“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • El lado lúdico de la revolución
    Por Adrián Veaute

    El concepto de "realismo mágico" se utiliza muchas veces en literatura como una propuesta poética que habla de una realidad latinoamericana particular, alejada de la lógica tradicional, sustentada por lo inverosímil y apegada a lo maravilloso, que escapa, por tanto, a la europea y dominante. Esta visión metafórica de la contradictoria vida de Latinoamérica como ámbito "de lo posible" ha sido retratada de manera impecable por autores tan distintos como Gabriel García Márquez y Osvaldo Soriano, entre otros. Cada uno de ellos ha sabido ilustrar, por ejemplo, con Cien años de soledad y No habrá más pena ni olvido, respectivamente, los duros y a la vez absurdos reveses de la vida latinoamericana, siempre con una mirada tan crítica como alegórica, ya que Macondo o Colonia Vela, como lugares de ficción, podrían representar a cualquier población del continente. El desplazamiento que opera a través de la metáfora es un recurso apto para reflexionar acerca de lo que pasa en este lado del mundo, que no lograr superar eternas luchas intestinas y que por ello en un momento determinado nos transporta hacia lo fantástico e irracional, donde todo se torna posible. La esencia del "ser latinoamericano" podría quizás encontrarse en una mirada que combina la realidad con la fantasía que la atraviesa y permite que lo completamente inverosímil se vuelva creíble en un espacio que ha perdido la cordura.

    Esta referencia poética estrictamente latinoamericana se vuelve insoslayable a la hora de pensar El juego de Arcibel, película que habla de los conflictos ideológicos y de sus consecuencias absurdas en un país imaginario de América Latina. Arcibel Alegría (Darío Grandinetti) es un periodista que escribe sobre ajedrez en el periódico de la capital de la República de Miranda, que vive bajo la dictadura del General Abalorio. Por un error de diagramación del diario, un comentario de Arcibel sobre el agónico final de una partida de ajedrez es leído metafóricamente como un ataque encubierto al gobierno, por lo que el periodista es inmediatamente arrestado. Su vida infeliz, sumida en la rutina de la confección de crucigramas, horóscopos y análisis de ajedrez, se ve transformada cuando descubre en la cárcel y en contacto con otros presos políticos una realidad que le era ajena. Los años pasan lentamente mientras Arcibel extraña a su hija y juega al ajedrez con el único compañero que conoce las reglas. Cuando el dictador es finalmente elegido presidente por el voto popular, todos los presos políticos quedan en libertad menos él, convertido en preso común por un error burocrático. Sin embargo todo cambia cuando Pablo (Diego Torres), un joven marginal, ingresa como compañero de celda, ya que en su intento fallido por enseñarle ajedrez, Arcibel inventará un juego más didáctico sobre guerras. De esta manera, enseñará a su compañero no sólo un juego sino que le dará además, sin saberlo, las claves para la futura revolución del país.

    Desde los créditos iniciales se comienza a configurar el universo ficcional, cuando los nombres de actores y técnicos se incorporan a la diégesis de manera ingeniosa para sustentar el clima lúdico que dominará toda la película. El juego que finalmente va a inventar Arcibel (una especie de TEG, que posibilita estrategias para ganar territorios en batallas simbólicas) ya está representado en las primeras imágenes y es importante porque apoya la construcción cartográfica de ese país imaginario que después se intentará conquistar con batallas verdaderas. En relación con esto, merece un párrafo aparte el ingenioso trabajo realizado en la preparación de la gacetilla para la prensa. En este caso, a diferencia de otras gacetillas que contienen información exagerada con datos poco relevantes, funciona como un novedoso elemento paratextual, ya que responde al formato de periódico (el mismo diario para el que trabaja Arcibel) en el que los hechos de la película se presentan como hechos periodísticos y se mezclan además con verdaderos hechos históricos, como la muerte del Che o la caída del muro de Berlín. Este juego entre la realidad y la ficción, clave de todo el film, también está presente en la gacetilla y apoya la construcción del universo diegético. Por eso no es casual que entre todos los artículos periodísticos que se mencionan aparezca uno tan significativo como el del estreno en Miranda de Rosaura a las diez, de Mario Soffici, uno de los mejores films argentinos de todas las épocas, y en el que ficción y realidad se funden y confunden permanentemente.

    El mapa de la República de Miranda con sus principales ciudades se ofrece entonces como terreno de juego en que se llevarán a cabo las contiendas, primero por el poder simbólico (en el juego) y luego por el poder real (en el mundo de ficción). Así las estrategias revolucionarias contra la dictadura militar se asumen como las consecuencias de un proceso lúdico y didáctico que no se fundamenta en principios e ideales por defender.

    Las primeras secuencias del film permiten advertir que la larga carrera de Alberto Lecchi como director (Perdido por perdido, El dedo en la llaga, Secretos compartidos, Déjala correr, etc.) y ayudante de dirección desde los '70 le ha dado la posibilidad de desplegar en películas de diferentes géneros un conocimiento cabal del oficio cinematográfico, más allá del juicio estético que merezcan las mismas. Esta vasta experiencia es fundamental para entender el desafío que entraña la realización de una superproducción como El juego de Arcibel, donde se ponen en juego los costos de una compleja coproducción iberoamericana. La presencia de actores argentinos, españoles, chilenos y cubanos justifica desde la ficción la hibridez de variadas voces y giros locales que hace de Miranda un lugar de convivencia sin una arraigada identidad propia. Así también algunos escenarios naturales de las provincias de Buenos Aires, San Luis, y Valparaíso en Chile conforman el ámbito de un país caluroso, sofocante y húmedo, típicamente caribeño. La histórica lucha entre las dictaduras latinoamericanas y las resistencias revolucionarias del continente es la síntesis simbólica de una realidad que, tal vez por otras vías, aún perdura en América Latina.

    Quizás uno de los problemas de la película sea el hecho de que los supuestos preceptos políticos e ideológicos quedan sujetos a cuestiones meramente lúdicas, sobre todo desde construcciones protagónicas carentes de verdadera convicción. La ambigüedad y/o desinterés ideológico de Arcibel y sobre todo de Pablo, futuro hacedor de la revolución (caracterizado incluso al modo del Che), muestra la lucha no desde las verdaderas convicciones sino desde las tácticas de un juego, que al final deriva en un discurso ingenuo, superficial, al mostrar una guerra sin fisuras y contradicciones, poco crítico por el lastre de cierta nostalgia apática y efectos cinematográficos que demoran la resolución de una historia previsible. Igualmente, se esboza en el fondo un espíritu libertario latinoamericano que es el único punto en que se tocan el film y nuestra realidad presente. En el mismo sentido, cabe recordar que en el Festival de Mar del Plata (2002), fue premiado Bolívar soy yo, film que también desde el cruce de ficción y realidad hablaba de la necesidad de defendernos contra el colonialismo político y económico a través de la realización de los sueños bolivarianos y sanmartinianos de una América Latina más justa y soberana.


    (Fuente: Revista otrocampo)


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