FICHA ANALÍTICA

El cine cubano: inobjetablemente revolucionario Entrevista con Omar González, presidente del ICAIC
Fernández, Isachi (1968 - )

Título: El cine cubano: inobjetablemente revolucionario Entrevista con Omar González, presidente del ICAIC

Autor(es): Isachi Fernández

Fuente: Revista Cine Cubano On Line

Número: 16

Mes: Enero - Marzo

Año de publicación: 2010

El arte cubano de las últimas décadas, y en especial el que nos llega a través de las pantallas cinematográficas, ha ofrecido sustancia a grandes debates en la nación. También la Muestra de Nuevos Realizadores, cuya novena edición terminó recientemente, ha generado posiciones encontradas. ¿Cuál es la postura del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) frente a estos fenómenos? Su presidente, Omar González, en entrevista exclusiva para La Jiribilla, despejó incógnitas, corroboró apreciaciones y defendió la Muestra como parte de una política cultural inclusiva y responsable.

 

Omar González, presidente del ICAIC-Desde su surgimiento, el ICAIC se ha pronunciado por un cine que no eluda los problemas de nuestra realidad, que no eluda los conflictos, un cine que tome distancia de la vertiente más mercantil que se pretende sea un analgésico para el espectador. El cine cubano siempre fue leal a esa premisa. Memorias del subdesarrollo, la película cubana de mayor trascendencia, en su momento no fue muy bien comprendida y luego ha sido  seleccionada entre las 100 mejores cintas de Iberoamérica, en una relación en la que hay 12 obras cubanas. El nuestro es un cine que parte de la honestidad intelectual y de un compromiso con la realidad. Una obra como La última cena es sumamente problematizadora, no es una simplificación de la historia, hay que ver allí las claves para comprender nuestra nacionalidad e identidad. Lucía, de Humberto Solás, es una peculiar interpretación de la trayectoria de Cuba como nación y como proceso cultural. Cecilia, al cabo del tiempo, nos revela su magnificencia y el sentido ecuménico, abarcador, con que Humberto asumía nuestra identidad, mucho más hondo y amplio aun que la fiel mirada de Cirilo Villaverde. Sucede también con piezas que se han ocupado de la contemporaneidad. Fresa y chocolate, por ejemplo, ha sido determinante para luchar contra la discriminación por la orientación sexual de cada individuo.

No significa, por supuesto, que todas las películas hayan sido loables, hay fracasos, desaciertos, inconsecuencias. Estamos hablando, solo en lo que atañe al ICAIC, de una cinematografía con más de tres mil títulos, casi doscientos largometrajes, que muy pronto va a tener el doble con el apogeo de las nuevas tecnologías y la arribazón de nuevos realizadores, que ya aportan visiones peculiares y constituyen un gran caudal.

Nunca hubo tal apogeo de creación en nuestra cinematografía. Ese es un resultado de la obra cultural de la Revolución. Hoy los cineastas son muchos más que los que trabajan en el ICAIC y los egresados de las escuelas de cine. Se tiene acceso a la creación audiovisual desde diversas disciplinas. Estamos viviendo un momento único, y lo que está naciendo en nuestro país, cada vez con más fuerza, es el resultado de una política cultural inclusiva, abierta, valiente, nada dogmática. A nuestros jóvenes les hemos enseñado a expresarse con libertad y en libertad. Hemos luchado para que ellos tengan ese espacio, que les pertenezca realmente el futuro. Veo venir un verdadero aluvión de creatividad, y las instituciones tienen que facilitar ese proceso y contribuir a la formación de los nuevos realizadores, que a veces llegan con indudables déficits desde el punto de vista cultural, y a nosotros también nos corresponde suplir esas carencias. Porque la labor de una institución cultural va mucho más allá de la producción y la promoción de la obra artística. Además, se está descubriendo una manera de expresarse, de hacer arte, y a veces hay mucha confusión al respecto. Los grandes directores del cine cubano también empezaron con balbuceos desde el punto de vista artístico, se formaron en el camino, no nacieron hechos. Fernando Pérez, Enrique Pineda Barnet, Juan Padrón, Juan Carlos Tabío, Gerardo Chijona, Rigoberto López, Rogelio París, Pastor Vega, Manuel Pérez, Rebeca Chávez, Daniel Díaz Torres y Jorge Luis Sánchez, entre otros, comenzaron por los oficios más modestos. Ahora hay una riada de creadores, pero también es necesaria una mayor decantación, y para eso la crítica es esencial. En arte, la masividad implica ciertos riesgos, y establecer jerarquías, paradigmas, es algo imprescindible.

