FICHA ANALÍTICA
El deslumbrante efecto de lo extraordinario
Pogolotti Jakobson, Graziella (1932 - )
Título: El deslumbrante efecto de lo extraordinario
Autor(es): Graziella Pogolotti Jakobson
Fuente: Revista Cine Cubano On Line
Número: 13
Año de publicación: 2009
El paso del tiempo corroe la irrecuperable emoción del instante. Lo que hemos sido se diluye en lo que estamos siendo. Una noche, a la salida del cine donde se estrenaban documentales del ICAIC, caminaba despaciosamente por La Rampa con algunos amigos mexicanos. En ese andar, íbamos liberando el sentimiento de exaltación que nos embargaba. Tomábamos conciencia de vivir lo extraordinario. La Revolución cubana había roto los esquemas establecidos. En las fronteras del imperio, triunfó sobre un ejército profesional bien armado. Hizo la reforma agraria. Llevó la cartilla a los iletrados. Y tocó la zona más íntima de nuestro ser al colocar en nuestras manos la cristalización de nuestras utopías personales.
Yo también, alguna vez, soñé con hacer cine. Acumulé datos para construir en imágenes el mundo de Cecilia Valdés. Luego, mi camino fue otro. Pero, inoculada con la pasión por el cine, frecuenté cinematecas y cine clubes, radicalmente distanciada de los productos comerciales respaldados por el monopolio de las trasnacionales de la distribución.
La cámara es un ojo instalado en un lugar preciso del mundo. Desde ahí, selecciona, matiza, ordena, jerarquiza y construye un imaginario sustentado en la conjunción de visualidad, sonido, animado todo por el hilo conductor de una idea inscrita en una fiesta del autorreconocimiento, sobre todo en una etapa dominada por la conciencia de un acelerado proceso transformador. El entusiasmo no restaba la perspectiva crítica. Todo lo contrario. Porque cada cual aspiraba a verificar la cristalización de sus expectativas personales. Y, sin dudas, en las realizaciones de aquellos años hubo obras fallidas. Implementadas para acelerar el proceso de desarrollo de la cinematografía cubana, las coproducciones, algunas de las cuales conservan apenas un valor museográfico en tanto atestiguan la mentalidad de una época, dejaron un rastro de inconformidad. Ese registro de la mentalidad epocal se hace evidente cuando la sorprendente exhumación del mamut siberiano revela el cambio en el modo de mirar. Muchos recordábamos la deslumbrante pericia acrobática de la cámara en Cuando vuelan las cigüeñas, gran éxito internacional del cine soviético en los días del llamado deshielo. En ese triunfo que horadaba la «cortina de hierro» intervinieron también razones extrartísticas. El virtuosismo en el empleo de los recursos formales rompía la grisura del realismo socialista. El aplauso validaba las señales renovadoras. La libertad de la cámara sometida a la dictadura del director de fotografía situado al margen de sujeciones presupuestarias, metaforizaba el protagonismo absoluto del creador. Sin embargo, el esencialismo encubierto en el título Soy Cuba, con un carácter absolutizante, definitivo y omnisciente, propiciaba malentendidos, que se manifestaron desde la realización del proyecto en el choque de miradas contrapuestas entre cubanos y soviéticos. Obra monumental en muchos aspectos, fue recibida con frialdad. Allí permaneció archivada hasta su reciente resurrección.
La cercanía al documental, la conciencia experimental de un aprendizaje aparejado a una realidad en construcción, multiplicaba las perspectivas del cine cubano ajeno a la dicotomía forma-contenido. Rehuía, asimismo, presupuestos esencialistas. A través de ese diálogo implícito, fue conquistando poco a poco un público acostumbrado, sobre todo en esta materia, a subestimar lo propio. Más allá de posturas ideológicas y políticas, muchos pensaban que lo bueno venía del Norte. Con el paso de los años, las colas expectantes acogieron lo bueno de acá y, también, lo imperfecto.
