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Breve historia del cine mudo en República Dominicana.
Saez, José Luis
Título: Breve historia del cine mudo en República Dominicana. (Ensayos)

Autor(es): José Luis Saez

Publicación: 1990

Idioma: Español

Fuente: Cine Latinoamericano 1896-1930

Páginas: 269 - 278

Formato: Digital

PRIMERA PARTE
Desde los orígenes hasta
la Primera Guerra Mundial
(1900-1921)
 CUANDO HACE SU ENTRADA EL CINE EN SANTO DOMINGO, el sábado 3 de noviembre de 1900, la República Dominicana tenía una población total de 590.000 habitantes. Había cumplido ya treinta y cinco años de la segunda etapa de su agitada vida republicana iniciada en 1865, al lograr su independencia de España, tras dos años de guerra. La primera independencia la obtuvo en 1844, al separarse de Haití, que había dominado la isla desde 1822.
Cuando se estrena el siglo XX, ya contaba la segunda república con treinta y seis gobiernos, la mayor parte efímeros y fruto de asonadas, y una larga tiranía de doce años, que concluyó unos meses antes del cambio de siglo.
A pesar de la estrechez económica, causada por una cuantiosa deuda externa acumulada y la caída de los precios del azúcar en el mercado mundial, la capital de la República y los principales centros comerciales, experimentaron cierto aire de optimismo con el regreso de algunos exiliados y el clima de libertad del nuevo gobierno, que había iniciado sus gestiones en noviembre de 1899. La euforia del cambio político, contagió también al ambiente cultural: aparecieron nuevos periódicos y se crearon sociedades de recreo o "ligas de ciudadanos", que luego se convertirían, como siempre, en agrupaciones políticas.
Aunque eran pocas las ciudades dominicanas que contaban con teatros o salas de espectáculos estables, sin embargo, el público estaba acostumbrado a la visita de compañías españolas de zarzuela y opereta, compañías cubanas de variedades, circos o incluso alguna que otra compañía italiana de ópera, que hacían de Santo Domingo parada obligada en sus giras por el Caribe y América del Sur.
Unos años después, la capital y otras ciudades de importancia comercial, contarían con locales más sólidos y cada vez más ambi¬ciosos, como el Teatro Colón, en San Pedro de Macoris, a imitación del teatro del mismo nombre de Buenos Aires. La mayoría de las salas, sin embargo, eran locales endebles y casi improvisados, y el mejor teatro de la capital era una iglesia reconstruida y adaptada para ese fin en 1860.
El cine hace su entrada en Santo Domingo
La primera vez que los dominicanos vieron el Cinematógrafo de los Lumière, fue el 27 de agosto de 1900, en el Teatro Curiel (actual Teatro Rex) de la ciudad de Puerto Plata, en la costa norte de la República. El empresario ambulante que exhibió esa noche el cine de los Hermanos Lumière, fue Francesco Grecco, probablemente un comerciante italiano que había adquirido un proyector-cámara, y recorría el Caribe exhibiendo su "aparato eléctrico" y sus manoseadas películas.1
El programa inaugural del Cinematógrafo Lumière, que recorrió luego las ciudades de Santiago y La Vega, para detenerse tres meses después en el Teatro "La Republicana", en la capital, constaba de once películas, realizadas entre 1895 y 1899, entre las que destacaban por su atractivo para el público, las siguientes: Una calle de París (Rue de la République, L. Lumière, 1895); Riña de niños (Querelle de bébes, L. Lumière, 1895); El sombrero multiforme (Chapeaux à transformation, L. Lumière, 1895); Los últimos cartuchos (Les dernieres cartouches, Sociète Pathé, 1899) y Corrida de toros en Valencia (Alexander Promio, 1898).2
