FICHA ANALÍTICA

Estereotipos latinos en los personajes del Cine y la TV estadounidense
Moya Ramis, Johan

Título: Estereotipos latinos en los personajes del Cine y la TV estadounidense

Autor(es): Johan Moya Ramis

Fuente: Revista Digital fnCl

Lugar de publicación: La Habana

Año: 5

Número: 6

Mes: Septiembre

Año de publicación: 2019

El cine y la televisión estadounidenses nos han dado incontables momentos espectaculares a través de sus personajes de ficción. ¿Qué cinéfilo puede olvidar a Vincent Vega (John Travolta) y Jules Winnfield (Samuel L. Jackson) de Pulp Fiction o el fascinante dúo de Fox Mulder (David Duchovny) y Dana Scully (Gillian Anderson) de la famosa serie X Files, por tan solo citar un par de ejemplos entre tantos otros?

Cada uno de ellos nos regaló una representación tangible del universo en el cual se movían, sin importar que se tratara de una paródica y cínica imagen del crimen organizado, o de la incansable búsqueda de vida alienígena y fenómenos paranormales. Esa es una las maravillas de los personajes en la ficción: nos dejan arquetipos, que aunque ficticios, encarnan ideales con los cuales nos permitimos soñar y recrear la ilusión de que pueden existir gente así de loca y genial.

Pero cuando los personajes devenidos de la ficción dejan de ser arquetipos para convertirse en estereotipos sociales, el asunto se complica, porque entonces la vida individual de las personas y de los grupos culturales estereotipados a través de la ficción, queda restringida a un falso molde de representación dentro de la sociedad, que poco o casi nada tienen que ver con la realidad. Tal él es el caso del estereotipo del “latino” en el cine y la televisión estadounidenses. 

Es importante aclarar que el término “latino” en los Estados Unidos, suele aplicarse solo a aquellas personas que nacieron -o incluso descienden de personas nacidas- en el continente latinoamericano, sobre todo los países de habla hispana. Los españoles, los portugueses, rumanos e italianos, que comprenden la gran familia lingüística latina, no entran en esa categoría. Ejemplos de ello es cuando suelen referirse al actor “hispano” Antonio Banderas o al actor “italonorteamericano” Joe Mantegna.

El lugar preponderante de los estereotipos latinos dentro del cine estadounidense podemos verlo en los roles de género. Hay que decir que estos están tan desarrollados que ya tienen sello propio, veamos algunos de ellos.

El hombre latino, sobre todo en el cine hollywoodense, o bien encarna el papel del Macho que ejerce la violencia por razones nada altruistas, o por el contrario, son los sujetos que la padecen, ya sea como segundones pasivos o víctimas propiciatorias, según el rol que desempeñen. Esto último tiene una larga prosecución en el cine del Oeste de los años 30 al 50, donde el latino tenía las trazas de ser cuatrero, formar parte de una banda de salteadores o ser el dócil seguidor de su patrón.

Como la pobreza económica es un lugar común dentro del enfoque cinematográfico latinoamericano, esto suele vincularse a la construcción de personajes masculinos de pequeñas dimensiones mentales, quienes poseen un escaso margen para la resolución de conflictos y al mismo tiempo gozan de una enorme propensión a la delincuencia, escenario donde se mueve en de forma gregaria, y el respeto, el estatus, el sexo, el dinero, lo tiene que conseguir de forma competitiva mediante la lucha violenta, un ejemplo de ello lo vemos en el personaje de Paco (Esai Morales) en Bad Boys o Tuco Salamanca (Raymond Cruz) en la serie Breaking Bad.

Si el personaje encarnado por un latino recibe un rayo de luz en su conciencia y quiere dejar atrás “la vida loca”; pues malas noticias, no hay camino al paraíso. Como si se tratara de las Erinias de Orestes, la violencia persigue al presunto redimido hasta que lo engulle a manera de remolino –como el Maelstrom de Poe. No importa cuántas veces lo intente, ya que ni tan siquiera el amor puede salvarlo, como el caso del personaje de Santana, jefe de la mafia mexicana en American Me, genialmente interpretado por el actor Edward James Olmos.

En su versión más positiva dentro de su –predestinada- violenta circunstancia el hombre latino se redime como policía o detective abnegado –ojo, casi siempre dentro del reparto actoral, no como protagonista- que colabora con su homólogo anglosajón, como es el caso del teniente Castillo –interpretado por Edward James Olmos- en la sonada serie de los 80 Miami Vice o Danny Archuleta en el filme Predator 2 encarnado por el actor, compositor y cantante Rubén Blades. En el caso del personaje antihéroe, arquetipo del sujeto postmoderno que elije lo mejor que puede en una realidad adversa, Machete, personaje interpretado por Danny Trejo encarna el paroxismo del latino como Macho-Man en todas sus dimensiones posibles.

