“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • Cuento de hadas para dormir cocodrilos
    Por Rebeca Jiménez Calero

    Al no contar la cinematografía mexicana con una industria que permita la producción masiva de obras fílmicas, es de esperar que los proyectos que finalmente llegan a concretarse sean gracias a la genuina inquietud -y terquedad- de sus realizadores. Es por eso que los resultados se traducen en películas -en mayor o menor medida- personales, que nos permiten entrever ciertos aspectos de sus autores; temas, situaciones y lugares que van definiendo un estilo. Y si alguien posee un estilo sumamente reconocible e interesante, ese es Ignacio Ortiz.

    Guionista de las cintas de Carlos Carrera, La mujer de Benjamín, La vida conyugal y Sin remitente, Ortiz debuta como director en 1994 con La orilla de la Tierra, historia de dos hombres que llegan a un pueblo habitado únicamente por mujeres. Siete años después, regresa al lugar en donde se desarrolló su ópera prima, Oaxaca -tierra natal del cineasta-, para narrar la tragedia de Arcángel Juárez.

    Arcángel sufre de un padecimiento al parecer hereditario, insomnio. Está casado con Teresa y ambos tienen un hijo, Gabriel, que es autista. Justo cuando la vida familiar ha llegado a un momento para todos insoportable, Arcángel recibe una llamada telefónica de su hermano, informándole que su padre se encuentra muy enfermo. Es entonces cuando decide viajar a Oaxaca, su lugar de origen, sólo para descubrir que tanto su padre como su hermano han muerto ya; el primero hace 15 años, el segundo, en Estados Unidos. Tales noticias le han sido comunicadas por la lugareña Isabel, quien le cuenta además cómo su insomnio es sólo una parte de la maldición que pesa sobre su estirpe; la otra, más trágica aún, es el fratricidio.

    La historia se remonta entonces a la época de la intervención francesa, cuando el bisabuelo Tranquilino mira a un coyote a los ojos, llevándose sus sueños, teniendo que recurrir a los de su hermano Domingo, quien se los relata por las noches. El sino fatal será transmitido a la siguiente generación, ubicada en el periodo revolucionario, justo cuando la tierra es repartida, sólo para convertirse en la manzana de la discordia entre los hermanos.

    Y así, hasta nuestros días, los Arcángeles tienen el destino escrito y el último de ellos se entera que su esposa Teresa está embarazada, lo que garantiza, inevitablemente, que el círculo que detenta la maldición se cierre.

    Esta película, que podría considerarse como fantástica, cimienta su premisa en leyendas tradicionales del estado de Oaxaca, inspiradamente asimiladas por Ignacio Ortiz, quien tampoco descuida el aspecto visual -registrando con la fotografía de Patrick Murguía- una Mixteca abierta aunque misteriosa; simple, pero mágica. Aunadas a estas leyendas, se encuentra el mito bíblico de Caín y Abel, reflejado en el eterno enfrentamiento que tendrán los hermanos por distintos motivos según la generación, algunas veces impulsados por envidia, otras por avaricia, otras más por alguna mujer que ha entrado en sus vidas.

    Estos elementos fantásticos que han sido parte de la cultura de nuestro país, son reinventados por Ortiz y llevados a la pantalla en una forma similar a la que Juan Rulfo los llevó a sus novelas: hijos que regresan en busca del padre, el francés que trajo la pistola y la desgracia, los ojos del coyote que se llevan el sueño, la compra en un registro civil de un nombre caro, Arcángel, como Miguel y de un apellido barato, Juárez, como Benito; la vieja que ha vivido más de cien años para ser testigo de la tragedia de una familia; y como una característica formal, el personaje principal siempre interpretado por el mismo actor.

    Con una historia poco convencional con relación al grosso de las historias contadas hoy en día por la cinematografía nacional, Cuento de hadas para dormir cocodrilos, se alzó como la gran triunfadora de la Muestra de Cine Mexicano de Guadalajara y de los premios que entrega la Academia Mexicana de Ciencias y Artes Cinematográficas del año 2002, ganando en ambos eventos en la categoría de mejor película. De igual modo, recibió los Arieles a mejor director, guión original, edición, música original, sonido y actor, éste último para Arturo Ríos, quien en el filme da vida a todos los Arcángeles.

    Arcángel Juárez ha encontrado la razón de su insomnio, pero ha descubierto también, a través de la búsqueda de sus antepasados, que la maldición será transmitida a sus hijos, a menos que él se sacrifique por ellos. Finalmente, según la tradición bíblica, fue el Arcángel Miguel el que derrotó a los demonios.





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