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El cine mudo en Uruguay
Zapiola, Guillermo (1945 - )
Título: El cine mudo en Uruguay (Ensayos)
Autor(es): Guillermo Zapiola
Publicación: 1989
Idioma: Español
Fuente: Cine Latinoamericano 1896-1930
Páginas: 279 - 290
Formato: Digital
Descriptor(es)
1. CINE SILENTE
2. CINE URUGUAYO
3. HISTORIA DEL CINE SILENTE LATINOAMERICANO
Autor(es): Guillermo Zapiola
Publicación: 1989
Idioma: Español
Fuente: Cine Latinoamericano 1896-1930
Páginas: 279 - 290
Formato: Digital
EL CINE SE CONOCIÓ MUY TEMPRANAMENTE en el Uruguay. No habían pasado siete meses desde que los hermanos Lumière realizaran las primeras exhibiciones públicas en el Salón Indien del Grand Café de París, cuando el aparato de su invención llegó a nuestras playas: los diarios de la época informan de la primera sesión del "Cinematographe Lumière" en Montevideo, en el Salón Rouge de la calle 25 de Mayo, en julio de 1896. Las referencias periodísticas ("vistas en que aparecen el mar, el derrumbe de un muro, el almuerzo de un bebé, la salida de los obreros de una fábrica…") permiten sospechar que se trata del mismo material exhibido en las primeras sesiones parisinas. El Salón Rouge continuó realizando exhibiciones cinematográficas en los meses siguientes (por lo menos hasta enero de 1897) y otras salas siguieron su ejemplo: en octubre de 1896, el teatro San Felipe comenzó a intercalar proyecciones fílmicas entre sus espectáculos líricos y poco después (noviembre del mismo año) comenzaba en Montevideo un tercer espectáculo cinematográfico en una sala de la calle 18 de julio, entre Arapey y Daymán (hoy Río Branco y Julio Herrera y Obes).
Hay que llegar hasta 1898 para rastrear los orígenes del cine uruguayo propiamente dicho. En ese momento regresa de Europa Félix Oliver, un español radicado en Montevideo, con algo de vagabundo, de comerciante y de artista (también pintaba marinas y retratos), que se trajo consigo una cámara, un proyector y varias latas de película virgen. Con esos elementos realiza la que según todos los indicios sería la primera película uruguaya, Una carrera de ciclismo en el velódromo de Arroyo Seco, que documenta el acontecimiento del título llevado a cabo en la Quinta de Iglesias (hoy Agraciada) por Entre Ríos, Zapicán y San Fructuoso. En 1899 hace su segundo film, igualmente breve, Juego de niñas y fuente del Prado, e instala una sala de exhibiciones.
En un nuevo viaje a Europa, hacia 1900, Oliver habría conocido a Mèliés. Es cierto, en todo caso, que aprendió técnicas de trucaje que aplicó en un cortometraje de propaganda de su negocio, Oliver, Juncal 108, que constituiría el primer film publicitario nacional. En los años siguientes, Oliver continuará rodando algunos breves films documentales: La calle 25 de Mayo esquina Cerro (1900); Festejos patrios del 25 de Agosto en el Parque Urbano (1900); Un viaje en ferrocarril a Peñarol (1900, en la que hay un involuntario antecedente del "travelling": la cámara se desplaza con el tren); Desfile militar en la Parva Domus (1902); Zoológico de Villa Dolores (1902, que conserva para la posteridad las imágenes de don Alejo Rossell y Rius, amigos y la mona Mafalda) y Don José Batlle y Ordóñez, presidente de la República, descendiendo del coche frente a la puerta del Cabildo en la iniciación del período legislativo (1904-1905, título más largo que el propio film).