El cine cubano es una escuela, le ha tocado inaugurar, le ha tocado anticiparse. Memorias del subdesarrollo se adelantó a un gran debate en torno al intelectual en una sociedad como la nuestra, sentó un precedente. Como esa obra, hay otras, incluso algunas muy pretenciosas, que no lograron los resultados esperados, pero que fueron películas de indagación y reflexión, que esbozaron determinados fenómenos y se anticiparon a su desarrollo. El cine cubano es inobjetablemente revolucionario y, como tal, no puede dejar de ser audaz. El arte tiene la obligación de arriesgarse.

Las miradas de los cineastas son diversas. Dentro de ese apogeo creativo hay realizadores con posiciones que pueden estar encontradas. ¿Cuál es la postura del ICAIC frente a esos creadores cuya relación con la realidad cubana es más conflictiva?

Esta es una institución estatal y asume una responsabilidad cuando  programa, selecciona o convoca, pero tiene que pronunciarse con un criterio artístico, no administrativo. Contrario a lo que piensan algunos, es lo más difícil, y precisa de la responsabilidad de los creadores. No podemos obrar mecánica ni mezquinamente frente a esos fenómenos. Hay visiones de la realidad que no caben en nuestro proyecto, y el ICAIC no tiene por qué comprometerse con ninguna manifestación que vaya en contra de los principios esenciales de nuestra sociedad. Una cosa es la audacia, la rebeldía, y otra el panfleto supuestamente transgresor. Hoy el audiovisual circula de muchas maneras, pero dentro del sistema de validación o de legitimación de una institución con la trayectoria del ICAIC, no puede aspirarse a que tengan espacio ese tipo de engendros. Nosotros debemos ocuparnos del arte, aun cuando las insuficiencias de otros nos sitúen en la obligación de cumplir diferentes roles, o el desconocimiento de algunos nos obligue a discriminar, a seleccionar. Por eso, debemos saber distinguir entre lo que es arte y lo que no lo es, digamos, entre lo que es propaganda y lo que la trasciende, entre un documental y un reportaje, entre una nota informativa y una crónica de aliento poético, lo que no significa que sobrevaloremos uno u otro, es cuestión de competencia, de la función que debe cumplir cada uno en nuestra sociedad.

Puede haber excepciones, porque todo dogma reduce, paraliza y está condenado al fracaso. Si hay posiciones, incluso reprobables, pero hallamos aspectos salvables, el ICAIC asume una posición que no excluye el debate, la inclusión crítica. Tenemos que esforzarnos por propiciar la discusión, el análisis. La solución no puede ser cerrar los espacios de reflexión, los imprescindibles márgenes de la búsqueda, el debate. Hoy estamos viviendo un momento muy complejo, y si vemos un problema nuestro en una obra artística, no debemos sobrecogernos o abroquelarnos de tal modo que nos impida ver que se trata de un problema social en primera instancia, ante el cual debemos actuar yendo a la raíz, viéndolo en su contexto, solucionándolo en toda su complejidad.

La juventud es el objetivo primordial del imperialismo en su confrontación con la Revolución, y a esto hay que añadirle que, a veces, en determinados ámbitos, se ha recurrido a métodos simplistas, vacíos, que en vez de generar sentido de  pertenencia, suscitan aversión. Hemos utilizado un lenguaje viejo para enfocar asuntos nuevos, anacronismos en los que no se ve el paso del tiempo. En la confrontación real y cotidiana está el gran desafío nuestro en todos los niveles de la sociedad. Mientras exista el imperialismo, a Cuba no le va a escampar nunca en su batalla ideológica; a nuestros enemigos, tampoco.