Ese mismo año, un empresario norteamericano exhibe en la capital el Proyectógrafo de Thomas A. Edison, e inmediatamente se sucede la visita de un buen número de empresarios extranjeros (cubanos, portorriqueños, norteamericanos, alemanes), que anuncian pomposamente sus aparatos de cine, y recorren las ciudades del interior de la isla, alternando sus presentaciones con otras atracciones en vivo, más del gusto del escaso público que podía darse el lujo de asistir dos o tres veces a la semana a un espectáculo nocturno.3
En 1908, el empresario portorriqueño Fundador Vargas, construye en Santo Domingo un nuevo local para la exhibición permanente de su aparato de cine, que había traído al país como parte de un espectáculo circense. Unos meses después, el comerciante italiano Ciriaco Landolfi y el Dr. Fernando Defilló, se instalan en el patio de un casino, y pronto son tres las salas dedicadas a la presentación de películas en la capital dominicana.
Unos años después, a fines de 1913, se construye una nueva sala en las afueras de la ciudad, el Teatro Independencia, que alternaba espectáculos musicales con la presentación del cinematógrafo, dos o tres veces por semana.
A pesar de su aparente carácter popular, el cine era casi exclusivamente un espectáculo de la clase media, si se puede calificar de tal el grupo social que se ocupaba de pequeños negocios de importación en la ciudad capital, de unos 18.626 habitantes. Los precios de entrada, y hasta el ambiente social que se respiraba en esos salones, donde se reunía "lo más granado de la sociedad capitaleña" —según las crónicas sociales de la prensa de esos días—, no permitían la asistencia de las clases de escasos recursos a ese tipo de espectáculos, y sólo alcanzaban a ver las exhibiciones al aire libre en algún patio o solar baldío de los sectores más populosos de la antigua ciudad de Santo
Domingo.
     Para 1913, se crea la primera empresa distribuidora de películas en el país: la Compañía Cinematográfica del Cibao, con sede en Puerto Plata, propiedad de los hermanos Carlos y José Ginebra. En esos años, las pantallas dominicanas, que habían aumentado en número desde los primeros años del siglo, exhibían abundante material de Francia (Pathé, Star Film, Gaumont), Italia (Itala Film, Film d'Art italiana. Cines), Dinamarca (Nordiskt), Alemania (Messter, Duskes, Ernemann, Venus), y de varias productoras norteamericanas, como Vitagraph Co., Essanay, American, Majestic, Reliance, Kay-Bee y otras.
Las predilecciones del público masculino, claramente se inclinaban del lado de Francesca Bertini, Leda Gys y Lyda Borelli, y el femenino llenaba los salones en que se exhibían películas de Max Linder, John y Lionel Barrymore o Douglas Fairbanks. Conocedores de esas aficiones, los empresarios dominicanos organizaban con frecuencia "concursos de simpatía" como reclamo publicitario, puesto que el cine aún tenía un serio rival en el teatro de variedades, de mayor arraigo popular que el aparato de los Lumière. Y, aunque el público siguiese con verdadero interés los romances de Maurice Costello, Norma Talmadge y Lilian Gish, cuantas veces se presentaba un espectáculo en vivo, las salas de cine veían disminuidos sus ingresos.
Aunque la prensa servía como vehículo publicitario de las cuatro salas de cine de la capital, los empresarios preferían el uso de un "equipo ambulante", compuesto por un tamborilero y un pregonero, que portaba un gran cartelón con el título de la película que se exhibía esa noche, y el nombre de la actriz protagonista. El equipo distribuía además unas octavillas con un amplio resumen del argumento de la película que, ordinariamente, no duraría en cartel más que una noche.
No consta que ningún empresario extranjero filmase película alguna en Santo Domingo antes de 1915. Sin embargo, el negocio del espectáculo había crecido considerablemente en esos catorce años, y un buen número de ciudades del interior de la isla contaban ya con una sala de cine, al tiempo que se establecían nuevas empresas distribuidoras de películas en el país.