Lo que se conserva del trabajo de Oliver constituye un documento invalorable de un tiempo abolido: ese elegante Uruguay de la "belle époque", hecho de paseos y festejos, acontecimientos sociales y deportivos, damas de larga falda y caballeros de frac. Simultáneamente, otro Uruguay bullía y la cámara cinematográfica se encargó de documentarlo: un operador francés, Corbicier, llegó al Uruguay enviado por la casa Lepage de Buenos Aires para registrar las noticias de actualidad; a él se deben diversos materiales sobre la guerra civil de 1904, en su mayor parte perdidos (excepto las breves imágenes de El jefe de la vanguardia del Ejército del Sur, Coronel Basilisio Saravia, su Estado Mayor y su escolta, y algunos fragmentos de La paz de 1904, descubiertos recientemente, que razonablemente deben serle atribuidos y que describen el regreso a casa de los ex combatientes). Más adelante, Corbicier filmaría una Corrida de toros en la Unión (1909) y emprendería la realización de un documental sobre el Poeta de la Patria, Zorrilla de San Martín en su casa de Punta Carretas, del que quedan pocos rastros.
Por esos años tienen lugar otros intentos. La guerra civil también fue registrada por un camarógrafo uruguayo, Adami, que acompañó a las tropas del Gobierno. En 1909 otro uruguayo, Lorenzo Adroher (hijo), adquirió en Lyon siete filmadoras y un proyector de la firma Lumière y Jougla, que sumados a otro proyector Gaumont constituyeron la base de la empresa Adroher Hermanos, primera dedicada en el país a la actividad cinematográfica. En 1910, Lorenzo Adroher y su hermano Juan instalaron en Montevideo, en la calle Florida entre San José y Soriano, el Biógrafo
Lumière (hoy cine Independencia), al tiempo que echaban a andar un laboratorio de revelado. Los Adroher importaron y exhibieron mucho cine extranjero (sobre todo francés), pero al mismo tiempo
comenzaron a proyectar películas de actualidades filmadas por el propio Lorenzo (Desfile de la marinería española por las calles 18 de julio y Sarandí, Procesión de Corpus Christi, Carreras en Maroñas y otras, rodadas entre 1910 y 1914). La Primera Guerra Mundial, que perjudicó el comercio entre Europa y América, afectó seriamente el negocio de los Adroher, que desembocaron en la bancarrota en 1914.
Por esos años, el negocio de la exhibición cinematográfica se había expandido considerablemente en el Uruguay. Desde el año 1900 funcionaba como cinematógrafo, en la calle 18 de julio casi Andes, el Salón Novedades (luego llamado "París Select"), y en los años siguientes se inaugurarían el Salón Juncal (1901), el Edison Salón (1902), el Uruguayo y el Agraciada (1909), el lro de Mayo (1910) y otras salas, mientras proseguían las exhibiciones cinematográficas en teatros e instituciones privadas (el Instituto Verdi, la Sociedad Italiana). El primer empresario que decidió encarar el negocio de la distribución y exhibición de films con criterio profesional y organizado fue don Roberto Natalini, que fundó en 1907 la Sociedad Natalini y Cía. y abrió diversas salas (Ideal, Ideal Sucursal, luego llamado Ideal París, Libertad). Su ejemplo fue seguido por los hermanos José y Luis Crodara, propietarios del Teatro Politeama y luego empresarios de los teatros Solís y Urquiza que también se dedicaron a la exhibición cinematográfica e inauguraron el Buckingham Salón en el año 1909. El material que alimentaba esas salas era fundamentalmente francés, italiano y norteamericano, con la ya señalada excepción del Biógrafo de los Adroher, que añadía películas propias.
Si los comienzos del cine uruguayo se parecen a los de otros países del mundo, su desarrollo posterior fue por cierto mucho más lento. Al respecto hay que tener en cuenta la pequeña superficie y la escasa densidad de población del país, que implican una estrechez del mercado interno que han hecho tradicionalmente poco redituable el negocio, y prácticamente ilusoria la idea de una recuperación de costos dentro de fronteras de la producción nacional. Esos problemas se agravarían con el paso del tiempo.
