FICHA ANALÍTICA

El crítico siempre llama tres veces.
Lezcano, José Alberto (1935 - )

Título: El crítico siempre llama tres veces.

Autor(es): José Alberto Lezcano

Fuente: Revista Cine Cubano On Line

Número: 5

Año de publicación: 2007

El crítico siempre llama tres veces.

El libro de Frank Padrón La profesión maldita (Editorial Oriente, 2004) se desliza, a veces, como un meditado discurso filosófico sobre las peripecias de ese descenso sin frenos que exigen los demonios de la crítica que nació con el cine; a veces, como un sorpresivo asalto a las trincheras que ocupa el espectador empeñado en rechazar todo intermediario entre sus pupilas (su mente) y la pantalla; en ocasiones, como una partida de ajedrez con un solo jugador decidido a jugar contra sí mismo sin hacerse trampas; y, finalmente, como un cruce de espadas entre lo aparente y lo real, lo evidente y lo subterráneo, a partir de los espejismos que, a una velocidad de 24 por segundo, tienen que ser diseccionados en la memoriosa privacidad de la posmirada (cuando el efecto emocional de la película es re-construido, despojado de inmediatez, cubierto de una nueva piel —tal vez frágil, acaso traidora— pero en todo caso, inevitable).

Si es cierto que el crítico de hoy —y el de siempre—, debe ser apto para interpretar lo (pre)visible, los mensajes enlazados y superpuestos, las claves esotéricas y los signos más endiabladamente resbaladizos, también lo es que un espejo tembloroso se interpone con frecuencia entre la imagen que procrea la pantalla y el advenedizo que intenta reducirla a unas líneas sin reconocerse en ellas, para no hablar de los equívocos, las dudas y las resistencias que ese mismo texto provocará en la criatura múltiple, inasible y escurridiza que llamamos público. Para expresarlo de otro modo: más que la crítica a los meandros y ensenadas de la crítica, la obra de Padrón equivale a un triple acercamiento al mundo de reflexiones, inquietudes y hallazgos que representa el fenómeno del cine. Por un lado, la inmersión en los avatares de la especulación teórica, de los caminos zigzagueantes de la estética, de los códigos que propone la heterodoxia «posmo», de los signos artificiales que conforman una visión otra de la realidad. Por otro, la invitación a la polémica (con todo rigor conceptual) acerca de la vieja cuestión que atañe al ejercicio de la crítica profesional: ¿juego de intuiciones?... ¿Sistema cerrado de significantes y significados?... ¿Poética sembrada en las arenas del desierto?... ¿Lenguaje empeñado en competir con las más altas conquistas del ensayo filosófico o literario al enfrentar un arte que raras veces olvida que también es industria? Por último, la confesión pública de experiencias tan vitales para el autor como las deliberaciones del jurado en la obra suprema de entregar un premio o ese relampagueante ajuste de cuentas con los que solo ven en el crítico a un aguafiestas que ataca todo lo que realmente les gusta.

Maldita como tiene que serlo una profesión que sale al ruedo con dosis incontrolables de lucidez y terquedad, subjetividad y distanciamiento, lógica y fetichismo, indiferencia y apasionamiento, la crítica es para Frank Padrón, en primer término, exploración desprejuiciada del suceso artístico; gramática trascendentalista que asciende unos escalones, se detiene, cobra nuevos impulsos, prosigue su trayecto, aporta una observación oportuna, llama la atención sobre un detalle nada obvio y evita las veleidades y la gratuidad teñidas de refinamiento. Declaro sin reservas que nunca he visto en él al crítico que gusta de atrapar y descuartizar las películas, arrancarles las vísceras y exponerlas a la cambiante atmósfera de sus estados de ánimo. En sus análisis de numerosos y muy diferentes filmes, raras veces lo he sorprendido en el abordaje de detalles incidentales. Su mirada persigue la interioridad del hecho fílmico para extraer sus claves vitales, sus metamorfosis, estratagemas y disonancias y sus latidos menos dóciles. Para confirmarlo, basta revisar su enfoque de American Beauty, Amores perros, Farinelli, Moulin Rouge y otras obras, en comentarios signados por el estilo intelectualmente espartano que propugnaba Magris: «Apreciar sin adorar y criticar sin demonizar». O su visión del cine latinoamericano, a cuyo estudio se ha dedicado por largo tiempo. O su (h)ojeada al tema del terrorismo en la pantalla estadounidense (crítica comprometida, como se proclama desde las páginas iniciales del libro, pero asumida «con el rigor, con la honestidad, con la valentía, con el conocimiento y, por supuesto, con la belleza»).