Santo Domingo hace su entrada en el cine
El año 1915 marca el inicio de la producción cinematográfica de la República Dominicana. El 18 de junio de ese año, el camarógrafo portorriqueño Rafael Colorado acompaña al patriota José de Diego en su recorrido de nueve días por el país, y realiza un documental titulado Excursión de José de Diego a Santo Domingo, que la prensa se apresuró a calificar de "primera película dominicana". Por razones que desconocemos aún, el filme no pudo ser estrenado en Santo Domingo hasta el 31 de enero de 1920, en plena ocupación militar norteamericana. 4
Con el desembarco de los marines norteamericanos el 15 de mayo de 1916 —dos años antes lo habían hecho en Haití— se inicia un período de recuperación económica, que servirá de base, en otras cosas, al afianzamiento de la industria del espectáculo en Santo Domingo. En esa coyuntura, el liderazgo del cine de importación, mantenido hasta entonces por Francia y Alemania, pasa a manos de las compañías peliculeras norteamericanas. La publicidad de prensa, casi exclusivamente en inglés, y la instalación de nuevas sucursales de distribuidoras norteamericanas, es prueba más que suficiente del colonialismo cultural, cada vez más evidente.
Durante los ocho años que duró la intervención armada de Estados Unidos en la República Dominicana, se filmaron algunos cortometrajes sin importancia, y se instaló el primer "cine flotante", a bordo del Acorazado "Dorothy", donde se exhibían, dos veces a la semana, las consabidas series de aventuras (El misterio del millón de dólares, La moneda rota, etcétera), para entretenimiento exclusivo de los adolescentes de la ciudad intramuros de Santo Domingo. De esos días data también la primera resolución municipal que reglamentaba los espectáculos públicos, imponiendo multas a los empresarios que descuidasen la puntualidad, orden y calidad de las películas exhibidas.5
SEGUNDA PARTE
(1922-1937)
En 1922, el camarógrafo portorriqueño Rafael Colorado vuelve a Santo Domingo para la filmación de los actos de la coronación canónica de la Virgen de Altagracia, patrona de los dominicanos, que se celebraría el 15 de agosto de ese año, precisamente cuando se discutía el plan de evacuación de las tropas norteamericanas del país. El documental de Colorado, que fue ampliamente difundido por todo el país, reflejaba los actos religiosos a manera de reportaje perio-dístico.6
Ese mismo año, el fotógrafo dominicano Francisco Arturo Palau (1879-1937), asociado al empresario Juan B. Alfonseca (1872-1934), inicia la filmación de tres películas, ilusionados con la idea de competir en igualdad de circunstancias, con los filmes importados que estaba acostumbrado a ver el público dominicano en las pantallas de los cinco cines capitalinos.
La primera de las películas, La leyenda de Nuestra Señora de la Altagracia, se estrenó en el Teatro Colón el 16 de febrero de 1923, y estaba basada en los relatos históricos de la aparición del cuadro de la Virgen de ese nombre en la ciudad de Higüey, en la zona este de la isla. El guión era del historiador Bernardo Pichardo, los decorados eran obra del pintor catalán Enrique Tarazona, y los papeles principales estaban a cargo de Alma Solessi, José B. Peynado Soler, Fernando Ravelo, Panchito Palau, Pedro Troncoso Sánchez y otros actores, en su mayoría, aficionados.7
En el curso del mismo año 1922, y antes de finalizar la filmación de esa película histórica, Francisco Palau inicia los preparativos de producción de una comedia ligera, con guión del mismo Juan B. Alfonseca, titulada Las emboscadas de Cupido. Se trataba esta vez de una "comedia de equívocos", a imitación de los dramas del cine italiano y norteamericano, que desfilaban por el "lienzo" de las salas dominicanas. Sus imágenes, y hasta su estructura, recuerdan sin querer a La casa solitaria (The lonely villa, 1909), de David W. Griffith, aunque el asunto de esta comedia dominicana no tenga carga dramática.
Para la filmación de la segunda obra de Palau, se prescindió de decorados y se eligieron cuidadosamente los escenarios en que se filmaría la comedia, tanto en interiores como en exteriores, en los alrededores de la capital. El elenco de "estrellas", de "lo más granado de la sociedad capitalina", como dirían las crónicas de prensa del estreno, estaba compuesto por Delia Weber, Rafael Paíno Pichardo, Evangelina Landestoy, Pedro Troncoso Sánchez, Panchito Palau, Mignon Coiscou, José y Fernando Ravelo y Rafael y Amado Hernández, entre otros.