Muy poco del material rodado en las primeras décadas del siglo ha sobrevivido hasta el presente. Un incendio en la casa Glucksman, otro en la División Fotocinematográfica del ex Ministerio de Instrucción Pública; un tercero en los depósitos de Noticias Uruguayas, acabaron con él. Casi todo ese cine consistía en documentales, noticieros (había uno financiado por la empresa Glucksman) y films de registro, que de haberse salvado hubieran aportado una icono-grafía invalorable para investigadores presentes y futuros. De lo que ha llegado hasta nosotros, lo más importante es quizá Viaje presidencial (1924-25), un extenso y cuidadoso registro de las giras del presidente José Serrato por el interior del país, realizado por Henry Maurice, un emigrante francés cuyo nombre aparece vinculado a casi todos los empeños cinematográficos de cierto aliento emprendidos por entonces en el Uruguay, tanto en el terreno documental como en el del cine ficción.
Hay que llegar hasta 1923 para encontrar el primer ejemplo de largometraje de argumento culminado exitosamente en el Uruguay: Almas de la costa o Los gauchos del mar, realizado por el fallecido doctor (entonces estudiante de medicina) Juan Antonio Borges, sobre libreto propio, con fotografía de Henry Maurice e Isidoro Damonte y un elenco integrado por Arturo Scognamiglio, Norma del Campo, Luisa von Thielmann, Remigio Guichón Núñez, Carlos Russi, Judith Acosta y Lara y otros. Cuatro años antes, Borges había hecho sin embargo otro intento que quedó inconcluso, Puños y nobleza, producido por los Estudios Montevideo Films de Eduardo Figari y protagonizado por el entonces famoso boxeador Angelito Rodríguez. De la misma época es el mediometraje Pervanche, producido con finalidades benéficas y dirigido por León Ibáñez Saavedra, con fotografía de Emilio Peruzzi (argentino radicado entonces en Montevideo y otro de los técnicos que efectuó aportes decisivos para nuestro cine): el film se perdió para siempre en 1925, cuando el esposo de la protagonista, Micha Villegas, compró las copias y las hizo destruir para eliminar toda evidencia de los pecaminosos coqueteos de su mujer con el Séptimo Arte.
De ese modo, Almas de la costa se convierte en el primer (casi) largometraje nacional: su duración original se aproximaba en realidad a los cincuenta minutos. En la copia existente, donde faltan diez minutos y todos los intertítulos, se hace bastante difícil seguir la anécdota, pero otros méritos resultan en cambio visibles. Sin saberlo, Borges estaba inventando el neorrealismo: su película prescinde de los artificios y los acartonamientos de mucho cine comercial extranjero de la época, sale a buscar a sus improvisados intérpretes (entre los que hay pescadores, gente humilde) en su propio medio, intenta reflejar su ambiente y sus problemas, y desliza incluso una cuota de preocupación social. Esa vocación realista no será frecuente en la producción uruguaya posterior (otro ejemplo podría ser El pequeño héroe del Arroyo del Oro, 1929 de Carlos Alonso), a menudo financiada con fines benéficos e interpretada por (y destinada a) gente de sociedad, y mayoritariamente compuesta por comedias mundanas (Del pingo al volante de Roberto Kourí) o melodramas improbables (¿Vocación?, de Rina Massardi). Con la perspectiva de los años, la búsqueda de la autenticidad emprendida por Borges y su empleo de un lenguaje preciso y ajustado a su asunto, parecen una actitud cultural particularmente válida y anticipan la culminación del film de Alonso. Antes de llegar a él, la escasa filmografía uruguaya aportará sin embargo algunos títulos que corresponde mencionar.
Aunque hoy resulte casi inimaginable, hace más de sesenta años se producían en nuestro país films de largometraje con el fin de recaudar fondos para instituciones de beneficencia, naturalmente, los costos eran entonces menores y el poder adquisitivo de la población considerablemente mayor: quien intentara en nuestros días repetir la aventura iría derecho a la ruina. Para las damas y caballeros de la alta sociedad montevideana que participaban gratuitamente en esos films debió ser al mismo tiempo una diversión, la novelería de verse en una pantalla y la manera de colaborar en objetivos de utilidad pública. El primer intento en ese sentido había sido el mediometraje Pervanche, realizado en 1919 por don León Ibáñez Saavedra y de cuyo triste fin se diera cuenta anteriormente. Más importantes resultan empero dos empeños llevados a cabo hacia fines de la década del veinte por la Bonne Garde, una institución cuyos cometidos (entre otros) eran los de prestar asistencia económica y espiritual a los desamparados y especialmente a las madres solteras y sus hijos. La organización requería recursos que eran aportados por gente de sociedad y fue así que surgió la idea de producir películas en las que actuara esa gente para recaudar fondos con su posterior exhibición. La Bonne Garde produjo dos films, Una niña parisién en Montevideo (o Las aventuras de una niña parisién en Montevideo, 1927, dirigida por los franceses Henry Maurice y Georges M. Neuville) y Del pingo al volante (1928).
