FICHA ANALÍTICA

Diagnóstico, pronóstico y sarcasmo.
Río Fuentes, Joel del (1963 - )

Título: Diagnóstico, pronóstico y sarcasmo.

Autor(es): Joel del Río Fuentes

Fuente: Revista Cine Cubano On Line

Número: 6

Año de publicación: 2007

Diagnóstico, pronóstico y sarcasmo.

Flash Forward (2005) y Gozar, comer, partir (2006) han demostrado inusitados atractivos en ese género de tan poca usanza en Cuba como el corto de ficción, al tiempo que confirmaban las múltiples sugestiones propuestas por la filmografía de Arturo Infante (1978) joven licenciado en teatrología, en el Instituto Superior del Arte, y egresado en la especialidad de guión en la Escuela Internacional de Cine y TV. Infante destacó primero por El televisor, luego llegaron los clamores que rodearon la avizorante, grotesca y divertida Utopía, el resbalón que significó El intruso, el guión de La edad de la peseta (que recientemente se convirtió en el primer largometraje de ficción dirigido por Pavel Giroud) y después arriban, separados por unos pocos meses, el sardónico futurismo de Flash Forward, y ese retrato cabal de cierta concupiscencia casi surrealista dominante en la Cuba contemporánea: Gozar, comer, partir.

 La escueta sinopsis de Flash Forward promete «una visión de la ciudad de La Habana en el año 2026». Por su parte, la voz autora de los abundantes textos escritos, data el filme mucho después de esa fecha, para poder así presentar con absoluto conocimiento de causa, puesto que ya pertenece al pretérito, todo lo que ocurre en la capital de los cubanos en ese problemático 2026, luego de veinte años de realizado el filme. De modo que nos encontramos ante una obra de ficción sin personajes principales ni secundarios, falso documental de inclinación futurista (en una línea similar al epílogo de La vida es silbar, o al segundo cuento de Madrigal, ambos de Fernando Pérez) que pudo devenir panorama cerradamente distópico, amargo y pesimista, si no fuera por la elegancia de algunas imágenes y por la miscelánea noticiosa que aparece al pie de las imágenes, esos titulares que corren en la parte baja de la pantalla, al estilo noticiario de CNN, que le aportan considerable sentido del humor y criticismo a preocupaciones de índole social, política, económica, cultural, a partir de una serie de temáticas muy ancladas en el presente como los cambios climáticos, la crisis de vivienda, el medio ambiente, el consumismo, la globalización del gusto, y el preocupante emparejamiento de las culturas. Algunas de estas noticias exudan ingenio y gracia, además de una sincera pero leve preocupación por las malas nuevas que nos traerá el futuro, como aquellas que dan cuenta de la clonación del tocororo a partir de la combinación de células congeladas del último ejemplar, y los genes del aura tiñosa, especie mucho más resistente a los cambios climáticos; o aquella otra que informa sobre la construcción de un megacentro comercial en el «antiguo» barrio marginal El Romerillo, o de la existencia de un portentoso metro con paradas en Cuatro Caminos y en el barrio llamado La nueva Habana Vieja.

Flash Forward presenta una extraña modalidad futurista, la distopía risueña, que insinúa maravillas e insondables pecados de un porvenir colmado de resonancias en el presente, puesto que el hoy y el ahora son el verdadero objeto de escarnio de Arturo Infante (recordar Utopía). Solo a partir de evidenciar su referente en la actualidad cubana se pone de manifiesto el carácter eminentemente antitético de nuestra contemporaneidad respecto a lo ideal, a lo deseable, lo espiritual y cuán distantes nos encontramos de poder suscribir aquel aserto positivista respecto a que habitamos el mejor de los mundos posibles, en un presente de superior calidad a cualquier tiempo pasado. Infante no lo cree así, definitivamente, y nos aporta sus argumentos para el descreimiento y el escepticismo, aunque tales apreciaciones penderán, en Flash Forward, de las apreciaciones del espectador fundadas en los cintillos mencionados, que le proveen la mayor cantidad de información y de «mensajes» al público, pues las imágenes presentan entornos más bien agradables y glamorosos para La Habana (se intercalan hábilmente visiones, gentes, letreros e íconos habaneros, con secuencias que corresponden a la actual Budapest, según nos enteramos en los créditos finales del filme).