Esta vez, el éxito de la empresa Palau-Alfonseca fue rotundo. Cuatro días después de las elecciones nacionales, que concluirían también la ocupación directa de los militares norteamericanos, en las pantallas de los teatros Colón e Independencia, en la capital, se estrenaba Las emboscadas de Cupido, que se exhibiría dieciséis veces sólo en la ciudad de Santo Domingo, un verdadero record para aquel tiempo, para recorrer luego las ciudades más importantes del interior, acompañada del cuarteto protagonista y de su director y productor.
Los elogios de la prensa ayudaron a desvanecer la mala impresión que había dejado en algunos el estreno, en septiembre de 1923, de un documental de Palau, titulado La República Dominicana, que un cronista calificó de "derrumbe nacional en el celuloide". Los detalles que destacaba algún cronista nos hace sospechar que Francisco Palau, acostumbrado como estaba al reportaje gráfico —fue también pionero del fotograbado en el país— se adelantó a su tiempo y plasmó en su documental una imagen ingenua (vendedoras ambulantes, mendigos, aguateros, etcétera), lejos del cine turístico y al estilo del cine espontáneo, de lo que era el Santo Domingo de los años veinte.8
Hacia 1926, y cuando ya Francisco Palau había abandonado la pequeña industria que pretendió crear en compañía de Juan B. Alfonseca en 1922, surgen dos documentalistas: el joven Adán Sánchez Reyes, y el polifacético artista Salvador Sturla. Ambos actuaban como corresponsales de las casas Pathé News y Paramount (New York), y Pathé-Baby (París) respectivamente. Junto al pintor y fotógrafo pro-fesional Tuto Báez, y más tarde la señorita María Stefani, se dedicaron a filmar todo evento nacional que pudiera tener interés para los noticieros que ellos representaban, o simplemente para sus colecciones privadas.
Así, la llegada de Charles Lindberg (4 de febrero de 1928), los destrozos del ciclón del 3 de septiembre de 1930, o la primera toma de posesión de Trujillo (16 de agosto de 1930), fueron temas obligados de reportajes de Sturla o Báez, que ya habían trabajado con el equipo de Palau en 1922. Sánchez Reyes, además del reportaje de la llegada de Lindberg, realizó un documental sobre el carnaval de 1928, y otro acerca de la economía y el gobierno dominicanos, patrocinado por la Secretaría de Fomento y Comunicaciones.
Alrededor de 1926, se había hecho cargo de la distribución de los aparatos Pathé-Baby, el actor y músico Salvador Sturla (1891-1975). Al mismo tiempo que recorría el país vendiendo aquellos aparatos manuales, Sturla enviaba a la casa parisina una serie de reportajes en 9,5 milímetros, de hechos históricos o de carácter pintoresco. A pesar de su carácter amateur, y de no haberse exhibido nunca en salas comerciales, los trabajos documentales de Sturla, tanto en blanco y negro como en color, acusan cierto dominio de lo elemental de la técnica cinematográfica. Su valor, sin embargo, estriba en la espontaneidad con que trató tanto los hechos más simples de la vida capitalina, como los que tenían carácter histórico. Libre de los compromisos del profesional, Sturla no pretendía otra cosa que conservar, como en un álbum de familia, los hechos que había vivido como testigo.      También como amateur, y ya en los umbrales del cine sonoro, la conocida deportista María Stefani se dedicaba a la filmación de reportajes o "revistas cinematográficas" sobre algunos hechos destacados de la vida de la República. Así, el 4 de abril de 1929 se exhibió en Santiago, por primera vez, un reportaje del recibimiento al famoso boxeador vasco Paulino Uzcudum y otro del desembarco de la misión Dawes, procedente de Estados Unidos. 
     Con carácter profesional y en 35 milímetros, el fotógrafo Tuto Báez (1895-1960), se dedicó en los años treinta a la filmación de reportajes como corresponsal del noticiero Paramount News (The eyes of the World), de New York. Báez había filmado ya la llegada de Lindberg, y luego haría otro tanto con la juramentación de Trujillo, el vuelo Panamericano pro Faro a Colón (1937), y otros sucesos de importancia.
Con la instalación en el poder de un régimen autocrático, en agosto de 1930, la producción cinematográfica dominicana se reduce prácticamente a cero. Solamente algún camarógrafo de noticieros norteamericanos, de visita en el país, filma algún suceso de cierta importancia, o los cineastas ya mencionados engrasan su filmoteca con breves reportajes sociales o políticos. La tiranía obstaculiza toda actividad cultural, y aunque haya cierto despuntar de las artes, la rigidez de la censura impide que florezcan verdaderamente.


