FICHA ANALÍTICA
Mucho cine dentro de una burbuja
Padrón Nodarse, Frank (1958 - )
Título: Mucho cine dentro de una burbuja
Autor(es): Frank Padrón Nodarse
Fuente: Revista Cine Cubano On Line
Número: 15
Mes: Julio - Diciembre
Año de publicación: 2009
Aunque toda una novela (nada menos que merecedora del Premio UNEAC 2006), La burbuja, de Gleyvis Coro Montanet (Pinar del Río, 1974) pudiera leerse también como un guión cinematográfico, pero no uno cualquiera (del tipo: indicaciones elementales para el director), sino de los que han sido generados por todo un escritor que gusta, sencillamente, de recrear con recursos literarios las imágenes que luego se materializarán en la pantalla.
De hecho, aquí el método narrativo sería la analepsis, como quiera que asistimos a la historia contada retrospectivamente o, al menos, mediante abruptos saltos temporales que mezclan los diversos tiempos de la diégesis de manera acronológica y con mucha frecuencia, desde la perspectiva de los diferentes personajes, incluyendo por supuesto al narrador, que con todo y lo (pos)moderna de la propuesta, no desecha la omnisciencia, a veces tan necesaria para ciertos esclarecimientos y precisiones.
Mas, se preguntarán ya los potenciales lectores (claro, los que aún no hayan degustado la novela) ¿de qué va esta «burbuja»?: pues de cine, abundante y pleno, por lo cual pudiera decirse que significante y significado, para recurrir a la vieja terminología saussuriana, coinciden. Un equipo fílmico intenta realizar un largometraje de ficción sobre Julio Antonio Mella, esa figura emblemática de las luchas antimachadistas en Cuba, pero los recortes de presupuesto (algo tan habitual en el medio, como sabe todo el que lo «manosea» desde cualquiera de sus ángulos) obligan a dejarlo en un corto.
Gleyvis, también cultora de la poesía y el cuento y quien pese a su juventud ya acumula más de un importante galardón en esos rubros, debuta en los difíciles meandros de la novela con muy bien encaminados pasos: La burbuja descuella no solo por una inteligente y aguda escritura, que ya habíamos apreciado quienes conocíamos algunas de esas anteriores incursiones en otros géneros, sino por una madura elaboración en el cincelado de personajes, y un puñado de atendibles y motivadoras consideraciones en el terreno ideoestético.
Para empezar por este último campo, su nueva obra es, en muy considerable medida, toda un ars poetica: reflexiona (e invita a ello) sobre la importancia y el alcance de la literatura, el arte todo (innecesario insistir en el protagonismo del cine) no solo entre nosotros sino en la sociedad actual, respecto a nexos que, al parecer, nunca se agotarán: el compromiso social del artista y las fronteras entre axiología y estética, eticidad y ética, los vasos comunicantes entre vidas privadas y públicas o la huella que deja en todo creador lo creado (o «creable») son algunos de esos puntos.
Por ejemplo, la figura del líder emblemático, su militancia comunista y sus relaciones con la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), no son para los realizadores más importantes que su vida personal y, por tanto, su dimensión humana. Por eso, como refiere el director cinematográfico:
Desde el mismo momento en que manejábamos lo cultural, lo político y lo histórico no verificable, el asunto de filmar vino a convertirse en una agonía de la creación y en un problema político.1
La presencia de la URSS dados esos inescamoteables vínculos de Mella con el legendario país de Europa del este, le permiten a Coro adentrarse en un ítem de gran peso en la historia cubana dentro de estos cinco decenios revolucionarios. Justamente, las decisivas relaciones de ese Estado con el nuestro durante tanto tiempo (desde inicios de los años sesenta del pasado siglo hasta finales de los ochenta) resultaron sin dudas el magma ideal para que la escritora concibiera uno de los más ricos y sugestivos personajes de la novela: Várvara Legásova, a la sazón, rusa residente en Cuba y guionista del equipo que trabaja en la película sobre el héroe cubano.
