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"La sal de ayer. Memorias de Margot Benacerraf", el reto de escribir un libro sobre la vida de la gran cineasta venezolana

Por Alexandra Sucre
En una velada entre familiares, amigos y seguidores del legado de la pionera del cine venezolano Margot Benacerraf, el escritor Diego Arroyo bautizó "La sal de ayer", un libro biográfico con base a entrevistas con la cineasta que recopila su vida y obra.

“Cuando comienzo a hacer un libro y me acerco a un personaje pienso que es imposible hacerlo porque yo he escogido, o la vida me ha puesto en el camino, personajes muy difíciles y Margot no es la excepción”, estas fueron las palabras con las que Diego Arroyo Gil dio inicio la presentación de su libro, "La sal de ayer".

Tras casi tres años de conversaciones entre Diego y Margot, que desembocaron en una entrañable amistad, aquellos diálogos se han convertido en un tomo de 200 páginas que rinde honores a la primera venezolana galardonada en el Festival de Cannes, por aquella magistral pieza Araya.

«Margot quedó sellada; un pacto para siempre con esa sal de Araya. Esa sal es de hoy, de Venezuela, para que en el mundo la reconozcan, la admiren y la quieran»

Arroyo aseguró a los presentes, entre risas, que escribir sobre la fundadora y expresidenta de la Cinemateca Nacional no fue un trabajo sencillo, pues no se trataba de cualquier persona. Y, aunque muchos le insistían en que “si pasaste por Sofía Ímber, Margot es más fácil”, el autor reconoció que fue realmente con Benacerraf con quien siente que se ha graduado como escritor. “Somos, para ir con la metáfora taurina que nos gusta mucho, dos miuras muy tremendos que hay que aprender a torear. Sin embargo, hemos disfrutado mucho porque juntos hemos paseamos por Marruecos, Caracas, París, Valois, y de su mano conocí a Picasso, a Buñuel”.

El nombre original de la obra iba a ser "La mujer de Araya". Sin embargo, Margot se rehusó. Entonces surgió "La sal de ayer", un cumplido al segundo largometraje de Benacerraf, Araya, laureado en 1959 en Festival de Cannes con el Gran Premio de la Crítica Internacional y el Premio de la Comisión Superior Técnica, “por el estilo fotográfico de las imágenes que realza la calidad del ambiente sonoro”.

«Me complace mucho porque, sobre todo para las nuevas generaciones, Margot, siendo una mujer tan importante para la cultura venezolana, es un nombre lejano y debería estar más cerca»

Asimismo, Arroyo Gil insistió en que el libro es un espacio para conocer y acercarse más a una de las figuras más relevantes del siglo XX en Venezuela. “Me complace mucho porque, sobre todo para las nuevas generaciones, Margot, siendo una mujer tan importante para la cultura venezolana, es un nombre lejano y debería estar más cerca”.

En sus páginas, el trabajo revela el trajinar de una mujer de la cultura que luego de su laureado largometraje no volvió a filmar otro. Devela las razones, los compromisos institucionales, el deseo de generar una industria local. Pero también las relaciones que sostuvo con genios del arte mundial como Pablo Picasso -con quien hubo un proyecto cinematográfico no ejecutado- o Gabriel García Márquez, con quien también planeó una aventura audiovisual que no se concretó.

En el texto publicado, Arroyo escribe: «La leyenda, el misterio se deben un poco a eso precisamente: a que luego de Araya, que fue un logro tremendo por donde se le mire, Margot ‘no hizo más nada’, ‘no hizo más obra’, y que hoy por hoy sea la misma de 1959 pero ya no de 32 sino de más de 90 años, es decir, una mujer casi eterna, una mujer que, para algunos, incluso ya no vive. Yo mismo, antes de venir aquí, lo preguntaba: ¿Está activa? ¿Está lúcida Margot?».

Aunque muchos le insistían en que «si pasaste por Sofía Ímber, Margot es más fácil», el autor reconoció que fue realmente con Benacerraf con quien siente que se ha graduado como escritor

El bautizo contó con la presencia de la homenajeada, quien pese a afecciones de salud, recibió aplausos de pie y agradeció el calor que le brindaron. “Estoy un poco afónica, pero quiero dar las gracias de todo corazón a Nelson (Bocaranda), a Diego y a todos los amigos que han venido esta noche. Muchas gracias, de verdad, les estoy muy agradecida”.