¿Qué valor le atribuye al cine como termómetro social?

Hay que ver el proceso histórico de la Revolución cubana y su correspondencia desde la literatura, las artes plásticas, el cine, la música… la Nueva Trova, por ejemplo, la documetalística, la gráfica contemporánea. En el campo de las artes plásticas, el proceso social ha tenido una correspondencia  muy creadora, problematizadora de la realidad, de una diversidad y una riqueza inocultables. La obra de Antonia Eiriz, la de Raúl Martínez con toda su iconografía, fueron incomodísimas para algunos, en su momento, pero ellos asumían el arte con innegable honestidad intelectual. Igual puede hablarse de otras figuras que pertenecen a los mundos del teatro, la música… que estaban marcando una ruptura, inaugurando una época. Estaban dejando testimonio y contribuyendo a iluminar un período. Uno encuentra en el arte, y obviamente en el cine, las preguntas y las respuestas para entender todas las épocas.

¿Cree usted que esté primando un espíritu democrático en los predios del cine, en cuanto a producción, comercialización, promoción…?

Partimos de una época en la cual las instituciones cinematográficas tenían el monopolio absoluto de la producción, la distribución y la promoción audiovisual. Así fue como se formó un público en nuestro país y se creó una industria cinematográfica. Nadie que no se incorporara a la institución, podía expresarse en términos propiamente cinematográficos. Entiéndase ICAIC, Televisión Cubana, los estudios fílmicos del Ministerio de las Fuerzas Armadas, la cinematografía educativa, todo tenía que estar dentro de una institución. Ese esquema se pulveriza por el advenimiento de las nuevas tecnologías, por la formación, el acceso, el desarrollo de las fuerzas creadoras, por la aparición de nuevas generaciones que dominan todos los procesos tecnológicos necesarios para elaborar un producto audiovisual. La institución entonces se encontró ante un nuevo fenómeno y ante un desafío. Había que darle espacio a esa eclosión de talento, no compasivamente, sino porque era imprescindible entender que el desarrollo se planteaba en esos términos. Y había que hacerlo sin el menor asomo de favoritismo, sin los perjuicios del paternalismo. El ICAIC estaba preparado para encauzar el torrente de su propia gestación, pero no para ese desbordamiento, y mucho menos si se tiene en cuenta que eso se produce durante el período en que nuestro país ha tenido mayores dificultades económicas: las décadas de 1990 y 2000.

Nuestras instituciones están llamadas a un cambio rotundo para mantener su vigencia y su utilidad. La única manera para propiciar que los creadores independientes o autónomos y las instituciones  coexistan en armonía, para que los espacios de difusión y promoción se pongan en función de lo que se produce dentro o fuera de las instituciones, o de una manera mixta, es abriendo las puertas, dando participación, e incitando el juicio crítico de una selección fundamentada, no precisamente caprichosa. Esto es, hacer que la implementación de la política cultural del país no sea privativa de una institución convencional, rígida, burocrática –que, en última instancia, la niega–, sino que participen mucho más los creadores en la formulación y aplicación de esas mismas políticas.

Marisol Rodríguez, directora de la Muestra de Nuevos Realizadores.Un ejemplo de ello es la Muestra de Nuevos Realizadores. Antes del año 2000, hubo una experiencia que tiene ciertas analogías con respecto a la actual, pero muy limitada, diferente en su connotación y alcance. Era la época en que el patrimonio de los medios para la producción audiovisual estaba en manos únicamente de la institución. La Muestra surge en 2001, ante la previsión de que el desarrollo audiovisual fuera de la institución, iba a devenir regularidad.

