FICHA ANALÍTICA

Nader y Simin, una separación , claves interpretativas
Ramos González, Anamely (1985 - )

Título: Nader y Simin, una separación , claves interpretativas

Autor(es): Anamely Ramos González

Fuente: Revista Digital fnCl

Lugar de publicación: La Habana

Año: 3

Número: 4

Mes: Diciembre

Año de publicación: 2012

El filme iraní de Asghar Farhadi, Nader y Simin, una separación, ha sido justamente premiado en diferentes festivales y concursos del mundo, entre ellos el de Berlín, los Oscar y tve- Otra Mirada 2011. En Cuba fue estrenado recientemente con la presencia de su director, y tuvo una excelente acogida por parte del público en la sala de cine. Esta breve reseña pretende esbozar algunas claves interpretativas para acercarse a la película.
   El primer plano del filme nos enfrenta a los rostros de Nader y Simin, manifestando ante el juez una demanda de divorcio. El hecho de poner a los personajes hablando a la cámara y hacer coincidir la ubicación del juez y la del espectador, interpela a quien está frente a la pantalla y demanda de él que tome partido desde el inicio o, al menos, que participe de lo que acontece desde la tensión del que mira y sabe. Sin embargo, lo curioso es que el espectador no sabe nada, es un advenedizo colocado en la piel de un iniciado, y esa sensación de ser requerido, aunque solo sea como testigo, lo acompaña durante toda la película. En realidad, el espectador se siente expuesto cuando su lugar típico se encuentra en la oscuridad de la sala de cine, fisgoneando.  
   Los rostros que hablan a la cámara también lo hacen entre sí, pero de una forma entrecortada y fría. No abandonan la mirada frontal, de manera tal que, más que un diálogo, lo que resulta es una exposición de puntos de vista que no coinciden en prioridades y renuncias. La diferenciación de espacios, cualificados en este caso desde la palabra, se convierte en clave para leer las interioridades de la relación entre estos dos personajes, y este recurso será usado una y otra vez a lo largo de todo el filme.
  La diferenciación de espacios se hace más evidente en la casa de los protagonistas, principal locación del relato. Resulta difícil ver el inmueble de forma completa: sala, cocina, cuarto del abuelo, se suceden con el mismo frenesí que los diálogos, otorgando a lo que vemos y escuchamos un ritmo intenso. No se pierde, no obstante, esa especie de tensión que parte de la exposición recíproca y detenida de situaciones y zonas de acción, las cuales se entreven y quedan enfrentadas.
  Lo anterior es reforzado por los movimientos de cámara: rápidos, nerviosos, hasta bruscos en algunas ocasiones, y por una fotografía que privilegia los planos angulosos, incisivos; que alterna primeros planos con secuencias que describen desplazamientos en el espacio, o con planos más generales en los que a menudo un personaje es sorprendido mirando a otro, o simplemente pendiente de una situación determinada. Esta especie de desdoblamiento entre actuante y espectador se traspone al espacio mismo, como si el espacio físico cargara sobre sí el peso de las preguntas y los recelos de quienes lo habitan.
  El entreverarse de los espacios se contrapone a la insistente voluntad de los personajes de mantener a toda costa la diferenciación: continuamente puertas y accesos son cerrados en función de una intimidad que otorgue dignidad suficiente a lo que se discute, y en un esfuerzo por no afectar a terceros inocentes.
  Tal vez en una edición más convencional abrían quedado fuera de la película muchos de estos planos y secuencias de transición, donde «nada ocurre», pero en Nader y Simin, una separación, este ir y venir representa no solo el estado emocional de los personajes, su inestabilidad, sino también esa ansiedad de respuestas que se contagia incluso al espectador, en medio de una historia donde casi todos los personajes están abocados a decisiones más o menos grandes, pero siempre importantes. Lo interesante y revelador del filme es que debajo de todas estas decisiones lo que está en juego es la moralidad de esos seres humanos, es por eso que sin tomar el camino del adoctrinamiento Nader y Simin, una separación, es una película propedéutica, pero desde los sesgos e irregularidades de lo humano. Y en este sentido estoy en desacuerdo con no pocas críticas que he leído, donde se enfatiza el no enjuiciamiento moral de los personajes y situaciones expuestos en el filme y esto como intención explícita del director.