Además de su presencia en la narración «horizontal», la ex soviética discursa mediante e-mails que envía sobre todo a coterráneos y familiares, y en los que, a más de contar puntualmente accidentes y problemas del rodaje en el municipio-escenario donde se ubican para filmar, emprende una constante valoración sobre la vida cubana, sus características, su gente (y esto, mucho más allá de sus compañeros de trabajo, aunque particularizando en varios de ellos). A modo de ejemplo, le escribe a Simón (crítico criollo):
En Cuba existe un marcado desnivel entre lo que se desea y lo que al fin se logra. Tienen figuras que descuellan en los más variados campos, pero no el caldo homogéneo, la cepa común que los nutra y los afinque. Luego, esos entes esporádicos, un científico aquí, un pensador allá, inconexos y desleales, aprenden a existir lo mismo como milagro que como error.2
Ahora bien, esa condición de «filósofa nata» en un ser de otra cultura y otras coordenadas geográficas y sociales no la convierte en absoluto en un manual de frases más o menos ingeniosas y profundas sobre un pueblo que ha adoptado como segunda patria. En sus aristas más íntimas, en sus costados más individuales, esta mujer deviene personaje repleto de matices y claroscuros, en lo cual no difiere –dicho sea– del resto de sus colegas cubanos: Pumarejo (elocuente este nombre para lectores cubanos mayores de cincuenta años), ese «Puma» director; el delegado, Rita, Salma Pe, Zoilo Borrego, Diana, Liván y todo el conglomerado humano que integra el equipo y a la vez el complejo dramatis personae de la novela: técnicos y artistas, como decíamos, rigurosamente caracterizados desde sus jugosos rasgos y sus peculiares y bien urdidas interrelaciones afectivas, profesionales y/o eróticas. Sin olvidar al narrador, que emula (a veces supera) en ingenio, precisión y cubanía, a la mayoría de sus compañeros observados por él y por supuesto, no solo narra sus actuares y pensares en el sentido tradicional, sino que también reflexiona, opina, juzga:
Se dejó llevar por la idea de que había una cámara sobre su cabeza, y más allá de la cámara, en el techo de la habitación número siete, múltiples hileras de sillas de un teatro vacío, y dentro de un óvalo de luz un director de cine, un buen director de izquierdas –¿Visconti, Passolini, Bertolucci?– que le pedía que hablase.3
Aunque bien se sabe que no es ni tiene que trasuntar la cosmovisión personal del autor (como en el caso de cualquier otro personaje), este narrador tiene mucho de Gleyvis: su sentido de la ironía, su gracia narrativa y (algo imprescindible en una novela de este tipo) su cultura no solo libresca sino fílmica, y general, que le permite, amén de sólidos y provocadores comentarios, desplegar toda una plataforma intertextual (cine-literatura e incluso otros campos como la música, el béisbol, etc.) que enriquece notablemente el relato.
Y entre esos «injertos» aparecen sendas críticas, con posiciones divergentes en torno al hecho fílmico ya concretado. En una de las anticipaciones frecuentes de la narración, la novelista incluye par de reseñas (una de ellas, ¡faltaba más!, del tal Simón) sobre el filme Mella, con lo cual ella confiere a este sector, paratextual respecto al cine, el importante papel que en realidad tiene (y que algunos dentro de ese mundo pretenden o fingen «ningunear»).
Por supuesto, se aprecia un conocimiento de primera mano sobre la historia (el contexto que rodeó a Mella, Tina Modotti y otros personajes enlazados con ellos; las relaciones entre Cuba y la URSS durante varios años y décadas, con sus variaciones y matices…), pero claro, diluido en el corpus literario, sin panfletos historicistas ni mucho menos políticos.
A veces, sinceramente, la madeja de cortes en las intervenciones, de recurrencias y alternancias en los personajes mediante sus propios monólogos y los del narrador, como imitando (también) cierto montaje fílmico (de esos iconoclastas, a lo «cine indie»), provoca cierto caos que dificulta la nitidez en la recepción y descodificación del texto. Si algo hay que reprocharle a la narradora es eso: el que echemos de menos una mejor organización, quizá un tanto más racional (y hasta «convencional») de la secuencia narrativa, pero claro, ello no llega al punto de eclipsar los nada escasos valores que se aprecian en su opera prima novelística.
Coro, más allá del cine y su lenguaje (tan bien entretejido a lo literario, como hemos dicho), más allá de los perfiles psicológicos de sus personajes (sobre todo en lo concerniente a sus motivaciones y entresijos sexuales, con lo cual ella nos acerca una parcela saludablemente freudiana), por encima (o debajo) de las tramas y subtramas que conforman el devenir narrativo y sus enveses, encontramos una espesa y enriquecedora reflexión sobre la vida misma: la polisemia de todo, el hecho de que no hay nada que escape a dobles y triples lecturas; la caracterización de la idiosincrasia cubana en sus contradictorias y sustanciosas vertientes; el arte como el gran salvador, como la posibilidad de redención humana pese a las ingentes dificultades (en el caso de nuestro país, se sabe, mucho mayores) para emprender cualquier proyecto que, sin embargo, sigue adelante aún –o quizá gracias a– esos muchos obstáculos que con frecuencia hacen abortar pero instan a retomar, perfeccionar y salir adelante.