La historia de Del pingo al volante debe ser la más pintoresca de las dos. El asunto fue escrito por el periodista Antonio Soto (Boy), y exhibe un tono de comedia amable, a propósito de una señorita de sociedad cuyos padres planean para ella un matrimonio de conveniencia con un cabeza hueca, mientras ella ama a otro galán. Los vaivenes del relato conducen desde una estancia en el interior del país hasta algunas zonas del Montevideo elegante (el Parque Hotel, Carrasco) y todo desemboca, como corresponde, en un final feliz. El director fue, misteriosamente, Roberto Kourí, un libanés que descendió de un barco en el puerto de Montevideo en 1928, dijo que sabía hacer cine, fue contratado por la Bonne para hacer la película, cumplió con su trabajo, cobró la mitad del laudo internacional de la época, se subió a otro barco y desapareció hacia la nada. Hasta donde se sabe, Kourí habría sido su apellido, pero Roberto no sería su verdadero nombre, por lo que seguirle la pista se vuelve un tanto dificultoso: no hay constancia de que haya hecho en cine, o antes o después, otra cosa que Del pingo al volante, en Uruguay o en otra parte.
Con una cuota de humor, Del pingo al volante retrata costumbres y mentalidades muy próximas a las de sus improvisados intérpretes y sus destinatarios potenciales, y por ese lado debe ser entendido como el involuntario documento de una época. Como cine es menor; está bien fotografiado por Humberto Peruzzi y abusa hasta la saturación de explicaciones en los intertítulos. Para los uruguayos tiene además el encanto intransferible de conservar algunas imágenes de su propio pasado, una virtud extracinematográfica que valida parcialmente hasta las mediocridades más horribles (como Dos destinos, 1936, de Juan Echebehere) y que por supuesto no sobrevive fuera de fronteras.
Las producciones de la Bonne Garde, con sus aristocráticos intérpretes y sus asuntos ambientados en medios elegantes, ilustran una tendencia (minoritaria y elitista, por definirla de alguna manera) dentro de la escasa historia del cine uruguayo. En forma paralela a ella se desarrolló una corriente de orientación más realista y encaminada a retratar ambientes populares, de la que Almas de la costa es un primer ejemplo y que culminará en 1929 con El pequeño héroe del Arroyo del Oro de Carlos Alonso, probablemente la más importante de las realizaciones nacionales.
Cuando Alonso inició la filmación de El pequeño héroe del Arroyo del Oro, seguramente no pensó que iba a tratarse del título más exitoso de toda la historia del cine uruguayo. Hombre del interior, radicado en la ciudad de Treinta y Tres, Alonso había realizado algunos documentales antes de lanzarse a esta empresa más ambiciosa, inspirada en un acontecimiento real ocurrido poco tiempo antes. La historia de Dionisio Díaz, el pequeño treintaitresino que perdió la vida por salvar a su hermana menor de las garras de un criminal, pertenece ya casi a la leyenda o al folklore popular: hasta hace no mucho tiempo, al menos, era narrada a los niños de las escuelas uruguayas como un ejemplo de abnegación y valor y hay un monumento que evoca al personaje. El periodista José Sánchez Flores había escrito una serie de crónicas sobre el asunto, que sirvieron de punto de partida al film de Alonso. El elenco estuvo integrado por Celina Sánchez, Hilda Quinteros, Ariel Severino (en el papel de Dionisio), Juan J. Severino, Vicente Rivero y Alberto Candeau. La fotografía corrió por cuenta de Emilio y Humberto Peruzzi.
