FICHA ANALÍTICA

Los tiempos de Valdés-Rodriguez
Pogolotti Jakobson, Graziella (1932 - )

Título: Los tiempos de Valdés-Rodriguez

Autor(es): Graziella Pogolotti Jakobson

Fuente: Revista Cine Cubano On Line

Número: 15

Mes: Julio - Diciembre

Año de publicación: 2009

Su apariencia física fue siempre la de un criollo de la primera República. El traje blanco impoluto, el sombrero jipi, la fragancia que lo acompañaba, el extremo cuidado de sus manos, asociaban su imagen a la proyectada por los políticos de aquella era. El gesto efusivo, su cortés caballerosidad, evocaban también aquella época remota. Hijo de un ilustre pedagogo cubano, disfrutaba de una extensa red de relaciones en los más disímiles ámbitos de la sociedad. Para todos ellos era, simplemente, Chema. En un mundo de enmascarados, su jovialidad ocultaba un trasfondo de melancólica tristeza, perceptible al menor descuido.

Porque José M. Valdés-Rodríguez atravesó, con conciencia lúcida, tiempos difíciles. Formado en un medio de arraigada cubanía, la memoria familiar había preservado, como impronta amarga, la experiencia de la frustración independentista a partir de la intervención norteamericana en la guerra contra España. Apenas adolescente, conoció otro proceso frustrante, el de la república mutilada. La lucha antimachadista radicalizó su pensamiento hasta conducirlo a la adopción de las ideas de Marx y Lenin. Visitó la Unión Soviética en ocasión del fatídico Congreso de Escritores del año 34. Mencionaba con frecuencia el hecho, pero contaba poco acerca de sus impresiones de aquel viaje a Moscú, ciudad satanizada por la sociedad de la época. Tuvo que trabajar y conoció las servidumbres del periodismo. Obtuvo un espacio cotidiano en El Mundo, diario dirigido a la familia burguesa cubana, contraparte del Diario de la Marina, bastión del comercio español, nostálgico de los días de la colonia, adherido a las ideas falangistas. El Mundo, por su parte, se acercó progresivamente a los intereses norteamericanos y terminó haciendo concesiones de orden político. Aunque no se hubieran formulado de manera explícita en un decálogo, las reglas del juego estaban claramente definidas y, con ellas, las limitaciones impuestas al ejercicio del periodismo. Había que preservar el despliegue de anuncios publicitarios de las empresas distribuidoras de películas, garantía indispensable para la continuidad de la sección consagrada a la crítica. El arte de escribir tenía que complementarse con habilidades para las relaciones públicas y con la elaboración de un lenguaje cifrado, código de comunicación con el lector avisado, capacitado para descubrir los reparos tras las apariencias de un comentario convencional. El triunfo de la Revolución permitió hacer evidente lo que hasta entonces se mantuvo oculto.

La vida de Valdés-Rodríguez transcurrió aparejada a un siglo pródigo en acontecimientos de la más diversa naturaleza. Nació junto al cine, en vísperas de la república neocolonial. Sus años juveniles coincidieron con los primeros resplandores de la Revolución de Octubre, mientras estallaban las vanguardias artísticas europeas. Su temprana madurez estuvo marcada por la batalla antimachadista y la consiguiente radicalización del pensamiento político cubano. Vino luego una etapa de amargura, de regreso a los sentimientos de frustración. Al cabo, tuvo el privilegio de disfrutar la cristalización de sus sueños de independencia conquistada y de fundación de una cinematografía nacional.

José M. Valdés-Rodríguez.Entre los debates del siglo xx no faltaron aquellos motivados por la aparición del cine. La imagen en movimiento fascinó de inmediato a los espectadores. Sin embargo, buena parte de la comunidad intelectual subestimó la valía artística del fenómeno. Consideraban que se trataba de un mero entretenimiento destinado al disfrute de las masas. El interés de Valdés-Rodríguez se desplazó muy pronto del teatro hacia el cine. Sus inquietudes lo llevaron a interesarse por las especificidades del nuevo lenguaje. Admirador apasionado de Eisenstein, rescató la obra del gran realizador soviético y siguió de cerca el pensamiento que acompañó ese fecundo proceso de creación. Concedió particular importancia a la teoría del montaje. En otra dirección, asumió en gran medida los puntos de vista de Georges Sadoul. De ese modo, estableció el puente entre la contribución artística del cine, su repercusión en el plano de la cultura, su significación social y su naturaleza industrial. En ese contexto, hizo de su trabajo crítico una tarea pedagógica, orientada a iniciar al espectador en el desciframiento de los códigos específicos del nuevo arte con énfasis en los lenguajes extraverbales.