La presentación del libro estuvo a cargo del periodista Nelson Bocaranda -también protagonista de un libro de Diego Arroyo-, quien luego de un breve repaso histórico sobre la importancia de la sal para sellar y conservar acuerdos en el tiempo, aseguró que “Margot quedó sellada; un pacto para siempre con esa sal de Araya. Esa sal es de hoy, de Venezuela, para que en el mundo la reconozcan, la admiren y la quieran”.

De igual manera, agregó el periodista que, pese a que su “vida y obra es poco conocida, pero siempre admirada y respetada”, la cineasta quiere “que la recuerden como una mujer que trabajó con pasión por y para el cine, y en especial por y para el cine en Venezuela”.

Para ello ahora existe La sal de ayer, donde Diego Arroyo Gil muestra a una mujer que rompió cánones y se enfrentó al conservadurismo de una época, ese que su familia incluso quiso que ella siguiera: «Ya en el bachillerato yo empecé a ser un bicho raro. (Se ríe). Comencé a interesarme por la literatura, por el teatro. Mi papá murió muy pronto y no tuvo tiempo de ver ni siquiera mi película sobre Reverón, pero mamá estuvo en el Festival de Cannes conmigo cuando me dieron el Premio de la Crítica por Araya y eso la hizo feliz, pero hubiera sido más feliz si mi vida hubiese sido distinta desde un principio», queda asentado en el libro, uno escrito en tercera persona y en formato de monólogo como el autor decidió presentar La señora Imber.

El evento de presentación de La sal concluyó con un brindis en honor a la “representante de la Venezuela soñadora, trabajadora, honesta”. Además, los asistentes tuvieron la oportunidad de fotografiarse y llevarse su libro firmado por la homenajeada y su escritor.


MARGOT BENACERRAF, conocida como la dama y la pionera del cine venezolano, ha llegado, este 14 de agosto, a los 93 años de edad. Ha vivido una vida larga y llena de incidencias, pero poco conocida para el gran público. Es como una gran película que se resiste a llegar a las pantallas. Con el objetivo de esclarecer un poco ese misterio hace un par de años el periodista Diego Arroyo Gil fue en busca de la señora Benacerraf para conversar con ella. El resultado de esos encuentros hacen el nuevo libro de Arroyo Gil, titulado La sal de ayer. Memorias de Margot Benacerraf, que está por publicar la editorial Planeta. A propósito de los 93 años de Benacerraf, Runrun.es publica aquí las primeras páginas y la portada del libro de Arroyo Gil, que se estima llegue pronto a las librerías.

 
Fragmento del libro  "La sal de ayer. Memorias de Margot Benacerraf"

Al fondo de un corredor oscuro, desde una habitación iluminada, se escucha un hilo de voz. Si no supiera a quién pertenece –es una dama–, me preguntaría de qué ser humano procede ese sonido agudo, de una cadencia inconstante, tan peculiar. De pronto un bulto a contraluz (parece una mujer…, sí, es una mujer: pequeña, un poco robusta, dulce) me llama, me dice que pase. Me acerco, la mujer pequeña y un poco robusta se aparta y desde la puerta la veo a ella, a la dama del hilo de voz, con una mano apoyada sobre un escritorio. Me mira, sonríe y viene a mi encuentro, sin prisa. Temo que pierda el equilibrio, pero en un gesto resuelto me toma por los hombros y me saluda como si nos conociéramos de toda la vida: me besa en la mejilla y me dice mi amor. Al corresponderle el abrazo, que ha sido inesperado, me digo: qué flaca, y pienso que, aunque de baja estatura, parece una espiga. Una espiga que remata en un peinado cobrizo perfectamente abombado, echado hacia atrás, de otra época, pero que a ella le va de perlas. De boca muy fina, como sus dedos, lleva los labios de carmín, y detrás se asoman unos dientes como miniaturas japonesas. La nariz es de judía, de eso no cabe duda, lo que le da un carácter sólido y sobrio a un rostro a la vez tan delicado y sugerente. Todo en ella deja ver que es una mujer coqueta, pero la suya es una coquetería sin ambiciones exageradas, algo muy propio de otras mujeres caraqueñas de su tiempo que, como ella, son elegantes sin pose ni artificio y que optan mucho por una blusa blanca o negra, de rayas o ligeramente estampada, siempre a condición de que sea fresca. Margot se llama, Margot Benacerraf, y ahora que la tengo enfrente, sentados ambos a una mesa redonda de cuatro sillas donde dos quedan vacías, me siento extrañado de encontrarme cara a cara, de cuerpo presente, con una mujer que, además de una mujer, es una leyenda, un misterio.

