FICHA ANALÍTICA

Isla Chatarra
Rivalta Castro, Hugo

Título: Isla Chatarra

Autor(es): Hugo Rivalta Castro

Fuente: Revista Digital fnCl

Lugar de publicación: La Habana

Año: 2

Número: 3

Mes: Julio

Año de publicación: 2010

Isla Chatarra
Hay obras del cine, la literatura, o de las demás manifestaciones artísticas que se agradecen porque dirigen la atención del público sobre un personaje, acontecimiento, o un objeto de los que se usan en la vida cotidiana, y explican de manera inteligente su relación con el ser humano.
El documental Isla Chatarra, de Karen Fi Rossi, comienza con la imagen de una grúa que amontona carros en desuso en un vertedero hasta formar una montaña de metal. Con la siguiente secuencia, en la que se ven muchos carros rodando por una carretera, le queda claro al espectador que aquel montón de carros viejos vistos instantes atrás, no representan menos humo contaminante, ni un poco de alivio en la circulación de las carreteras. No es aquel montón de metal el fin de un proceso sino su eterno comienzo. Pues en esa tierra boricua, cuando un carro es llevado a un vertedero de la ciudad, es porque su dueño ya ha encontrado uno o dos sustitutos que ocupen su lugar en las calles. Y es que parece que en Puerto Rico no son ni el libro ni el perro los mejores amigos del hombre, sino ese ser superior venerado por todos, el auto.
Con frases de alarma pero en un tono jaranero, dos conocedores del tema -quienes viajan en sus carros a través de una concurrida carretera- dan a conocer, en el mismo comienzo del documental, que en esta isla del Caribe hay alrededor de ochenta y seis carros por cada cien habitantes. Para el espectador la sorpresa es inmediata pues la cifra resulta superior a la de todos los países desarrollados. Sin embargo, a continuación se revela que esto no es más que la punta del iceberg. La relación del puertorriqueño con el carro alcanza mayores y profundas dimensiones.
Para contarnos sobre este dominio que ejerce hoy el carro sobre los integrantes de la sociedad puertorriqueña, el documental se acerca a varias costumbres que se han ido entronizando en la vida nacional. La jovencita que al cumplir quince años se engalana con su vestido, como una Miss Universo, y pasea por el barrio en un carro elegante, manifiesta con su actitud que para ella y sus padres no es suficiente que se vista bonito y se reúna con sus amigos durante una fiesta de cumpleaños. Es necesario exhibir un elegante y finísimo vestido y, sobretodo, mostrarse en un gran carro. El sueño de la joven es llegar al año siguiente y cumplir los dieciséis para, llegada la edad permitida para conducir, hacerse del carné de conducción y recibir de sus padres el gran regalo: un carro moderno, acicalado. Acoplados a este engranaje, los padres se muestran dispuestos a complacerla.
Igual de exagerada se hace la actitud de un señor, conductor de autos y coleccionista de carritos de juguete, quien confiesa que su amor a los carros es superior al amor que siente por su mujer. Aunque es una frase dicha entre risas, evidencia cómo el carro, objeto que en principio era sólo de valor utilitario al ser un medio de transporte, ha ido ganando espacios en el interior de algunas personas, hasta crear una relación emocional.  
El documental expresa -a través de entrevistas y de momentos de relación estrecha entre hombre y auto- que no es esta una relación demencial ni excéntrica, aunque sí extraña. Se sugiere que este tipo de comportamiento es resultado de la dependencia cotidiana. Las distancias entre la casa y el lugar de trabajo, la residencia de los amigos, los sitios de fiesta y diversión, obligan a largas horas de trayecto y a un mayor tiempo de estadía del hombre dentro de su carro. Estos viajes largos y solitarios, muchas veces complejos por la actividad en la vía y las condiciones del tiempo, conducen a la reflexión interna sobre problemas personales. Se escapan frases cortas que sirven para eliminar tensiones, a veces se ensayan las palabras que se dirán en la reunión que en pocos minutos acontecerá, se dicen cuatro insultos contra un enemigo al que se ha dejado atrás pero que se pudo enfrentar, o se confiesa el sentimiento de amor que ha empezado a nacer hacia otra persona. En estas circunstancias -a veces se dicen frases cortas pero a veces se dicen grandes textos-, el carro, único testigo de todo lo dicho, se vuelve cómplice, depositario de verdades que en otro lugar no se revelan. Va ganando categoría, entonces, hasta convertirse en amigo confiable que, más que llevar al dueño al lugar que quiere, lo acompaña en ese viaje cotidiano que es la vida.