 
Notas
1. Acerca de la llegada de Francesco Grecco a Puerto Plata, véase Listín Diario, ? 3332 (Santo Domingo,  14 de septiembre de 1900), p. 3.
2. El Constitucional, I, 2 (Santiago, 19 de septiembre de 1900), p. 2. Consta además que en Teatro Palmer de Santiago se exhibió un reportaje del entierro de Félix Fauré.
3. El empresario norteamericano se apellidaba Myers, y se anunció como "exhibición científica". La exhibición tenía la peculiaridad de estar amenizada con una orquesta, cosa que se haría obligatoria años después. Cfr. Listín Diario (Santo Domingo, 4 de diciembre de 1900), p. 3.
4. José de Diego había llegado en el verano de 1915 a bordo del vapor "Jacagua", procedente de San Pedro Macorís. La cinta, probablemente a causa de la censura de espectáculos impuesta por el gobierno militar de ocupación (1916-1924), no se estrenó hasta el 31 de enero de 1920. Cfr. Listín Diario (28 de enero de 1920), p. 5. 
5. W. Dacostta R., "Historia del Cinematógrafo en Santo Domingo y del Teatro Independencia", Ahora, ? 902 (Santo Domingo, 9 de marzo de 1981), p. 80.
6.  Listín Diario (Santo Domingo, 4 de agosto de 1822), p. 3. Consta que Rafael Colorado, nacido en Cádiz en 1880, tuvo como auxiliar al Sr. Pascuali, empresario de cine en San Pedro de Macorís. Cfr. Boletín Mercantil, VII, 2423 (San Pedro de Macorís,  18 de agosto de 1922), p. 1ro, col. 5.
7.  Listín Diario (Santo Domingo, 17 de febrero de 1923), p. 2. Francisco o Panchito Palau había nacido en la misma ciudad capital el 15 de agosto de 1879, era propietario de una colchonería y papelería, y editaba la revista Blanco y Negro, a imitación de la publicación homónima española.
8. Panfilia. I, 5 (Santo Domingo, 15 de septiembre de 1923), p. 11-12. Consta que, aun bien entrada la década de los años 30, cuando empezaban a llegar algunas cintas sonorizadas, se filmaban documentales mudos en la República Domini¬cana. El hermano de Francisco Palau (Joaquín Palau), siguió la afición de la familia, y se convirtió en camarógrafo oficial del Estado. En la colección que dejó, figuran actos oficiales tan destacados como la juramentación de Horacio Vásquez (1924), y un acto reeleccionista al que estuvo presente el general Trujillo en Dajabón (7 de octubre de 1937), unos días antes de iniciarse la tristemente célebre masacre de campesinos haitianos. Consta también que el camarógrafo cubano Antonio Escamés filmó el 28 de noviembre de 1936 un documental sobre las escuelas públicas de la entonces Ciudad Trujillo. Cfr. La Opinión (28 de noviembre de 1936), p.  1ro.











Descriptor(es)
1. CINE DOMINICANO
2. CINE SILENTE
3. HISTORIA DEL CINE SILENTE LATINOAMERICANO