Nace, porque el ICAIC lo entendió como una necesidad. Nuestro deber no es mirar ese espacio como algo ajeno, sino materializar una política que pase por la inclusión de todo lo que resulte promisorio y valioso, muy lejos de los enfoques parcelarios, elitistas. Ya lo hemos dicho, no nos interesaba abroquelarnos. ¿Por dónde se iba a canalizar ese fenómeno? Un pensamiento conformista, muy seguro para el buen dormir de los burócratas, era  cerrar las puertas del ICAIC y limitarnos a lo que nosotros producíamos, que era bastante poco entonces. Recuerdo que alguien me dijo en esos momentos: «Pero si los realizadores del ICAIC no tienen trabajo, cómo vamos a hacer una muestra con más realizadores. Primero tenemos que darles trabajo a los nuestros.»  Recuérdese que fueron años muy difíciles, de incertidumbre en algunos, precisamente cuando Fidel enfatizaba más en que la batalla por la sobrevivencia del proyecto revolucionario iba a desarrollarse, sobre todo, en el terreno de las ideas.

En última instancia, el audiovisual es un todo, aunque esté hecho dentro o fuera de las instituciones, y nótese que hablo del audiovisual, un concepto que es también inclusivo, abarcador, total, un resultado de la globalización. Se han borrado para siempre las fronteras entre los géneros y entre las manifestaciones de la imagen en movimiento. Comprender esto ha costado, y cuesta, muchísimo trabajo en nuestro sector.

Tenemos la convicción de que los problemas no se resuelven eludiéndolos ni simplificándolos al extremo de los reduccionistas. Yo le aseguro que en estos años la política del ICAIC jamás ha sido esconder los problemas debajo de la alfombra, ni culpar a otros de nuestros propios errores. A lo largo de sus nueve ediciones, la organización de la Muestra se ha asumido con valentía, y hasta con estoicismo, a veces incomprendidos, sin otro estímulo que el de nosotros mismos, pero convencidos de que lo que estaba en juego era mucho más que la novelería de un espectáculo pasajero. Ya hoy la Muestra es un hecho consolidado, inocultable, aunque tenga que crecer y fortalecerse en muchísimos aspectos, porque es un cuerpo vivo. No es una Muestra para jóvenes hecha desde la vetustez; tiene a los jóvenes como protagonistas y habría que ver cómo el edificio del ICAIC se transforma en una colmena de muchachos durante los días en que transcurre el momento más concurrido del evento: la Muestra propiamente. Estas razones han hecho de ella un espacio de legitimación, de amplísima convocatoria y credibilidad.

Se han efectuado nueve ediciones y el balance es sumamente positivo para el audiovisual. En esta última edición, que puede haber trascendido por algún que otro episodio y no precisamente por lo más relevante, han participado realizadores de 11 provincias; se seleccionaron 66 materiales entre 151 que se presentaron; los premios y reconocimientos oficiales fueron 35; y los colaterales, 17. La Muestra es también un adiestramiento, un examen de conciencia, y en tal sentido, también es estratégica. Los participantes en la sección de competencia tienen que ser menores de treinta y cinco años. Se convoca un premio para los mejores carteles, que se seleccionan y se hace una exposición con ellos. La Muestra incluye la sección «Haciendo cine»,  en la que se presentan proyectos de guiones de ficción, y donde acuden las principales casas productoras de nuestro país. El auspicio no es necesariamente financiero, también consiste en ofrecerles medios técnicos, posibilidad de editar, tiempo de máquina, luces, transporte…, la institución se implica, es coproductora, participa en un proceso de interinfluencias muy provechoso para la vinculación real a los problemas, a la realidad de nuestro medio.  

El diálogo internacional es imprescindible; por eso se convida a algunos jóvenes de otros países, aunque la Muestra es esencialmente nacional y no debe desvirtuarse con visiones nostálgicas ni agendas particulares. Este año se presentaron materiales de Argentina, Singapur, Uruguay, Brasil, España, Italia, Canadá, Irlanda, Bélgica, Portugal, Noruega, Finlandia, Estados Unidos y el Reino Unido. Nadie habló de esto, pero fue un repertorio de la producción audiovisual contemporánea para los participantes en la Muestra. Esto es muy importante, entre otras cosas, porque resulta muy difícil viajar a Finlandia a conocer lo que ahora mismo están haciendo los jóvenes de allí.