Precisamente en esta incongruencia, en la discordancia de sentidos que se provoca entre lo apacible y normal de las imágenes, y lo turbador, punzante o proceloso de los cintillos, radica uno de los principales elementos discutibles y paradójicos del filme, que propone largas secuencias de puro florilegio y digresión, nada futuristas y demasiado frías e hieráticas como para pertenecer a la realidad cubana de ninguna fecha, mientras que hace descansar casi todo su concepto en esos textos apresurados y sucintos. Tal vez la excesiva confianza en la intensidad conceptista de un cine logocéntrico, ese que confía demasiado en la eficacia del diálogo (aquí sustituido por los mencionados cintillos) sea una de las rémoras más visibles en estas primeras obras de Arturo Infante como director y guionista, pero nadie se equivocará si augura que sus futuras obras conseguirán las vías para expandirse de los grilletes demasiado teatrales que a veces las sojuzgan.

De todos modos, Flash Forward se asienta por derecho propio entre los más peculiares filmes futuristas realizados en Cuba. Como ya se sabe, las distopías literarias y cinematográficas surgen como variantes del futurismo postapocalíptico, obras de advertencia o sátiras, que muestran las tendencias actuales de las sociedades llevadas a los extremos, siempre en estrecha relación con la época y el contexto socio-político en que se conciben. Arturo Infante decidió aplatanar, y someter a sistemático choteo, una serie de preocupaciones típicas de las grandes distopías que pueblan el cine y literatura como Metrópolis, La máquina del tiempo, 1984, Fahrenheit 451, La naranja mecánica, Blade Runner o la reciente V de Vendetta, entre muchos otros pronósticos de angustioso porvenir.

Pero cuando la nieve cae profusamente sobre La Giraldilla, circula sin sobresaltos el metro en el subsuelo habanero, y se registra la primera adopción de un niño por parte de una pareja gay cubana, entre otros regalos que pudiera traer el futuro, uno se convence de que Infante no ha querido inquietarnos con un porvenir de catástrofe y deshumanización, sino más bien ilusionar, proponer, con un dejo pertinente de preocupación pero con esperanza, ¿por qué no?, expectativas sobre un mañana que no ha de ser, por obligación, y en todas las líneas de pensamiento, peor que el presente. De tal modo, Infante nos propone una suerte de antidistopía que no llega a ser utopía, pues incluso cuando escoge la canción Sombras, hecha bolero por Blanca Rosa Gil, y la coloca irónicamente por detrás de los textos y las imágenes, sobre todo cuando se escucha aquello de que «cuándo tú te hayas ido, me envolverán las sombras», Infante no hace otra cosa que burlarse amablemente de todos aquellos que hacen negocio con el miedo o la inercia, y vaticinan un futuro de inseguridad y desasosiego, con el interesado propósito de justificar, o soslayar, los males del presente.

En ese presente continuo, donde los tres verbos más conjugados en la Cuba contemporánea, según opina el autor, forman parte del título, Gozar, comer, partir articula tres historias breves, la primera sobre dos jóvenes que se entregan a veloz y gélido coito en la habitación del abuelo, durante una fiesta a golpe de reguetón; la segunda se concentra en una mesa donde tres mujeres mayores no solo comen ajiaco, sino que hablan constantemente sobre el placer de comer, mientras la mayor de ellas devora con avidez un vaso de cristal, y por último la tercera ocurre en el modesto cuarto de una muchacha, y en torno a la maleta que va llenando de sus pertenencias más importantes, mientras conversa con una amiga, pues evidentemente está abandonando el país, o más bien llevándose a Cuba en una maleta improbable, mientras le encarga a la amiga que riegue una planta abandonada en la ventana tal vez para siempre.

 En las tres narraciones destaca la visión medio desencantada y virulenta del director, presto a distinguir los matices hoscos o ridículos de cada situación o personaje, desde una intención sutilmente apocalíptica, moralista e irónica. Apocalíptica porque la exageración satírica subraya lo más negativo y retardatario de nuestra animal naturaleza; moralista porque el hedonismo que gobierna a los personajes no parece proporcionarles demasiado placer ni mucho menos los mejora o eleva, e irónica en tanto los personajes son contemplados con una fría distancia analítica, que no favorece la identificación del espectador, sino que más bien provoca el enjuiciamiento de sus actitudes irracionales, su vocabulario soez, su tosquedad y falta de elevación espiritual.

