FICHA ANALÍTICA
Tule Kuna: Cantamos para no morir
Rivalta Castro, Hugo
Título: Tule Kuna: Cantamos para no morir
Autor(es): Hugo Rivalta Castro
Fuente: Revista Digital fnCl
Lugar de publicación: La Habana
Año: 2
Número: 3
Mes: Julio
Año de publicación: 2010
Descriptor(es)
1. ANTROPOLOGIA VISUAL - LATINOAMERICA
2. CINE INDIGENA
Título: Tule Kuna: Cantamos para no morir
Autor(es): Hugo Rivalta Castro
Fuente: Revista Digital fnCl
Lugar de publicación: La Habana
Año: 2
Número: 3
Mes: Julio
Año de publicación: 2010
Tule Kuna: Cantamos para no morir
Nuestros padres dicen que vinimos de las estrellas, que somos descendientes
de seres que vinieron de otros mundos… hijos del sol, Nietos de la madre tierra.
Nacimos en el Takar Kuna, nuestro cerro sagrado.
(Canto tradicional del pueblo Kuna)
La lucha de los pueblos originarios de nuestro continente por la exigencia de respeto por sus vidas y tradiciones, es un proceso que se inició desde el primer encuentro de los indígenas americanos con Cristóbal Colón y el resto de los colonizadores. Quinientos años después se mantiene esta lucha de resistencia, a pesar de las muertes sufridas por la explotación colonial, las enfermedades, y otros males llegados a las comarcas aborígenes de la mano de la “civilización”.
Adentrarse en una comunidad humana y registrar sus experiencias de vida, es un método comúnmente practicado por distintos investigadores, para recibir información de primera mano que les permita un mejor conocimiento del objeto de estudio. Desde los primeros días del invento de los Lumière, los cineastas utilizaron este método; sin embargo, los mejores resultados aparecieron con la consolidación del documental como género. El cineasta norteamericano Robert Flaherty, con su obra Nanuk, el esquimal de 1922, es uno de los mejores ejemplos de este tipo registrados en la Historia del cine por lo interesante del argumento, la calidad artística y técnica de la puesta en escena, y la estrecha relación que el equipo desarrolló con los personajes.
Sin embargo, no siempre este tipo de aventura fílmica llega a feliz término, pues además de una buena historia que contar, dicha empresa exige a los realizadores trasladarse a lugares lejanos y adaptarse en pocos días a un estilo de vida muy diferente. La dinámica realidad que acontece en estos lugares, alejados del estilo de vida occidental, desborda casi siempre los apuntes y conclusiones derivados de la previa investigación y exige de los realizadores respuestas rápidas para no dejar escapar ninguna imagen o sonido interesantes.
En esta ocasión los ojos y oídos de Germán Piffano y su equipo, se concentran en una ancestral comunidad aborigen de la América. Con el pretexto de filmar a un grupo de Sailas, líderes tradicionales del grupo aborigen Kuna, los realizadores se enrolan en esta aventura: un viaje de siete días desde la comarca aborigen de Kuna Yala, en Panamá, hasta la comunidad de Arquía, Colombia, lugar escogido para celebrar el Congreso General Paya con la presencia de los máximos representantes de este pueblo aborigen.
La expedición atraviesa ríos y caminos en plena selva, desciende a las raíces de este pueblo y descubre presente y pasado de esta gente. Sin asumir protagonismo delante de la cámara y con la intervención de una locución en off, se narra en las primeras secuencias cómo -además de los maltratos sufridos desde los primeros años de la conquista- este pueblo aborigen sufrió en 1903 una separación arbitraria de sus territorios y pobladores, cuando su tierra, su casa grande, fue dividida por una línea fronteriza que separó a Colombia de la naciente nación panameña. El pueblo Kuna, que no fue consultado, quedó a ambos lados de la frontera, convertido en extranjero en su propia comarca, dependiente de un papel que los autorizara a moverse en esas tierras que fueron siempre suyas. Muchas familias quedaron separadas y se generó pérdida de información y de tradiciones ancestrales. Cuando se narra en el documental la masacre ocurrida en 2003, que acabó con la vida de cinco autoridades tradicionales que vivían del lado panameño se destaca -plano a plano entre el entierro de sus muertos y el lamento de los sobrevivientes- la inestabilidad que sacude las vidas de los Kuna, quienes viven bajo la amenaza de ser sorprendidos nuevamente por los ataques de grupos armados colombianos.
La vida que los Kuna pretenden vivir de manera pacífica en sus tierras, es también amenazada por las trasnacionales industriales que se mantienen al asecho. El documental revela esta situación, mediante una secuencia dramática y contundente que presenta a un Saila de la comunidad, enfrentando a un grupo de empresarios extranjeros deseosos de concretar negocios. El plano del anciano, de presencia empinada y voz firme, evidencia la resolución de los Kuna por llevar las riendas de su destino, oponiéndose a la explotación descontrolada de sus recursos y a la llegada masiva de turistas. Este pueblo conoce, por experiencia vital, que las mejoras en la infraestructura y los empleos que generan dichos negocios traen siempre aparejadas acciones invasoras que laceran sus esencias culturales, algo que para los Kuna no resulta negociable.