Con su descripción inicial de la ciudad de Treinta y Tres y de los ambientes rurales donde habrá de desarrollarse luego el drama, El pequeño héroe del Arroyo del Oro recuerda la previa formación de Alonso como documentalista. La historia que sobreviene después, no por verídica menos melodramática y sangrienta, se ubica más en un terreno de naturalismo exacerbado que en el de un estricto realismo y seguramente los puristas podrán deslizarle toda clase de objeciones. Con la perspectiva de los años, sin embargo, se valora como un verdadero primitivo, un ejemplo de frescura y autenticidad que tiene pocos equivalentes en nuestro cine. Fue, por otra parte, uno de los escasos grandes éxitos comerciales del cine uruguayo, al punto de inducir a su autor, quince años más tarde, a tirar una copia nueva, sonorizada, con música, ruidos y algunos diálogos. Esa versión sonorizada circuló durante seis o siete años, a comienzos de la década del cincuenta y tuvo exhibición comercial en Montevideo, sobre todo en algunas ciudades del interior. Esa versión sonorizada, así como otros materiales filmados por Alonso (sesenta latas de películas) fueron entregados posteriormente por la viuda del cineasta a una empresa de remates, pero su pista se ha perdido. A partir de parte del negativo mudo y parte de una copia positiva se ha podido empero, reconstruir la versión original, aunque el negativo de sonido nunca.
El film de Alonso, con su buena repercusión en taquilla, pudo ser el comienzo de una producción cinematográfica nacional estable. Quedó, sin embargo, como otro esfuerzo aislado, uno de tantos que han aparecido agotándose en sí mismos, sin proyecciones de futuro. Por otra parte, la aparición del cine sonoro alteraría radicalmente las reglas del juego. Realizado en 1929, El pequeño héroe del Arroyo del Oro es todavía un film mudo, cuando ya hace dos años que la Warner ha lanzado El cantor de jazz de Alan Crossland, inaugurando así la era de los "talkies". La innovación tecnológica implicaba una inevitable elevación de los costos de rodaje y laboratorio, ensanchando la brecha ya existente entre los grandes centros productores y las cinematografías menores o incipientes. El mundo atravesaba además, las consecuencias de la crisis económica de 1929, y bajo esas circunstancias la aventura del largometraje se volvía aún más incierta. Habrá que llegar hasta 1936 para encontrar el primer largometraje sonoro uruguayo (Dos destinos, de Juan Echebehere), pero esa es ya otra historia.
Hacia 1930, el cine uruguayo continuaba siendo, pues, mudo. Se siguieron filmando actualidades (el Campeonato Mundial de Fútbol de 1930, los festejos del centenario de la Jura de la Constitución) y casi simultáneamente comenzaron a asomar las primeras manifestaciones de una preocupación seria y crítica por el cine como fenómeno cultural. Hasta el momento, el tratamiento periodístico del tema no había superado el nivel de gacetilla: el único uruguayo que se dedicó a escribir en serio sobre cine durante los años veinte fue el escritor Horacio Quiroja y debió hacerlo en Buenos Aires, en las revistas Caras y Caretas y Atlántida. A comienzos de la década del treinta aparecen en el Uruguay los primeros críticos merecedores de tal nombre: José María Podestá, poco después R. Arturo Despouey (al principio en El Nacional luego en la revista Cine Actualidad, que pronto pasaría a llamarse Cine Radio Actualidad). Por entonces, el poeta Fernando Pereda comenzaría a formarse una cineteca personal en la que habría de reunir muchas obras maestras del cine mudo.
En 1931 se funda en Montevideo el primer Cine Club del Uruguay, presidido por Justino Zavala Muniz (quien había participado en la filmación de los festejos del Centenario y realizó igualmente el documental poético Cielo, agua y lobos, a partir de un material previo rodado por Isidoro Damonte al que se incorporaron tomas complementarias). La historia del posterior desarrollo de esas actividades queda fuera de los límites de este trabajo y aún no ha concluido.
Filmografía (incompleta) del Cine Mudo Uruguayo
Cortometrajes
1898
Una carrera de ciclismo en el velódromo de Arroyo Seco. Félix Oliver.
1899
Juego de niñas y fuente del prado. Félix Oliver.