Esto deriva a otra figura recurrente en el cine acerca del hombre latino, quizás, la más atractiva de ellas: el Latin Lover. Con la excepción de los roles encarnados por el mítico Rodolfo Valentino, el Latin Lover no es precisamente un Casanova, ya que carece de la etiqueta y el glamour del famoso seductor italiano. Tampoco entra en el perverso mundo del Marqués de Sade, porque no posee los atractivos y refinados métodos maquiavélicos de sus personajes. El Latin Lover, como mucho, logra ser un gigolo pagado, o más bien un mantenido que tiene carácter estatuario y mutante, no habla, porque si lo hace es como el Pavo Real.

Suele aparecer en escena como si se tratara de un esclavo sexual, vestido de camisa, casi siempre exhibiendo los musculosos pectorales. Lleva el cabello perfectamente cortado y peinado con brillantina. Sus ademanes van entre lo viril y lo danzario, porque –muy importante- el Latin Lover es un gran bailador de salsa, de hecho, ahí radica su fortaleza. Es mediante el baile donde da su estocada final cuando fulmina a la hembra –si es gringa y millonaria, mejor- envolviéndola en una vuelta con sus tensos bíceps con una mirada penetrante de profundos ojos negros.

Junto al Latin Lover tenemos al proxeneta, el explotador de mujeres, que igual comparte su estamento de violencia. Estéticamente, el chulo latino comparte atuendos con su coterráneo narcotraficante o gánster: van bien vestidos, casi siempre a la italiana, saco, pantalón y sobrero -aunque nunca faltan las pintorescas camisas hawaianas. Además de un arma de grueso calibre o una navaja, ostentan gruesas cadenas de oro, con dijes de crucifijos o medallas de alguna virgen y manillas del mismo material. En su trato social son implacables con sus enemigos, fraternales hasta rayar en el homoerotismo con sus carnales. Tratan los viejos con cierto respeto, a los niños con indiferencia. Las mujeres son igual a objetos, excepto la figura de la madre la madre, que es sagrada.

Hablando de mujeres, el estereotipo femenino de la latina en el cine Hollywoodense no es ni por mucho, más afortunado que el masculino. La figura dominante de la mujer latina joven suele ser la criada hermosa y sumisa, que en ocasiones pasa a convertirse en objeto del deseo de su empleador y vive el drama de tener que soportar los acosos para mantener a su numerosa familia, la cual vive en un barrio pobre y peligroso. De esto se desprende que el esposo sea un tipo posesivo, alcohólico y desempleado, o sea, la viva imagen del perdedor. Pero ella lo ama, aprecia el aire libidinoso y los piropos exóticos que le propina, en ocasiones acompañados de una nalgada a la “mamacita”.

Si el rol es de una mujer que pasa los cincuenta años, entonces la tensión sexual desaparece para dar lugar a la figura maternal: la clásica Nana, emocional, eficiente y regañona, como el personaje de Cleo (Yalitza Aparicio) en Roma. En su mayoría, los personajes de Nanas latinas tienen acento, no hablan bien el inglés, detalle que suele utilizarse a modo de sátira, como en el caso de Rosalita, interpretado por la actriz Lupe Ontiveros en Goonies, fascinante película escrita por Steven Spielberg y dirigida por Richard Donner.

En cuánto a la femme fatale, también tiene su lugar entre las mujeres latinas, pero en la mayor parte de los casos vienen representadas con un aire de vulgaridad, y completamente desprovistas de timidez o pudor. Sin embargo, coincido con el escritor e historiador del cine Emilio García Riera, que en la medida que las criadas latinas, sobre todo de origen mexicano, fueron en aumento en el espacio cinematográfico y televisivo, las spritfire mexicans que durante años fueron el modelo ideal de la hembra latina, han ido eclipsándose de la pantalla.

Otro aspecto importante en el estereotipo latino es la religión católica, la cual juega un papel fundamental en la construcción cultural de los personajes desde una visión residual religiosa decimonónica. En el caso de los personajes masculinos, Dios es visto como lugar donde arrepentirse de actos terribles (recordemos que uno de los requisitos indispensables del macho latino es la violencia), un espacio donde gritar o pedir fuerzas para llevar a cabo una acción sin precedentes, producto de la desesperación.

En el caso de los personajes femeninos, la religión es un refugio, un espacio de consuelo o resignación, donde se espera que el milagro de que la suerte -terrible y maldita- cambie algún día. 
Sería una ingenuidad pensar que la construcción de estereotipos en el séptimo arte va a detenerse. El estar despierto ante ello corresponde al espectador, quien deberá elegir si abre su conciencia -o no- al hecho de que estereotipar culturalmente a cualquier grupo social refuerza el diseño de poder de las maquinarias segregacionistas y discriminadoras, y abren puertas peligrosas para las confrontaciones sociales. En el caso de los Estados Unidos, los estereotipos latinos minimizan la riqueza y diversidad del 11 por ciento de la población de ese país, la cual siempre ha formado parte de la geografía del continente.

El cine toma todo lo que puede de la realidad, pero la vida real es más rica que la ficción. No obstante, desprovista de arquetipos, la ficción cinematográfica expande la capacidad de ilusión y de soñar, y al hacerlo, el ser humano encuentra en la creatividad un modo único de trascenderse así mismo.