   Por mi parte, considero que si Farhadi se toma el trabajo de retratar un conflicto humano en toda su verosimilitud, pero también lleno de situaciones paradigmáticas, es para llamar la atención sobre las luces y sombras de todos estos personajes, en función de que entendamos todos la fragilidad y vulnerabilidad ética que nos constituye. Nadie es aquí del todo culpable, es cierto, pero la incomunicación, la simulación, la intolerancia, el fanatismo, la venganza, no son cuestiones frente a las que se pueda pasar y seguir de largo sin más. Farhadi nos llama la atención sobre el compromiso que tenemos ante todo con nuestra propia vida, y también con la vida de nuestros seres queridos, creo que el personaje de Termeh está allí apuntando a eso.
   La fragmentación del discurso fílmico, tanto desde la palabra como desde lo visual, que se hace patente en la ya referida diferenciación de espacios; la intención bastante explícita de la fotografía de mostrar los espacios a través de los ojos de otro que mira, lo cual, además, impone a la cámara un punto de vista siempre humano y hasta realista; y por último, los personajes que irrumpen en la trama tratando de diagramar un espacio propio, personal, que los resguarde y a la vez sostenga sus posiciones dentro de la historia; constituyen tres de las más importantes intenciones dramatúrgicas del filme, con ineludibles consecuencias en la estructura del relato y en los modos en que este es contado.
  Nader y Simin, la historia se inserta en la trama principal de la película, introduciendo un giro inesperado: ella comienza a trabajar en casa de Nader, cuidando a su anciano padre, va con su pequeña hija y con su otro hijo en el vientre. Producto de desavenencias respecto a la realización de sus obligaciones y a la desaparición de un dinero, ella y Nader pelean y ella pierde al bebé. A partir de aquí se dará inicio a una cadena de malentendidos, reproches, culpas recíprocas y simulación, que deviene hilo conductor del relato, al menos desde una perspectiva hechológica. Aparentemente, el conflicto entre Nader y Simin se verá un tanto desplazado en su centralidad en la dramaturgia del filme, aunque se mantendrá como contrapunteo del nuevo conflicto.
   La situación que se crea para Nader afecta la relación con su esposa de una particular manera: por un lado ahonda el conflicto añadiendo razones a la desilusión y desconfianza que ella siente; por otra parte, esa misma dificultad los acerca, al menos en la necesidad de hallar una solución lo menos traumática posible para todas las partes. Por un momento vislumbran una esperanza de futuro para su relación, ya que las acciones que realizan pensando en el otro, hacen aflorar la ternura que es ahogada en el terreno de la palabra. Ocuparse de la persona amada les permite mostrarse vulnerables y solícitos, aunque nunca aparece la comunicación explícita en el cariño. Todo queda en el registro de lo tácito, lo que dota a la relación de una ingenua y hasta candorosa timidez que llega a conmovernos al mostrar en ambos personajes una absoluta incapacidad de expresar amor.
   La incomunicación fundamental que traspasa la relación de Nader y Simin no se manifiesta en un no decir, sino en decir a medias, simulando siempre lo más importante: aquello que puede promover el cambio de actitud para revertir el desencuentro. Sus afectos quedan apresados en el discurrir de monólogos interminables que dependen de los errores del otro para desarrollarse, y que incluso los esperan, en un talante de dolorosa ligereza, que engulle cada gesto y lo devuelve distorsionado en una respuesta asentada en egoísmos y pequeñas mezquindades. El profundo amor que sienten uno por el otro, y que se entrevé a través de sutiles señales captadas al vuelo, no basta para mantenerlos unidos, por lo que, desesperados, destinan sus esfuerzos a posicionarse en su versión de la historia y a seguir adelante con una vida que ya no los representa, pero que los mantiene subsistiendo. Ambos pretenden obtener para sí el respeto y la comprensión de su hija, cuando ni siquiera ellos mismos están convencidos de sus decisiones, más bien se sienten acorralados en ellas, pero argumentos personales razonables, en mayor o menor medida, y revestidos de mucha vanidad, se convierten en obcecación y les impiden dar marcha atrás. Eso queda de la solicitada libertad y anhelo de prosperidad de Simin, o del compromiso de Nader con su padre enfermo, solo obcecación, vanos pretextos que sumergen a este matrimonio en una situación de profunda impiedad.
  La otra pareja del filme presenta circunstancias no menos conflictivas: él tiene deudas que no puede cubrir y los acreedores lo acechan, ella se ve obligada a trabajar embarazada y sortea, siempre nerviosa, los obstáculos que se presentan, y esto incluye los sucesos violentos a los que la somete su propio esposo y el cuidado de su pequeña hija.