1890
Oliver, Juncal 108. Félix Oliver.
La calle 25 de Mayo, esquina Cerro. Félix Oliver.
Festejos patrios del 25 de Agosto en el Parque Urbano. Félix Oliver.
Un viaje en ferrocarril a Peñarol. Félix Oliver.
1902
Desfile militar en la Parva Domus. Félix Oliver.
Elegantes paseando en Landó. Félix Oliver.
1904
El jefe de la Vanguardia del Ejército del Sur, Coronel Basilisio Saravia, su Estado Mayor y su Escolta. M. Corbicier.
La Paz de 1904. Director (presumible) M. Corbicier. Probablemente formó parte (junto con El jefe de la Vanguardia, etcétera) de un film más extenso sobre la guerra civil de 1904.
Don José Battle y Ordóñez. Félix Oliver.
1909
Corrida de Toros en la Unión. M. Corbicier.
Zorrilla de San Martín en su casa de Punta Carretas. M. Corbicier.
1910/1914
Desfile de la Marinería Española por las calles 18 de Julio y Sarandi. Lorenzo Adroher (hijo).
Procesión de Corpus Christi. Lorenzo Adroher (hijo).
Carreras en Maroñas. Lorenzo Adroher (hijo).
1917
Amado Nervo. Mariano y Juan Oliver. Fotógrafo, Emilio Peruzzi.
1923
La Transmisión del mando presidencial. Anónimo.
Inauguración de la usina de Arroyo Seco. Henry Maurice.
1924
Inauguración del Monumento a Artigas. Florentino Proverbio.
1924-25
Viaje Presidencial. Henry Maurice.
1930
Festejos del Centenario de la Jura de la Constitución. Justino Zavala Muniz. Fotografía, Isidoro Damonte.
Medios y largometrajes
1919
Pervanche. Dir.: León Ibáñez Saavedra. Fotografía: Emilio Peruzzi y Pío Quadri. Con Gladys Cooper de Buck, María Magdalena Villegas Márquez, Margarita Saavedra Barroso, María Isabel Moreno, Elvira Mousqués.
1923
Almas de la Costa. Dir.: Juan Antonio Borges. Productor, Lisandro Cavalieri. Fotografía: Henry Maurice, Isidoro Damonte. Con Arturo Scognamiglio, Norma del Campo, Luisa von Thielmann, Remigio Guichón Núñez, Carlos Russi, Judith Acosta y Lara.
1927
Las aventuras de una niña parisién en Montevideo. Dir.: George Neuville. Fotografía: Henry Maurice. Con Lucy Glory.
1928
Del Pingo al Volante. Roberto Kourí. Libreto de Antonio Soto "Boy". Fotografía: Emilio Peruzzi. Con Luisita Ramírez García Morales, Luis Alberto Hill Hamilton, Carlos Vanrell Ramos, León Lahoud, Irene Ramírez.
1929
El pequeño héroe del Arroyo del Oro. Carlos Alonso. Libreto de Carlos Alonso, sobre crónicas periodísticas de José Sánchez Flores. Fotografía: Emilio y Humberto Peruzzi. Con Celina Sánchez, Hilda Quinteros, Ariel Severino, Juan José Severino, Alberto Cadeau.
1931
Cielo, agua y lobos. Dir.: Justino Zavala Muniz. Fotografía: Isidoro Damonte. Documental.
Bibliografía
1. ALVAREZ, José Carlos. Breve Historia del Cine Uruguayo. Cinemateca Uruguaya, 1957, Montevideo.
2. PASTOR LEGNANI, Margarita; VICO DE PENNA, Rosario. Filmografía Uruguaya 1898-1973. Cinemateca Uruguaya/Cine Universitario, 1975, Montevideo.
3. ZAPIOLA, G.; ALVAREZ, J. C.; CASTELLANOS, Alfredo. Historia y Filmografía del Cine uruguayo. Ediciones de la Plaza, 1988, Montevideo.
Descriptor(es)
1. CINE SILENTE
2. CINE URUGUAYO
3. HISTORIA DEL CINE SILENTE LATINOAMERICANO