Desde el departamento de cine de la Universidad de La Habana, fundado por él, desempeñó similares funciones educativas. Intelectuales y estudiantes conformaban un grupo de fieles que, cada mes, se disponían a analizar un filme de calidad marginado de las salas comerciales de la ciudad. En duros asientos escolares, sometidos a la temperatura ambiente, asistían a proyecciones de los clásicos, de autores franceses como René Clément, René Clair, Jacques Feydeau, Renoir, Marcel Carné; conocían comedias británicas, y se abrían al universo latinoamericano de vanguardia. Se acercaban al despertar de una cinematografía latinoamericana diferente y descubrían el reciente neorrealismo italiano con Ladrón de bicicletas; El limpiabotas; Roma, ciudad abierta o Humberto D. Su vocación de maestro –quizás heredada de tradición familiar– encontró cauce en cursos de la Escuela de Verano de la Universidad de La Habana. Allí difundió sus ideas, sus conceptos acerca de las características del lenguaje cinematográfico, el alcance de su proyección social y su dependencia de una base industrial. Esa experiencia fue, sobre todo, una vía de diálogo con las nuevas generaciones. Procuraba becas para pago de la matrícula y, más tarde, ofreció espacio en su página periodística para iniciarlos en ese oficio.

Hombre marcado por tres tiempos, Valdés-Rodríguez asumió el tránsito de la colonia a la República. Portador de una acendrada cubanía, manifiesta en sus ideas y en su imagen de criollo expansivo y cordial, coetáneo del cine, lo fue también de las revoluciones que atravesaron el siglo xx. Sin que cambiara su imagen externa, sobre la memoria de la tradición mambisa y de las sucesivas intervenciones norteamericanas en los asuntos de Cuba, un segundo tiempo modificó su espíritu y su inteligencia. Junto a la experiencia frustrante de la Revolución del 30 crecieron las ideas marxistas. A tenor del clima de la época, se acercó, guardando cierta distancia, a las posiciones soviéticas. Formulada con la inevitable prudencia, esa perspectiva se trasluce en muchas de sus críticas de cine en los años que precedieron al triunfo de la Revolución.

De izquierda a derecha: Alfredo Guevara, Cesare Zavattini y José M. Valdés-Rodríguez. El tercer tiempo es el de la Revolución cubana. Vio en ella la posible cristalización de todos sus sueños. Mantuvo su columna en el periódico El Mundo. Pudo seguir en ella, paso a paso, el nacimiento de una industria nacional. Desde siempre, había clamado por ella. Durante la República neocolonial, percibió en cada modesto esfuerzo individual un anuncio de futuro, la prehistoria de una historia necesaria. Con ese antecedente, aplaudió cada una de las producciones del ICAIC. Descartó las herramientas utilizadas otrora y asumió un punto de vista radicalmente contenidista. La modificación sufrida en esta, su última etapa, se revela en las críticas recogidas en este volumen, testimonio de una experiencia humana e intelectual, a la vez que recuento exacto de una producción, desde sus tanteos iniciales hasta el logro del despegue definitivo.

Inmersos ambos en la vorágine de los sesenta del pasado siglo, perdí de vista a Valdés-Rodríguez. Creo que los tiempos de cristalización de sus sueños fueron también los de mayor soledad. En pleno acuerdo con los acontecimientos de la época, su lenguaje contenía las marcas de ayer. Se imponía el cine de autor con su pasmosa multiplicidad de imágenes. De ahí derivaban nuevos modos de leer, sustentados en la esencial unidad de forma y contenido. Realidades hasta entonces soterradas adquirían visibilidad con la aparición de nuevos actores. El debate en torno al socialismo se volvió más rico y complejo al calor de los movimientos de liberación nacional. El fidelismo y el guevarismo, los rasgos originales de la praxis de la Revolución cubana, contribuyeron a configurar ese panorama. A pesar de todo, pienso que Valdés-Rodríguez debió morir reconciliado con el sentido que supo dar a su existencia. Tuvo el privilegio, excepcional entre los hombres de su generación, de tocar con las manos la cristalización de sus sueños.

    Prólogo del libro Ojeada al cine cubano de Pedro Noa, que se publicará por Ediciones ICAIC.



Descriptor(es)
1. CRÍTICA CINEMATOGRÁFICA
2. CRITICO

Web: http://www.cubacine.cult.cu/sitios/revistacinecubano/digital15/cap03.htm