   Ella personifica la imagen del sacrificio y de allí emerge la dignidad del personaje. Profundamente religiosa, llama continuamente al centro religioso al que pertenece para saber si resultan pecaminosas acciones cotidianas y, sin embargo, no percibe la madeja que la mentira va creando alrededor de su vida y su familia; o tal vez sí la percibe y es esa intuición la que la mantiene anegada en una mezcla de expectación y desasosiego que la hace dudar de su moralidad ante Dios. Desde que se presenta miente o, al menos, omite y es justamente su silencio la fuente de la cadena de acciones que, como una fuerza expansiva, incluirá paulatinamente a todos lo personajes de la historia.
  También en la personalidad de su esposo, y sobre todo en su comportamiento, se revela una singular confluencia de sentido de la justicia y dudosa moralidad: cuando se entera de que el aborto de su esposa puede estar relacionado al maltrato sufrido por Nader se indigna, consternado exige un resarcimiento; luego, cuando ella le manifiesta sus dudas respecto a la culpabilidad de aquel, no quiere escuchar y le exige un juramento falso.
  La relación de esta pareja es totalmente distinta a la de Nader y Simin, ya que mientras aquellos sostienen imperturbables sus pequeñas verdades, aquí la relación está desbalanceada: ella vive y actúa en función de él, en una relación no exenta de conmiseración. En medio de todo, la pequeña niña es testigo de los problemas económicos de la familia, de las vicisitudes de su madre, de las peleas de sus padres, del nuevo conflicto con Nader; y su rostro, el más triste y desesperanzado de todos, da cuenta de una personalidad que se va formando a golpe de sufrimiento, silencio y sacrificio. Solo con Thermeh la niña parece desarrolar una especie de incipiente complicidad, que es truncada.
  Thermeh, en Nader y Simin, una separación, aunque en un primer momento no lo reconozcamos, no solo se nos habla de una ruptura, en ella también podemos distinguir la historia de una oportunidad. No se trata simplemente del aclaramiento de un conflicto, el deseo por desentrañar un culpable de todo lo ocurrido da paso a un ahondamiento en la compresión del amor entre Nader y Simin, incluso cuando es un amor que no puede ser sostenido por los propios amantes.
   Y es en medio de este camino donde asistimos al florecimiento del personaje de Thermeh, cuyo crecimiento tuvo lugar a lo largo de la película, mientras todos estábamos pendientes de los giros de la acción. Thermeh es la parte luminosa que ha emergido como epítome de las circunstancias vividas. Cada segmento del filme ha sido acompañado casi imperceptiblemente por ella, y solo al final reparamos en su centralidad: en sus manos ha sido colocada la decisión más importante que se deriva de la separación de sus padres, con cuál de los dos va a permanecer ella. Thermeh es la encargada de cerrar el círculo, pero su respuesta queda velada porque ya pertenece a otra historia, a otro universo que se abre, pleno en posibilidades.
  El cine iraní muestra como tipicidad este tratamiento de la vida que combina lo histórico y lo íntimo, que aparece para señalar una particular expresión de lo histórico y para abrir sus horizontes al futuro y a lo trascendente. De esta forma lo cotidiano, la espontaneidad, o incluso la naturaleza azarosa que se muestra en esta tradición cinematográfica, apuntan a la transfiguración del mundo y de la vida humana. Allí emerge su fuerza conmovedora, la simpatía que se va labrando lentamente hasta que alcanza, como por casual evento, el universal. Lo que resulta es una insólita manifestación de la piedad, donde la palabra es fundamental como expresión de la voluntad y compromiso humanos. Una película como Nader y Simin, una separación, donde la palabra pierde brillo en medio de debates inocuos o distorsionados por la mentira y la simulación, solo puede terminar demandando el silencio, o al menos, aplazando el acontecer de la palabra misma, librándola de sus avatares, para que abra y corone los nuevos horizontes que vendrán.

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Anamely Ramos González (Camagüey, 1985) Graduada de la Facultad de Artes y Letras, de la Universidad de La Habana, en el año 2007. Actualmente trabaja como profesora del Instituto Superior de Arte, donde culmina la Maestría en Procesos Culturales Cubanos. Colabora con diferentes revistas del país y trabaja como curadora de arte contemporáneo.