegidos, o la evocación inteligente de la memoria, el cine es un asunto de importancia estratégica ante la avalancha hegemónica del imperialismo en la cultura. Y esta, con perdón de quienes escribimos, no es la era de la palabra escrita, sino de la imagen sonora en movimiento, del audiovisual omnipresente y de la pantalla en la retina. Por favor, no perdamos de vista lo esencial.

1 Gubern, Román: «¿Por qué no gusta el cine español?», en El País, 2 de febrero de 2008.

2 Ídem.

Versión abreviada de la conferencia ofrecida por Omar González, presidente del ICAIC, el 6 de mayo de 2009, como cierre del ciclo Cine y Revolución, organizado con motivo del 50 aniversario de la institución.

Descriptor(es)
1. CARTEL
2. CINE CUBANO
3. CINE CHINO
4. CINE INDIO
5. DERECHOS DE AUTOR
6. FESTIVAL DE CANNES, CANNES, FRANCIA
7. FINANCIAMIENTO
8. HOLLYWOOD
9. INSTITUTO CUBANO DEL ARTE E INDUSTRIA CINEMATOGRAFICOS (ICAIC)
10. INSTITUTO SUPERIOR DE ARTE (ISA), LA HABANA, CUBA
11. MUESTRA DE NUEVOS REALIZADORES, LA HABANA, CUBA
12. NUEVAS TECNOLOGIAS AUDIOVISUALES
13. OBSERVATORIO EUROPEO DEL AUDIOVISUAL

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