“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • Yo ya no soy yo, por lo menos no soy el mismo yo interior
    Por Daniel Jiménez Pulido

    La inmortal y mítica figura del guerrillero y líder revolucionario Ernesto “Che” Guevara, sirve de base para el nuevo trabajo de Walter Salles. Sin embargo, el director brasileño opta por alejarse de los estereotipos tan manidos que siempre han envuelto la figura del mítico personaje, ahondando aquí en la búsqueda del lado más humano del mismo.

    Y es que, como toda figura mítica, Guevara no nació con ese misticismo que desde la Revolución Cubana lo rodeaba, pues los caminos que decidimos explorar a lo largo de toda nuestra vida son los que verdaderamente nos hacen cambiar nuestra forma de ver o afrontar las cosas. Así, el viaje a lo largo y ancho de toda la América Latina que en diciembre de 1951 emprendieron unos jóvenes Alberto Granado y Ernesto Guevara de la Serna, a lomos de La Poderosa (una Norton 500 de 1939), pasó de ser un simple viaje aventurero de dos jóvenes estudiantes de medicina acomodados en familias burguesas, a convertirse en un verdadero viaje de descubrimiento hacia nuevas y dolorosas realidades que hasta entonces habían ignorado.

    Este periplo épico de autodescubrimiento que nos descubre las magnificencias de los paisajes latinos, a la par que nos muestra las injusticias, desigualdades y miserias de la población de la América Latina (aún presentes hoy en día), le sirve a Salles de marco perfecto donde sus dos personajes pueden evolucionar hacía terrenos que ni siquiera éstos se habían cuestionado. Así, y después de una brillante y rapidísima introducción a los personajes, el viaje comienza desde Argentina, continuando por polvorientos caminos hacía el norte, atravesando el Lago Frías hacia Chile y cruzando las montañas del Perú hasta Cuzco, capital del país, a los pies del último bastión inca del Machu Pichu, en cuyas ruinas descansa lo que antaño fue una de las mayores civilizaciones del planeta, aniquilada por la codicia y crueldad de un imperio. Retomando de nuevo el periplo para, seguidamente, dirigirse hacía Lima desde donde partir, navegando por el Amazonas, hacia el leprosario de San Pablo, y desembocar, después de más de 12.000 Km. de travesía, a la capital de Venezuela, Caracas, el destino final de ambos aventureros.

    Pero para entonces, aquellos dos jóvenes soñadores que partieron hacia algo incierto, han cambiado. Juntos han sufrido vendavales, han sentido como el frío del invierno en las cumbres nevadas les helaba los huesos, han jugado con la muerte, superando los múltiples accidentes que finalmente marcaron el fin de La Poderosa, y han vivido y sentido en sus propias carnes, las desigualdades, miserias e injusticias que azotan la realidad de los disidentes en la América Latina más profunda. Así, a cada conversación, a cada prueba superada, vemos como detrás de esos ojos, aún jóvenes, de Guevara, va cobrando forma lo que la historia acabará por convertir en una de las figuras más emblemáticas del siglo XX. Valga como metáfora a su mundo utópico, el cruce a nado del río, extendiendo su mano (no verbalmente, sino físicamente) a aquellos que, de vez en cuando, ofrecen su rostro anónimo en espléndidos cuadros en blanco y negro, recordando la importancia que ejercieron, en un pasado, sobre la mentalidad del joven Ernesto Guevara.

    Y es que se ha de reconocer que no es tarea fácil plasmar ese cúmulo de sentimientos y/o sensaciones primerizas que tuvo que experimentar Guevara durante ese épico viaje. Sin embargo, Gael García Bernal sale más que airoso de la propuesta y compone a un Guevara alejado de la típica figura del icono, al que las sensaciones vividas y experimentadas lo están trasformando irreversiblemente, pues detrás de la mirada perdida de Bernal, adivinamos dudas, pensamientos e ideas que, como un torrente, empiezan a tomar forma dentro de la mente del “Fuse”.

    No obstante, puede ser que el mayor descubrimiento de la cinta lo hallemos en la soberbia interpretación de Rodrigo de la Serna, bajo el rostro de un pícaro y divertido Alberto Granado, que sirve como contrapunto cómico, no sólo a la seria personalidad del “Fuse”, sino al tono serio que por momentos impregna el relato.

    Basada en las “Notas de Viaje” del propio Guevara y de las declaraciones de Granado, Salles, con una excelente puesta en escena, recupera el espíritu de la buena “road movie” e imprime a la película un maravilloso (y muy acertado) tono documental, que la hace muy interesante desde el punto de vista sociológico. Ese entorno agreste y salvaje por el que se mueven sus personajes, condiciona la evolución de éstos, siendo de muchísima importancia el paisaje que, como se observa, pasa a ser un protagonista más en la historia.

    Sirva como colofón esas espectaculares imágenes, bellísimamente fotografiadas y acompañadas inmejorablemente por una bellísima partitura de Santaolalla, cuyas preciosas melodías remiten a la inmensidad y belleza de los nuevos parajes que vemos a través de los ojos de nuestros dos protagonistas, en una composición en que imagen y melodía se dan la mano con pasmosa armonía. Todo ello configura un mar de logros positivos que convierten a Diarios de Motocicleta en una propuesta indudablemente imprescindible, se crea o no en la inmortal figura del mítico líder revolucionario.


    (Fuente: www.alohacriticon.com)


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