Y claro que dentro de ello, la novelista ofrenda su personal homenaje al cine, ese arte de millones, la sala oscura que sigue encandilando y encantando a muchos. Por ejemplo, hablando esta vez desde la singular Várvara, apunta:
El cine se consume en masa, se exhibe en masa, en una sala oscura donde el espectador se encuentra aparentemente solo, mirando solo hacia ese solo punto luminoso que es la pantalla. Y en esa sala oscura, la solitaria conciencia del individuo está de fiesta, porque se siente a gusto, se percibe íntima, lo que es una soledad acompañada, una comunión de emociones que no deja escapar un detalle del filme, porque lo juzga todo.4
En esa comunión de emociones, Gleyvis Coro eleva esta burbuja que no se deshará, y ojalá devenga el primer paso del camino a la pantalla, pues, entre otras virtudes, su novela sería (al menos a nivel escritural) algo más que un discreto corto de ficción: un señor largometraje que de seguro llevaría mucha mejor suerte que el filme Mella de su historia. Claro que para esto bien le vendría convocar al Puma y su peculiar equipo, pero bien sabemos que, como ellos, tenemos algunos en nuestro cine, y en todos.
Por lo pronto, se trata de una novela excelente, que derriba las cada vez más débiles barreras intergenéricas para solo lanzar un diálogo que encuentra oídos, ojos, sensibilidades receptoras y de seguro agradecidas, como para premiarla con un cerrado y sonoro aplauso cuando en la página final (¿o la inmensa pantalla?) aparezca la palabra FIN.
1 Gleyvis Coro, La burbuja, La Habana, Ediciones Unión, 2005, p. 29.
2 Ibíd., p. 31.
3 Ibíd., p. 37.
4 Ibíd., p. 185.
Descriptor(es)
1. LITERATURA Y CINE
Título: Mucho cine dentro de una burbuja
Autor(es): Frank Padrón Nodarse
Fuente: Revista Cine Cubano On Line
Número: 15
Mes: Julio - Diciembre
Año de publicación: 2009
Aunque toda una novela (nada menos que merecedora del Premio UNEAC 2006), La burbuja, de Gleyvis Coro Montanet (Pinar del Río, 1974) pudiera leerse también como un guión cinematográfico, pero no uno cualquiera (del tipo: indicaciones elementales para el director), sino de los que han sido generados por todo un escritor que gusta, sencillamente, de recrear con recursos literarios las imágenes que luego se materializarán en la pantalla.
De hecho, aquí el método narrativo sería la analepsis, como quiera que asistimos a la historia contada retrospectivamente o, al menos, mediante abruptos saltos temporales que mezclan los diversos tiempos de la diégesis de manera acronológica y con mucha frecuencia, desde la perspectiva de los diferentes personajes, incluyendo por supuesto al narrador, que con todo y lo (pos)moderna de la propuesta, no desecha la omnisciencia, a veces tan necesaria para ciertos esclarecimientos y precisiones.
Mas, se preguntarán ya los potenciales lectores (claro, los que aún no hayan degustado la novela) ¿de qué va esta «burbuja»?: pues de cine, abundante y pleno, por lo cual pudiera decirse que significante y significado, para recurrir a la vieja terminología saussuriana, coinciden. Un equipo fílmico intenta realizar un largometraje de ficción sobre Julio Antonio Mella, esa figura emblemática de las luchas antimachadistas en Cuba, pero los recortes de presupuesto (algo tan habitual en el medio, como sabe todo el que lo «manosea» desde cualquiera de sus ángulos) obligan a dejarlo en un corto.
Gleyvis, también cultora de la poesía y el cuento y quien pese a su juventud ya acumula más de un importante galardón en esos rubros, debuta en los difíciles meandros de la novela con muy bien encaminados pasos: La burbuja descuella no solo por una inteligente y aguda escritura, que ya habíamos apreciado quienes conocíamos algunas de esas anteriores incursiones en otros géneros, sino por una madura elaboración en el cincelado de personajes, y un puñado de atendibles y motivadoras consideraciones en el terreno ideoestético.