“Soy Cuba” (Cuba-URSS), de Mijail Kalatozov, 1964.La singularidad del ICAIC, su carácter fundacional e innovador, sobrepasaron con mucho la producción cinematográfica. Respaldado por un lúcido reconocimiento de los complejos vínculos entre arte y sociedad, y de su intrínseca naturaleza interdisciplinaria, se convirtió en una institución con influencia relevante en el ámbito cultural. Impulsó el debate y la difusión de ideas, patrocinó la renovación del diseño gráfico y la experimentación en el campo de la música. Auspició la rápida y eficiente formación de los numerosos artistas y técnicos requeridos por el medio. Incentivó el desarrollo de la crítica.
El programa cultural del ICAIC contenía un proyecto pedagógico de gran alcance. Eludiendo la tentación del paternalismo con la subyacente subestimación de las masas, se proponía el proyecto pedagógico de enseñar a pensar, a un mismo tiempo, el cine y la sociedad. Aparejada a la acción del cine-móvil, suerte de alfabetización de los campesinos excluidos, la política de distribución llevó a las pantallas lo más significativo de la contemporaneidad. Eran los años del fecundo despliegue de variadas propuestas marcadas por la autoría de directores que indagaban por caminos diversos. Visconti, Antonioni, Fellini, coexistían con Truffaut, Bergman, Kurosawa, Wajda, en la exploración de sus verdades respectivas. Como lo había intentado Brecht en otro terreno, se trataba de formar un espectador crítico. La alternativa socialista se situaba entonces en las antípodas de las propuestas comerciales dirigidas a promover papillas homogeneizantes y adormecedoras para un público de fácil manipulación. Apostar por lo aparentemente difícil, por subir con plena conciencia la empinada cuesta, situaba al arte –sin instrumentarlo– en el campo de la política. Porque allí también se derrumbaban viejos y arraigados conceptos en un acelerado proceso de aprendizaje.
Nunca he trabajado en el ICAIC. Tampoco me interesa dilucidar los pequeños conflictos inseparables de la condición humana. Los nombres de Alfredo, de Julio, de Saúl, de Titón y de Santiago estarán por siempre asociados a una excepcional hazaña de creación.
Descriptor(es)
1. INSTITUTO CUBANO DEL ARTE E INDUSTRIA CINEMATOGRAFICOS (ICAIC)
Título: El deslumbrante efecto de lo extraordinario
Autor(es): Graziella Pogolotti Jakobson
Fuente: Revista Cine Cubano On Line
Número: 13
Año de publicación: 2009
El paso del tiempo corroe la irrecuperable emoción del instante. Lo que hemos sido se diluye en lo que estamos siendo. Una noche, a la salida del cine donde se estrenaban documentales del ICAIC, caminaba despaciosamente por La Rampa con algunos amigos mexicanos. En ese andar, íbamos liberando el sentimiento de exaltación que nos embargaba. Tomábamos conciencia de vivir lo extraordinario. La Revolución cubana había roto los esquemas establecidos. En las fronteras del imperio, triunfó sobre un ejército profesional bien armado. Hizo la reforma agraria. Llevó la cartilla a los iletrados. Y tocó la zona más íntima de nuestro ser al colocar en nuestras manos la cristalización de nuestras utopías personales.
Yo también, alguna vez, soñé con hacer cine. Acumulé datos para construir en imágenes el mundo de Cecilia Valdés. Luego, mi camino fue otro. Pero, inoculada con la pasión por el cine, frecuenté cinematecas y cine clubes, radicalmente distanciada de los productos comerciales respaldados por el monopolio de las trasnacionales de la distribución.