Hace ya muchos años, en 1959, cuando Margot se hizo famosa, era una chica de apenas 32 que se alzaba en el Festival de Cannes con dos premios por su película Araya, la segunda y la última que hizo (la primera fue un cortometraje sobre Armando Reverón, en el 52), la cual le dio una figuración y luego le otorgó una gloria de la que aún goza, tanto después, al margen de quienes le riñen por no haber hecho ninguna otra a pesar de haber tenido la vida entera por delante. La leyenda, el misterio se deben un poco a eso precisamente: a que luego de Araya, que fue un logro tremendo por donde se le mire, Margot “no hizo más nada”, “no hizo más obra”, y que hoy por hoy sea la misma de 1959 pero ya no de 32 sino de más de 90 años, es decir, una mujer casi eterna, una mujer que, para algunos, incluso ya no vive. Yo mismo, antes de venir aquí, lo preguntaba: ¿Está activa? ¿Está lúcida Margot? Porque, como para muchos, para mí Margot Benacerraf era, claro, la mujer de Araya, pero vox pópuli era el nombre de la sala de cine del Ateneo de Caracas, una sala a la que habían bautizado así para honrar la memoria de una artista inconfundible, aunque de historia (casi) desconocida…

¡Cuánto hay siempre por descubrir! Esta tarde el hilo de la voz, el abrazo inesperado, la presencia de Margot me llevan de pronto a observar un cuadro que está en la habitación caraqueña en la que ella me recibe. Es el retrato de una mujer. Solo el rostro.

–Soy yo –dice Margot, que se ha dado cuenta de mi curiosidad–. Me lo hizo Oswaldo Guayasamín, el pintor ecuatoriano, que fue mi amigo.

–Es bello el cuadro.

–¿Te parece? –se asombra un poco–. A muy poca gente le gusta.

Me parece, sí. Además de que el cuadro es bello, me gusta su decidida rareza. Lo observo y en él reconozco a Margot, pero al mismo tiempo percibo que esa no es Margot o, más bien, se me ocurre, que esa es la otra Margot, la Margot secreta. Percibo que ese es su rostro, sí, pero atravesado… cómo puedo decirlo… atravesado por el teatro de la vida, por el teatro de la vida vivida. Fantaseo: ese cuadro es Margot como personaje de la memoria, el personaje que justamente he venido a buscar… La verdad, ¿estoy aquí para otra cosa? ¿Por qué razón he organizado esta cita si no es porque quiero escudriñar en ese rostro, atestiguar de cerca su belleza, su rareza?

La mujer pequeña, un poco robusta y dulce se llama Milvia y es la asistente de Margot. Ha traído a la mesa una taza de agua caliente y varios sobrecitos de té.


–Supe que te gusta el whisky –me dice Margot–, pero puedo ofrecerte un té, ¿está bien?

Carcajadas de mi parte y una sonrisa hospitalaria de su lado terminan de abrirle paso a la confianza que ya había anunciado el abrazo del saludo, pero no pierdo de vista el retrato del rostro indescifrable.

–También me gusta el té –concedo–, hay que variar.

Margot estudia con cuidado los sobrecitos de té. Escoge uno y se lo lleva a la nariz.

–¡Mariage Frères! El mejor té francés.

Milvia me mira y me hace un gesto como diciendo: “Adelante, no pierdas tiempo, cariño”. La experiencia me aconseja que para acceder mejor a la vida de un personaje casi mítico –Margot Benacerraf en este caso– siempre es mejor recibir antes el santo y seña de un daimon suyo protector. Pues bien, pienso, me ha dado acceso.

–Mariage Frères, entonces –digo, y echo el sobrecito dentro de la taza, desde la cual de inmediato se desprende un aroma a roble oscuro con flores de azahar.

Milvia se retira y quedamos Margot y yo. Y la pintura de Guayasamín.

(Fuente: Elestimulo.com, Runrun.es)