Para empezar por este último campo, su nueva obra es, en muy considerable medida, toda un ars poetica: reflexiona (e invita a ello) sobre la importancia y el alcance de la literatura, el arte todo (innecesario insistir en el protagonismo del cine) no solo entre nosotros sino en la sociedad actual, respecto a nexos que, al parecer, nunca se agotarán: el compromiso social del artista y las fronteras entre axiología y estética, eticidad y ética, los vasos comunicantes entre vidas privadas y públicas o la huella que deja en todo creador lo creado (o «creable») son algunos de esos puntos.
Por ejemplo, la figura del líder emblemático, su militancia comunista y sus relaciones con la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), no son para los realizadores más importantes que su vida personal y, por tanto, su dimensión humana. Por eso, como refiere el director cinematográfico:
Desde el mismo momento en que manejábamos lo cultural, lo político y lo histórico no verificable, el asunto de filmar vino a convertirse en una agonía de la creación y en un problema político.1
La presencia de la URSS dados esos inescamoteables vínculos de Mella con el legendario país de Europa del este, le permiten a Coro adentrarse en un ítem de gran peso en la historia cubana dentro de estos cinco decenios revolucionarios. Justamente, las decisivas relaciones de ese Estado con el nuestro durante tanto tiempo (desde inicios de los años sesenta del pasado siglo hasta finales de los ochenta) resultaron sin dudas el magma ideal para que la escritora concibiera uno de los más ricos y sugestivos personajes de la novela: Várvara Legásova, a la sazón, rusa residente en Cuba y guionista del equipo que trabaja en la película sobre el héroe cubano.
Además de su presencia en la narración «horizontal», la ex soviética discursa mediante e-mails que envía sobre todo a coterráneos y familiares, y en los que, a más de contar puntualmente accidentes y problemas del rodaje en el municipio-escenario donde se ubican para filmar, emprende una constante valoración sobre la vida cubana, sus características, su gente (y esto, mucho más allá de sus compañeros de trabajo, aunque particularizando en varios de ellos). A modo de ejemplo, le escribe a Simón (crítico criollo):
En Cuba existe un marcado desnivel entre lo que se desea y lo que al fin se logra. Tienen figuras que descuellan en los más variados campos, pero no el caldo homogéneo, la cepa común que los nutra y los afinque. Luego, esos entes esporádicos, un científico aquí, un pensador allá, inconexos y desleales, aprenden a existir lo mismo como milagro que como error.2
Ahora bien, esa condición de «filósofa nata» en un ser de otra cultura y otras coordenadas geográficas y sociales no la convierte en absoluto en un manual de frases más o menos ingeniosas y profundas sobre un pueblo que ha adoptado como segunda patria. En sus aristas más íntimas, en sus costados más individuales, esta mujer deviene personaje repleto de matices y claroscuros, en lo cual no difiere –dicho sea– del resto de sus colegas cubanos: Pumarejo (elocuente este nombre para lectores cubanos mayores de cincuenta años), ese «Puma» director; el delegado, Rita, Salma Pe, Zoilo Borrego, Diana, Liván y todo el conglomerado humano que integra el equipo y a la vez el complejo dramatis personae de la novela: técnicos y artistas, como decíamos, rigurosamente caracterizados desde sus jugosos rasgos y sus peculiares y bien urdidas interrelaciones afectivas, profesionales y/o eróticas. Sin olvidar al narrador, que emula (a veces supera) en ingenio, precisión y cubanía, a la mayoría de sus compañeros observados por él y por supuesto, no solo narra sus actuares y pensares en el sentido tradicional, sino que también reflexiona, opina, juzga:
Se dejó llevar por la idea de que había una cámara sobre su cabeza, y más allá de la cámara, en el techo de la habitación número siete, múltiples hileras de sillas de un teatro vacío, y dentro de un óvalo de luz un director de cine, un buen director de izquierdas –¿Visconti, Passolini, Bertolucci?– que le pedía que hablase.3
Aunque bien se sabe que no es ni tiene que trasuntar la cosmovisión personal del autor (como en el caso de cualquier otro personaje), este narrador tiene mucho de Gleyvis: su sentido de la ironía, su gracia narrativa y (algo imprescindible en una novela de este tipo) su cultura no solo libresca sino fílmica, y general, que le permite, amén de sólidos y provocadores comentarios, desplegar toda una plataforma intertextual (cine-literatura e incluso otros campos como la música, el béisbol, etc.) que enriquece notablemente el relato.
