Daniel Díaz Torres y Juan Padrón confiesan no haberse puesto de acuerdo para situar sus películas en octubre de 1962. Pero casual o no, la Crisis de Octubre les sirvió a ambos para contextualizar sus historias.
La frescura y el sentido del humor que caracterizan a estos realizadores hizo que tanto en Lisanka como en Nikita chama boom, la posibilidad de una guerra nuclear (ante la reacción norteamericana de establecer un bloqueo naval a la Isla por los cohetes soviéticos instalados en Cuba) fuera un hecho circunstancial, pues no se trata en ninguno de los casos de un filme histórico.
Lisanka es una comedia. Daniel Díaz parece haber hecho una película del presente, arriesgado tratamiento que logra a través de los diálogos y de las continuas asociaciones con la vida en Cuba.
A Veredas del Guayabal llegan los rusos para montar una base militar. Lisanka, protagonista de la historia, se mueve entre la confusión de los que la rodean, el acoso de tres hombres y su obsesión por encontrarse a sí misma.
Ella y los tres amantes componen una representación de los ideales políticos de los cubanos.
La película está llena de símbolos, de continuas alegorías a la vida y a las aspiraciones de la época. Veredas del Guayabal, pueblo imaginario muy al estilo de Daniel Díaz, es una modelación extravagante de la sociedad de esos años. Los personajes son tan disparatados como coherentes, tan trágicos como divertidos.
Viven un tiempo pretérito pero aluden al presente a través de chistes inteligentes y situaciones ilógicas. La historia de Lisanka es una crítica a los radicalismos, las obsesiones y los dogmas, porque sus personajes tienen un poco de todo eso.
Nikita chama boom no se concentra en protagónicos ni individualiza los hechos. Hace de la crisis una divertida comedia en siete minutos de dibujos animados.
En 1963 Cuba alcanzó un récord de nacimientos y este fue el pie forzado para que Padrón creara su historia: pícara sugerencia de una de las posibles causas de aquella explosión demográfica.
Dice Padrón que esto siempre le pareció muy interesante, pues abordarlo como una lógica consecuencia de aquel momento de tensión, le permitió el tono jocoso a Nikita... Evidentemente, la amenaza de una invasión extranjera, que conllevó frecuentes movilizaciones de los cubanos como parte de su preparación militar, lejos de distanciarlos exacerbó, y de qué manera, sus ganas de dar y recibir “afecto”.
Cualquier escenario era propicio para entregarse al placer: una azotea, un cuarto, un campo militar. Había que aprovechar cada oportunidad pues podía no repetirse. Y es que así somos. Serios y desenfadados a la vez. En medio del conflicto internacional, los cubanos se las ingeniaron para cumplir tanto con la patria como con el amor.
Nikita chama boom no es un filme ingenuo. La filosofía del cubano se trasluce en los trazos y los colores que utiliza para describir los ambientes y para conformar sus personajes.
Pudiera parecer un desatino que lo acontecido en octubre de 1962 se convirtiera en el leit motiv de dos comedias. Pero no es la primera vez que el cine juega con un hecho trágico. Tampoco son Lisanka y Nikita chama boom una burla. Todo lo contrario.
El sarcasmo, la ironía y el doble sentido son, en estos casos, auténticas formas de explicar la vida y de intentar comprender a los seres humanos.