Hay clases magistrales, debates, intercambios de ideas, encuentros teóricos, exposiciones, presentaciones de libros. Está el concurso «La mirada del otro»,  dedicado a mostrar cómo nos ven los jóvenes de otros países. Si incluimos estas obras, los materiales en concurso fueron 73, y 22 de ellos concebidos por mujeres. Hay un apartado muy relevante, «Moviendo ideas», en el cual los debates son muy profundos y, a veces, descarnados.

La Muestra es como un laboratorio, como un taller permanente donde se confrontan ideas y resultados. Constituye un programa de trabajo que responde a una política institucional y, por ende, intencionada. Se hacen talleres durante todo el año para ofrecerles herramientas a los jóvenes creadores, se proyectan obras en las universidades, en centros de trabajo, al margen de la exhibición nacional, en coordinación con los Centros Provinciales de Cine. En la actualidad, existe un diseño de programación nacional permanente de los mejores materiales que participan en el evento. Y como prueba de continuidad, ya hemos convocado a la décima edición para el próximo año.

Siendo la Muestra un proyecto de tal envergadura y con tales resultados, no es de extrañar que los enemigos de la Revolución traten de manipularla e, incluso, de desvirtuarla en sus esencias. De ahí que todos, principalmente los jóvenes, estemos en la obligación de defenderla y preservarla, para que siga siendo un espacio ineludible de nuestra resistencia cultural, y para que ni siquiera las habladurías malintencionadas aniden en ella.
 
Hemos hablado de jóvenes y quisiera remitirme a una película que el ICAIC presentará muy pronto sobre el niño y el joven que fue José Martí. ¿Qué puede aportarnos al respecto?
 
"José Martí: el ojo del canario".Fernando Pérez, uno de nuestros más conocidos realizadores, quien preside ahora la Muestra, presentará su película José Martí: el ojo del canario, el 24 de marzo próximo, en el aniversario 51 del ICAIC. En abril pensamos exhibirla en la sala Charles Chaplin y en otros cines. Este largometraje se origina como parte de una serie de televisión, principalmente española, dedicada a varios de nuestros libertadores. Constituye una colección de ocho películas sobre los próceres de la independencia americana. Es conocido que este año tendrán lugar en Latinoamérica numerosas celebraciones con motivo del bicentenario de la independencia; de hecho, nosotros estamos trabajando con Telesur en otro proyecto similar, aunque de documentales.  

José Martí: el ojo del canario ofrece una mirada biográfica íntima, personal, sin estridencias formales, con apego a la verdad histórica, pero desde el sentimiento, sin determinismos empobrecedores. Es una película para conocer a Martí en su etapa definitoria, fundacional, y, en mi opinión, si bien yo no hablo con demasiado entusiasmo de ninguna película del ICAIC, por razones éticas, diría que va a resultar imprescindible para acercarse a Martí. Es un largometraje para adultos, pero también será atractivo para todos los públicos. A Martí, siendo niño, le tocó vivir la tragedia de un hombre perseguido y torturado; maduró vertiginosamente; estuvo preso. Siendo un adolescente prácticamente, vivió el presidio, conoció la muerte y la traición, la incomprensión de su padre; sin embargo, su entereza es tal, que deviene el paradigma de todos los cubanos. Ese Martí que se nos muestra en el filme, es esperanzador del género humano, va a calar muy hondo en el pueblo de Cuba, y, en particular, en los jóvenes y adolescentes. Después de esta película, todos tendremos con nosotros, la imagen del Martí niño, y será emocionante verlo como al imaginado.

Descriptor(es)
1. GONZALEZ JIMENEZ, OMAR, 1950-??
2. INSTITUTO CUBANO DEL ARTE E INDUSTRIA CINEMATOGRAFICOS (ICAIC)
3. MUESTRA JOVEN ICAIC, LA HABANA, CUBA
4. POLITICAS CULTURALES

Web: http://www.cubacine.cult.cu/sitios/revistacinecubano/digital16/cap01.htm