Y entre esos «injertos» aparecen sendas críticas, con posiciones divergentes en torno al hecho fílmico ya concretado. En una de las anticipaciones frecuentes de la narración, la novelista incluye par de reseñas (una de ellas, ¡faltaba más!, del tal Simón) sobre el filme Mella, con lo cual ella confiere a este sector, paratextual respecto al cine, el importante papel que en realidad tiene (y que algunos dentro de ese mundo pretenden o fingen «ningunear»).
Por supuesto, se aprecia un conocimiento de primera mano sobre la historia (el contexto que rodeó a Mella, Tina Modotti y otros personajes enlazados con ellos; las relaciones entre Cuba y la URSS durante varios años y décadas, con sus variaciones y matices…), pero claro, diluido en el corpus literario, sin panfletos historicistas ni mucho menos políticos.
A veces, sinceramente, la madeja de cortes en las intervenciones, de recurrencias y alternancias en los personajes mediante sus propios monólogos y los del narrador, como imitando (también) cierto montaje fílmico (de esos iconoclastas, a lo «cine indie»), provoca cierto caos que dificulta la nitidez en la recepción y descodificación del texto. Si algo hay que reprocharle a la narradora es eso: el que echemos de menos una mejor organización, quizá un tanto más racional (y hasta «convencional») de la secuencia narrativa, pero claro, ello no llega al punto de eclipsar los nada escasos valores que se aprecian en su opera prima novelística.
Coro, más allá del cine y su lenguaje (tan bien entretejido a lo literario, como hemos dicho), más allá de los perfiles psicológicos de sus personajes (sobre todo en lo concerniente a sus motivaciones y entresijos sexuales, con lo cual ella nos acerca una parcela saludablemente freudiana), por encima (o debajo) de las tramas y subtramas que conforman el devenir narrativo y sus enveses, encontramos una espesa y enriquecedora reflexión sobre la vida misma: la polisemia de todo, el hecho de que no hay nada que escape a dobles y triples lecturas; la caracterización de la idiosincrasia cubana en sus contradictorias y sustanciosas vertientes; el arte como el gran salvador, como la posibilidad de redención humana pese a las ingentes dificultades (en el caso de nuestro país, se sabe, mucho mayores) para emprender cualquier proyecto que, sin embargo, sigue adelante aún –o quizá gracias a– esos muchos obstáculos que con frecuencia hacen abortar pero instan a retomar, perfeccionar y salir adelante.
Y claro que dentro de ello, la novelista ofrenda su personal homenaje al cine, ese arte de millones, la sala oscura que sigue encandilando y encantando a muchos. Por ejemplo, hablando esta vez desde la singular Várvara, apunta:
El cine se consume en masa, se exhibe en masa, en una sala oscura donde el espectador se encuentra aparentemente solo, mirando solo hacia ese solo punto luminoso que es la pantalla. Y en esa sala oscura, la solitaria conciencia del individuo está de fiesta, porque se siente a gusto, se percibe íntima, lo que es una soledad acompañada, una comunión de emociones que no deja escapar un detalle del filme, porque lo juzga todo.4
En esa comunión de emociones, Gleyvis Coro eleva esta burbuja que no se deshará, y ojalá devenga el primer paso del camino a la pantalla, pues, entre otras virtudes, su novela sería (al menos a nivel escritural) algo más que un discreto corto de ficción: un señor largometraje que de seguro llevaría mucha mejor suerte que el filme Mella de su historia. Claro que para esto bien le vendría convocar al Puma y su peculiar equipo, pero bien sabemos que, como ellos, tenemos algunos en nuestro cine, y en todos.
Por lo pronto, se trata de una novela excelente, que derriba las cada vez más débiles barreras intergenéricas para solo lanzar un diálogo que encuentra oídos, ojos, sensibilidades receptoras y de seguro agradecidas, como para premiarla con un cerrado y sonoro aplauso cuando en la página final (¿o la inmensa pantalla?) aparezca la palabra FIN.
1 Gleyvis Coro, La burbuja, La Habana, Ediciones Unión, 2005, p. 29.
2 Ibíd., p. 31.
3 Ibíd., p. 37.
4 Ibíd., p. 185.
Descriptor(es)
1. LITERATURA Y CINE
Web: http://www.cubacine.cult.cu/sitios/revistacinecubano/digital15/cap04.htm