La cámara es un ojo instalado en un lugar preciso del mundo. Desde ahí, selecciona, matiza, ordena, jerarquiza y construye un imaginario sustentado en la conjunción de visualidad, sonido, animado todo por el hilo conductor de una idea inscrita en una fiesta del autorreconocimiento, sobre todo en una etapa dominada por la conciencia de un acelerado proceso transformador. El entusiasmo no restaba la perspectiva crítica. Todo lo contrario. Porque cada cual aspiraba a verificar la cristalización de sus expectativas personales. Y, sin dudas, en las realizaciones de aquellos años hubo obras fallidas. Implementadas para acelerar el proceso de desarrollo de la cinematografía cubana, las coproducciones, algunas de las cuales conservan apenas un valor museográfico en tanto atestiguan la mentalidad de una época, dejaron un rastro de inconformidad. Ese registro de la mentalidad epocal se hace evidente cuando la sorprendente exhumación del mamut siberiano revela el cambio en el modo de mirar. Muchos recordábamos la deslumbrante pericia acrobática de la cámara en Cuando vuelan las cigüeñas, gran éxito internacional del cine soviético en los días del llamado deshielo. En ese triunfo que horadaba la «cortina de hierro» intervinieron también razones extrartísticas. El virtuosismo en el empleo de los recursos formales rompía la grisura del realismo socialista. El aplauso validaba las señales renovadoras. La libertad de la cámara sometida a la dictadura del director de fotografía situado al margen de sujeciones presupuestarias, metaforizaba el protagonismo absoluto del creador. Sin embargo, el esencialismo encubierto en el título Soy Cuba, con un carácter absolutizante, definitivo y omnisciente, propiciaba malentendidos, que se manifestaron desde la realización del proyecto en el choque de miradas contrapuestas entre cubanos y soviéticos. Obra monumental en muchos aspectos, fue recibida con frialdad. Allí permaneció archivada hasta su reciente resurrección.
La cercanía al documental, la conciencia experimental de un aprendizaje aparejado a una realidad en construcción, multiplicaba las perspectivas del cine cubano ajeno a la dicotomía forma-contenido. Rehuía, asimismo, presupuestos esencialistas. A través de ese diálogo implícito, fue conquistando poco a poco un público acostumbrado, sobre todo en esta materia, a subestimar lo propio. Más allá de posturas ideológicas y políticas, muchos pensaban que lo bueno venía del Norte. Con el paso de los años, las colas expectantes acogieron lo bueno de acá y, también, lo imperfecto.
“Soy Cuba” (Cuba-URSS), de Mijail Kalatozov, 1964.La singularidad del ICAIC, su carácter fundacional e innovador, sobrepasaron con mucho la producción cinematográfica. Respaldado por un lúcido reconocimiento de los complejos vínculos entre arte y sociedad, y de su intrínseca naturaleza interdisciplinaria, se convirtió en una institución con influencia relevante en el ámbito cultural. Impulsó el debate y la difusión de ideas, patrocinó la renovación del diseño gráfico y la experimentación en el campo de la música. Auspició la rápida y eficiente formación de los numerosos artistas y técnicos requeridos por el medio. Incentivó el desarrollo de la crítica.
El programa cultural del ICAIC contenía un proyecto pedagógico de gran alcance. Eludiendo la tentación del paternalismo con la subyacente subestimación de las masas, se proponía el proyecto pedagógico de enseñar a pensar, a un mismo tiempo, el cine y la sociedad. Aparejada a la acción del cine-móvil, suerte de alfabetización de los campesinos excluidos, la política de distribución llevó a las pantallas lo más significativo de la contemporaneidad. Eran los años del fecundo despliegue de variadas propuestas marcadas por la autoría de directores que indagaban por caminos diversos. Visconti, Antonioni, Fellini, coexistían con Truffaut, Bergman, Kurosawa, Wajda, en la exploración de sus verdades respectivas. Como lo había intentado Brecht en otro terreno, se trataba de formar un espectador crítico. La alternativa socialista se situaba entonces en las antípodas de las propuestas comerciales dirigidas a promover papillas homogeneizantes y adormecedoras para un público de fácil manipulación. Apostar por lo aparentemente difícil, por subir con plena conciencia la empinada cuesta, situaba al arte –sin instrumentarlo– en el campo de la política. Porque allí también se derrumbaban viejos y arraigados conceptos en un acelerado proceso de aprendizaje.
Nunca he trabajado en el ICAIC. Tampoco me interesa dilucidar los pequeños conflictos inseparables de la condición humana. Los nombres de Alfredo, de Julio, de Saúl, de Titón y de Santiago estarán por siempre asociados a una excepcional hazaña de creación.
Descriptor(es)
1. INSTITUTO CUBANO DEL ARTE E INDUSTRIA CINEMATOGRAFICOS (ICAIC)
Web: http://www.cubacine.cult.cu/sitios/revistacinecubano/digital13/cap01.htm