Los planos de unos niños en la escuela, enfrentados a los métodos de enseñanza occidental, la rigidez con que el maestro les exige lealtad a símbolos y atributos patrios que representan el poder que los ha ignorado y sometido durante siglos, construyen un discurso de denuncia y arremeten contra el sistema de educación occidental. En este caso la acusación es contra el sistema educativo panameño, al que un líder Kuna imputa de intentar controlar a sus niños y jóvenes, convirtiéndolos en seres dóciles, en lugar de hacer de ellos personas independientes, capaces de luchar por sus vidas. El anciano, acostado en una hamaca, símbolo de la cultura Tule, destaca en sus declaraciones que la enseñanza Kuna, más apegada a los valores y tradiciones de los estudiantes del pueblo, promueve el trabajo y las buenas relaciones entre los distintos elementos de la comunidad. Como en muchos pueblos y comarcas ancestrales de nuestro continente, el pueblo Kuna reclama para sus jóvenes igualdad entre las dos enseñanzas, la occidental y la tradicional, para educar a sus hijos en perfecta armonía con el legado de su tierra y sus padres.
Los ancestrales métodos de pesca de los Kuna, su vestimenta tradicional, danzas, tatuajes y aretes en el rostro; el gran caracol que con su sonido llama a la gente, y la reunión de los mayores en busca de soluciones para los problemas de la comunidad, son imágenes que revelan el espíritu y conflictos de este pueblo, sin caer en folclorismos ni acudir al melodrama simple.
La filmación de dos momentos de crisis, -cuando miembros de la comunidad dialogan entre sí pues se han quedado sin líder- y otra secuencia cargada de tensión, en la que dos hermanas y otros miembros de la familia intentan zanjar una disputa familiar, da muestras de que el equipo de realización supo ganarse la confianza de esas personas, y adentrarse en sus vidas, custodiadas con celo riguroso a consecuencia de tantos años de maltratos y vejaciones llegados desde el exterior.
Los adelantos científico-técnicos, las trasnacionales de la industria con su apetito insaciable de devorar recursos, y la señal agresiva de los medios de comunicación dominantes, empeñados en modelar las conductas, muestran el paso firme de la “civilización”. Sin embargo, el pueblo Kuna se resiste a perder su identidad. Ellos defienden sus tierras sagradas y abren sus caminos para recuperar sus cantos en Paya y Tune y, así, mantener viva el alma de su gente.
Nuestros padres dicen que vinimos de las estrellas, que somos descendientes
de seres que vinieron de otros mundos… hijos del sol, Nietos de la madre tierra.
Nacimos en el Takar Kuna, nuestro cerro sagrado.
(Canto tradicional del pueblo Kuna)
La lucha de los pueblos originarios de nuestro continente por la exigencia de respeto por sus vidas y tradiciones, es un proceso que se inició desde el primer encuentro de los indígenas americanos con Cristóbal Colón y el resto de los colonizadores. Quinientos años después se mantiene esta lucha de resistencia, a pesar de las muertes sufridas por la explotación colonial, las enfermedades, y otros males llegados a las comarcas aborígenes de la mano de la “civilización”.
Adentrarse en una comunidad humana y registrar sus experiencias de vida, es un método comúnmente practicado por distintos investigadores, para recibir información de primera mano que les permita un mejor conocimiento del objeto de estudio. Desde los primeros días del invento de los Lumière, los cineastas utilizaron este método; sin embargo, los mejores resultados aparecieron con la consolidación del documental como género. El cineasta norteamericano Robert Flaherty, con su obra Nanuk, el esquimal de 1922, es uno de los mejores ejemplos de este tipo registrados en la Historia del cine por lo interesante del argumento, la calidad artística y técnica de la puesta en escena, y la estrecha relación que el equipo desarrolló con los personajes.
Sin embargo, no siempre este tipo de aventura fílmica llega a feliz término, pues además de una buena historia que contar, dicha empresa exige a los realizadores trasladarse a lugares lejanos y adaptarse en pocos días a un estilo de vida muy diferente. La dinámica realidad que acontece en estos lugares, alejados del estilo de vida occidental, desborda casi siempre los apuntes y conclusiones derivados de la previa investigación y exige de los realizadores respuestas rápidas para no dejar escapar ninguna imagen o sonido interesantes.