El primer cuento, Gozar, describe un ligue ocasional entre una muchacha trigueña y entradita en carnes, que mastica exageradamente un interminable chicle, y un muchacho rubio y delgadito, invitado por ella a tener sexo en la habitación donde yace sentado el abuelo inválido, ido del mundo, mientras acaricia una medalla, escoltado por diplomas y gallardetes de antiguo héroe del trabajo. Aunque describe no más que el coito, con sus diversas posiciones, y el diálogo impersonal e incoherente que los dos muchachos sostienen mientras tienen sexo, la escena parece desprovista de toda apelación al erotismo, pues el tema dominante es el tamaño de las respectivas casas, y la posesión o no de una habitación propia. Los dos personajes principales de Gozar se comprenden mejor si los vemos cual representantes redomados del hedonismo instaurado en el presente. Ambos son personas cuyo fin último en la vida es la búsqueda del placer. Y todos somos capaces de admitir que el placer es algo válido y positivo, pero los hedonistas lo consideran el bien único y supremo, al cual deben subordinarse todas las demás acciones.

 En el segundo cuento, Comer, el placer perseguido es la comida, o más bien hablar constantemente sobre esta, y así se desgrana toda la conversación de las tres viejas sentadas a la mesa. Ellas rememoran los chorizos de antes, enumeran las especies que tiene el guiso, intercambian impresiones y anuncios sobre lo que comieron ayer y comerán mañana, todo ello interrumpido por el impasse surrealista en el cual se relata la manía de la anciana de comerse los vasos de cristal, y un enorme buda de yeso que adornaba la sala. Ella asegura que no tiene hambre, sino carcomilla, y así se hace tal vez evidente la ansiedad o angustia que le han provocado a la pobre anciana con la explotación indiscriminada del tema gastronómico. Es el menos risible de los tres (puede ser que pulsa el humor negro y el absurdo, dos variantes un tanto sofisticadas del humor) y por momentos se alarga en demasía.

El tercer cuento es el más teatral y mordaz de los tres. Partir registra el intercambio de sentencias y recomendaciones de estas dos mujeres jóvenes, una de las cuales se está yendo de Cuba. Están conversando sobre todas las cosas que pasan allá afuera (en el extranjero) respecto a los problemas de la salud pública, la polución, el estrés, la violencia callejera, todo lo cual, aunque es sabido en apariencia por la escuchante, no afecta con la más leve duda su decisión de partir. Y se va al final, luego de cargar con las aspirinas cubanas que le sientan mejor, la Oshún-Caridad del Cobre que la ayudó a resolver los papeles, con las llaves de su casa en Cuba, y con una calabaza por si no hay a la venta en ese país ignoto y agresivo que la espera. Con varias líneas de texto verdaderamente simpáticas, este es el cuento de mayores deficiencias, sobre todo, en cuanto a la falta de organicidad de las actuaciones, a la pobre utilización del espacio, y a las escasas acciones físicas acometidas por las dos actrices mientras exponen sus textos respectivos. La emigración obligatoria y el tema de la despedida del suelo patrio —sacralizado como uno de los más graves y solemnes por una tradición cultural que pasa por la poesía de Heredia o la Avellaneda, la música de Ignacio Cervantes y los filmes Fresa y chocolate, de Tomás Gutiérrez Alea o Miel para Oshún, de Humberto Solás—, resultan sometidos aquí a una especie de impenitente sarcasmo, que soslaya por completo el costado trágico del asunto.

En una entrevista con la página web La Jiribilla, Infante aseguró que:

la ironía es en primera instancia mi modo de acercarme a la realidad. Así soy yo mirando, hablando. Además, cuando usas la ironía conscientemente ella se convierte en un instrumento muy agudo para analizar las cosas, porque te puedes reír, pero al mismo tiempo esa misma risa te hace consciente del fenómeno, de los problemas, y reparar en cosas en las cuales de otra manera uno no se percata. De alguna manera el humor cubano siempre tiene algo de irónico. Le veo sentido a cada nuevo trabajo solo a través de la ironía.

En Flash Forward y Gozar, comer, partir, Arturo Infante diagnostica, pronostica y sonríe socarrón a propósito del presente y el futuro de nuestros ideales de felicidad, esta última imaginada como una suerte de placer perpetuo, demasiado apegado a las zonas más altas y más bajas del vientre.


Descriptor(es)
1. CINE CONTEMPORANEO
2. CINE CUBANO
3. CINEASTAS CUBANOS
4. IDENTIDAD
5. IDEOLOGIA Y CINE
6. SOCIEDAD Y CINE

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