En 1985, Héctor Babenco supo traspasar al cine, con encomiable acierto, el espíritu del texto de Manuel Puig El beso de la mujer araña. Tuvo tanto tino en la empresa que la cinta —hoy todo un clásico de los años 80— fue una de las primeras cintas sobre la homosexualidad que triunfaron en Hollywood, siempre tan puritano.
Luis Molina (William Hurt)
Encerrado en prisión por abusar de un menor, Luis Molina es un excéntrico homosexual —encarnado por William Hurt en una interpretación que le valió un Oscar al Mejor Actor en 1986— a quien se le ofrecerá la posibilidad de redimir su condena si es capaz de sonsacar a Valentín datos sobre la organización a la que este pertenece. Aunque acepta la propuesta, Molina nunca llegará a ser el delator ideal. Encerrado en la misma celda que el revolucionario, apenas se producen las primeras disputas entre ellos, Molina comienza a darse cuenta de que su compañero le inspira algo más que una simple amistad.
Sin otro escape al tedio del confinamiento que sus recuerdos entusiastas del cine clásico, Molina rememorará —entre otras— la película que viene a ser la transposición de un buen número de mitos de uno de los grandes géneros del cine galo: el de la ocupación. El beso de la mujer araña, la cinta en cuestión, para Molina vale por razones estéticas. “La rosa es sin por qué”, viene a decirnos en los apasionados debates que mantienen en su triste cineclub. Con sus visualizaciones, Molina conseguirá que el lector recree su propia película.
Valentín (Raúl Julia)
Valentín es, ante todo, el prototipo de revolucionario latinoamericano de los años 70. Partiendo de dicha base, para él, el mundo no admite más que una polarización: la existente entre los explotadores y explotados. Siempre a cuestas con las condiciones objetivas, cuanto no sea comprobable con los sentidos externos puede llegar a ser fascismo: “la rosa no es sin por qué”. Valentín denigra el arte en función del mensaje que quiera transmitirnos. Ante este panorama, El beso de la mujer araña, en las primeras alusiones de ella que hace Molina, se le antoja una película de propaganda nazi en la que los invasores de Francia son los héroes y los franceses, miembros de la resistencia, los villanos. Por lo demás, todo el Hollywood clásico no es sino una fábrica de majaderías al servicio de un escapismo decadente.
Sin embargo, las férreas concepciones de Valentín se tambalearán ante el sentimiento que empieza a inspirarle Molina entre disputa y disputa. Será la óptica de Valentín, que va variando con cada nuevo visionado de la cinta, la que consiga convencernos de que las películas no viven en las salas de proyección, sino en la mente de sus espectadores.
L. Lamaison (Sonia Braga)
Como la Marie Browning, alias La Flaca, de Tener y no tener, la mujer araña, Leni Lamaison, es una doble ensoñación. En efecto, la bella Leni es dos veces mentira, porque, además de no haber sido más que una ilusión creada a 24 imágenes por segundo, vuelve a ser reinventada por los reclusos, según imaginan cada uno la secuencia en cuestión. Amante de un oficial nazi en la cinta que gravita sobre los dos internos, Leni guarda en sí todo el encanto y la elegancia de las bellas fatales. A veces es toda una gran dama; otras, tan solo llega a ser una conspiradora tan intrigante como seductora. La fascinación que Molina siente por ella es directamente proporcional al rechazo que inspira a Valentín.
Siempre envuelta en intrigas políticas y aventuras galantes, Leni Lamaison, representa para ambos la libertad, puesto que es la protagonista de sus sueños. Pero no hay que olvidar, que, como ese apodo suyo que da título a la película, todo en ella es un disfraz. Transposición de aquellas vampiresas magistralmente creadas por Veronica Lake y Elisabeth Scott, la mujer araña es una doble mentira.