En esta ocasión los ojos y oídos de Germán Piffano y su equipo, se concentran en una ancestral comunidad aborigen de la América. Con el pretexto de filmar a un grupo de Sailas, líderes tradicionales del grupo aborigen Kuna, los realizadores se enrolan en esta aventura: un viaje de siete días desde la comarca aborigen de Kuna Yala, en Panamá, hasta la comunidad de Arquía, Colombia, lugar escogido para celebrar el Congreso General Paya con la presencia de los máximos representantes de este pueblo aborigen.
La expedición atraviesa ríos y caminos en plena selva, desciende a las raíces de este pueblo y descubre presente y pasado de esta gente. Sin asumir protagonismo delante de la cámara y con la intervención de una locución en off, se narra en las primeras secuencias cómo -además de los maltratos sufridos desde los primeros años de la conquista- este pueblo aborigen sufrió en 1903 una separación arbitraria de sus territorios y pobladores, cuando su tierra, su casa grande, fue dividida por una línea fronteriza que separó a Colombia de la naciente nación panameña. El pueblo Kuna, que no fue consultado, quedó a ambos lados de la frontera, convertido en extranjero en su propia comarca, dependiente de un papel que los autorizara a moverse en esas tierras que fueron siempre suyas. Muchas familias quedaron separadas y se generó pérdida de información y de tradiciones ancestrales. Cuando se narra en el documental la masacre ocurrida en 2003, que acabó con la vida de cinco autoridades tradicionales que vivían del lado panameño se destaca -plano a plano entre el entierro de sus muertos y el lamento de los sobrevivientes- la inestabilidad que sacude las vidas de los Kuna, quienes viven bajo la amenaza de ser sorprendidos nuevamente por los ataques de grupos armados colombianos.
La vida que los Kuna pretenden vivir de manera pacífica en sus tierras, es también amenazada por las trasnacionales industriales que se mantienen al asecho. El documental revela esta situación, mediante una secuencia dramática y contundente que presenta a un Saila de la comunidad, enfrentando a un grupo de empresarios extranjeros deseosos de concretar negocios. El plano del anciano, de presencia empinada y voz firme, evidencia la resolución de los Kuna por llevar las riendas de su destino, oponiéndose a la explotación descontrolada de sus recursos y a la llegada masiva de turistas. Este pueblo conoce, por experiencia vital, que las mejoras en la infraestructura y los empleos que generan dichos negocios traen siempre aparejadas acciones invasoras que laceran sus esencias culturales, algo que para los Kuna no resulta negociable.
Los planos de unos niños en la escuela, enfrentados a los métodos de enseñanza occidental, la rigidez con que el maestro les exige lealtad a símbolos y atributos patrios que representan el poder que los ha ignorado y sometido durante siglos, construyen un discurso de denuncia y arremeten contra el sistema de educación occidental. En este caso la acusación es contra el sistema educativo panameño, al que un líder Kuna imputa de intentar controlar a sus niños y jóvenes, convirtiéndolos en seres dóciles, en lugar de hacer de ellos personas independientes, capaces de luchar por sus vidas. El anciano, acostado en una hamaca, símbolo de la cultura Tule, destaca en sus declaraciones que la enseñanza Kuna, más apegada a los valores y tradiciones de los estudiantes del pueblo, promueve el trabajo y las buenas relaciones entre los distintos elementos de la comunidad. Como en muchos pueblos y comarcas ancestrales de nuestro continente, el pueblo Kuna reclama para sus jóvenes igualdad entre las dos enseñanzas, la occidental y la tradicional, para educar a sus hijos en perfecta armonía con el legado de su tierra y sus padres.
Los ancestrales métodos de pesca de los Kuna, su vestimenta tradicional, danzas, tatuajes y aretes en el rostro; el gran caracol que con su sonido llama a la gente, y la reunión de los mayores en busca de soluciones para los problemas de la comunidad, son imágenes que revelan el espíritu y conflictos de este pueblo, sin caer en folclorismos ni acudir al melodrama simple.
La filmación de dos momentos de crisis, -cuando miembros de la comunidad dialogan entre sí pues se han quedado sin líder- y otra secuencia cargada de tensión, en la que dos hermanas y otros miembros de la familia intentan zanjar una disputa familiar, da muestras de que el equipo de realización supo ganarse la confianza de esas personas, y adentrarse en sus vidas, custodiadas con celo riguroso a consecuencia de tantos años de maltratos y vejaciones llegados desde el exterior.
Los adelantos científico-técnicos, las trasnacionales de la industria con su apetito insaciable de devorar recursos, y la señal agresiva de los medios de comunicación dominantes, empeñados en modelar las conductas, muestran el paso firme de la “civilización”. Sin embargo, el pueblo Kuna se resiste a perder su identidad. Ellos defienden sus tierras sagradas y abren sus caminos para recuperar sus cantos en Paya y Tune y, así, mantener viva el alma de su gente.
Descriptor(es)
1. ANTROPOLOGIA VISUAL - LATINOAMERICA
2. CINE INDIGENA