En el osado concierto que sirve de fondo a esta obra, el movimiento que denota mayor virtuosismo es seguramente el referido a «La eternidad y una pregunta: ¿la poscrítica?», tan propicio al debate como nutrido de inquietudes y propuestas que por sí solo justificaría otro extenso volumen. La búsqueda de la palabra que pueda develar los secretos del entramado «posmo» no se focaliza en el torneo habitual de citas sino en algo más avizor y ecuménico que la simple mención de obras y autores: el propósito de emplazar las ideas, pesar la contradicciones, llamar a declarar a los testigos que sentaron pausas teóricas y/o juegos lingüísticos, los que subjetivamente defienden la objetividad e incluso los que han pretendido cartografiar la posmodernidad a partir de un diseño poco apto para aportar mapas confiables. Igualmente iluminadoras son las páginas que dimensionan el tan traído y llevado cine de Almodóvar o las que ajustan cuentas con el cine cubano de los últimos tiempos (Las noches de Constantinopla, Hacerse el sueco, Miradas, Nada, Miel para Oshún) donde la balanza, ajena al ya tradicional desfile de adjetivos, previene y advierte, detalla y remueve, justifica o discute.

Una película no es un mueble que invita a sentarse ni un caballo que aguarda al jinete. Como hecho artístico, la película asume compromisos, se vuelca hacia un destinatario múltiple, fagocita sin descanso, se mueve entre referentes reales y dispositivos imaginarios, recorre caminos cuyas metas pueden detectarse a simple vista o deslindarse en un horizonte cargado de ambigüedades. El mérito mayor de este tinglado crítico es que sostiene la carga sin hacer evidente su esfuerzo y que el razonado inventario de aciertos y errores del producto fílmico nunca se reduce a un dictamen profesoral. No son crónicas diaforéticas sino analépticas. Detrás de cada juicio se advierten la observación cuidadosa, el trasunto de un orden conceptual, la fuerza de una introspección despojada de prejuicios.

Buen musicólogo, Padrón conoce la diferencia entre la crítica concebida como aria y la crítica entendida como recitativo. Sabe por experiencia que la divulgación del criterio está sujeta al movimiento de las olas que mecen su tiempo y su espacio. En esta conjunción de azares y cálculos, nada tiene de extraño que el crítico redimensione con frecuencia la tarea que su elección existencial le impone. Tribuna de exorcismo, canto de sirenas o plataforma de especulaciones, la madeja crítica —no solo en el cine— oscilará siempre como un péndulo entre la estabilidad genética y el desorden racional.

Si aceptamos que existen libros nómadas y libros sedentarios, el que nos ocupa cubre su trayecto con la inagotable energía de una caravana de gitanos. Leerlo es un paso legítimo hacia la reflexión.


Descriptor(es)
1. CINE LATINOAMERICANO
2. CRÍTICA CINEMATOGRÁFICA
3. INVESTIGACIONES CINEMATOGRAFICAS
4. LITERATURA Y CINE
5. PADRON, FRANK, 1959-
6. RESEÑA

Web: http://www.cubacine.cult.cu/sitios/revistacinecubano/digital05/cap09.htm