El documental expone, igualmente, las diferencias entre el hombre y la mujer en su relación con el carro. Para la joven madre soltera que debe enfrentar la vida con su hijo a cuestas, el carro es una necesidad que le permite afrontar la agitada pelea que día a día sostiene contra las distancias y el tiempo. El carro se convierte en sitio de desayuno, cuarto de vestuario y maquillaje. Como si fuese una tienda por departamentos se guarda en él todo lo necesario para auxiliarse durante los largos viajes por carretera. Para la mujer, el carro es casi exclusivamente un objeto útil que la ayuda a desenvolverse con éxito en las batallas. Sufre la mujer con el tráfico intenso que la obliga a estar horas en el auto, perdiendo tiempo de relación con su hijo. Al llegar a casa no se acerca al carro hasta el día siguiente, en que debe volver a insertarse en la carrera.
Muy al contrario de esto, refleja el documental como para los hombres el carro es más que un objeto de vital utilidad. Los hombres se esmeran en el cuidado y embellecimiento de su carro y, después de los largos viajes diarios de trabajo, se internan en las tiendas, pendientes de las últimas piezas y productos del mercado automotor, para comprarlos y de inmediato incorporárselos a sus carros. En sitios especiales de reunión -parqueos o zonas cercanas a la carretera-, los hombres se reúnen alrededor de sus carros y convocan a sus familias para encuentros fraternales en los que se entregan a fiestas y ceremonias, casi de adoración, donde exaltan los valores de cada carro. Los hombres, a diferencia de las mujeres, disfrutan entregando al carro sus mejores energías y horas libres, se satisfacen equipándolo. Para ellos, las calles y autopistas son pasarelas donde exhibir su pasión, su éxito y poder.
En varios momentos se muestran y se dejan escuchar cifras que parecen irreales. Puerto Rico, con sus 9200 kilómetros cuadrados -de esos, 25 000 kilómetros lineales de carretera-, es el país con mayor cantidad de kilómetros de carretera asfaltada, 1 500 al mes, 200 000 al año. Más carreteras para más carros, más carros para más carreteras. Este intenso modelo de expansión urbana que convierte al carro en necesidad vital, hace que ellos comiencen a invadir espacios del hombre, ocupando aceras. El carro no se detiene ante el hombre, es el hombre quien debe ceder el paso.
La violencia en la carretera igual está bien tratada, cuando se muestran imágenes de accidentes y se brindan datos policiales, relacionados con este hecho. Un entrevistado explica como la lucha en las autopistas condiciona el tipo de carro a comprar y convierte la vía en zona de guerra. El número de accidentes y la cantidad de muertes aumenta cada año producto del exceso de velocidad. Al mostrar las acrobacias y actos de habilidades que realizan los amantes de los carros para recordar y homenajear a sus colegas muertos en la carretera, y cuando se muestra la tristeza de los familiares de los difuntos, los realizadores del documental evidencian los peligros que acechan a cualquier conductor irresponsable. El carro es un ser al que no siempre puede controlarse.    
El movimiento acelerado de las imágenes de un paso de control por donde circulan muchos autos hace que, en tan solo segundos, desfilen ante la mirada del espectador miles de carros. La secuencia donde un barco expulsa de su bodega a cientos de carros que, luego son llevados a un depósito y de ahí trasladados a las oficinas de venta, igual genera una sensación de agotamiento, el hastío que sin dudas produce en la realizadora ese juego irresponsable en el que se ha involucrado su sociedad.
En una secuencia de Isla Chatarra, una caravana de autos que escolta a una joven quinceañera se cruza con un grupo de personas que van en sus caballos. Siglos atrás, cuando el caballo era el medio de transporte por excelencia, los propietarios de cada animal desarrollaban una especial relación con su bestia, alimentaban y cuidaban a su caballo, se desvivían por él pues era reconfortante tener un animal grande, fuerte y bonito que, además de agradar al dueño, fuera del agrado de los demás. Sin embargo, el carro no es igual. Exige otro trato pues consume combustible y su expulsión contamina el medio ambiente. La conducción a excesivas velocidades provoca accidentes que traen muertes.
Este viaje por carretera que es Isla Chatarra, nos cuenta de manera inteligente y desenfadada cómo un país pobre, de ciudadanos incapaces de ahorrar dinero por un modelo de expansión urbana que los ata al carro, crean una absurda relación de dependencia entre sus vidas y sus autos. Isla Chatarra sirve también como parábola para entender las relaciones destructivas que a veces crea el ser humano cuando tuerce el camino y convierte a un invento útil en causa de estrés y muerte.



Descriptor(es)
1. CINE PUERTORRIQUEÑO - DOCUMENTALES

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