“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • Melancólica apología de la vida
    Por Adrián N. Veaute

    En la tarde previa a la Navidad un hombre decide retornar en auto a Buenos Aires desde Rosario en compañía accidental de un showman de mala muerte con el que se queda varado en medio del camino por falta de combustible. Al mismo tiempo, un médico de lúgubre hospital, ante la experiencia casi simultánea de presenciar un nacimiento y un deceso, decide abandonar su lugar de trabajo para encontrar en la calle a alguien con quien compartir la nochebuena, preferentemente una señorita. A su vez, un nostálgico odontólogo, intentando comprar el juguete favorito que su hijo le ha pedido, ha sido interceptado por personal policial para que actúe, junto con un anciano, como testigo del allanamiento al departamento de un presunto delincuente.
    En el contexto de la nochebuena se presentan en forma simultánea las historias de tres hombres corrientes que en algún momento y por algún motivo particular se van a entrecruzar. Cada uno de estos personajes está signado por la desazón y el cansancio, la soledad y el espanto. Alrededor de ellos giran otros, que le otorgan al film un equilibrio perfecto entre la sensatez y el despilfarro.
    Felicidades es una película sin grandes pretensiones. Solamente desea proclamar algo concreto y el único medio para hacerlo no es otro que el humor y la ironía. Una frase que dice un personaje a otro resume en forma categórica el ímpetu filosófico de esta obra cinematográfica: "...está re-berreta la vida, Cacho...".
    Son estos personajes satélites, sin lugar a dudas, los que apuntalan y le dan forma al film. El lisiado en silla de ruedas, el verborrágico vecino, el presentador de rutinas humorísticas, la vendedora de juguetería, los policías ladrones y otros tantos personajes son muestra fiel del soporte artístico que conlleva esta pieza fílmica. Gracias a éstos se constituye un universo cálido y aterrador donde los protagonistas tendrán que vivir las vicisitudes más alocadas, no concordantes con sus respectivas personalidades y profesiones.
    El guión pertenece al terceto Pablo Cedrón, Pedro Loeb y Lucho Bender pero, sin embargo, se puede observar en su concepción, caracterización de personajes y construcción de diálogos la impronta del primero de ellos. Este caótico mundo que se expone en el film, donde conviven el egoísmo, el desamparo, la angustia, la falta de solidaridad y valores, no es otra cosa que la cosmovisión personal de Pablo Cedrón.
    En la idea central del guión escrita por este excelente actor se combina armoniosamente la realidad y lo absurdo haciendo que lo absurdo, por más ilógico que parezca, pase por verdad. El film, entonces, está teñido de personajes desopilantes que generan discursos incoherentes e inverosímiles en el seno de la realidad, con la que contrastan.
    Por eso es que comprendemos en el film la presencia de un prestigioso escritor con dos bidones intentando conseguir nafta en una empresa nuclear deshabitada en medio del campo; la vergüenza del médico ante una señorita al tener que decirle que ha matado por accidente a su perro, después de todo el tiempo que le llevó conquistarla; el asombro desorbitado del odontólogo al observar que el allanamiento del que es testigo, se transforma paulatinamente en un vulgar robo en domicilio por parte de la policía.
    Es seguramente en este contexto inconexo donde se podría relacionar con facilidad el comunismo, una vaca y una puerta. Pero atención, el humor y lo disparatado no habilita al sin sentido. Los tres personajes principales recuperan, cada uno por su lado, el sincero valor de la felicidad, alejados de la mediocridad, el vil consumismo y el bienestar individual.
    La presencia cada vez más real y habitual de lo absurdo y extravagante en nuestra vida cotidiana nos hace pensar que la vida, efectivamente, está "re-berreta". Que la vida esté terriblemente desvalorizada (que sea ordinaria) no supone su decadencia, sino que aspira a lo contrario: a la necesidad de defender los valores perdidos de la vida, la dignidad ante la humillación, la solidaridad ante el olvido. Los personajes son conscientes de la mediocridad en la que están sumidos pero accionan por tratar de cambiar algo en la profundidad de la nochebuena.
    La soledad no necesariamente se cura estando acompañado por otras personas, es un sentimiento que puede pervivir aun estando en permanente compañía. Esta soledad, como testimonio de nuestro tiempo, es la columna vertebral de los tres personajes y harán todo lo posible por reencontrarse, hacia el final de la película, con ellos mismos en un momento de suma espiritualidad. Seguramente Felicidades no dejará una huella profunda en la historia del cine argentino y pasará sin grandes loas. Pero habrá valido la pena por ser sencilla y genuina, lo que no es poco.

    (Fuente: Revista otrocampo)


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